OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 24 de octubre de 2018

JUEGOS OLÍMPICOS DE MÉXICO 1968,50 AÑOS DEL MOMENTO DEL BLACK POWER Resulta sorprendente que apenas se haya dado espacio en los medios a la conmemoración del cincuentenario de los Juegos Olímpicos de México 68 a pesar de los múltiples hechos que allí concurrieron: los estudiantes muertos en la manifestación de días antes de la inauguración, los prodigiosos récords mundiales conseguidos y, sobre todo, la imagen del ‘black power’ en el pódium de los 200 lisos, convertida ya en una de las fotos ilustrativas del siglo XX

Los campeones pasan, los records se superan, pero la imagen del 'black power' en México 68 quedará como uno de los hitos representativos del siglo XX.


El Año 1968 está cargado de significado a causa de sucesos que se mantienen en el recuero y se asocian a dicho año: Los amenazantes tanques soviéticos entrando en las calles de Praga, las manifestaciones y algaradas de París que se recuerdan como el ‘Mayo francés’, las protestas en USA contra la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King… Y los Juegos Olímpicos de México, que han dejado para la historia no sólo un sinfín de hazañas deportivas, sino también algunos momentos inolvidables, emblemáticos, como aquella manifestación de denuncia del racismo que aún persistía en Estados Unidos, el Black Power.

El mundo asistió asombrado a las proezas de los atletas en el estadio mexicano…, después de los innumerables problemas que tuvo que superar la organización, incluyendo la terrible ‘matanza de la plaza de las tres culturas’. Se batieron asombrosos récords mundiales (algunos de los cuales permanecieron durante décadas), se produjeron avances técnicos y de material, la televisión otorgó una dimensión global a la cita olímpica, empezó la lucha contra el dopaje…, sin embargo, la imagen de los Juegos es la de los dos velocistas estadounidenses que, en el pódium de los 200 lisos y mientras sonaba el himno de su país, agachaban la cabeza y elevaban el puño enguantado en negro. Esa foto ha pasado a la historia no solo de los Juegos Olímpicos, sino del siglo XX. Pero, ¿cómo fue aquello exactamente?

Todo empezó antes de los Juegos. El racismo, aunque cincuenta años después pueda parecer increíble, seguía siendo cotidiano y manifiesto en Estados Unidos: los negros tenían vedada la entrada en establecimientos ‘sólo para blancos’ (incluyendo hospitales, bares o escuelas) y apenas tenían presencia en la política, la sociedad o la universidad; de hecho, sólo eran apreciados como músicos o deportistas. Así las cosas, los atletas afro-Usa sopesaron la posibilidad de no acudir en señal de protesta, pero pronto comprendieron que con ello apenas conseguirían repercusión y, además, otros irían en su lugar. Por eso decidieron competir y manifestar su reivindicación de algún modo (algunos rechazaron de plano participar, entre ellos un tal Lew Alcindor, que luego se cambió el nombre por Kareem Abdul Jabbar).

Entre los más deseosos de ‘hacer algo’ que mostrara al mundo la situación millones de personas en USA estaban algunos atletas prodigiosos, como el fabuloso Tommie Smith y su compañero John Carlos, favoritos en los 200 metros lisos. Ganó Smith con un asombroso record mundial (y eso que los últimos diez metros los corrió con los brazos en alto), segundo fue el australiano Norman y tercero Carlos (nacido en Nueva York pero de padres cubanos). Los dos ‘sprinters’ prepararon su protesta. Como las medallas se las entregaría en tiránico presidente del COI, su compatriota Avery Brundage, pensaron en darle la mano enguantada, de manera que así no tendrían que tocarlo. Pero segundos antes de la ceremonia vieron que Brundage no estaba y no sería él quien les colgara las medallas, así que improvisaron. Con las primeras notas del himno, Tommie bajó la cabeza y levantó el puño vestido de negro y Carlos lo imitó. Entre ellos, como testigo privilegiado, Norman, quien muchas veces declaró que él no vio agresividad en aquel gesto, sino más bien “una especie de desahogo”. Los gerifaltes del COI y los políticos echaban chispas y, como primera medida, ambos fueron expulsados de la villa olímpica, de los Juegos y del equipo estadounidense.

Y más cuando, unas horas después, otro prodigio del atletismo, Lee Evans, pulverizaba el registro mundial de 400 metros lisos (por primera vez se bajó de 44 segundos) con sus compatriotas James y Freeman copando el podio (“corre Lee, corre, demuestra de qué somos capaces”, le había dicho Tommie Smith minutos antes de ser expulsado). Evans, que como todos quedó pasmado ante el gesto de Smith y Carlos, decidió que él también tenía que hacer algo que evidenciara su protesta antirracista. Pero durante las horas previas a la entrega de medallas empezó a dudar, ya que a su habitación de la villa olímpica llegaron mensajes intimidatorios, en concreto seis telegramas en los que se le amenazaba de muerte si repetía la pose de sus compañeros; los remitentes eran de organizaciones tan repugnantes como el Ku Klux Klan, los Ángeles Blancos o la Asociación Nacional del Rifle (que entonces era puro racismo), es decir, la cosa no era para tomársela a broma. Cuando Evans y sus compañeros caminaban hacia el podio seguían indecisos, pero éste volvió a recordar palabras de Tommie Smith: “si ganas eres estadounidense, si pierdes eres sólo un negro”. Entonces se decidió, y tanto él como sus compañeros de pódium se calaron las boinas negras y levantaron el puño (sin guante), pero con los primeros compases del himno se pusieron firmes, así que no hubo represalias contra ellos (además, todo el mundo seguía asombrado del salto de Bob Beamon).

Expulsados de los Juegos, el regreso a Estados Unidos supuso el inicio de un calvario para Smith y Carlos. El entrenador del equipo de atletismo dijo a la prensa mexicana que “se arrepentirán toda su vida”. Pero no, no se arrepintieron a pesar de que perdieron las becas universitarias que obtienen todos los deportistas olímpicos, se les negó trabajo sistemáticamente (Carlos encontró empleo como lavacoches, pero lo despidieron porque nadie quería trabajar a su lado), se les cerraron sistemáticamente todas las puertas, se les insultó y deshonró en la prensa, se les arrinconó y señaló y, peor aún, las más brutales amenazas llegaban a sus casas a diario. Tal fue la presión que sufrieron los dos velocistas que la esposa de John Carlos, Kim (que fue la que compró los guantes de marras y probablemente la que tuvo la idea), no lo soportó y se suicidó.

 A pesar de todo, aquella protesta supuso una sacudida a la sociedad racista estadounidense, puesto que en todo el mundo se comprendió lo que significaba ser negro en Estados Unidos; de alguna manera, el desplante del pódium de los 200 lisos de México 68 ayudó a cambiar las cosas. Las marcas se baten, los atletas pasan, pero aquel gesto permanecerá para siempre, como un récord mundial imposible de superar.  

(Con información de ‘Los Juegos Olímpicos y sus mitos’, de César F. Buitrón y Carlos del.Riego)

CARLOS DEL RIEGO

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