El despiadado y a la vez descacharrante coronel nazi |
En febrero de 1942 se estrenó la insuperable película ‘Ser o
no ser’ (‘To be or not tobe’, claro). Han pasado por tanto setenta años, y se
puede afirmar sin temor a equivocación que en esas siete décadas no se han
realizado setenta películas que estén a su altura. Es más, no se aleja de la
realidad quien afirma que hay más inteligencia en diez segundos de metraje de
dicho filme que en el total del 75% de las producciones estrenadas desde
entonces. Puede parecer exageración, pero quien sepa ver cine (y para ello no
hace falta ser un entendido de los que comentan los contrapicados y los
‘travelling’) podrá enumerar virtudes de aquella maravilla de Ernst Lubitsch
durante horas.
Quienes hayan degustado sus chisporroteantes diálogos, sus
inteligentes secuencias, sus hilarantes situaciones no pondrá ninguna pega si han
de volver a la verla; pero quien no la haya visto tiene, por un lado, la suerte
de poder sorprenderse ante esta genuina obra de arte el día que se encuentre
con ella, y por otro, también la mala suerte de no poder recordar las sutilezas
asombrosamente ingeniosas que esta maravilla del cine ofrece desde el primer al
último segundo.
Lubitsch, judío, alemán y genio |
Como todo aficionado sabe, es una parodia del nazismo, es
decir, aunque pueda parecer un imposible, se puede uno reír incluso de la más detestable
barbarie, sólo hace falta imaginación y creatividad, algo distinto que contar
y, evidentemente, pasión. Y es que ‘Ser o no ser’ lanza continuas flechas,
envenenadas con el más inteligente humor, contra los descerebrados de la
Gestapo, de forma que casi llegan a dar un poco pena el tarugo de Schulz y el
rastrero coronel Erhardt, es decir, el genio del director consigue que los más
bestias aparezcan como pobres imbéciles. Pero es que, además, en esta cima del
planeta cinematográfico no hay discursos maniqueos ni moralinas políticamente
correctas, no hay ideologías ni panfletos partidistas, apenas aparece la
violencia y, desde luego, no hay trucos de cámara o algo parecido a efectos
especiales; y cuando hay que denunciar el régimen nazi y a sus fanáticos, lo
hace presentándolos como lo que son los malos en la realidad: primero unos
imbéciles que luego se especializan en los muchos y diversos tipos de
estulticia que los hombres han desarrollado.
La sucesión de situaciones hilarantes y disparatadas,
estrambóticas, esperpénticas y sutiles es continua, y son presentadas con
suprema elegancia, evidenciando el indiscutible talento que hubo de ser reunido
para alcanzar tamaña altura artística. Toda escena, plano o secuencia es
magistral, todo diálogo desborda ingenio, chispa, inspiración…, y no deja de
haber algún que otro finísimo doble sentido o alusión para leer entre líneas
(“nunca había estado ante un hombre que puede soltar diez toneladas de bombas
en dos minutos” dice ella con cara de asombro). Se puede ver cincuenta veces y
a la siguiente encontrarse con algo en lo que no se había reparado.
Asimismo, hay quien llega a emocionarse cuando, viendo a la
deliciosa y astuta protagonista, recuerda que la actriz que la incorpora,
Carole Lombard, murió unas semanas antes del estreno de la peli; nunca llegó a
verla terminada, no pudo vivir el que sería la su gran momento.
En fin, quien no la haya visto debería hacerse cuanto antes
un favor a sí mismo y visionarla inmediatamente y, sin dejar pasar mucho
tiempo, volver a ella; después será un incondicional de ‘Ser o no ser’, de
Lubitsch y del cine clásico en general.
Por cierto, tres años antes, este imitado director alemán y
judío hizo lo mismo con el comunismo en otra pieza que nadie debe dejar de
contemplar (diez o doce veces al menos), ‘Ninotchka’.
Sí, sin duda, diez segundos de cualquiera de estas dos obras
maestras tienen más valor que miles y miles de películas. ¿Por qué será que el
cine clásico es tan difícil de igualar?
CARLOS DEl RIEGO
Si nos pinchan, ¿no sangramos? Vi una adaptación teatral con José Luis Gil, Amparo Larrañaga y Don Mauro entre otros hace unos añitos. Sencillamente genial :)
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