OPINIÓN

HISTORIA

viernes, 1 de junio de 2012

ENERGÍA, ETERNO PROBLEMA Tarde o temprano los combustibles fósiles se agotarán, por lo que ya no es cosa de tontos idealistas empezar a buscar alternativas factibles y eficaces


Los coches eléctricos, hoy, son caros y poco eficaces

Desde el comienzo de la Revolución Industrial la búsqueda de la energía más barata y eficaz ha sido una constante, aunque llegado el petróleo y el gas (los combustibles fósiles en realidad), las máquinas han funcionado exclusivamente con ellos. Pero los combustibles fósiles se agotarán pues tardan millones de años en formarse y muy pocos en consumirse.

Por eso, prácticamente todas las grandes marcas de automóviles tienen ya en el mercado al menos un modelo con motor eléctrico o con propulsión híbrida. El por qué todos los fabricantes se han puesto manos a la obra en terreno tan poco explorado hay que buscarlo en un hecho que vienen diciendo los expertos desde varios años: “más vale que nos olvidemos para siempre de la gasolina a precio razonable”, lo que quiere decir que los que conocen el asunto por dentro saben que la situación actual tiene los días contados.

El del carburante que mueve los automóviles es la parte más visible del problema, y viene a ser muy representativa del mismo y un buen comienzo a la hora de buscar soluciones. Se han probado diversos combustibles, pero lo cierto es que sólo se han comercializado vehículos eléctricos. Estos presentan no pocos problemas; por un lado son muy caros, doblando o triplicando a coches de su segmento movidos por gasoil o gasolina; por otro, tienen poca autonomía, y cuando se agota la batería hay que tenerla cargando durante horas y horas; además, la batería se entrega en alquiler, de modo que el cliente ha de pagar una cantidad todos los meses; y por si fuera poco, la energía eléctrica que se toma del enchufe ha sido producida por una central térmica que quema combustible fósil, o sea, produce contaminantes, con lo que lo que se gana por un lado se pierde por otro. Puede parecer que los inconvenientes son insolubles, pero si las fábricas se ponen a investigar utilizando todos los medios a su alcance, seguro que en unos pocos años estarían resueltos (o mitigados) la mayoría de los problemas. Sólo hay que comprobar cómo han mejorado los coches en la última década: son muchísimo más seguros y cómodos, consumen mucho menos y son más funcionales, cuentan con todo tipo de ayudas electrónicas y, en fin, facilitan muchísimo la conducción y las maniobras. Por eso cabe pensar que, si los diseñadores e ingenieros de las fábricas se toman el coche eléctrico (u otra alternativa mejor que aun esté por descubrir) con seriedad y empeño, pronto habría automóviles con motor eléctrico con coste, autonomía y tiempo de recarga similares a los de motor de explosión. Bueno es recordar aquí que el primer coche eléctrico rodó hace casi dos siglos, de modo que si se hubiera seguido por ese camino seguro que hoy existiría un problema menos en el mundo.

La acumulación de basura nuclear
es el verdadero problema de esta energía
Pero el de los automóviles es sólo una cara del asunto. Las fuentes de energía, como está demostrado, son muchísimas, y gran parte de ellas son inagotables y fáciles de obtener, a diferencia de la que proporcionan los fósiles. A falta de que la energía solar y la eólica (además de la que producen las olas del mar, la geotérmica o las pilas de hidrógeno) puedan utilizarse en cantidad significativa, con coste y eficacias razonables, lo único que queda es la energía nuclear.

El propio nombre ya tiene connotaciones negativas y presenta sus inconvenientes. Los accidentes nucleares producen lógica gran alarma en todo el planeta, pero aunque la liberación de contaminantes nucleares por causas de origen natural o humano originen grandes desastres en todos los terrenos, ciertamente cada día las centrales son más seguras; y en todo caso, el asunto de la seguridad (incluyendo vigilancia, mantenimiento e inversión continuas y exhaustivas) es algo que se puede mejorar hasta acercarse bastante a la tranquilidad total; los accidentes de Chernóbil o Three Mile Island parecen lejanos, y el reciente de Fukushima ha sido provocado por un desastre natural. De este modo sólo habría que resolver el gran problema: qué hacer con los tan contaminantes residuos nucleares. Podría llegar un momento en que los gobiernos optaran mayoritariamente por la energía nuclear, cosa que ya habrían hecho de no ser por la lógica disidencia de los ecologistas y el miedo de las poblaciones (que siguen viendo eso de lo nuclear como un peligro), con lo que nos encontraríamos con una enorme acumulación de residuos altamente contaminantes distribuidos por todo el mundo; si actualmente hay en el planeta alrededor de 500 centrales nucleares con reactor de fisión (seguro que hay más) que producen  cerca de 11.000 toneladas de residuos cada año, ¿cuántos se producirían si se impone la energía nuclear y se triplica o quintuplica el número de plantas en todo el planeta?. El problema sería tremendo, pues esa basura nuclear permanece activa y es contaminante durante muchos miles de años. Si se entierra, aunque sea a medio kilómetro de profundidad, un terremoto puede volver a sacarla a la superficie, produciendo gran catástrofe, y siempre se puede romper o resquebrajar el almacén y empezar a contaminar; no se puede arrojar al mar o dejarla en cualquier sitio, sino que hay que construir gigantescos sarcófagos de hormigón que estarán en algún lugar, con el correspondiente peligro. Podría lanzarse al espacio profundo en un cohete, aunque seguro que hay docenas de inconvenientes. Por eso, lo mejor es volver a la solución antes mencionada: aumentar la inversión en investigación, dedicar todos los recursos para conseguir, por ejemplo, que los residuos sean aprovechables hasta que se conviertan en inocuos o resulte fácil su eliminación, en fin, buscar el modo de que el residuo sea muy escaso y poco peligroso. Sólo hay que ponerse a ello de verdad. Y mejor cuanto antes.       

CARLOS DEL RIEGO

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