En un alarde de memez extrema, y ante lo atiborrado del cementerio, un alcalde prohibió morirse so pena de multa y prisión. |
En cualquier lugar del mundo, en cualquier profesión o
colectivo, independientemente del nivel social, económico e incluso
intelectual, la memez está presente, a veces de modo escandaloso y otras, las
más, ridículo.
A lo largo del planeta, la prensa regala grandes espacios a
las noticias ‘importantes’, relegando a la sección de breves aquellas que se
presumen menos trascendentes; sin embargo, muchos de estos pequeños sucesos
muestran mucho mejor qué es el individuo, y en no pocas ocasiones, lo que queda
patente es que la estupidez es algo obligatorio, característico del ser humano.
Pensándolo bien, ¿quién no ha hecho o dicho grandes estupideces?, ¿quién no
pagaría lo que fuera por que no hubiera ocurrido aquello que tanta vergüenza
nos hizo (hace) pasar?
En un pueblo de Brasil el cementerio estaba atiborrado, no
cabía un fiambre más, por lo que su alcalde, evidenciando su talla intelectual
y creyendo haber dado con la solución ideal (“soy un genio”, debió pensar),
prohibió tomar la decisión de morirse ‘antes de tiempo’, y para presionar a los
que pensaran palmar próximamente y sin que les tocara, amenazó con multar y
llevar al trullo a sus familiares. No se sabe cómo acabó la cosa, pero sí
consta que se multiplicaron las visitas a los médicos y las inscripciones en
los gimnasios. Puede parecer un disparate, pero la cosa es totalmente cierta.
Claro que quien quisiera fastidiar a sus deudos lo tenían bien fácil…
En Estados Unidos un atracador pensó que si se untaba con
jugo de limón resultaría invisible, pues comprobó que su cámara de vídeo no
captaba su cara tras embadurnarla con el cítrico. Convencido de que su invento
le permitiría cometer el crimen perfecto, se pringó con abundante zumo y,
pistola en mano y alegremente, entró en un banco para soltar lo de “que nadie
se mueva, esto es un atraco”. Tomó la pasta (¿serían billetes pequeños y sin
marcar?) y salió tranquilamente. Unos minutos después, y con cara de enorme
asombro, fue detenido; ¿pero cómo me han reconocido?, debió preguntar a los
agentes, que subrayaron la gran sorpresa que se llevó el caco. Luego, cuando le
enseñaron las imágenes de las cámaras de seguridad, el inteligente ratero
volvió a quedarse confuso, pues su cara aparecía nítidamente. Según dicen los
expertos, la cámara de prueba que usó debía estar estropeada, o su objetivo
desajustado, o se movió tanto cuando se autograbó que no registró imagen. Lo
bueno del caso es que las cámaras del banco mostraban al tipo con los ojos como
pelotas de tenis, pues el líquido de la invisibilidad le había hinchado e
irritado los ojos, que eran auténticas cataratas, igual que su nariz. Deberían
aumentar su castigo por imbécil…, aunque por otro lado, deberían rebajársela,
pues las carcajadas que provocó todavía resuenan.
También en USA un juez dirigía un juicio cuando sonó un
móvil.
Encendida su soberbia al considerar tal cosa un ataque a su poder,
preguntó de quién era el teléfono, y al no recibir respuesta, decidió
enchironar a todos los presentes, 46 personas. Según cuentan, siguieron varias
horas de auténtica locura, con el juez llamando a los uniformados para que
detuvieran a todo el mundo, con los asistentes al juicio inmovilizados ante
tamaño disparate, con la noticia corriendo por los pasillos del juzgado hasta
llegar a los medios… Los que pudieron pagar la multa fueron puestos en libertad
horas después, pero 14 personas no tenían con qué y se fueron a la cárcel del
condado. Aquel mismo día, el abobado con toga se vio obligado a liberar a
todos. Y aquella tarde, el susodicho fue suspendido. Sucedió en Estados Unidos,
pero si hubiera sido en la vieja Iberia, esta especie de árbitro de lucha libre
americana tendría todas las papeletas para presidir tribunales supremos,
audiencias nacionales o consejos generales del poder judicial.De todas formas, casos más esperpénticos se han visto en
resoluciones judiciales, puesto que hay muchos magistrados que, demostrando tamaña
egolatría y engreimiento, vanidad, endiosamiento y fatuidad, se creen con
derechos y poderes totales, porque “soy juez y estoy en un pedestal que me
eleva sobre el resto de los mortales y lo que yo digo es dogma”. Cuando no
quede más remedio que ir al juicio, hay que observar al que va vestido de
cuervo, pues si no hay suerte, el disparate está servido. Por algo dictan
errores, o sea, fallos.
La estupidez infinita vive y prospera en todas partes.
CARLOS DEl RIEGO
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