OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 22 de octubre de 2017

FREDDY, JOEY Y GEORGE SE PLANTARON ANTE LA MUERTE CON ELEGANCIA Y VALENTÍA. Cada pocas semanas se tiene noticia de la muerte de un veterano del rock debido, como es lógico, a las mismas causas que los demás. Pero algunos, ante la seguridad de su próximo fin, mostraron su categoría humana, como Freddy, Joey y George.

George, igual que Freddy y Joey, mostró su categoría humana hasta el último instante de su vida.

La cosa más segura del mundo es que, tarde o temprano, todos los que pisan este planeta terminarán en manos de la Parca. Pero existe una situación en la que el interesado se ve obligado a asumir, sin la menor duda, que la susodicha ya está llamando a la puerta; tal certeza han de afrontar los que, desgraciadamente, tienen su organismo invadido por el cáncer u otro mal incurable. En ese momento en que ya no hay duda de que el final es cosa de unos días, muchos se derrumban, otros se adelantan a su destino y, también otros muchos, engrandecen su figura plantándose sin miedo ni autocompasión ante lo inevitable. Esto se ha dado también entre algunos músicos de rock que han dejado claro, en situación tan límite, su valentía y elegancia ante la guadaña. Así, pueden citarse los casos de Freddy Mercury, Joey Ramone y George Harrison. 

Uno de los más grandes iconos del rock & roll de todos los tiempos (y por tanto uno de los que más tenía que perder) es el inolvidable solista de Queen, Freddy Mercury (1946-1991). Es de dominio público que contrajo el sida en un momento en que apenas se sabía nada ni, desgraciadamente, se tenía idea de cómo combatirlo. Sus últimos meses de vida fueron un auténtico calvario, pero como recuerda su compañero el guitarrista Brian May, “jamás se quejó, jamás se compadeció de sí mismo, nunca gemía diciendo que su vida era terrible”, al revés, “siempre mostró un coraje asombroso”. Como es sabido, una de las últimas canciones que grabó, cuando los efectos de la enfermedad eran dolor e incapacidad, fue la vitalista ‘The show must go on’, el espectáculo debe continuar; de ese modo, el invencible cantante deseaba demostrar que sí, que él se iba, pero que no era el fin del mundo, que todo debía seguir, que nadie lo lamentara…, que la vida continuaría sin él. En aquellos durísimos momentos Freddy estaba debilísimo, apenas podía tenerse en pie e incluso vocalizar; cuenta May que su estado era tal que prácticamente tenían que llevarlo en brazos hasta el micrófono, sin embargo, él sacaba fuerzas de nadie sabe dónde, sobre todo en la grabación de esa elocuente canción, que él cantó como en sus mejores tiempos, con su mejor voz, con una energía increíble, tanto que todos los presentes quedaron asombrados ante su increíble esfuerzo y presencia de ánimo. El gran Freddy Mercury se fue enviando un mensaje que podría interpretarse como “yo soy cantante y cantando moriré, no tengo miedo ni quiero compasión”. No cabe duda, era mucho más grande de lo que todos veían.

Conducta y actitud similar exhibió otra figura del rock, Joey Ramone (1951-2001), vocalista del arrollador grupo neoyorquino. Afectado por cáncer linfático (linfoma) desde hacía años, procuró continuar con su trabajo sin dejarse afectar, o sea, prefirió seguir sintiéndose músico a lamentarse en un rincón (algo que, por otro lado, nadie reprocharía). Sabiendo lo cerca que estaba de la muerte, mientras grababa sus últimas canciones, decidió poner a su nuevo álbum (que sería póstumo) el título de ‘Don´t worry about me’, no os preocupéis por mí, dando a entender que él la palmaba, sí, pero que no era para tanto y que nadie le tuviera lástima ni se angustiara; curiosamente, quien peor llevó su muerte fue su íntimo enemigo Johnny Ramone, que después de veinte años de no dirigirle la palabra vivió angustiado los tres años que tardó en reunirse definitivamente con Joey (también cáncer). Asimismo, una de las últimas canciones que grabó fue una versión del clásico de Louis Armstrong ‘What a wonderfull world’, qué mundo maravilloso, un tema que le encantaba cantar y con el que deseaba transmitir la idea de que las cosas más simples son las mejores: los árboles, los colores, el cielo…, un mensaje cien por cien optimista justo antes de emprender el último viaje. Sin mal rollo, sin impostura, con humildad, con verdadero amor a la vida que había tenido y que llegaba a su fin. Dos metros de dignidad y elegancia.   

George Harrison (1943-2001) también afrontó la inmediata conclusión de su vida como lo hacen los tipos íntegros, con entereza y serenidad. Se le consideraba el beatle menos carismático de los cuatro: estaban los dos gallitos, el gracioso del grupo y luego el discreto George; pero el caso es que, además de su imprescindible aportación a los Beatles, el autor de ‘Something’ desarrolló una carrera en solitario casi siempre superior a la de sus compañeros; ah!, y fue el ‘inventor’ de los festivales de rock benéficos. El cáncer de pulmón fue consumiéndolo poco a poco y de nada sirvieron los diversos tratamientos a los que se sometió, a pesar de lo cual, jamás salió de su boca una sola palabra de desesperación o autocompasión. A comienzos del nuevo siglo descubrieron que el cáncer invadía su cerebro y que ya no había nada que hacer. Pero siguió trabajando para terminar el que sería su disco póstumo aunque el deterioro físico ya era evidente, e incluso dio indicaciones para terminarlo si él se iba antes; y es que, como dijo un periodista, “comprendió que el cielo en la tierra se llama rock & roll”. Él, reservado, sensato, elegante, quiso morir en paz con todos, así que llamó a aquellas personas queridas con las que había mantenido enfrentamientos y así irse sin cuentas pendientes; entre éstas estaban sus viejos amigos y compañeros Paul y Ringo, con quienes se reunió a solas en una habitación, y dado que éstos no iban a traicionarlo, lo que allí se dijo será siempre un misterio, aunque es de suponer que serían palabras de amistad, de perdón mutuo, de añoranza, de recuerdo al camarada muerto… Con una elegancia deslumbrante, con una valentía imponente, George quiso quitarse importancia y hacer honor a aquel prodigioso disco que había editado en 1970, ya sin Beatles, con el título de ‘All things must past’, todo debe pasar.

Grandísimos artistas que mantuvieron alto el espíritu en la hora suprema.


CARLOS DEL RIEGO

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