Se
entregan cada año tal cantidad de
premios, trofeos, condecoraciones y honores que, como alguien dijo alguna vez,
estaría bien que se organizara una especie de concurso para elegir el mejor
premio del año. Entre los que más ruido meten están los relacionados con la
farándula, con el ‘show business’, y dentro de ese diverso sector se encuadran
los musicales, los casi infinitos Grammy, Grammy Latino, Emmy o esa especie de
entrada en los altares que es la inclusión en el Rock & Roll Hall of Fame.
Estos últimos vienen designándose desde 1986, cuando industriales del
entretenimiento, empresarios del mundo del disco, editores y (¡cómo no!)
abogados, pusieron en marcha la iniciativa; hasta la fecha se han glorificado a
alrededor de 220 ‘santos’ del r & r, la aplastante mayoría de los cuales
están ahí por evidentes merecimientos, aunque ni están todos los que son ni son
todos los que están.
Repasando
la lista del santoral incluido en esta capilla se notan ausencias escandalosas,
pero lo que realmente ofende es ver algunos nombres indignos de figurar ahí, de
modo que se comprende que algunos de los excluidos echen chispas. Este 2018 ni
siquiera han entrado en las previas nombres como Iron Maiden o Ted Nugent que,
como no podía ser de otro modo, han gritado más que en un concierto y echado
más insultos a la organización que a los managers y discográficas. Bruce
Dickinson, de Iron Maiden, vino a decir que ese salón era algo así como un
contenedor de basura, y que quienes deciden quién entra y quién no deberían
beber más cerveza y tomar menos prozac; por su parte, el desafiante guitarrista
acusó a los jurados de marginarlo por sus ideas políticas, ya que él suele
alardear de sus preferencias e inclinaciones republicanas, derechistas y de
amante de las armas, así que también utilizó el término ‘basura’ para referirse
a los que no le permiten subirse a los tabernáculos del rock.
Y
es que, ciertamente, es como un directo al ojo ver nombres como Abba al lado de
los Stooges de Iggy Pop; aunque casi peor es que figuren raperos en los altares
del rock, puesto que el rap no debería ser considerado ni siquiera música, ya
que, a diferencia de cualquier composición musical del tipo que sea, ningún rap
puede tararearse ni transcribirse a una partitura; en fin, ¿es posible imaginarse
un rap instrumental?, parece tonto siquiera plantearlo, ya que el hip hop es
una especie de poesía callejera que se recita o declama con un fondo musical,
pero eso no lo convierte en música, y muchísimo menos en rock & roll.
Según
se especifica en su normativa, para acceder a tan famoso salón se tienen en
cuenta ‘la influencia, significado y contribución del artista al desarrollo y
perpetuación del r & r’. Así, ¿cómo se explicaría el significado e
influencia que para el rock tienen los raperos?, o ¿cómo ha contribuido Abba a
perpetuarlo?
Si
siguen así las cosas que a nadie extrañe que un día entren en el Salón de la
Fama del R & R rockers tan auténticos
como Enrique Iglesias o Lola Flores, Pavarotti o la Sinfónica de Viena, Antonio
Machín o Charles Aznavour, los derviches danzantes de Turquía o los diyéis de
moda…
Casi
todo artista tiene un ego sobredimensionado, y si tiene que ver con el negocio
del rock puede afirmarse que tiende al 100% el porcentaje de los que poseen
egos del tamaño del Himalaya. Eso explica el cabreo y los insultos del cantante
de Iron Maiden o de Ted Nugent. Claro que hubo otros que rehusaron
estrepitosamente pertenecer a tan ‘distinguido’ club, como Johnny Rotten de Sex
Pistols, que cuando en 2008 fueron aceptados en el salón lo despreció con un
“no me apetece mancharme de pis”.
Sea
como sea, eso de la ceremonia con alfombra roja y exhibición de vanidades
parece una manera de domesticar, asimilar, normalizar, homogeneizar e incluso
organizar esto del rock & roll, algo que va contra su esencia misma.
CARLOS
DEL RIEGO