OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 27 de septiembre de 2017

ALGUNOS CATALANES: PRESOS DE LA SECTA, ADICTOS Y MUY CREÍDOS. Digno de estudio psicológico es el pensamiento y comportamiento actual (IX-17) de no pocos catalanes. Así, los afectados por esta suerte de locura separatista actúan como adictos, como abducidos por una secta y como el presumido que se cree irresistible.

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Visto desde fuera, muchos de los que militan activamente en el secesionismo parecen haber desarrollado ciertas dolencias mentales que les impiden ver las cosas como son. Por un lado dan sensación de haberse convertido en adictos, en yonquis que necesitan dosis diarias; por otro parecen abducidos por una secta; y finalmente, también se presentan como el mozo creído y convencido de que todas se le van a rendir nada más verle. Evidentemente, no todos los que profesan el dogma muestran idénticos síntomas ni con la misma intensidad, de modo hay casos agudos y otros crónicos, fuerte o moderadamente afectados, repentinos o hipocondriacos (que son los catalanistas conversos), pero todos están afectados por esos tres verdaderos trastornos del intelecto.

El que ha sido capturado por una secta es incapaz de ver la realidad, postura en la que coinciden con los separatistas furibundos. Y no importan las razones, los argumentos, las evidencias que se les presenten desde todas partes, tanto unos como otros no atenderán, y pensarán que es el resto del mundo el que está equivocado, y sólo ellos y sus jefes poseen la verdad. Por eso, hay catalanes que se han entregado incondicionalmente al dogma del cisma y no quieren entender las palabras de quienes les llevan la contraria, ya sean amigos, hermanos, hijos, padres o expertos en la materia; al revés, se enfadarán con quienes traten de explicarles que están siendo manipulados, adoctrinados y utilizados por sus amados líderes, a los que se entregan en cuerpo y alma. Igualmente tampoco escuchan cuando se les muestran las pruebas de que esos cabecillas a los que adoran les están engañando. Y repetirán obsesivamente las consignas que los caudillos les han diseñado: “quieren destruirnos, nos roban y viven a costa nuestra, si nos separamos seremos más felices y más ricos y todo funcionará de maravilla, el mundo está pendiente de nosotros y nos acogerán con los brazos abiertos en todos los organismos internacionales aunque ahora digan lo contrario, las pruebas y evidencias que contradicen nuestra fe son falsas….”. Los adeptos a la secta separatista se lo creerán a pies juntillas y, como si estuvieran programados, como si les hubieran estado metiendo la idea desde primaria, usarán cualquier recurso (amenazas, acosos, violencias), cuando la legítima legalidad (valga la redundancia) trate de defenderse e imponer la ley.   

En tanto que yonquis del credo separatista, el primer pensamiento que tienen al levantarse es conseguir las dosis que aplaquen el ansia; así, una manifestación, un escrache, una pegada de carteles, una sentada…, son las tomas habituales, aunque de vez en cuando hay material de superior calidad, como puedan ser los enfrentamientos directos con los cuerpos uniformados o cualquier tipo de algarada callejera. De este modo, al igual que el drogadicto vive su día a día con una única idea en la cabeza y para complacer ese deseo está dispuesto a casi todo (a veces a todo), el separatista tiene el cerebro invadido casi exclusivamente por ese concepto, con lo que toda su actuación cotidiana estará supeditada a la causa. Y como el yonqui, lo pasará fatal y sentirá angustia si no puede dar salida a sus mortificantes deseos. Y también coinciden en que no son conscientes de su dependencia, aunque ésta sea un anhelo de independencia. En fin, dicen los expertos que un drogadicto estará en peligro de recaída durante muchos años, a veces toda su vida.

Por último, este significativo porcentaje de catalanes obcecados por avanzar hacia un muro de hormigón con el que inevitablemente chocarán, están tan convencidos de la verdad que les han fabricado que incluso se sienten superiores. Por eso se comportan como el chico creído que se siente irresistible, como ese altivo y fatuo galán que cree que no habrá mujer que no se entregue a sus incontables encantos; al contrario, piensa que es todo un honor que alguien tan estupendísimo como él se haya fijado en ella, que ella debería sentirse halagada y agradecida de que un tipo tan guapísimo con él la haya elegido. A causa de ese engreimiento y del convencimiento absoluto de que su fe es la única verdadera, hay muchos miles de catalanes que ni siquiera se imaginan que alguien pueda decirles no; por eso les da igual que desde todos los organismos internacionales (económicos, políticos, deportivos) les aseguren que hay que cumplir reglamentos, normas y exigencias, puesto que los que profesan el separatismo interpretan esas advertencias como el creído, el cual en su interior cavila: “¿dicen que no?, bah, eso es para hacerse las interesantes, pero yo sé que lo están deseando y a la hora de la verdad se rendirán”.

No todos los que quieren romper se tragan las bolas de los amados líderes, también hay quien desconfía de ellos y de la quimera, pero calla por miedo o interés. Sin embargo, la gran mayoría, los fieles de a pie, son dependientes de ese narcótico ideológico, jamás se plantearán posibilidades ajenas a la secta del separatismo, y seguirán convencidos de que todas las organizaciones a las que ellos cortejen romperán sus propias normativas y les abrirán sus puertas dándoles las gracias.   

CARLOS DEL RIEGO


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