El indeseable adoctrinamiento y uso político de niños |
Visto
desde fuera, muchos de los que militan activamente en el secesionismo parecen
haber desarrollado ciertas dolencias mentales que les impiden ver las cosas
como son. Por un lado dan sensación de haberse convertido en adictos, en
yonquis que necesitan dosis diarias; por otro parecen abducidos por una secta;
y finalmente, también se presentan como el mozo creído y convencido de que
todas se le van a rendir nada más verle. Evidentemente, no todos los que
profesan el dogma muestran idénticos síntomas ni con la misma intensidad, de
modo hay casos agudos y otros crónicos, fuerte o moderadamente afectados,
repentinos o hipocondriacos (que son los catalanistas conversos), pero todos
están afectados por esos tres verdaderos trastornos del intelecto.
El
que ha sido capturado por una secta es incapaz de ver la realidad, postura en
la que coinciden con los separatistas furibundos. Y no importan las razones,
los argumentos, las evidencias que se les presenten desde todas partes, tanto
unos como otros no atenderán, y pensarán que es el resto del mundo el que está
equivocado, y sólo ellos y sus jefes poseen la verdad. Por eso, hay catalanes
que se han entregado incondicionalmente al dogma del cisma y no quieren entender
las palabras de quienes les llevan la contraria, ya sean amigos, hermanos,
hijos, padres o expertos en la materia; al revés, se enfadarán con quienes
traten de explicarles que están siendo manipulados, adoctrinados y utilizados
por sus amados líderes, a los que se entregan en cuerpo y alma. Igualmente
tampoco escuchan cuando se les muestran las pruebas de que esos cabecillas a
los que adoran les están engañando. Y repetirán obsesivamente las consignas que
los caudillos les han diseñado: “quieren destruirnos, nos roban y viven a costa
nuestra, si nos separamos seremos más felices y más ricos y todo funcionará de
maravilla, el mundo está pendiente de nosotros y nos acogerán con los brazos
abiertos en todos los organismos internacionales aunque ahora digan lo
contrario, las pruebas y evidencias que contradicen nuestra fe son falsas….”.
Los adeptos a la secta separatista se lo creerán a pies juntillas y, como si
estuvieran programados, como si les hubieran estado metiendo la idea desde
primaria, usarán cualquier recurso (amenazas, acosos, violencias), cuando la
legítima legalidad (valga la redundancia) trate de defenderse e imponer la ley.
En
tanto que yonquis del credo separatista, el primer pensamiento que tienen al
levantarse es conseguir las dosis que aplaquen el ansia; así, una
manifestación, un escrache, una pegada de carteles, una sentada…, son las tomas
habituales, aunque de vez en cuando hay material de superior calidad, como
puedan ser los enfrentamientos directos con los cuerpos uniformados o cualquier
tipo de algarada callejera. De este modo, al igual que el drogadicto vive su
día a día con una única idea en la cabeza y para complacer ese deseo está
dispuesto a casi todo (a veces a todo), el separatista tiene el cerebro
invadido casi exclusivamente por ese concepto, con lo que toda su actuación
cotidiana estará supeditada a la causa. Y como el yonqui, lo pasará fatal y
sentirá angustia si no puede dar salida a sus mortificantes deseos. Y también
coinciden en que no son conscientes de su dependencia, aunque ésta sea un anhelo
de independencia. En fin, dicen los expertos que un drogadicto estará en
peligro de recaída durante muchos años, a veces toda su vida.
Por
último, este significativo porcentaje de catalanes obcecados por avanzar hacia
un muro de hormigón con el que inevitablemente chocarán, están tan convencidos
de la verdad que les han fabricado que incluso se sienten superiores. Por eso
se comportan como el chico creído que se siente irresistible, como ese altivo y
fatuo galán que cree que no habrá mujer que no se entregue a sus incontables
encantos; al contrario, piensa que es todo un honor que alguien tan
estupendísimo como él se haya fijado en ella, que ella debería sentirse
halagada y agradecida de que un tipo tan guapísimo con él la haya elegido. A
causa de ese engreimiento y del convencimiento absoluto de que su fe es la
única verdadera, hay muchos miles de catalanes que ni siquiera se imaginan que
alguien pueda decirles no; por eso les da igual que desde todos los organismos
internacionales (económicos, políticos, deportivos) les aseguren que hay que
cumplir reglamentos, normas y exigencias, puesto que los que profesan el separatismo
interpretan esas advertencias como el creído, el cual en su interior cavila:
“¿dicen que no?, bah, eso es para hacerse las interesantes, pero yo sé que lo
están deseando y a la hora de la verdad se rendirán”.
No
todos los que quieren romper se tragan las bolas de los amados líderes, también
hay quien desconfía de ellos y de la quimera, pero calla por miedo o interés. Sin
embargo, la gran mayoría, los fieles de a pie, son dependientes de ese
narcótico ideológico, jamás se plantearán posibilidades ajenas a la secta del
separatismo, y seguirán convencidos de que todas las organizaciones a las que
ellos cortejen romperán sus propias normativas y les abrirán sus puertas
dándoles las gracias.
CARLOS
DEL RIEGO