Ese es el aspecto del monstruo desde el espacio..., y sólo está dormido. |
Lluvias excesivas seguidas de asfixiantes sequías, nevadas fuera de tiempo o inviernos calurosos. Además de ser el tema preponderante en las conversaciones de tienda y ascensor, el tiempo y sus variaciones inciden directamente en casi todas las actividades humanas. Sin embargo, es casi seguro que ninguno de los hoy vivos verá jamás un desajuste de los fenómenos meteorológicos tan drástico como el que sufrió el planeta en el año 1816, conocido como ‘el año sin verano’ (en algún sitio se le dice ‘el año de la pobreza’).El 5 abril del año 1815 el enorme estratovolcán Tambora, en
la isla indonesia de Sumbawa, entró en una monstruosa erupción que duraría unos
diez días (en realidad se prolongó hasta agosto) y que afectó al clima en gran
parte del planeta. El Tambora tenía una altura de 4000 metros , un cráter
de 60 kilómetros
de diámetro y una profundidad de kilómetro y medio. Las explosiones fueron de
tal calibre que el volcán perdió 1.200 metros de altura, y en total lanzó
alrededor de 30
kilómetros cúbicos de roca, cenizas, aeorosoles, polvo,
gases…, la friolera de un millón y medio de toneladas, la mayor erupción de la
que se tiene noticia en los últimos 10.000 años (a día de hoy se reconocen con
cierta facilidad huellas de vulcanismo histórico).
Se afirma que las
explosiones se escucharon a 5.000 kilómetros de distancia y que en Francia
la capa de cenizas alcanzó un centímetro. Los cuerpos más pesados terminaron
cayendo pronto, pero las partículas más volátiles (roca pulverizada, gases
carbónicos y sulfurosos y cenizas formaron una inimaginable masa de polvo) ascendieron
hasta la estratosfera, donde se mantuvieron y se dispersaron por toda la
tierra, de hecho se asegura que esas inmensas nubes de polvo dieron la vuelta
al mundo varias veces, oscureciendo el sol durante días y días y provocando una
caída de temperatura de varios grados alrededor del orbe; se ha encontrado
polvo del Tambora en Groenlandia y en la Antártida.
Después de la erupción del Pinatubo (Filipinas) en 1991, así eran los atardeceres en Arizona, USA. |
Las consecuencias fueron apocalípticas y afectaron a todo el
planeta, y aunque en muchos lugares nadie tomó nota escrita de los sucesos, en
otras partes del mundo se recogieron los datos con bastante precisión. Por
ejemplo, los capitanes de los barcos mercantes y militares británicos habían
recibido poco antes la orden de anotar todos los sucesos relacionados con el
clima que se produjeran durante su singladura, de forma que durante varios años
llenaron cuadernos y cuadernos de incidencias climatológicas.
El británico William Turner pintó esta puesta de sol tras ver por sí mismo los brillantes y coloridos atardeceres que produjeron las partículas expulsadas por el Tambora. |
En el primer momento murieron por causa directa e inmediata
alrededor de 12.000 personas y otras 50.000 de hambre a causa de la pérdida de
las cosechas…, y eso sólo en Sumbawa e islas cercanas; el consiguiente maremoto
barrió islas y costas a más de mil kilómetros de distancia, estimándose la
cifra de pérdidas humanas cercana a las 100.000.
Pero los efectos aterradores de tan colosal erupción se
vieron precisamente durante el verano del año siguiente, el de 1816, ‘el año
sin verano’, durante el que la luz del sol apenas se vio. Las cosechas se
destruyeron en todo el mundo provocando hambrunas generalizadas que dieron
lugar a estallidos sociales, y se registraron nevadas en el ecuador y lluvias
intensas en los polos. Tormentas de nieve en julio y agosto, ríos y lagos
helados en pleno verano asombraron a los habitantes de Estados Unidos, que
asistían perplejos a sucesos inexplicables (lógicamente no se tenía idea de lo
ocurrido) que elevaron el precio de los alimentos a niveles inasumibles para la
mayoría. Algo parecido sucedió en China, que perdió casi toda su producción de
arroz, lo cual condujo inevitablemente al hambre; en zonas tropicales chinas
heló y nevó aquel verano. En Europa (que estaba lamiéndose las heridas de las
guerras napoleónicas) la desesperación de la población ocasionó revueltas en
Inglaterra y Francia, donde las temperaturas en agosto rondaban los cero grados
(igual que en Alemania), provocando pérdidas enormes y retraso de la cosecha de
la uva hasta finales de año; en el centro del continente se produjeron
tormentas catastróficas, con precipitaciones de pedrisco jamás vistas, a lo que
se sumaron destructivas riadas que arrastraron a miles de personas, animales y
casas; el frío también se cobró su cuota. Además, al no haber cosecha no había
comida para los animales, lo que ocasionó la muerte de millones en todo el
mundo. Asimismo se produjeron sorprendentes nevadas en el sur de México y en
Guatemala… y además en verano. De España apenas se tiene noticia, sólo se sabe
de algunas consecuencias de la catástrofe en la zona cantábrica; no hay que
olvidar que Fernando VII había prohibido casi todas las publicaciones. La
temperatura, en fin, descendió varios grados de media en todas las latitudes y
se producían variaciones drásticas en pocas horas.
Curiosamente, suceso de tal calibre tuvo su incidencia en
otros aspectos. Por ejemplo, se sabe que Suiza sufrió las iras del Tambora más
que otros lugares de Europa; y allí estaban reunidos el poeta Shelly, la que
luego fue su mujer Mary Godwin, lord Byron y otros intelectuales que, ante la
imposibilidad de salir de casa durante semanas, idearon poemas y novelas, como
‘Frankestein’ de Mary Shelly. Del mismo modo, el paisajista inglés William
Turner (uno de los grandes pintores del romanticismo) aprovechó las coloridas
puestas de sol provocadas por el polvo en suspensión para pintar del natural
unos atardeceres hermosísimos (sin tener ni idea del por qué de aquel color en
el aire). También se sabe que, debido a la escasez de avena para animales de
tiro, el inventor alemán Karl Dreis ideó el antecedente de la bicicleta, el
velocípedo. Y en Austria, ante el imposible de reparar el órgano de una iglesia
del pueblo alpino de Mariapfarr debido al infernal temporal que se cernía sobre
la zona desde hacía semanas, el cura (J. Mohr) escribió una canción para que la
cantara el coro acompañado sólo con guitarra; esa canción fue ‘Noche de paz’
(‘Stielle Nacht’). Cataclismo de tales dimensiones hubo de producir, por
fuerza, todo tipo de consecuencias…
Si una erupción de chiste como la del Eyjafjalla de Islandia
provocó caos aéreo y múltiples molestias en 2010, imagínese que ocurriría si el
Tambora volviera a eructar tal y como hizo por estas fechas hace 198 años. El
hombre lleva un siglo vertiendo a la atmósfera gases que producen esos mismos
efectos, hasta que un día las magnitudes de esos gases se acerquen a lo que
vomitó aquel monstruo indonesio. Entonces la tierra ‘disfrutará’ de más años
sin verano.
CARLOS DEL RIEGO
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