OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 6 de abril de 2016

EL CURIOSO CASO DEL RETRATO DE STALIN QUE HIZO PICASSO Unos días después de la muerte de Josif Stalin (marzo, 1953), la revista de tendencia comunista Las Letras Francesas colocó en su portada un retrato del dictador soviético firmado por Picasso; lo que parecía un excelso homenaje se convirtió en un calvario…

Portada de la revista literaria francesa de tendencia comunista con la que se quiso homenajear a Stalin y en la que se publicó el polémico retrato.
En la Francia inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial el Partido Comunista tenía gran influencia tanto entre la población (con muchos afiliados y simpatizantes) como en los ámbitos políticos y, sobre todo, culturales; también es oportuno recordar que el PCF obedecía incondicionalmente las órdenes que dictaba Moscú. Igualmente, los dogmas soviéticos habían señalado como único arte admisible el neorrealismo socialista, de manera que lo contrario, lo abstracto, no era sino “imperialismo estadounidense, que todo lo corrompe”, “la bancarrota artística del capitalismo”. Entre los artistas que encarnaban ese “hedor viciado” estaba Pablo Picasso, quien para entonces ya se había afiliado al partido; desde éste se comunicó que ni Picasso ni Léger eran pintores comunistas, sino simples afiliados…

Cuando a principios de marzo de 1953 muere Stalin, los directores y editores de Les Lettres Françaises tuvieron la idea de hacer un monográfico que incluyera un buen número de firmas que, inevitablemente, loaran su figura. Y como guinda, para la portada encargaron un retrato del dictador a Picasso. Viendo el dibujo del malagueño resulta muy difícil entender todo el revuelo e indignación que se desató entre las filas del comunismo francés…

Apenas puestos los ejemplares en las calles llegó la airada respuesta de los más fanáticos, la cual se contagió como la peste entre toda la militancia, incluyendo a los que habían tenido la genial idea, entre los que estaba el escritor Louis Aragón, combativo y exaltado militante. Cuenta el gran investigador británico Antony Beevor en su muy recomendable obra ‘París después de la liberación’ que, ante la conmoción producida entre los comunistas, el editor Pierre Daix telefoneó a Louis Aragón, pero contestó la esposa de éste, Elsa Triolet, la cual, rabiosa, furiosa, le gritó que cómo se le había ocurrido encargar a Picasso un dibujo del gran Stalin; ante este ataque, Daix se defendió: “Stalin no es Dios Padre”; pero ella, enardecida, contestó “sí que lo es”, y añadió que aunque el retrato estaba hecho con respeto “Picasso ha osado tocar su cara, ¿no lo entiendes?, ha osado tocarla” (capítulo XXX, pág. 327).

El siempre desafiante Louis Aragón, quien tuvo la genial idea del retrato, reculó, se dio de golpes en el pecho y escribió compungidas disculpas en el siguiente número de la mencionada revista literaria, la cual también publicó numerosas críticas al retrato procedentes de diversos y significados nombres del comunismo francés; un texto preguntaba: “¿dónde se expresa en el retrato de Picasso la bondad y el amor por los hombres de Stalin?”; otro afirmaba: “dibujar al padre de los pueblos es, pura y simplemente, una herejía”; igualmente el Partido Comunista Francés emitió un comunicado desaprobando “categóricamente la publicación del retrato del gran Stalin”, calificado como “el más grande titán de todos los tiempos” y a quien se había representado “como una persona cruel y con rasgos asiáticos”. Además, la redacción de la revista recibió múltiples llamadas insultantes y amenazadoras. Es fácil suponer que, en caso de haberse producido el incidente más allá del telón de acero, algunos hubieran terminado en Siberia…, o de espaldas al paredón.    

Contemplando hoy la creación picassiana resulta difícil entender el por qué de tanto alboroto, ya que el artista trató el rostro del líder soviético de modo más bien realista, sin cubismos ni deformaciones. Por eso, se antoja incomprensible la auto-humillación, las disculpas infinitas de Aragón y los demás responsables de la publicación. Sea como sea, el caso es evidencia concluyente del grado de fanatismo que exigía la pertenencia al estalinismo francés, que vivía al dictado del Krmelin y aceptaba sin rechistar y con total sumisión las disposiciones, órdenes y opiniones del secretario general. En realidad, eran más papistas que el papa, puesto que cuando Nikita Kruchov en 1956 denunció los crímenes y atrocidades de Stalin (en el XX Congreso del Pcus), los comunistas galos miraron a otro lado, y sus publicaciones no dijeron nada, no trataron el tema en sus páginas a pesar de ser noticia de primera a escala internacional.            

CARLOS DEL RIEGO

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