Eufemiano Fuentes sale del trance sin un rasguño, como era de esperar.
Varias causas judiciales de gran alcance mediático arrojan
sus primeros desenlaces, dejando bien claro que la justicia no es igual para
todos, ya que, apoyados en poderosos, agresivos y caros equipos de abogados, y
gracias a la predisposición de los jueces a quitar pena al acusado de renombre por
muy claras que sean las pruebas y por muy graves que hayan sido sus delitos,
los presuntos serán castigados con poco más que un par de semanas sin postre.
Claro que los mismos delitos perpetrados por ciudadanos de a pie tendrían
diferente consideración por parte de esos personajes que, en realidad, tienen
tal poder que pueden sentenciar lo que les venga en gana (por no hablar de la
presunción, engreimiento y afectación en que permanentemente viven sus
señorías).
Su señoría no quiso saber quiénes más estaban implicados y se negó a que se pusiera nombre a cada bolsa de sangre
El caso Ortega Cano es evidencia de injusticia. Condujo,
según testigos y pruebas (desechadas) en estado de embriaguez, provocó un
accidente y causó una muerte. Sin embargo, el magistrado no admite las
evidencias de la presunta cogorza que el torero llevaba: ni las pruebas médicas
(el picapleitos consiguió que el que falla dudara sobre la cadena de custodia),
ni las declaraciones de los testigos (todos coincidentes), ni las de los
policías que acudieron al lugar del siniestro; es curioso, cuando el acusado es
Juan Nadie la declaración de la policía es dogma de fe para el juez, pero si éste
está ante una cara famosa las cosas cambian. El caso es que el juez opina,
busca recoveco para dar una explicación a su veredicto y ya está; si luego
viene otro colega que desmonta tal interpretación, puede cambiar el sentido de
la sentencia, pero nadie reprochará al primero su mala praxis, imprecisión, equivocación
o metedura de pata. Lógico sería que si un segundo togado resuelve que lo que
resolvió el primero fue un yerro, debería acusársele de haber dictado sentencia
errónea, y por tanto castigársele igual que (por ejemplo) al médico que se deja
confundir por los síntomas y emite un diagnóstico incorrecto.
De gran repercusión internacional es el caso de la Operación
Puerto. El médico Eufemiano Fuentes está acusado de diseñar planes de dopaje para
deportistas y de suministrarles las sustancias dopantes. El togado que ha
instruido la causa ha sido tan benévolo en su decisión que sólo le ha faltado
dar una palmadita en la espalda al doctor Fuentes y demás acusados. Pero lo
peor es que se ha negado a facilitar las bolsas de sangre con las que se podría
identificar a docenas y docenas de tramposos, ha impedido que se clarifique la
cosa, que la justicia llegara hasta el final…, al actuar así alguien podría llegar
a la conclusión de que el hombre de la toga negra está siendo un obstáculo para
desenmascarar delincuentes…, talmente como si se detiene a un gran
narcotraficante pero el tribunal no permite que se investiguen sus archivos,
que llevarían a la identificación de muchos de los distribuidores de la droga.
Y la cantaora Isabel Pantoja no ingresa en prisión por un
delito que hubiera dado con cualquier prójimo en la trena. Y el homicida Oscar
Pistorius (que dio plomo a su novia) ya puede abandonar el país y, seguro, no
pasará una sola noche entre rejas; lo cual demuestra que la casta judicial es
idéntica aquí y en Ciudad del Cabo.
Y todavía se recuerda al señor juez que rebajó pena al
violador porque al terminar su crimen le dio un vaso de agua a la víctima…, o
aquel otro que casi exime al agresor sexual porque la mujer llevaba pantalones
ajustados. ¡Y nadie elevó la voz contra estos arbitruchos miopes!
Y a todo esto los asesinos de Marta del Castillo siguen
riéndose gracias a políticos y jueces. ¡Qué horror!
Lo realmente difícil y meritorio de una canción es
precisamente crearla, componer la música y escribir la letra; interpretarla
está al alcance de casi todos..., más o menos, ya que desafinando como un perro
o entonando como un tenor todo el mundo puede cantar. Sin embargo, raro es el
grupo o solista que no incluye alguna que otra adaptacioncilla en su
repertorio. Desde que todo comenzó alrededor del reloj los que han tenido
talento han ideado melodías y versos para que todo el mundo las cantara bajo la
ducha o en el coche; pero también ha habido artistas que vieron otras
posibilidades en las creaciones de aquellos, modificando aquí, arreglando allá,
cambiando este ritmo o introduciendo nuevos instrumentos, convirtiendo aquella
pieza en algo casi nuevo. La mayor parte de las veces el original supera toda
reinterpretación, pero hay algunas (escasas) ocasiones en que la nueva visión
adquiere personalidad propia y se sitúa casi (casi) a la misma altura que el
modelo; y también se produce el caso raro en que un tema pasa desapercibido en
la voz de su creador hasta que otro le da un vuelco y la convierte en éxito;
entonces es el que ‘vampiriza’ el que se lleva los honores, e incluso el gran
público le llega a atribuir hasta los méritos de la composición.
La lista de grandes versiones es verdaderamente extensa, y
todo buen aficionado tiene un rinconcito en su ventrículo musical donde guarda
sus preferidas. Aquí van algunas.
Uno de los grandes éxitos de la historia del rock es el tema
‘Jet airlainer’, todo un emblema con el que Steve Miller Band vendió millones
de discos y que se sigue escuchando actualmente por todas partes. Sin embargo
pocos de los que la disfrutan a diario saben que la canción la escribió un
olvidado pero genial músico llamado Paul Pena. La trayectoria vital de este
hombre haría una excelente película con el binomio talento-mala suerte como
hilo conductor. Con orígenes en Cabo Verde, Pena nació (en Boston en 1950) con
glaucoma congénito, lo que le fue dejando progresivamente ciego hasta perder
totalmente la vista a los 20 años. Antes su padre y su abuelo lo habían llevado
a Cabo Verde, donde rápidamente asimiló los ritmos tradicionales, y luego
estuvieron una temporada en Portugal y en España, donde el joven Paul descubrió
y estudió el flamenco hasta convertirse en un virtuoso guitarrista. De nuevo en
USA compartió escenario con algunos de los grandes nombres del rock americano
de los sesenta y primeros setenta. Grabó un par de discos (más otro en 2000) y
dejó, sobre todo, una de las piezas imperecederas en la historia del rock, ‘Jet
airliner’, que apareció en su extraordinario segundo disco, ‘New train’,
grabado en 1973 pero editado en 2000.
La canción la tomó Steve Miller para su
grupo y, en 1977, la hizo un éxito imperecedero; Miller demostró una gran
integridad al no dejar de pagar los correspondientes derechos de autor a Pena,
que así vivió desahogadamente hasta su muerte. Ésta se produjo en 2005, pero lo
cierto es que pudo llegar mucho antes, pues la lista de sus desgracias y
enfermedades parece no tener fin: además de ciego era diabético y padecía
cáncer de páncreas que, a pesar de los tratamientos, derivó en pancreatitis
(inflamación del páncreas, algo gravísimo)…, y por si fuera poco, en 1997 se
incendió la habitación donde dormía, inhalando tal cantidad de gases tóxicos
que estuvo cuatro días en coma. Paul Pena, en fin, tenía una sensibilidad
asombrosa, era creativo, lúcido, inspirado y tenía un oído musical (afirman
quienes lo conocieron) que dejaba pasmado. La canción habla de aviones (claro),
pero también de los ojos y las lágrimas, y de que antes de llegar al cielo hay
que pasar por el infierno…
Otro caso en el que el talento viene asociado a la mala
fortuna es el del genial Hank Williams. Considerado como uno de los mejores
autores de country, Williams influyó a pesar de su corta carrera en cantantes y
compositores de múltiples géneros, incluyendo el rock & roll. Desde niño
quiso ser músico, y siendo chaval se plantaba ante las puertas de una emisora
de radio cantando y tocando la guitarra, hasta que los dueños de la emisora le
invitaron a entrar y actuar; su talento hizo el resto. Grabó casi 500 canciones
y utilizó varios seudónimos (por ejemplo Ramblin´ Man, como la canción de los
Allman Brothers). Nació con espina bífida oculta, lo que le causo dolores toda
su vida; además, en 1951 sufrió una caída que le incrementó el dolor hasta un
punto que, desgraciadamente, lo convirtió en morfinómano. Los excesos le
provocaron problemas cardiacos que le llevaron a la muerte con sólo 29 años; al
parecer, Williams (muy enfermo, drogado y, seguro, muy bebido) viajaba en el
asiento de atrás de su Cadillac en la noche del 1 de enero del 53, el conductor
le dijo que iba a parar a cenar algo, pero Hank dijo que él no bajaría del
coche…, y esas fueron sus últimas palabras, pues cuando el chófer volvió siguió
conduciendo creyendo que el músico dormía, hasta que paró a echar gasolina y se
dio cuenta de que el autor de ‘Jambalaya’ estaba muerto; afirman los testigos
que cuando la policía revisó el coche encontró muchas latas de cerveza e
infinidad de papeles con letras de canciones. Entre las innumerables piezas de
mérito que concibió está la mencionada ‘Jambalaya’, todo un canto a la
diversión en los pantanos de Louisiana (incluyendo el pastel de cangrejo). Es
un tema dinámico, pegadizo, originalísimo, inconfundible a pesar de las casi
infinitas versiones que ha conocido, entras las que hay que señalar la de
Carpenters, cristalina, delicada, ligera, deliciosa, o la de John (Creedence)
Fogerty, mucho más enérgica y rasposa, más sucia y pantanosa pero tan
irresistible como la original o la que cantó la malograda Karen Carpenter.
Otro caso curioso es el del gran éxito de los españoles Los
Diablos, que en 1970 sacaron ‘Un rayo de sol’, tema que es reconocido por todo
el que tenga cierta edad y por muchísimos nacidos después. Sin embargo muy
pocos saben que no se trata de una pieza original, sino que es una adaptación
de un tema titulado ‘Fernando’, cuyos autores eran dos hermanos portugueses que
vivían en Bélgica y que lideraban el desconocidísimo grupo de northern soul y
blues Jess & James. Éstos, a pesar de haber firmado piezas de auténtico
mérito, nunca gozaron de éxito, mientras que el rayo en cuestión fue el
trampolín de Los Diablos.
Las canciones que perduran, las que traspasan las fronteras
de su época tienen un algo especial, y sus autores, sean o no reconocidos y
apreciados, siempre tendrán su sitio; y volverán a la vida cada vez que
alguien, en algún lugar, entone, tararee, cante, silbe o toque aquello que un
día crearon.
Este sonriente personaje, que jamás ha trabajado pie a tierra y siempre ha vivido rodeado de privilegios, muestra una increíble ignorancia e hipocresía.
No deja de llamar la atención que este señor realice
proclamas ecologistas cuando gasta, consume y mancha como todo gran personaje
de la política internacional: calcúlese cuánto ensucia cada vez que, junto a su
séquito, toma un avión (coche, tren, barco), cosa que hace casi a diario, y
piénsese que seguro que conecta calefacción y aire acondicionado cuando tiene
frío o calor…
Pero lo peor son los disparates que Ban Ki Moon ha tenido a
bien divulgar a los cuatro vientos. El primero es afirmar que “la Tierra está
en peligro”, una falsedad en toda regla, pues quien está en peligro sería el
modo de vida del ser humano y, en último caso, el propio ser humano, pero no el
planeta. Parece increíble que quien ocupa cargo tan importante no sepa que la
Tierra ha pasado por episodios infinitamente más catastróficos que el actual, y
que ha sufrido agresiones internas y externas infinitamente más perjudiciales
que todos los que le pueda ocasionar el hombre.
Todo el que tenga un mínimo interés por el tema habrá oído
hablar de las grandes extinciones provocadas por monstruosos meteoritos que impactaron
contra la tierra causando drásticos cambios climáticos, por pavorosas
glaciaciones que bajaron metros y metros el nivel del mar, por colosales
erupciones volcánicas en diversos lugares del planeta que afectaron al clima
general…; quien tenga inquietud por estos asuntos sabrá de la gran extinción
del Pérmico (hace 250 millones de años) que acabó con el 95% de las especies
marinas y el 75% de las terrestres (vertebrados, insectos, plantas), de la del
Devónico (360 millones de años) que borró al 70% de lo que vivía y que, afirman
los expertos, duró unos seis millones de años, de la del Cretácico (hace 65
millones de años), en la que desaparecieron las tres cuartas partes de las
especies, dinosaurios incluidos… Es decir, salvo que se empiecen a fabricar y
detonar miles y miles de bombas atómicas, salvo que se desvíe un meteorito de 500 kilómetros para
que impacte contra la tierra o salvo que se provoquen mil o diez mil erupciones
volcánicas a la vez (¡cómo se harán estas cosas!), el hombre es actualmente incapaz
de causar cataclismo medioambiental que pueda compararse a alguno de los que ya
han sucedido; pero a pesar de todo lo sufrido, la Tierra siempre se ha
recuperado, es más, decir como ha dicho Ban Ki Moon que “estamos poniendo en
peligro la Tierra” es una muestra de soberbia, de egolatría, de altivez y
vanidad humana, pues la fuerza del hombre jamás podrá compararse a la del
planeta. En fin, que por mucha contaminación que esté vertiendo el hombre, por
mucha destrucción de hábitats, gases nocivos, deforestación, desertización,
basuras…, la Tierra terminará por imponerse, pues el tiempo está de su lado,
mientras que el hombre (pretencioso y engreído como siempre) apenas supondrá un
par de líneas en la historia geológica del planeta.
Lo que sí se está poniendo en peligro es la supervivencia y salud
de muchos seres vivos (humanos incluidos) y, en todo caso, el actual modo de
vida de la especie dominante, pero en ningún caso la vida ni, por supuesto, la
propia Tierra.
También resulta hilarante la propuesta de este señor de
proclamar los derechos de la naturaleza…;
en pocas palabras, Moon pretende otorgar derechos a las piedras y las montañas,
a los ríos, a los vegetales y animales (¿incluyendo insectos, amebas o ratas?),
a los volcanes, maremotos y corrientes marinas…, que todo es naturaleza. Parece
difícil entender que alguien como el Secretario de la ONU no comprenda que sólo
pueden tener derechos las personas, únicos seres capaces de comprender qué son
los derechos y los deberes que éstos conllevan. Lo que sí es evidente es la
responsabilidad y obligación que el ser humano tiene para con animales y
plantas y, en fin, para con el medio ambiente en general, al que debe cuidar,
proteger y mantener en buenas condiciones para transmitirlo en el mejor estado
posible a las siguientes generaciones. Por cierto, uno de los grandes causantes
del evidente deterioro medioambiental es la obsesiva incitación al consumo que
llevan a cabo las empresas de publicidad y propaganda que, estimuladas por la
industria y el comercio, machaconamente inducen (casi obligan) a comprar, a
gastar, a tirar, a volver a comprar…, a manchar, a contaminar, a infectar.
Por otro lado, este buen hombre es de los que ha visto
siempre todos los problemas desde una posición de privilegio y seguridad, ya
que dice su biografía que apenas terminados sus estudios recibió su primer
cargo, y desde entonces ha ido empalmando uno con otro hasta llegar a Secretario
de la ONU; o sea, Moon (al igual que su predecesor, el caradura Kofi Annan, que
jamás consiguió solucionar nada) no ha trabajado jamás pie a tierra, nunca ha
tenido que enfrentarse a los problemas cotidianos a los que se enfrenta a
diario el ciudadano de a pie, y por esta razón jamás ha alcanzado el más mínimo
resultado, de hecho sólo logró que se permitiera la entrada de la ONU en
Darfur…, escaso beneficio a cambio de todo lo que este hombre cobra, gasta,
consume y mancha. Eso sí, tiene muchos premios y doctorados por varias
universidades, todos ellos “por su intento de pacificación…”, por sus reuniones
con…”, “por sus esfuerzos en pro de…”, pero nunca por haber solucionado; y es
que sólo en esos ámbitos se recompensan los intentos, cosa que está al alcance
de cualquiera (todo hijo de vecino puede intentar) y, por tanto, tiene escaso
mérito.
Será por eso que no se ruboriza al soltar absurdos como los
que manifestó el Día de la Tierra.
Más de una vez se ha dicho o escrito que la envidia es uno
de los deportes nacionales, pero realmente se puede asegurar sin temor a error
que esta especie es común en todas las sociedades y en todas las latitudes, o
sea, no es exclusiva de aquí o de allí. Las respuestas del envidioso suelen ser
muy parecidas en todas partes, pues esa forma retorcida de digerir el bien del
otro es internacional. Así, cuando alguien lleva a cabo un trabajo meritorio
que finalmente resulta distinguido con un premio, los mediocres y mezquinos que
están a su alrededor (casi siempre poniendo una hipócrita buena cara) no sólo
no se alegran, sino que lo sienten como el que recibe una ofensa; y para ello
no es necesario que existan rencillas personales previas. Generalmente esa
pelusa verdosa nace y crece cuando el mediocre comprueba día a día cómo el de
al lado va progresando en su obra, pues él se siente incapaz de poner en marcha
cualquier proyecto, sabe de su propia mediocridad y escasez de espíritu, sabe
que su pereza se impondrá a cualquier iniciativa y, por tanto, no soporta que
otro sí sea capaz, no acepta que quien está a su lado tenga decisión,
preparación, ganas, ilusión; y si al final llegan el aplauso y la victoria, la
inquina se agiganta y se asienta definitiva e incondicionalmente en el fondo
del alma del rastrero, que tratará de menospreciar siempre que pueda el
esfuerzo y los frutos que éste proporciona. Pero asombrosamente, el que alcanza
sus objetivos aun puede despertar más envidia si luego comparte su suerte con
los compañeros, pues el celoso del éxito ajeno entiende la generosidad del
triunfador como una burla, como un gesto de altanería y menosprecio: “míralo,
viene aquí a restregarnos el premio, a hacerse el chulo y a mirarnos por encima
del hombro”, suele maldecir entre dientes el que se alimenta de rencor.
Envidiosos que tuercen el gesto cuando escuchan elogios para
el que ha demostrado mérito hay en todos los ámbitos, y para reconocerlos no
hay más que escuchar cómo restan valor a lo que hacen los demás a pesar de que
ellos jamás emprenden nada, o cómo se alegran cuando le vienen mal dadas al
objeto de sus rencores. “Bah, eso lo hace cualquiera, seguro que ha plagiado
casi todo, ¡cómo serían los otros participantes!…” son algunas de las
ocurrencias del innoble cuando un compañero logra recompensa tras haberse
esforzado para hacer algo más que su estricta obligación; igual que “ya se lo
dije, eso que estás haciendo no vale nada, no sé para qué te esfuerzas” y “me
alegro que no saliera ganador porque lo que quiere es sobresalir, destacar y
hacernos de menos a los demás” en caso de que no haya conseguido su objetivo.
Asimismo también se da ese sucio sentimiento hacia el
triunfador incluso cuando no se le conoce ni de lejos, es decir, se produce animadversión
y ojeriza a pesar de no tener relación con el envidiado y, por tanto, no existe
la menor posibilidad de ofensa personal. Militan en ese ejército verde quienes
insultan, desprecian, subestiman a personajes célebres que jamás han levantado
la voz contra nadie. En este capítulo entran las fobias irracionales hacia aquellos
a quienes la vida sonríe, haciéndose muy patente en deportistas, sobre todo en
el fútbol (donde abunda el fanatismo más absurdo) pero no sólo; por ejemplo, en
muchos foros de la red se vierte bilis contra los que alzan trofeos, como
Nadal, Fernando Alonso, Gasol, Casillas, del Bosque…, haciendo de menos sus
victorias, proclamando que son inmerecidas, defendiendo que otros (los
perdedores) lo han hecho mejor y, por tanto, si aquellos han vencido se debe a
los jueces, a las trampas…, y son capaces de mantener esta postura ante todos
los triunfos por muchos que sean y por mucho que se extiendan en el
tiempo.
La tirria hacia el que sobresale gracias a su esfuerzo y
capacidad (o sea, a sus méritos) surge porque el sujeto es así, de modo que
puede enfocar sus deseos perversos hacia quien está más cerca o hacia el
inalcanzable. ¡Qué razón tiene el refrán que asegura que si los envidiosos
volaran muchos no tocarían tierra!, igual que ese pensamiento de Napoleón que
dice que “la envidia es una declaración de inferioridad”.
La atmósfera que se crea en un concierto heavy es..., es para vivirla.
El heavy metal es, por así decirlo, el padre, el origen de
todos los subgéneros que pueden colocarse dentro del gran cajón que es el rock
duro, ya sea death metal, hard, metal core, cross over, high energy rock… Da
sus primeros pasos en los años sesenta, alcanza su madurez en los setenta y
comienza su expansión por diversos caminos en los ochenta; desde entonces ha
permitido infinitas variantes partiendo de una base común: poderosa, sólida,
maciza sección de ritmo; guitarras en primer plano y casi siempre virtuosas,
cargadas de rabia o dulzura, con distorsiones endemoniadas o ligeras como
bailarina, y la mayor parte de las veces enardecidas, enloquecidas, trepidantes
y atiborradas de adrenalina; un órgano o cualquier otro instrumento se encarga
de completar los mínimos espacios que puedan quedar; finalmente, una voz
potente, más o menos aguda y a menudo exagerada, épica, incluso trágica, pone
el broche final. ¿El resultado?, algo así como una locomotora de sonido, algo
que penetra, arrolla, contagia, transporta, eleva, excita, apasiona, provoca…
Algo así es el heavy.
Todos los adeptos (con larga melena, cuero y botas o con
pelo corto y gafas) tienen sus preferencias y favoritos, sus épocas doradas y
sus mitos, sus solos y sus riffs, pero raro sería que hicieran ascos a
cualquier pieza que pudiera definirse como ‘heavy brutal’. Y eso que el sonido
grueso y pesado es asimilado de modo diferente por cada uno, igualmente que
cada época, cada momento admite el cambio hasta cierto punto, es decir, en los
años sesenta el rock más duro tal vez fuera el de MC 5, en los setenta los hoy
edulcorados Aerosmith manufacturaban sonido burro, violento, y en los ochenta
tal vez fueran The Cult quienes dieron el siguiente paso en ese camino salvaje.
MC 5 fue un grupo de trayectoria rápida; formado a mediados
de los sesenta y disuelto a principios de los setenta, lanzaron tres álbumes y
dejaron para la posteridad un sonido tan cafre que bien puede decirse que
abrieron dos puertas, la del heavy y derivados y la del punk. Su apabullante
disco de debut, ‘Kick out the jams’, es una auténtica bandera para adeptos e
iniciados, sobre todo ‘Ramblin´ Rose’ y la homónima del LP. Ésta es algo así
como un compendio de los recursos, tics, maneras y manías que han sido
ejecutadas miles de veces en otros tantos escenarios. En el vídeo aparecen
patadas al aire, guitarrazos exagerados, desplantes, alaridos y palabrotas,
sonido cafre, alardes guitarreros por los suelos…, todo ello era una novedad en
su momento, como demuestran la enorme sorpresa (y rechazo) que causaron. La
pieza arrolla desde el primer momento, engancha, subyuga, pincha…, piénsese que
está grabada en 1968, pero si se dice que es del año pasado nadie se sorprendería,
pues aparece (excepto en el capítulo del sonido) con todo lo que hay que
exigirle a un grupo heavy. Tres de sus (legendarios) integrantes no volverán a
subirse a un escenario, pero dejaron auténtico heavy brutal.
Aerosmith es tenido actualmente por un grupo más bien
‘light’ y con demasiada atención a la baladita melosa, sin embargo en aquellos
emocionantes años setenta del siglo pasado Aerosmith regalaba energía heavy en
estado puro. En escena desde hace más de cuatro décadas, el inagotable grupo de
Boston se ha mantenido en primer plano casi desde sus inicios, lanzando discos
con bastante regularidad (en total 15), han girado innumerables veces por todo
el mundo y en todo este tiempo se han erigido en auténticos guardianes de las esencias
del estilo. En su segundo álbum (‘Get your wings’, 1974) incluyeron una
particular, hiperenergética, granítica versión del tema ‘Train kept a-rollin’;
ésta había sido escrita ¡en 1951! por tres músicos de jazz y convertida al rock
& roll por el entrañable y malogrado Johnny Burnette cinco años más tarde
para su (claro) Rock & Roll Trío. Desde entonces se han hecho innumerables
adaptaciones (de Led Zeppelin a Metallica), pero ninguna como la de Aerosmith.
Comienza con un solo de guitarra que da paso a una cadencia pesada, compacta,
sobre la que se sube la voz del bocazas de Tyler que, al poco, vuelve a dejar
el protagonismo a la guitarra para, al minuto y medio, producirse un cambio
escalofriante, emocionante, casi estremecedor, uno de los momentos más heavy de
toda la historia del heavy, algo que hay que experimentar (sobre todo en la
versión de estudio). El tema evoluciona siempre por los cánones del género y
con continuos primeros planos sonoros para la Fender. El final creó escuela.
Por cierto es evidente que son los años del Glam. Gran ejemplo de heavy brutal.
The Cult surgió de las cenizas del punk y el rock gótico, y
durante los años ochenta del siglo XX permanecieron fieles al rock duro (estilo
clásico) a pesar de que el viento soplaba de otro lado; de hecho, en esos
momentos de teclados chillones, hombreras y posturitas eran considerados como
unos ‘brutos sin nada de clase’ (en USA fueron mejor entendidos). Separado y
reunido varias veces, The Cult siempre se ha basado en una guitarra capaz de
poner patas arriba al más frío; han publicado muchísimos álbumes (de estudio,
en vivo, recopilaciones mil…) y singles, siendo en este formato cuando
publicaron su inmortal ‘She sells sanctuary’ en 1984. Como no podía ser de otro
modo, la cosa se inicia con una guitarra tranquila pero amenazadora, y de
repente, la locomotora sónica, las guitarras permanentemente rabiosas,
enloquecidas, obsesivas, con una base tipo estampida de búfalos y una voz
desafiante, agresiva, aguda. El tema mantiene una tensión casi insoportable de
principio a fin, impidiendo el relax o el descanso. Absolutamente brutal.
Pasan los años, las décadas, las modas y tecnologías, los
gustos y los usos, pero el heavy metal siempre ha tenido, tiene y tendrá legión
de incondicionales que responden inevitablemente a la vibración de las seis
cuerdas de acero. Algo tendrá cuando, sea el que sea el estilo que domina las
listas, el rock duro y pesado mantiene ese poder de seducción sobre los que
entienden esta música como algo más que música.
Aunque parezca increíble, hay quien está convencido de que el atentado de Boston ha sido obra del gobierno de USA. Grotesco.
Un par de días después del atentado terrorista perpetrado
durante el Maratón de Boston no se ha producido reivindicación del mismo, por
lo que aun no se tiene idea de quiénes han sido sus autores. Lógicamente las
especulaciones recorren los foros a toda velocidad, de forma que se suceden las
conjeturas, hipótesis, sospechas y, por supuesto, las fabulaciones más
disparatadas.
La mayor parte de quienes aventuran posibles culpables del
brutal ataque piensan que han sido terroristas islamistas o fanáticos ultras
del país; sin embargo también abunda la especie de que ha sido un
‘autoatentado’, es decir, hay quien está convencido de que las bombas se colocaron
por orden de las más altas esferas de Estados Unidos (la Cia, el Fbi, el
Pentágono) con el fin de desatar el miedo de la población, aumentar las ventas
de armas, impulsar mayores presupuestos para el ejército o preparar el terreno
para nuevas intervenciones armadas. Este modo de pensar no es nuevo. Cuando se
produjo el atentado contra el expresidente Aznar (abril de 1995) hubo muchos
que afirmaron que, dado que Eta tiene gran experiencia en este tipo de actos,
el hecho de que el entonces presidente saliera casi ileso es evidencia
suficiente para concluir que aquello fue un montaje urdido por el propio Aznar
para hacerse pasar por víctima y justificar medidas policiales y represoras.
Pero lo mejor del disparate es que aun hoy hay quien sigue manteniendo esta
absurda teoría y la pone como ejemplo de que lo del Maratón de Boston ha sido
un ‘autoatentado’; de nada sirve que se haya identificado el grupúsculo que
ejecutó el plan (el comando Madrid) y que se haya reconstruido todo, desde el
cómo se hizo hasta el plan de huida, en base a pruebas irrefutables, pero da
igual, los defensores de la teoría autoconspiratoria no quieren ver la
realidad. Incluso a pesar de que hoy se conoce a los autores materiales,
espirituales y financieros del ataque a las Torres Gemelas, no son pocos los
que continúan ‘autoencerrados’ en la cárcel del autoengaño.
Y así, este grotesco modo de pensar recorre los foros
internacionales provocando airadas respuestas y encendidas muestras de
indignación (tal vez sea eso, exclusivamente eso lo que deseen: que alguien les
haga algún caso). Sin embargo este método tan desconcertante se ha utilizado en
algunas ocasiones por líderes políticos manipuladores e indignos. Durante
algunos momentos de la Revolución Francesa los políticos del partido moderado
(los mal llamados girondinos) fueron perseguidos, acosados e incluso agredidos
por masas enloquecidas, y cuando denunciaron tales hechos en aquel parlamento,
uno de los líderes del partido jacobino, Jean Paul Marat, afirmó que ellos
mismos, los moderados, habían pagado a las turbas para que los agredieran y
poder así presentarse como víctimas ante la opinión pública… ¡y hubo quien se
creyó a pies juntillas tan disparatada patraña! De igual modo, durante los años
en que más asesinatos cometía la banda mafiosa Eta, un infausto político
nacionalista llegó a declarar algo así como “¡qué bien le vienen los atentados
al partido X, cuánto beneficio sacan a las bombas que les ponen!” Lo dicho,
sencillamente grotesco.
Lo malo es que siempre habrá quien
se trague los disparates más estrambóticos por muchos pinchos y verrugas que
tengan.
Los dibujantes de la época explicaron con exactitud cómo funcionaba la Primera República.
Todos los 14 de abril se producen múltiples manifestaciones
que piden la instauración de la república en España, aunque en realidad se ven
tricolores y proclamas a favor de la tercera a lo largo del todo el año. Lo
curioso del caso es que la mayoría de los que se dicen republicanos lanzando
vivas a la ‘res publica’ y mueras a la monarquía están convencidos de que el
advenimiento de ese sistema equivaldría al fin de todos los problemas, creen a
pies juntillas que todo cambiaría (para bien) cuando el jefe del estado sea
elegido y no designado; sin embargo, lo cierto es que todo seguiría igual: los
mismos partidos seguirían disputándose los mismos votos, el mismo poder y los
mismos escaños, los ministros y los parlamentos no se moverían un milímetro de
su estado actual y los políticos seguirían haciendo como hasta la fecha,
mientras el ciudadano continuaría con sus rutinas sin que en su vida cotidiana
influyera el nuevo sistema. La única diferencia consistiría en que si hubiera
un presidente de la república pertenecería a uno u otro partido, o sea, miraría
con unos ojos al suyo y con otros al contrario, mientras que el rey ha de ser
neutral, objetivo, ajeno a la lucha partidista; respecto al coste, piénsese que
en dos o tres décadas habría que pagar a cuatro, cinco, seis ex presidentes,
sus sueldos, escoltas, chóferes, secretarias, oficinas, automóviles,
combustibles, viajes…
Otro error en el que suelen caer quienes se dicen
republicanos es pensar que república equivale a izquierdas y que las derechas
no tienen cabida en la república, pero durante la Segunda (igual que en la
Primera) hubo formaciones y parlamentarios de uno y otro signo, e incluso
algunos de los que tomaron parte en la conjura conocida como ‘Pacto de San
Sebastián’ militaron en partidos republicanos de derechas (por ejemplo Alcalá
Zamora, Miguel Maura). Y por otro lado, en los países más tradicionalmente
republicanos (Estados Unidos, Francia) existen, conviven, se alternan y
gobiernan los de un lado y los de otro… Claro que todo esto de derechas e izquierdas
no pasa del plano teórico, ya que las diferencias de acción entre unos y otros
podrían superponerse sin apenas diferencias significativas, y sólo la valía y
honradez (¿) personal marcaría las distancias.
Por otro lado, España ha tenido dos repúblicas con
resultados calamitosos, por lo que más vale no olvidar tales experiencias, ya
que el pueblo que olvida su pasado… La Primera (1873-74) duró poco más de año y
medio, pero tuvo tiempo para colocar a cuatro presidentes y ocho gabinetes
ministeriales (incluyendo los de la República Unitaria del general Serrano),
alguno de los cuales duró un par de semanas. Se vio asolada por guerras
(carlista, en Cuba) levantamientos populares (revuelta cantonal), inestabilidad
política indescriptible (“… estoy hasta los cojones de todos nosotros”, dijo en
catalán Figueras) y una situación general ingobernable.
La Segunda tomó el poder tras un monumental fraude
electoral; como es sabido se convocaron elecciones municipales (para elegir
sólo alcaldes y concejales) pero los interesados las convirtieron en generales;
finalmente, en el cómputo total ganaron los monárquicos, pero como los partidos
republicanos lograron mayoría en las ciudades, adujeron que quedaban anulados
los resultados de los pueblos porque allí los ciudadanos estaban influenciados
por los curas o los terratenientes (que es más que posible), de forma que así
lograban vencer en las elecciones; como puede verse, se trata de un pucherazo,
de una trampa, de algo muy cercano al clásico pronunciamiento…, es como si un
equipo pierde el partido pero afirma haberlo ganado porque sus goles se
consiguieron desde fuera del área, es decir, se inventa una regla muy
conveniente a posteri (de hecho ni siquiera se publicaron los resultados
oficiales). El caso es que el nefasto Alfonso XIII, amenazado, no quiso poner
en pie de guerra a sus partidarios en el ejército y se largó. Pero lo peor fue
el total desgobierno en que vivió España aquellos días, sobre todo los últimos
años: había continuos enfrentamientos callejeros entre socialistas y
sindicalistas, entre comunistas y anarquistas, entre falangistas y socialistas
y, en fin, entre este y aquel grupo…, y asaltos a comisarías (con
represiones-venganzas descontroladas) y domicilios particulares, linchamientos
públicos, asesinatos, palizas, motines, huelgas y manifestaciones
violentísimas, amenazas y extorsiones, asaltos a comercios, atracos, intentos
de golpe de estado (‘sanjurjada’ se llamó a uno, ‘revolución’ a otro)…; y a
ello se pueden añadir las quemas de iglesias y conventos (que supusieron la
pérdida de edificios histórico-patrimoniales, bibliotecas valiosísimas e
innumerables obras de arte). Pero lo peor era la inacción del gobierno, no se
investigaba, no se detenía a nadie, es más, se permitía prácticamente todo sin intervención
de los encargados de mantener el orden; cuenta Pío Baroja que él mismo vio una
quema en Madrid en la que participaban activamente veinte o treinta energúmenos
mientras la multitud miraba, y también que había un cuartel de la Guardia Civil
a unos cuantos metros del lugar de la incineración, de modo que el escritor
pensó que con que llegara media docena de civiles la cosa se terminaba en el
acto, pero nadie apareció, como si hubiera órdenes de dejar hacer. En fin,
impunidad absoluta, anarquía total, la ley de la selva. Luego llegaron los dos
asesinatos: Castillo y Calvo Sotelo, y todo acabó en catástrofe. Como afirma el
hispanista Stanley Payne, “en aquella España no había buenos y malos, todos
eran malos”.
Tanto el primero como el segundo intento se desarrollaron de
modo caótico, embrollado, violento, cainita, y llegaron a un final previsible.
Al menos la Primera se instauró sin trampas (más o menos), y no cambió la
bandera para incluir un morado cuyo origen no pone de acuerdo las opiniones
republicanas.
Quien quiera ser tricolor que lo sea, igual que el que
prefiera sólo dos colores, pero sin empujar, sin insultar, sin prejuzgar y sin
creerse posesor de la verdad total.
Y finalmente, guste o no guste, se vea con indiferencia o
con malestar, un rey siempre concitará más atención a escala internacional que
un presidente de la república. ¡Qué se le va a hacer!
Cada cierto tiempo se elaboran listas de ‘las mejores’ de hoy, de la década, del siglo, de ayer o de siempre, y suelen ser canciones que impactaron en su tiempo, dejaron huella y permanecen muy vívidas en el recuerdo. Sin embargo, existen otras canciones absolutamente excelentes que, sin estar olvidadas, apenas emergen de un discreto segundo plano al que las ha relegado el favor del gran público; también aquí cada uno tiene su corazoncito, su pequeño rincón para canciones que poco a poco van desapareciendo de la memoria colectiva.
Hay muchas, muchísimas piezas que el pop nacido en la España de los sesenta ha ido regalando al personal en las décadas transcurridas desde entonces, y por eso podría elaborarse un catálogo por cada aficionado al pop español, y por eso la que para unos es melodía imprescindible para otros es una desconocida. Aquí va media docena de títulos que sobreviven al paso del tiempo sin perder frescura ni capacidad de atracción, unas permanecen y otras declinan.
‘Nadie te quiere ya’, Los Brincos. Esta preciosa, genial canción es de las que todo aquel que cuente una edad mínima jamás olvidará. Escrita por un talento extraordinario como era Fernando Arbex (muerto en 2003) en 1967, es un tema verdaderamente triste y dolorido. El arreglo es muy ‘beatles’ y cuenta con sus correspondientes coros y falsetes; las guitarras marcan con profundidad, hay solo de metal y, en fin, la pieza (de apenas un par de minutos) resulta cautivadora, hechizante, con un tono descorazonador que tiende siempre hacia abajo. El grupo (uno de los más importantes en la historia de la música en España) hizo muchos otros temas de éxito y popularidad, pero este tiene algo especial, esa atmósfera que envuelve a aquella obra de arte tocada por las musas. 45 años después de su edición sigue causando impacto. Maravillosa.
‘Cerca de las estrellas’, Los Pekenikes. Formado por músicos excelentes, este emblemático grupo será recordado por sus infalibles instrumentales y por las adaptaciones que hicieron de algunos de los temas de éxito internacional de los años sesenta. La pieza es atmosférica, espacial, ligera, enigmática, instrumentalmente riquísima, cargada de magia y misterio interestelar; fina y elegante como pocas, es una canción por lo que tampoco pasa el tiempo (escrita por Alfonso Sáinz también en 1968), pues aun resultando evocadora de aquella década, sus matices psicodélicos y su ambientación general podría envolverse hoy con decoración tecno…, y seguiría funcionando a la perfección. Si se escucha con concentración te lleva de viaje.
‘Todo tiene su fin’ es tal vez el tema más recordado de Los Módulos, aunque para muchos no el mejor. Es otro de los grandes momentos musicales del pop hispano de aquellos últimos años sesenta. Muestra todas las virtudes de uno de los mejores grupos de la historia de la música española al que nunca se ha dado la importancia que sin duda tuvo: composición inspiradísima, instrumentación deliciosa y ejecución precisa y llena de virtuosismo (eran unos músicos asombrosos), parte vocal cuidadísima, arreglos eficaces y variados, matices, detalles y particularidades llenos de imaginación y talento… La canción muestra influencias tremendamente vanguardistas, pues no se queda sólo en los Beatles y el pop británico, sino que se atreve con entornos psicodélicos y de rock americano, dejando bien patente que el grupo estaba en la punta de lanza de la música. ‘Todo…’ (escrita por Pepe Robles y Juan Antonio García Reyzábal) es una gran canción, pero quien desee comprobar por sí mismo puede revisar cualquiera de sus primeros tres álbumes, inmerecidamente desconocidos (y mucha atención a sus magníficas adaptaciones). Excelente creación.
‘Mi calle’ pertenece igualmente al final de los sesenta pero tiene poco que ver con las anteriores; si grupos como Los Módulos, Los Brincos, Los Pekenikes o Los Ángeles eran al menos tenidos en cuenta e incluso admitidos por la España de aquellos años junto a Machín, José Guardiola, Bonet de San Pedro, Joselito, Lola Flores, Antonio Molina…, los catalanes Lone Star quedaban apenas para unos cuantos iniciados en el rock más cañero y visceral. De hecho, la banda del gran Pedro Gené (autor de la pieza) puede ser considerada como la pionera del rock español en el sentido más estricto, puesto que ya estaba haciendo versiones de Los Animals o Rolling Stones desde comienzos de los sesenta. ‘Mi calle’ bien puede ser considerada una canción protesta y reivindicativa: habla de la miseria en que vivían muchos y, casi de refilón, de lo milagroso que era acercarse a las chicas. Sus cambios de ritmo (unidos por la campanita) sorprenden y aparecen modernísimos, mientras la voz de Gené (demoledora en ‘My sweet Marlene’ o en ‘Adelante’, dulce y desgarrada en ‘Lyla’) suena potente y contenida; sus coros y arreglos de cuerda y metal tienen clase y mucha fuerza. Absolutamente imprescindible.
‘El hospital’ apareció en la cara B del primer single de Alaska y Los Pegamoides; es obra de Carlos García-Berlanga (uno de los mayores talentos que ha dado la música española en toda su historia) y Nacho Canut y apareció en el último año de la década de los setenta, 1980. El texto es deprimente hasta decir basta, claustrofóbico y desmoralizador, la melancólica voz de Carlos penetra y revuelve el interior provocando intensa emoción, mientras ritmo, arreglos, coros e instrumentación son de una simpleza, de un esquematismo casi insultante, pero a la vez de una eficacia total. El tema es sencillo, crudo, directo, fácil de asimilar, ideal para cantar a voces en cualquier momento, y también exquisito, refinado y, por fin, deliciosamente decadente. ¡Ya te libraste del pentotal y de los tubos de goteo, Carlos! Irrepetible.
‘Cena recalentada’ es una composición cien por cien adolescente: cuenta la llegada a casa (tarde) del adolescente, que ha de aguantar la reprimenda y los gritos, la hermana picajosa, las amenazas del viejo, el castigo y, por supuesto, la cena recalentada; además, como no podía ser de otro modo, se critica y ridiculiza su aspecto (“¡mirad qué facha!”). El toque de piano del comienzo da paso a un ritmo vivaracho y a la voz siempre apasionada de Germán Coppini (autor junto a Teo Cardalda) que, quejumbroso, más que cantar parece recitar, pero al tiempo evoca la ingenua y primeriza aventura amorosa; muy pulida y terminada, la canción funciona tanto en ambientes íntimos como en espacios abiertos a todo volumen. Curiosamente es un título que se suele recordar con mucho cariño, ya que a ciertas edades es facilísimo sentirse plenamente identificado con el sufrido quinceañero. ¡Aquellos años!!
Ese es el aspecto del monstruo desde el espacio..., y sólo está dormido.
Lluvias excesivas seguidas de asfixiantes sequías, nevadas fuera de tiempo o inviernos calurosos. Además de ser el tema preponderante en las conversaciones de tienda y ascensor, el tiempo y sus variaciones inciden directamente en casi todas las actividades humanas. Sin embargo, es casi seguro que ninguno de los hoy vivos verá jamás un desajuste de los fenómenos meteorológicos tan drástico como el que sufrió el planeta en el año 1816, conocido como ‘el año sin verano’ (en algún sitio se le dice ‘el año de la pobreza’).El 5 abril del año 1815 el enorme estratovolcán Tambora, en
la isla indonesia de Sumbawa, entró en una monstruosa erupción que duraría unos
diez días (en realidad se prolongó hasta agosto) y que afectó al clima en gran
parte del planeta. El Tambora tenía una altura de 4000 metros, un cráter
de 60 kilómetros
de diámetro y una profundidad de kilómetro y medio. Las explosiones fueron de
tal calibre que el volcán perdió 1.200 metros de altura, y en total lanzó
alrededor de 30
kilómetros cúbicos de roca, cenizas, aeorosoles, polvo,
gases…, la friolera de un millón y medio de toneladas, la mayor erupción de la
que se tiene noticia en los últimos 10.000 años (a día de hoy se reconocen con
cierta facilidad huellas de vulcanismo histórico).
Después de la erupción del Pinatubo (Filipinas) en 1991, así eran los atardeceres en Arizona, USA.
Se afirma que las
explosiones se escucharon a 5.000 kilómetros de distancia y que en Francia
la capa de cenizas alcanzó un centímetro. Los cuerpos más pesados terminaron
cayendo pronto, pero las partículas más volátiles (roca pulverizada, gases
carbónicos y sulfurosos y cenizas formaron una inimaginable masa de polvo) ascendieron
hasta la estratosfera, donde se mantuvieron y se dispersaron por toda la
tierra, de hecho se asegura que esas inmensas nubes de polvo dieron la vuelta
al mundo varias veces, oscureciendo el sol durante días y días y provocando una
caída de temperatura de varios grados alrededor del orbe; se ha encontrado
polvo del Tambora en Groenlandia y en la Antártida.
Las consecuencias fueron apocalípticas y afectaron a todo el
planeta, y aunque en muchos lugares nadie tomó nota escrita de los sucesos, en
otras partes del mundo se recogieron los datos con bastante precisión. Por
ejemplo, los capitanes de los barcos mercantes y militares británicos habían
recibido poco antes la orden de anotar todos los sucesos relacionados con el
clima que se produjeran durante su singladura, de forma que durante varios años
llenaron cuadernos y cuadernos de incidencias climatológicas.
El británico William Turner pintó esta puesta de sol tras ver por sí mismo los brillantes y coloridos atardeceres que produjeron las partículas expulsadas por el Tambora.
En el primer momento murieron por causa directa e inmediata
alrededor de 12.000 personas y otras 50.000 de hambre a causa de la pérdida de
las cosechas…, y eso sólo en Sumbawa e islas cercanas; el consiguiente maremoto
barrió islas y costas a más de mil kilómetros de distancia, estimándose la
cifra de pérdidas humanas cercana a las 100.000.
Pero los efectos aterradores de tan colosal erupción se
vieron precisamente durante el verano del año siguiente, el de 1816, ‘el año
sin verano’, durante el que la luz del sol apenas se vio. Las cosechas se
destruyeron en todo el mundo provocando hambrunas generalizadas que dieron
lugar a estallidos sociales, y se registraron nevadas en el ecuador y lluvias
intensas en los polos. Tormentas de nieve en julio y agosto, ríos y lagos
helados en pleno verano asombraron a los habitantes de Estados Unidos, que
asistían perplejos a sucesos inexplicables (lógicamente no se tenía idea de lo
ocurrido) que elevaron el precio de los alimentos a niveles inasumibles para la
mayoría. Algo parecido sucedió en China, que perdió casi toda su producción de
arroz, lo cual condujo inevitablemente al hambre; en zonas tropicales chinas
heló y nevó aquel verano. En Europa (que estaba lamiéndose las heridas de las
guerras napoleónicas) la desesperación de la población ocasionó revueltas en
Inglaterra y Francia, donde las temperaturas en agosto rondaban los cero grados
(igual que en Alemania), provocando pérdidas enormes y retraso de la cosecha de
la uva hasta finales de año; en el centro del continente se produjeron
tormentas catastróficas, con precipitaciones de pedrisco jamás vistas, a lo que
se sumaron destructivas riadas que arrastraron a miles de personas, animales y
casas; el frío también se cobró su cuota. Además, al no haber cosecha no había
comida para los animales, lo que ocasionó la muerte de millones en todo el
mundo. Asimismo se produjeron sorprendentes nevadas en el sur de México y en
Guatemala… y además en verano. De España apenas se tiene noticia, sólo se sabe
de algunas consecuencias de la catástrofe en la zona cantábrica; no hay que
olvidar que Fernando VII había prohibido casi todas las publicaciones. La
temperatura, en fin, descendió varios grados de media en todas las latitudes y
se producían variaciones drásticas en pocas horas.
Curiosamente, suceso de tal calibre tuvo su incidencia en
otros aspectos. Por ejemplo, se sabe que Suiza sufrió las iras del Tambora más
que otros lugares de Europa; y allí estaban reunidos el poeta Shelly, la que
luego fue su mujer Mary Godwin, lord Byron y otros intelectuales que, ante la
imposibilidad de salir de casa durante semanas, idearon poemas y novelas, como
‘Frankestein’ de Mary Shelly. Del mismo modo, el paisajista inglés William
Turner (uno de los grandes pintores del romanticismo) aprovechó las coloridas
puestas de sol provocadas por el polvo en suspensión para pintar del natural
unos atardeceres hermosísimos (sin tener ni idea del por qué de aquel color en
el aire). También se sabe que, debido a la escasez de avena para animales de
tiro, el inventor alemán Karl Dreis ideó el antecedente de la bicicleta, el
velocípedo. Y en Austria, ante el imposible de reparar el órgano de una iglesia
del pueblo alpino de Mariapfarr debido al infernal temporal que se cernía sobre
la zona desde hacía semanas, el cura (J. Mohr) escribió una canción para que la
cantara el coro acompañado sólo con guitarra; esa canción fue ‘Noche de paz’
(‘Stielle Nacht’). Cataclismo de tales dimensiones hubo de producir, por
fuerza, todo tipo de consecuencias…
Si una erupción de chiste como la del Eyjafjalla de Islandia
provocó caos aéreo y múltiples molestias en 2010, imagínese que ocurriría si el
Tambora volviera a eructar tal y como hizo por estas fechas hace 198 años. El
hombre lleva un siglo vertiendo a la atmósfera gases que producen esos mismos
efectos, hasta que un día las magnitudes de esos gases se acerquen a lo que
vomitó aquel monstruo indonesio. Entonces la tierra ‘disfrutará’ de más años
sin verano.
Integridad, firmeza y seguridad en sí misma son las virtudes con las que Thatcher pasará a la Historia.
Foto para que otras la envidien, James Dean parece pasárselo de miedo con Sara, y se afirma que la manchega estuvo a punto de montar en aquel Porsche aquel día fatal.
Eran casi de la misma quinta y, aunque separadas en casi
todo, Thatcher y Montiel coincidieron en vida en algo esencial: una
personalidad potentísima. En realidad poco tenían que ver la una con la otra en
aspectos como formación, inquietudes y deseos, preferencias y, por supuesto, en belleza. Sin
embargo, esas dos mujeres que se fueron casi de la mano estaban muy cerca en
cuanto a las ganas e ilusiones derrochadas para conseguir lo que se
propusieron.
La Thatcher entró en algo tan masculino en aquel momento
como la política con apenas 30 años alcanzando su primer cargo con sólo 34, y
eso aun en la década de los cincuenta del siglo pasado, época en la que era
absolutamente insólito que las mujeres salieran de la cocina (salvo como
enfermeras o maestras). Pero esta señora, la fortaleza y el aplomo
personificados, no se detuvo un segundo en pensar que estaba abriendo camino,
sino que una década más tarde ya era ministra y un lustro después mandaba en el
partido conservador (los ‘torys’), convirtiéndose en la persona más poderosa de
Inglaterra. Su actuación a partir de entonces es discutible y, como casi todos
los mortales, muestra claros y oscuros. Pero lo que es absolutamente
incuestionable es que tomó decisiones (buenas o malas) pensando exclusivamente
en su obligación, y que llevó a término esas decisiones con una fortaleza,
valentía y convencimiento verdaderamente asombrosos; recibió críticas razonadas
e insultos desaforados, parabienes y elogios de sus partidarios y aliados y
atentados de sus enemigos y detractores. Ni unas cosas ni las otras le hicieron
variar su rumbo ni un milímetro. Acertada o equivocada (sin entrar a valorar
sus posturas e ideas), siempre demostró ser una persona íntegra, de una pieza,
sin dobleces, fuerte e inamovible como una roca, y apoyada en sus graníticas convicciones
y en la legitimidad democrática se enfrentó a los poderosos sindicatos
británicos y a los dictadores argentinos venciendo en ambas contiendas, de hecho,
la caída definitiva del tiránico régimen de la junta militar se inicia cuando
ella recoge el guante y les acepta el reto de las Malvinas (sin juzgar esta
evidente muestra de colonialismo inglés); en fin que no le temblaba el pulso ni
se le corría el rimel si había que optar por posturas de fuerza. Muchas otras
de sus resoluciones resultaron trascendentales en el devenir de la segunda
mitrad del siglo pasado, algunas claramente acertadas (el entendimiento con
Gorbachov y su perestroika) y otras más que dudosas (el apoyo al dictador
chileno Pinochet, quien se había puesto de su parte en el asunto Malvinas). La
Thatcher siempre actuó con mano de hierro en guante de hierro al servicio de un
único objetivo: el beneficio de su país. Muchos otros con mejores intenciones
se quedaron siempre a medias por falta de eso que a ella le sobraba: arrestos,
riñones.
Sara Montiel (María Antonia Abad Fernández) también fue una
mujer decidida, pero de otro modo. Y es que había que ser especial para que una
joven manchega de Campo de Criptana se pusiera el mundo por montera y se
largase a Hollywood en aquellos años cincuenta del siglo XX en España, cuando
aquello de ‘Jolibud’ era Babilonia y los Estados Unidos la meca del pecado
(recuérdese el discurso del cura en la imprescindible película ‘Bienvenido Mr.
Marshall’); y allí se codeó con los más legendarios astros del cine; por
cierto, en lo más duro de la guerra fría, en 1965, tuvo los bemoles de irse a
actuar al ‘infierno’, o sea, la Unión Soviética. En realidad nunca fue ni gran
actriz ni gran cantante, pero eso jamás le preocupó, pues sabía que todo el
mundo la tenía por lo que era, una gran estrella. Fue su actitud ante la vida,
a la que miró siempre de cara y con decisión, la que la mantuvo en ese lugar al
que sólo acceden los que, sin que se sepa muy bien por qué, cuentan con la
merced incondicional del público. ¡Cómo le hubiera gustado a la Montiel
contemplar su funeral, escuchar los aplausos y observar el cariño y las
lágrimas sinceras de la gente al paso del cortejo!
Sin la menor duda fueron dos mujeres bien plantadas, con
distinta raíz pero con igual fortaleza, pues las dos alcanzaron sus metas sin
tener idea de paridad. Eso sí, una era de una belleza deslumbrante y llena de
encanto, atractivo, gracia, y la otra no.
David Bowie y su guitarrista Mick Ronson, cien por cien glam.j
“Te has quedado en el 73 con Bowie y T Rex”, decía una
canción escrita por Carlos G. Berlanga y Nacho Canut para Alaska y Dinarama en
1983. Entonces habían pasado sólo diez años del momento dorado del glam-rock,
hoy son ya cuatro décadas desde que la moda en el rock imponía plataformas,
botas altas, sombreros y peinados disparatados, estampados de leopardo,
lentejuelas, purpurinas y capas y capas de maquillaje, coros atipladas y
falsetes, guitarras muy potentes y ritmos cadenciosos y machacones, melodías
simples y directas y textos voluptuosos, sensuales, despreocupados,
hedonistas…; y para completar, ambientes exagerados, puestas en escena cargadas
de teatralidad y dramatismo y, por supuesto, exceso, en escena y fuera de ella.
Tales fueron las directrices básicas de aquel subgénero del rock aparecido al
comienzo de la prolífica década de los setenta del siglo pasado, que sigue
teniendo presencia significativa en numerosas bandas de todo el mundo (puede
afirmarse que el punk no hubiera existido sin el glam, que el hard rock tomó
muchos de sus elementos o que rock gótico es su heredero natural).
Después de la década hippy con su aura de trascendencia y
sus proclamas de amor libre, la inquieta juventud del momento da un giro total y
pone de moda la intrascendencia y la alegría de la vida disipada (en la Historia
del Arte se produce algo parecido cuando el despreocupado rococó aparece tras
el solemne barroco), del mismo modo que suple aquel amor directo y cotidiano
por la relación sofisticada y retorcida, pícara y cortesana. En fin que se
cambió la meditación trascendental por la ‘dolce vita’. Esta intención se
plasmó en la música con el glam rock, y a pesar de que también se decía gay
power, no hay que olvidar que glam viene a significar glamour, encanto,
seducción, fascinación, lo que quiere decir que la apariencia de reinona que
adoptaron no pocas estrellas del género fue mucho más pose que auténtico sentimiento
homo (que también lo hubo).
Los nombres más sonoros de aquellos años de vino y rosas
son, claro, David Bowie y Marc Bolan. El primero aportando varios discos
verdaderamente imprescindibles, sobre todo el inigualable ‘The rise & fall
o f Ziggy Stardust & the Spiders from Mars’, un trabajo magistral en el que
Bowie alcanza sus máximos de talento con piezas como ‘Lady Stardust’ (dedicada
al mencionado Bolan), ‘Five years’ o la propia ‘Ziggy’. El segundo, líder de T.
Rex, es en realidad quien tiene la idea y quien antes la plasma, pues su primer
gran éxito, ‘Ride a white swan’, aparece a finales de 1970; después, el pequeño
genio crea álbumes y canciones emblemáticos, llenas de gracia, elegancia,
personalidad y encanto, a veces con matices más oscuros e inquietantes, otros
con tonos más románticos; son creaciones como la poderosa ‘Metal guru’, la
evocadora ‘Get it on’, y ‘Hot love’, ‘Telegram Sam’, ‘Children of the
revolution’, ‘20th Century boy’… Marc Bolan murió cuando su novia, Gloria
Jones, estrelló el coche en el que ambos viajaban contra un árbol en septiembre
de 1977, ella sufrió graves heridas, él murió en el acto con 29 años.
Otros grupos representativos de aquella época loca y
multicolor fueron Slade, que alcanzaron muchísimos éxitos con una propuesta más
basta y ruidosa, con las chillonas voces de Noddy Holder (y su peinado), su
aspecto esperpéntico, las faltas de ortografía de sus títulos y textos, la caña
de sus guitarras y sus contundentes e irresistibles estribillos; así, ‘Coz I
love you’, ‘Mama we`re all crasee now’, ‘Cum on feel the noize’… The Sweet aportó temas como ‘Coco’, ‘Ballroom
blitz’ o ‘Fox on the run’. Suzi Quatro era de Estados Unidos, pero fue
en aquella Inglaterra donde formó grupo y logró el éxito gracias a piezas como
‘Can the can’ o ’48 crash’; como era chica, adoptó un aspecto andrógino,
encajando perfectamente en la esencia glam. Los más elegantes Smokie, que
siempre tendrán en el parnaso del rock la deliciosa ‘Living next door to
Alice’. Los disparatados Kiss nacieron en aquella época, y desde entonces han
seguido manteniendo gran parte de los modos del Glam. Lógicamente la lista es
más amplia, pero sólo los mencionados aportaron canciones que perduran (hay
otro personaje, un indeseable con iniciales G. G. que no merece ni ser
nombrado).
También hubo muchos grupos y solistas que en aquel momento
se subieron al carro, como The Queen, Mott The Hopple, Lou Reed, Elton John,
Roxy Music o los autodestructivos The New York Dolls, y Alice Cooper, Iggy Pop,
Rod Stewart e incluso The Rolling Stones adoptó poses glam cuando correspondía.
Capítulo propio merecen los productores. Tal vez los más
exitosos sean Nikky Chinn y Mike Chapman, auténticos fabricantes de números uno
tanto como compositores como productores, y así bien puede decirse que fueron
los reyes del glam más simple y comercial y quienes estaban detrás de los
éxitos de Slade, Suzie Quatro, Smokie, The Sweet… Estos dos tipos siguieron
manufacturando discos de ventas millonarias posteriormente, ya que grupos como
Bloondie o The Knack y solistas como Pat Benatar o la mismísima Tina Turner se
beneficiaron de los conocimientos de Chinn y Chapman, ya fuera a dúo o por
separado. Ellos siempre decían que para que tuvieran éxito, las canciones
habían de ser simples, directas y fáciles de hacer, pero añadían que conseguir
tal cosa era enormemente difícil.
Tony Visconti, productor de los mejores discos de Bowie (y
que también se ha encargado de dar forma al que éste publica en 2013), es un
tipo capaz de trasladar a la realidad sonora las elucubraciones de artistas y
grupos tan complejos y variopintos como el susodicho o como Mar Bolan, The
Moody Blues, Paul McCartney, Iggy Pop, Thin Lizzy, The Stranglers y muchísimos
otros en una larga carrera que ya dura cuatro décadas y media y ha tocado casi
todos los géneros, ritmos y estilos.
El glam rock, en fin, dejó su espíritu divertido y sus ganas
de disfrutar de los placeres de la vida, sus poses mundanas y artificiales, sus
estribillos simples y sus sentimientos retorcidos, así como una estética y unas
formas que se ven hoy en numerosos grupos de todo el mundo.
Y una excelente e ilustrativa colección de canciones.