Desgreñado y tonante, cálido y cercano en aquel legendario festival |
Algunos que han llevado mala vida, lo que se dice
mala vida, aguantan carros y carretas, achaques, libertinajes y excesos,
mientras otros con iguales o menores exageraciones y abusos llegan antes al
final. No será necesario recordar nombres. Sin embargo, Joe Cocker, el hombre
de la voz tonante y estruendosa, apenas alcanzó los setenta; claro que siempre
será recordado precisamente por eso, por su cualidad vocal, tan expresiva como
inconfundible (por cierto, ¿cómo se verá, cómo se entenderá a esos pioneros en
el futuro cuando todos hayan muerto?).
Sólo el físico había cambiado cuatro décadas después |
Caía bien a todo el mundo. Lo dijo uno de sus
allegados: “fue siempre el mismo hombre”, uno de los mejores elogios que se
puede hacer a una persona; es decir, nunca cambió, no era así ante las cámaras
y al contrario de puertas adentro, nada de eso, siempre sencillo y agradecido,
sin dobleces. Su calidad artística se demuestra al comprobar que era admirado
por todos, de modo que desde el momento en que hizo su emblemática aparición en
Woodstock, se convirtió en punto de encuentro de la parroquia de iniciados en
aquellos años: ya fueran seguidores de los Beatles o de los Rolling Stones, ya
fueran heavys o prefirieran cantautores a lo Leonard Cohen, todos los
seguidores del rock coincidían en Joe Cocker.
Joe no componía, lo suyo era interpretar,
proporcionar nuevos y excitantes matices a grandes melodías; tanto que, en no
pocos casos, la visión que él ofreció de este o aquel tema ha adquirido tal
personalidad que llega a dar sensación de haberse convertido en otra canción,
de haber cobrado nueva identidad. Es más, no son pocos los títulos que se
hubieran quedado en segunda división si él, el hombre pequeño de colosal voz, no
se hubiera fijado en ellos. Y, más difícil, grandes éxitos pasados volvieron a
serlo años después cuando, tras haberlos asimilado, se los regaló a la
audiencia habiendo modificado, a su modo, tanto la estructura como el remate.
Dentro del cajón de sastre que es el rock, Cocker
siempre tuvo querencia hacia lugares más negros, de modo que bien puede decirse
que con él, el soul se volvió más macizo y el rock consiguió una nueva
flexibilidad. Sus rugidos desesperados,
curiosamente, acariciaban enérgicamente los oídos a pesar de tener textura de
lija del siete. Hay quien sostiene que esos excesos vocales solamente son
tolerables cuando proceden de Cocker o Joplin… Además, fue el primero (que se
sepa) que tocó el ‘air guitar’ o incluso ‘el air piano’ (obsérvense sus dedos
durante su actuación en Woodstock).
El sonido de su voz es, evidentemente, su seña de
identidad: inolvidable, inmediatamente reconocible incluso por quienes no
tienen el menor interés por esto del rock; es una voz rota, discontinua
(emparentada con la de otro monstruo como Louis Armstrong y tal vez imitada por
Tom Waits), opaca y a la vez romántica, vidriosa, quebradiza y con un pulso sonoro
singular. Las notas salen de su boca en su tono óptimo, perfectamente colocadas
en el pentagrama, pero a la vez restallan como los eslabones de la cadena del
ancla. De ese modo, las emociones se encienden, ahora rabiosas, ahora
suplicantes, dulces o duras; todo se vuelve más y más expresivo, con una
irresistible carga de pasión.., a veces hasta duele su voz. Un volcán. Y una
seda. Lejos del escenario, sin embargo, era pura discreción.
Pero el volcán se ha extinguido. Afortunadamente
dejó marca profunda de su paso por el universo de la música. Y cuando resuene
su inconfundible modulación, no habrá quien se resista a evocar su figura.
Eso sí, Joe Cocker siempre contó con un poco de ayuda
de sus amigos.
CARLOS DEL RIEGO