OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 10 de diciembre de 2014

RATO Y EL NIGERIANO QUE DEVOLVIÓ MILES DE EUROS Es una de las noticias del momento: un nigeriano que vende pañuelos encuentra una cartera con dinero y la entrega a la policía. ¡Qué contraste con Rato, que gana miles y miles de euros pero quiere más, aunque sea por medios inmorales!

Este es el hombre que no quiso quedarse con lo que no era suyo
El ex ministro y ex pez gordo del Fondo Monetario Internacional Rodrigo Rato gana un pastón al mes y, sin embargo, no le parecía suficiente, así que un día sí y otro no trincaba quinientos de una cuenta sin dar cuentas, una noche no y otra sí exhumaba del cajero otros trescientos sin que su saldo particular mermase (y eso sin entrar en otros jardines donde el privilegiado anda metido). Por el contrario, un nigeriano que vende pañuelos en el semáforo cogió del suelo una cartera con efectivo y cheques que había caído del techo de un coche, corrió y gritó, pero el conductor no se enteró, así que el hombre la entregó a la policía.

Uno lo tiene todo pero necesita más, incluso podría decirse que necesita sisar y llevárselo de mala manera para sentirse satisfecho. El otro no posee casas, cochazos ni gruesas cuentas bancarias, pero su conciencia no le permitió quedarse con algo que no era suyo. El blanco goza de posición, posee formación universitaria, seguro que es educado e incluso finolis y su vida habrá sido fácil; el negro estudió Medicina en Lagos y estudia aquí para convalidar su licenciatura pagándose como puede la carrera, y para ello se echa todos los días a la calle a buscarse la vida sin meterse con nadie: no disfruta de una vida regalada. Con tales precedentes, ¿cuál de los dos inspira más confianza?, ¿a quién confiaría el ciudadano sus ahorros?

¿Cómo es posible que un hombre con abundante patrimonio, con sueldazos por aquí, acá y acullá se pringue por unos cuantos cientos? ¿Cómo se puede ser titular de cuentas y valores con cifras de ocho o diez dígitos e ir a sacar calderilla al cajero que no hace preguntas? Puede calificarse de cicatero y agarrado, de roñica mezquino a quien teniéndolo todo se aprovecha de privilegios inmorales para que su saldo particular no baje unos céntimos (pues eso es lo que unos cientos deben significar para quien se embolsa, seguro, más de diez mil al mes). Se confirma eso de que cuanto más se tiene más se quiere tener.

Al nigeriano le llaman Pedro, vive en Sevilla desde hace años y busca trabajo; a veces encuentra algo y deja los pañuelos, pero cuando el curro se acaba vuelve al semáforo; es decir, no se pone a trapichear droga ni a meter la mano en el bolso ajeno, si no a tratar de ganarse la vida sin perjudicar al prójimo. Por cierto, ¿habría devuelto Rato la cartera?, y el africano ¿habría sacado pasta de una cuenta que no fuera suya?

Habría que darle a este hombre la nacionalidad española (si él la quisiera), más que nada para que aumentara el número y proporción de buenas personas en España. De todos modos, con absoluta seguridad, muchos españolitos de a pie habrían obrado como él, puesto que, en contra de lo que algunos creen, aquí también hay gente honesta y decente, pues actos como el del nigeriano han sido protagonizados por nativos del país en infinidad de ocasiones.

En definitiva, el individuo es íntegro o dudoso por sí mismo, sin que en su proceder y su moralidad tengan que ser decisivas cuestiones como su origen, su situación social o sus propiedades. Por cierto, ¿cuántos de los presentes serían capaces de encontrar una cartera repleta en plena calle y entregarla de inmediato?

Seguro que algunos conductores se acordarán del nigeriano íntegro cuando un vendedor de pañuelos (negro o blanco) se les acerque en el semáforo.


CARLOS DEL RIEGO

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