Matones con placa sudafricanos en plena labor |
Un conductor de una furgoneta de pasajeros aparcó
incorrectamente… La infracción no parece tan grave, y sin embargo costó la vida
al taxista manirroto. Ocurrió en Sudáfrica: un ciudadano cualquiera grabó con
su teléfono la salvaje y mortal agresión de varios agentes de policía sudafricanos
contra el mencionado chófer; debieron ponerle la multa y, tal vez, el pobre
mozambiqueño tuvo la mala ocurrencia de levantar la voz, o discutir la
irregularidad de su estacionamiento, o amenazarles con una denuncia. Fue su
perdición. Atado a la trasera del coche policial, fue arrastrado durante medio
kilómetro, justo hasta comisaría, de donde no salió vivo. Es de suponer que los
criminales uniformados, una vez a salvo de miradas indiscretas, le darían al
infortunado ‘la del pulpo’. A pesar de que aquellos protozoos con placa, gorra
y porra dijeron que fue golpeado por otros presos, ni sus propias madres les
creerían. Y por eso los ocho implicados han sido detenidos y acusados de
asesinato.
Este caso verdaderamente insoportable recuerda a otros
sucedidos en Estados Unidos que también fueron captados por las cámaras
(¿cuántos similares se producirán sin que nadie se entere?). Por ejemplo el de
aquel negro llamado Rodney King, golpeado durante un buen rato por varios
matones con uniforme; el suceso provocó graves disturbios en Los Ángeles, pero
al final los policías que, sin el menor atisbo de duda, apalearon a un hombre
indefenso, inmovilizado y en el suelo, apenas recibieron una reprimenda, fueron
declarados no culpables (un poco más y se multa al agredido por manchar de
sangre el pavimento). También fue sangrante el de otro afroamericano negro
(podía ser afroamericano blanco) en Nueva York, el cual tuvo la mala suerte de
que un grupo de pistoleros vestidos de agentes confundieran su móvil con un
arma (eso dijeron), puesto que, asustados los pobres, vaciaron cada uno el
cargador de cada pistola entre pecho y espalda del negro con móvil…; fueron
totalmente exonerados, eximidos, exculpados de cualquier cargo.
Hay que dejar bien claro que entre los agentes de policía,
al igual que entre pescaderos, jueces, arquitectos o fontaneros hay buenas y
malas personas, profesionales y sinvergüenzas; y así, uno te colocará truchas
pasadas, otro aliviará al asesino y reprenderá a la víctima (o sencillamente
prevaricará), aquel construirá edificios que se caen y este te dejará las
cañerías goteando. Lo malo es que cuando quien tiene que velar por el
ciudadano, cuando quien tiene autoridad y poder físico se convierte en agresor
provoca una ola de comprensión entre sus compañeros y entre quienes están hacia
arriba en el escalafón, de modo que, llegado el juicio, los defensores de los macarras
homicidas siempre consiguen convencer a jueces y jurados que, en contra del
sentido común y la decencia, invariablemente se muestran partidarios de los
abusones con placa aunque su criminal acción esté grabada en vídeo.
Por ello, y a pesar de las altisonantes palabras y rasgadura
de vestiduras de los políticos y responsables sudafricanos, al final estos falsos
defensores de la ley y el orden se irán tranquilamente a sus casas, siendo
castigados como mucho a una semana sin postre. No hay que olvidar que Sudáfrica
viene de donde viene, y estos lodos vienen del polvo del racismo, de la
segregación, del apartheid (implantado, por cierto, por los colonizadores
holandeses e ingleses, cuyos herederos tanto critican otras colonizaciones
anteriores), y poco importará que entre los protoseres de palo fácil haya
negros. Baste apuntar que el máximo jerifalte de la Policía sudafricana ha
declarado que esos “métodos son inaceptables”, es decir, según el jefe, los
polis deberían haber utilizado otros métodos para conseguir este mismo fin. Y
desde luego no dejarse grabar, pues sin grabación ni testigos el muerto se
habría suicidado lanzándose contra las
porras repetidamente, como demuestra el hecho de que en el último año 720
personas murieron mientras eran custodiadas por los agentes de algo parecido a
un sucedáneo de policía que hay en aquel país nacido racista. ¿Y alguien se
acuerda de la matanza de mineros de Marikana?
Sea como sea y digan lo que digan, los policías-delincuentes
no entrarán en la cárcel y, si para guardar las apariencias ante la comunidad
internacional no queda otro remedio, serán tratados como en un hotel y, a la
que la cosa se enfríe, a casa.
Igual que Pistorius.
CARLOS DEL RIEGO
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