Sólo si ellos son honestos, competentes, austeros y trabajadores más allá de la mínima sospecha pueden exigir tal cosa al ciudadano. |
Escribía Cervantes (en su obra máxima o en las Novelas
Ejemplares) que cuando las sirvientas de una casa se comportan de modo
licencioso, abren la puerta por la noche a sus amantes y descuidan sus
obligaciones es señal inequívoca de que la señora de la casa hace lo mismo. Es
decir, la dejadez del ama de casa (que es quien tradicionalmente se encarga de
la intendencia y de todo lo relativo a la vivienda) así como su conducta
inmoderada y libertina se reflejan en lo que hacen las doncellas, puesto que si
aquella fuera estricta en sus comportamientos no permitiría de ningún modo los
desmanes y atrevimientos de las sirvientas (hay que ponerse en el pensamiento
de la época al respecto, y no utilizar mentalidades de hoy para valorar aquello).
Pues algo muy parecido podría trasladarse al estado actual
de las cosas en España. Según se destapa casi a diario en los medios, existe un
enorme fraude fiscal en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad
(¿cuántas veces se ha escuchado lo de “con factura e iva o sin factura y sin iva
y se escoge lo primero?), existe una importantísima economía sumergida y todo
el mundo trata de eludir todo tipo de fiscalidades (“¿me pagas diez pero
decimos que fueron cinco?”); es deporte nacional (en realidad mundial) el
escaqueo y el aprovecharse de la empresa si ello es posible (pasarle facturas
de carácter personal), y en fin, se recurre a gran variedad de maniobras
destinadas a eludir obligaciones a la vez que se exigen cínicamente todo tipo
de beneficios.
Esto demuestra, sin duda, que quienes están arriba permiten
esto al no poseer fuerza moral para exigir conducta recta, es decir, la
ciudadanía se conduce así porque así actúan los señores de la casa. Y por ello,
si quienes tienen poder de decisión fueran estrictos y rigurosos consigo mismo,
con las leyes y con las cuentas, no permitirían que se produjeran los desmanes
que se producen, pero como ellos son los primeros en dar pésimo ejemplo (no
hará falta enumerar los escándalos, certezas y sospechas, acusaciones y
condenas, amaños, manipulaciones, cohechos y todo tipo de actos dudosos y
oscuros que protagonizan los mandamases día sí día también), lo lógico es que
hacia abajo se repitan esas mismas conductas, esa misma forma de pensar. Y así,
el descrédito de políticos e instituciones es casi creencia popular y,
desgraciadamente, toda una tradición en la historia de España.
En fin, parece más que claro que el modo de comportarse de
quienes están al mando es determinante para el conjunto de la ciudadanía, y si
aquellos son deshonestos, mentirosos y trincones, aprovechados e incompetentes…,
no se puede esperar que la ciudadanía ponga la otra mejilla y se comporte
modélicamente, puesto que entonces se tendría la sensación generalizada de ser
todos unos primos. Pero si los de arriba hacen lo correcto sin trampas y con
integridad, tendrían toda la fuerza moral para exigir al ciudadano, y éste a su
vez se vería con una especie de presión moral que de algún modo le obligaría a
cumplir.
Sólo si la señora de la casa (que es quien manda ahí por
regla general) realiza su cometido con dedicación, integridad y esfuerzo la
cosa irá bien, pero si quien manda falla, todo irá mal. Sólo cuando los señores
de la casa obren dignamente podrán trasladar hacia abajo el deber de hacer
igual. Es obligación de los gobernantes, por tanto, proceder con total
honestidad. Y que así lo parezca.
Según Transparencia Internacional, Dinamarca, Finlandia y
Nueva Zelanda son los países con los políticos e instituciones menos corruptos
y más trasparentes. El primer ministro finés vino a España en clase turista,
con tres asesores y dos escoltas; para el mismo acto su equivalente español
iría en avión exclusivo con legión de acólitos, machacas, edecanes,
chambelanes, subalternos…
Además, sus instituciones son tan trasparentes que
continuamente están dando cuenta de sus cuentas y actuaciones, y la mayor parte
de los cargos (alcaldes, secretarios de estado…) no son políticos, sino
técnicos, gestores expertos a los que se exige responsabilidad personal si su
labor no ha sido la exigida; mientras, en España los cargos dependen del
partido, con lo que colocan en puestos de gran relevancia a quien nunca ha
demostrado mérito ni capacidad. Y allí, en aquellos países, cuando alguno tiene
un desliz es expulsado para siempre de la función pública, como aquella que
aspiraba a la presidencia y que cargó una chocolatina a la tarjeta oficial,
quedando así señalada para siempre.
Los ciudadanos, como queda dicho, reproducen las conductas
de sus dirigentes.
CARLOS DEL RIEGO
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