La atmósfera que se crea en un concierto heavy es..., es para vivirla. |
El heavy metal es, por así decirlo, el padre, el origen de
todos los subgéneros que pueden colocarse dentro del gran cajón que es el rock
duro, ya sea death metal, hard, metal core, cross over, high energy rock… Da
sus primeros pasos en los años sesenta, alcanza su madurez en los setenta y
comienza su expansión por diversos caminos en los ochenta; desde entonces ha
permitido infinitas variantes partiendo de una base común: poderosa, sólida,
maciza sección de ritmo; guitarras en primer plano y casi siempre virtuosas,
cargadas de rabia o dulzura, con distorsiones endemoniadas o ligeras como
bailarina, y la mayor parte de las veces enardecidas, enloquecidas, trepidantes
y atiborradas de adrenalina; un órgano o cualquier otro instrumento se encarga
de completar los mínimos espacios que puedan quedar; finalmente, una voz
potente, más o menos aguda y a menudo exagerada, épica, incluso trágica, pone
el broche final. ¿El resultado?, algo así como una locomotora de sonido, algo
que penetra, arrolla, contagia, transporta, eleva, excita, apasiona, provoca…
Algo así es el heavy.
Todos los adeptos (con larga melena, cuero y botas o con
pelo corto y gafas) tienen sus preferencias y favoritos, sus épocas doradas y
sus mitos, sus solos y sus riffs, pero raro sería que hicieran ascos a
cualquier pieza que pudiera definirse como ‘heavy brutal’. Y eso que el sonido
grueso y pesado es asimilado de modo diferente por cada uno, igualmente que
cada época, cada momento admite el cambio hasta cierto punto, es decir, en los
años sesenta el rock más duro tal vez fuera el de MC 5, en los setenta los hoy
edulcorados Aerosmith manufacturaban sonido burro, violento, y en los ochenta
tal vez fueran The Cult quienes dieron el siguiente paso en ese camino salvaje.
MC 5 fue un grupo de trayectoria rápida; formado a mediados
de los sesenta y disuelto a principios de los setenta, lanzaron tres álbumes y
dejaron para la posteridad un sonido tan cafre que bien puede decirse que
abrieron dos puertas, la del heavy y derivados y la del punk. Su apabullante
disco de debut, ‘Kick out the jams’, es una auténtica bandera para adeptos e
iniciados, sobre todo ‘Ramblin´ Rose’ y la homónima del LP. Ésta es algo así
como un compendio de los recursos, tics, maneras y manías que han sido
ejecutadas miles de veces en otros tantos escenarios. En el vídeo aparecen
patadas al aire, guitarrazos exagerados, desplantes, alaridos y palabrotas,
sonido cafre, alardes guitarreros por los suelos…, todo ello era una novedad en
su momento, como demuestran la enorme sorpresa (y rechazo) que causaron. La
pieza arrolla desde el primer momento, engancha, subyuga, pincha…, piénsese que
está grabada en 1968, pero si se dice que es del año pasado nadie se sorprendería,
pues aparece (excepto en el capítulo del sonido) con todo lo que hay que
exigirle a un grupo heavy. Tres de sus (legendarios) integrantes no volverán a
subirse a un escenario, pero dejaron auténtico heavy brutal.
Aerosmith es tenido actualmente por un grupo más bien
‘light’ y con demasiada atención a la baladita melosa, sin embargo en aquellos
emocionantes años setenta del siglo pasado Aerosmith regalaba energía heavy en
estado puro. En escena desde hace más de cuatro décadas, el inagotable grupo de
Boston se ha mantenido en primer plano casi desde sus inicios, lanzando discos
con bastante regularidad (en total 15), han girado innumerables veces por todo
el mundo y en todo este tiempo se han erigido en auténticos guardianes de las esencias
del estilo. En su segundo álbum (‘Get your wings’, 1974) incluyeron una
particular, hiperenergética, granítica versión del tema ‘Train kept a-rollin’;
ésta había sido escrita ¡en 1951! por tres músicos de jazz y convertida al rock
& roll por el entrañable y malogrado Johnny Burnette cinco años más tarde
para su (claro) Rock & Roll Trío. Desde entonces se han hecho innumerables
adaptaciones (de Led Zeppelin a Metallica), pero ninguna como la de Aerosmith.
Comienza con un solo de guitarra que da paso a una cadencia pesada, compacta,
sobre la que se sube la voz del bocazas de Tyler que, al poco, vuelve a dejar
el protagonismo a la guitarra para, al minuto y medio, producirse un cambio
escalofriante, emocionante, casi estremecedor, uno de los momentos más heavy de
toda la historia del heavy, algo que hay que experimentar (sobre todo en la
versión de estudio). El tema evoluciona siempre por los cánones del género y
con continuos primeros planos sonoros para la Fender. El final creó escuela.
Por cierto es evidente que son los años del Glam. Gran ejemplo de heavy brutal.
The Cult surgió de las cenizas del punk y el rock gótico, y
durante los años ochenta del siglo XX permanecieron fieles al rock duro (estilo
clásico) a pesar de que el viento soplaba de otro lado; de hecho, en esos
momentos de teclados chillones, hombreras y posturitas eran considerados como
unos ‘brutos sin nada de clase’ (en USA fueron mejor entendidos). Separado y
reunido varias veces, The Cult siempre se ha basado en una guitarra capaz de
poner patas arriba al más frío; han publicado muchísimos álbumes (de estudio,
en vivo, recopilaciones mil…) y singles, siendo en este formato cuando
publicaron su inmortal ‘She sells sanctuary’ en 1984. Como no podía ser de otro
modo, la cosa se inicia con una guitarra tranquila pero amenazadora, y de
repente, la locomotora sónica, las guitarras permanentemente rabiosas,
enloquecidas, obsesivas, con una base tipo estampida de búfalos y una voz
desafiante, agresiva, aguda. El tema mantiene una tensión casi insoportable de
principio a fin, impidiendo el relax o el descanso. Absolutamente brutal.
Pasan los años, las décadas, las modas y tecnologías, los
gustos y los usos, pero el heavy metal siempre ha tenido, tiene y tendrá legión
de incondicionales que responden inevitablemente a la vibración de las seis
cuerdas de acero. Algo tendrá cuando, sea el que sea el estilo que domina las
listas, el rock duro y pesado mantiene ese poder de seducción sobre los que
entienden esta música como algo más que música.
CARLOS DEL RIEGO
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