Los deportes se han convertido en parte importantísima de la sociedad; ocupan titulares, generan encendidas polémicas, suelen estar bien pagados, llegan a paralizar países enteros y, en fin, acaparan la atención de millones de personas. No extrañará que actividades con mayor o menor componente competitivo pretendan entrar en ese club. Pero no toda competición es deporte. Cierto que el deporte casi siempre tiene un fin competitivo, pero se puede practicar deporte sin estar interesado en ganar, sin otro fin que ejercitarse; sin embargo, el principal objetivo de casi todos los que lo practican regularmente es medirse a otros. Lógicamente, el deporte profesional, el amateur federado, el regulado o incluso un partido solteros contra casados tiene como meta la victoria, o sea, el factor competitivo está presente en todas las canchas o terrenos de juego. En todo caso, no se pueden identificar al cien por cien competición y deporte, pues una partida de parchís tiene poco que ver el concepto de ‘hacer deporte’, aunque sí contiene la disputa por la victoria, o sea, competencia.
El asunto viene a cuento por el auge que están
experimentando los denominados ‘E-sports’, término que podría entenderse como
‘deportes electrónicos’ y que todo el mundo da por bueno, es decir, de algún
modo ya han ganado el primer asalto, pues aunque sólo sea nominalmente, ya se
les está llamando deportes. Sin embargo, los tales son vídeo juegos con
componente competitivo, pero sin la mínima conexión con el hecho deportivo; la
cosa se explica fácilmente con una certeza: nadie diría ‘voy a hacer deporte’ antes
de sentarse ante una pantalla o un juego de mesa.
El caso es que hace tiempo que existen diversas
actividades, juegos y competiciones que aspiran a ser consideradas deportes y,
por tanto, a la posibilidad de formar parte del calendario de los Juegos
Olímpicos. Para Tokio 2020 han llamado a las puertas del Comité Olímpico
Internacional actividades que se parecen tanto al deporte como un teléfono a
una sardina: el bridge, el baile deportivo, el disco volador, la orientación,
el billar o incluso el sogatira…, y pronto las carreras de sacos o a ver quién
escupe más lejos.
Parece descabellado, pero no lo es tanto si se
tiene en cuenta que en el programa de los Juegos ya hay especialidades que no
deberían estar; se trata tanto de deportes sucedáneo como falsos deportes. El
sucedáneo es una imitación, como el vóley playa (increíble, pero es olímpico), el
pádel o el fútbol playa, sala o (pronto se harán sitio) sobre patines o sobre
hielo; de todos modos, al menos, sí pueden considerarse deportes. Diferente es
el asunto de los que bien pueden llamarse falsos deportes, que no deberían ser
considerados tales, como la natación sincronizada, el patinaje artístico o la
gimnasia rítmica (por no hablar de los saltos de trampolín o la cama elástica),
los cuales tienen presencia en los JJ OO; sin embargo, en puridad, no deberían
formar parte de éstos por varias razones: por un lado lo que en ellos cuenta
para ganar son conceptos como la expresividad, la coordinación, la coreografía,
la elegancia en la ejecución…, criterios que no pueden ser medidos
objetivamente, matemáticamente, y que pertenecen al mundo del arte, de la
escena, de la danza; asimismo es evidente que en el verdadero deporte no
cuentan para el resultado ninguno de los mencionados principios artísticos, es
decir, para ganar el partido o la carrera no se tiene en cuenta si se es
elegante, expresivo y coordinado, sino anotar más, o ser más rápido, más alto,
más fuerte, aunque la ejecución sea tosca, descoordinada o incluso risible
(cuando entra un gol tras cuatro rebotes, el último en el culo del delantero); por
otro lado, el triunfo en disciplinas como esas, que tienen mucho de arte y casi
nada de deporte (como la danza clásica), lo deciden los jueces según su
criterio, cosa que no sucede en ningún deporte auténtico, donde los árbitros
están para velar por el cumplimiento del reglamento, no para designar vencedor
(si los réferis se confunden o tienen mala fe es otra cosa, pero en las normas
no se contempla que deban dictaminar quién gana); por último, el hecho de que
se precise esfuerzo físico y entrenamiento no convierte una actividad en
deporte, ya que se entrenan y se esfuerzan los bailaores y danzarines de todo
género, los malabaristas, trapecistas y contorsionistas, los actores o los
toreros…, y nadie tendría como deportista a ninguno de ellos.
Cierto que algunas actividades se encuentran en la
frontera de lo que puede ser considerado deporte y lo que no; así las carreras de
caballos, pues el animal sí que puede ser considerado un deportista de élite
aunque el jinete no realice gran esfuerzo; las carreras de coches y motos (y
todo lo que tenga motor) también pueden entrar en la sección deportiva, pues
aunque lo que prima es la destreza a la hora de manejar, también requieren una
preparación específica y exigen un gran desgaste físico; caso especial es el
ajedrez, al que se ha llamado ‘deporte del cerebro’…, pero en realidad es un
juego que plantea una batalla intelectual sin desgaste del aparato locomotor,
con lo que puede deducirse que es una competición, una dura disputa, pero no
deportiva.
Sí, las cosas se van complicando, y salvo que cada
cita olímpica dure seis meses, habrá que limitar el número de especialidades y
ceñirse al lema ‘citius, altius, fortius’, más rápido, más alto, más fuerte…,
no más bonito, más expresivo, más coordinado. En caso contrario los Juegos se
convertirán en juegos florales y de mesa, en ejercicios y actividades de moda y
en diversos géneros de danza.
CARLOS DEL RIEGO