OPINIÓN

HISTORIA

viernes, 14 de diciembre de 2012

¿BENEFICIAN FINALMENTE LAS HUELGAS AL CIUDADANO? A pesar de que todo huelguista esgrime entre sus motivos el bien de la ciudadanía, lo cierto es que quien sufre las consecuencias y molestias del paro es siempre y casi exclusivamente el mismo

Seguro que esto es lo ideal tanto para la sanidad como para los usuarios e incluso para los propios sanitarios

En las últimas semanas se ha producido una enorme proliferación de huelgas; los sanitarios, los jueces y fiscales, funcionarios de diversos estamentos, trabajadores de la recogida de basura…, y todos ellos justifican los paros (junto a otros razonamientos y reivindicaciones) en su interés por mejorar la atención médica a los pacientes, facilitar a los ciudadanos la administración de justicia, atender ágil y convenientemente al contribuyente… Sin embargo, parece apropiado preguntarse si esas huelgas (ya sean justificadas, como puede ser el caso, o no), si esa interrupción de la actividad profesional resulta ideal para el ciudadano que precisa de aquellos servicios, si es beneficiosa o perjudicial para las miles de personas afectadas. Lógicamente parece que no, pues han sido aplazadas muchísimas operaciones, y seguro que expedientes, juicios y trámites pendientes permanecerán más tiempo en el cajón de eso, de pendientes. Parece bastante evidente que la huelga perjudica al ciudadano de a pie mucho antes, mucho más que aquellos contra quienes se convoca.

Por otro lado, cuando se promulgan leyes y disposiciones tan impopulares como las que están llevando a la huelga a muchos sectores profesionales, el gobierno de turno ha de estar totalmente convencido, seguro de lo que hace. De este modo, si el paro consigue que el ministerio requerido eche atrás una ley, se demostrarán dos cosas: la primera que el ministro y sus colaboradores no han hecho su trabajo, pues no han sido profesionales en tanto que no se han esforzado, no han estudiado y analizado todo lo referente a dicha ley y sus consecuencias; y en segundo lugar, tanto ministros como presidentes dejarían evidenciada una debilidad preocupante, pues quedaría patente un carácter pusilánime y miedoso que se achanta ante opiniones adversas, ante pancartas y consignas.

La huelga es eficaz en casos muy concretos, pero no en estos en los que los legisladores están amparados por la legitimidad (siempre que las normas y disposiciones respeten la Constitución); y si se deroga una normativa recién promulgada a causa de la presión de una parte (mayor o menor) de los afectados, la única postura posible es la dimisión del ministro y todo su gabinete, pues lo contrario sería señalarse todos, a sí mismos, como unos auténticos calzonazos que reculan con el rabo entre las piernas a la primera contrariedad o como verdaderos incompetentes totalmente incapacitados para ocupar el puesto. Es aconsejable que se celebren entre las partes reuniones y negociaciones en pos de la búsqueda conjunta de soluciones, pero sería muy desaconsejable la claudicación de los legisladores, pues equivaldría a una cesión de la soberanía depositada en ellos, traspasada de modo indigno e ilegítimo a los convocantes de la movilización. Por eso, si los gobernantes han hecho correcta y profesionalmente su trabajo, no deben ceder a la presión.

Al final, los políticos seguirán en la política y los liberados y sindicalitas también (cada uno en su plano), y ni unos ni otros perderán gran cosa con la protesta callejera; es más, si la misma es multitudinaria, será el triunfo de los segundos, que tienen en el absentismo masivo su principal objetivo, y si el apoyo es moderado o escaso serán los primeros los que hinchen el pecho. Es decir, lo que importa a unos y otros es el éxito o fracaso de la convocatoria (ya se encargarán ambos en manipular las estimaciones), pero nadie reflexionará acerca de lo bueno o malo que será el paro para los usuarios, ni del coste del día que no se trabaja, ni de la repercusión y consecuencias que para todos conlleva retrasar el quehacer diario. Pero lo que es seguro, lo que nadie pondrá en duda, es que parar y retrasar servicios no es bueno para la sociedad ni para el individuo.

CARLOS DEl RIEGO

2 comentarios:

  1. Una puntualización, ya que con estos temas siempre estamos a la gresca. Lo que tú llamas político calzonazos que recula a la primera de cambio yo lo llamo político que escucha al pueblo y ejerce acorde con sus deseos. Los políticos convencidos de lo que hacen sin escuchar a la ciudadanía tienen un nombre, lo hagan o no de forma legal: dictador. Y que es malo para los usuarios, es indudable. Pero es de suponer que de conseguir su objetivo será bueno a medio largo plazo. Esto es lo que se suele decir cuando tienes una obra al lado de tu casa que te hace la vida imposible, pero que servirá para mejorártela más adelante. Pero incluso podríamos utilizar ese mantra que tienen políticos y algunos economistas: Todas estas medidas dolorosisiiiiiiimas (para mi, mucho más dañinas que una huelga, pero sólo es una opinión) son paliativas e impopulares, pero a la larga las agradeceremos (loscoj... añadiría yo, como otra opinión personal). Un abrazo Carlos. PD: Espero un post sobre el gran Ravi Shankar que nos ha dejado hace unos días :)

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    1. Amigo Juan Diego, el legislador sabe que quien va a la huelga no es toda la ciudadanía, con lo que los que protestan (seguro que con razón) no son el pueblo; y por otro lado, si ha estudiado la medida, consecuencias, pros y contras, y si ha tomado la decisión, no puede ceder, porque está convencido de que eso tan impopular es lo que mejor resultado dará; él está para tomar decisiones, y si la presión es tal que ha de ceder en contra de su conciencia, tiene que dimitir. Pero tienes razón, todo es opinable.
      Ah! Ravi Shankar, lo mejor para recordar su figura es la película sobre el concierto para Bangla Desh (por cierto, una idea de George Harrison, que inventó así los conciertos benéficos para países arrasados). Un abrazo (sigo buscando a T. Rex).

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