Ha quedado para la historia el
concepto de ‘muro de la vergüenza’, el muro de Berlín (Die Berliner Mauer), que
dividió Alemania y su capital durante 28 años, 2 meses y 26 días. En noviembre
se cumplen 35 años de su caída, pero mientras estuvo en pie fueron muchos los
que sintieron el impulso de atravesarlo, de huir del ‘paraíso’ comunista que
los mantenía encerrados. Algunos los consiguieron, mientras que no pocos
dejaron la vida en el intento
La construcción del muro fue muy
rápida, todo se hizo en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961. Cuando se
estaba construyendo, multitud de berlineses del este se agolparon a ver las
obras, pero se encontraron con gran cantidad de soldados armados que lo custodiaban. Ante las protestas de los
ciudadanos, los oficiales que mandaban la tropa les dijeron que estaban allí
para protegerlos de la ‘perfidia capitalista’; sin embargo, desde la multitud
se escuchó una voz de mujer: “Entonces ¿por qué estáis apuntando hacia este
lado?”… Las cifras oficiales señalan que desde su ‘inauguración’, el 13 de
agosto del 61, hasta su derribo, el 9 de
noviembre del 89, más de 100.000 ciudadanos de la extinta RDA intentaron huir a
través de la vergonzosa pared. Lo lograron poco más de 5.000, pero alrededor de
600 murieron en el intento (hay autores que elevan la cifra a 700, pues hay
decenas de los que no se supo más), unos 140 en Berlín. Las fugas más numerosas
se produjeron mediante túneles, que proporcionaron la libertad a más de 500
alemanes.
El primero que perdió la vida al
intentar salvar el muro huyendo del paraíso comunista fue Günter Litfin,de 24
años, muerto a tiros cuando intentaba volver a Berlín Occidental, donde tenía
trabajo y casa, ya que sólo habían pasado once días desde la construcción de la
muralla: era el 24 de agosto de 1961.
Poco más de un año después de la
construcción, el 17 de agosto de 1962, lo intentó Peter Fechter, que junto a su
amigo Helmut Kulbeik decidieron arriesgarse y dejar atrás la República Democrática
Alemana. El plan era muy simple: esconderse en un alto cerca del muro para
observar el movimiento de los guardias y, en el momento oportuno, saltar desde
una ventana hasta el que se conocía como ‘corredor de la muerte’, la franja de
tierra entre el muro principal y un muro paralelo que se había empezado a
construir por aquellos días. Pero la cosa no salió bien, al menos para Fechter,
pues la Deutsche Grenzpolizei (policía de frontera alemana) disparó
enrabietada; Kulbeik logró pasar al otro lado, pero Fechter fue alcanzado en el
vientre a la vista de cientos de testigos. Cayó en el lado este del corredor de
la muerte, a la vista de los berlineses occidentales (entre los que había
periodistas); el desdichado fugitivo gritaba de dolor, pero nadie se atrevía a
socorrerle, pues los guardias de uno y otro lado temían que los ‘enemigos’
abrieran fuego a quien pisara el mencionado corredor. Una hora más tarde murió
desangrado. Tenía 18 años. Aquella noche fue recogido su cadáver por los del este.
Y por tan ‘valerosa’ acción los guardias que lo abatieron fueron condecorados.
El 4 de septiembre de 1962 lo intentó
un carpintero de 41 años llamado Ernst Mundt, cuya madre vivía en el otro lado
y con la que se carteaba a diario. Ese día Mundt se decidió, cogió su bicicleta
y pedaleó hasta el cementerio de la Bergstrasse, que tenía una parte a cada
lado del muro. Se aupó sobre su bici y caminó sobre el borde de la tapia del
cementerio. Cuando estaba a menos de 50 metros del oeste un guardia lo vio y
disparó un tiro de aviso. La gente que estaba en el cementerio le gritaba que
no hiciera tonterías, que volviera o lo matarían, pero Ernst estaba decidido y
no iba a dar marcha atrás. El policía no se atrevía a disparar pero, de
repente, cuando apenas estaba a dos o tres pasos de poder saltar al oeste,
desde un edificio cercano un francotirador no tuvo tantos escrúpulos y tiró: le
dio en la cabeza y Mundt cayó en el lado este, donde fue recogido y murió horas
después. Sólo su gorra logró pasar.
La huida más célebre y elaborada la
protagonizó la familia Holzapfel. Corría el verano de 1965 cuando un ingeniero
de Leipzig, Heinz Holzapfel, harto de la dictadura, ideó un plan para escapar con
su esposa Jutta y su hijo Günther. Lo planearon todo al detalle. La noche del
28 al 29 de julio se colaron en el edificio de los Ministerios de la RDA, que
estaba a apenas unos metros del muro. Se encerraron en un lavabo, colocaron en
la puerta un letrero de ‘fuera de servicio’ y esperaron. A llegar la noche y
cuando en el gigantesco edificio (que era de la época nazi) sólo quedaban los
vigilantes, salieron de su escondite y con gran sigilo (incluso se quitaron los
zapatos y se pusieron unos calcetines previamente preparados) caminaron hasta
la azotea. Allí, Heinz ató un extremo de un cable de acero al asta de la
bandera y el otro a un martillo pintado con pintura fosforescente; lanzó el
artefacto que, sin mayor problema, cayó al otro lado, donde esperaban los
familiares de los Holzapfel. Éstos fijaron el cable a la trasera de una camioneta
y lo estiraron. Entonces Heinz colocó una polea sobre el cable a modo de
teleférico y sujetó a su hijo a la misma mediante unos arneses (todo hecho en
casa); Günther se deslizó por el cable perfectamente, y poco antes de ‘tomar
tierra’ sus tíos y abuelos lo sujetaron para amortiguar la velocidad. Luego fue
el turno para Jutta, que viajó sin problemas sujetada por su funicular casero.
Y por último, tras algunas dificultades técnicas, Heinz tocó suelo occidental.
Lo curioso es que los ‘Sowjetische beobachtungsposten’ (vigilantes soviéticos),
vieron el vuelo de Heinz, pero pensaron que era uno de los suyos, un espía que
cruzaba al otro lado para cumplir alguna misión secreta, así que no hicieron
nada (¿qué pasaría con ellos cuando sus superiores descubrieran la fuga?). Una
fuga de película con final feliz.
Chris Gueffroy, de 21 años, fue
tiroteado hasta la muerte en febrero de 1989, nueve meses antes de la caída del
muro. Fue el último muerto a tiros, pero hubo otro después, Winfried
Freudenberg, de 32 años, que lo intentó en marzo de aquel año subido en un
globo que él mismo había fabricado; terminó en
la Alemania libre, pero estrellado contra el suelo. Con él se cerró la
negra lista.
Ya hace 35 años que cayó el muro de la
mayor cárcel de la Historia.
CARLOS DEL RIEGO