OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 12 de abril de 2023

505 AÑOS DE LA SEGUNDA EXPEDICIÓN A TIERRA FIRME AMERICANA

 


En los primeros contactos hubo de todo, violencia y comercio pacífico

Hace cinco siglos España estaba inmersa en la asombrosa empresa del descubrimiento y la exploración del Nuevo Mundo. Año tras año se iban sucediendo los acontecimientos, las expediciones, los hallazgos. En 1518 partió de Cuba la segunda incursión a la América continental; los españoles eran los únicos no americanos que pisaban aquellas tierras 

Hubieron de pasar 25 años desde el descubrimiento hasta que los españoles se decidieron a internarse en Norteamérica, en la entonces absolutamente desconocida Tierra Firme, pues hasta entonces sólo habían explorado las islas. En 1517 Hernández de Córdoba había sido el primero en explorar esas tierras ignotas para el resto del mundo, y al año siguiente fue la expedición de Juan de Grijalva la que se aventuró a lo desconocido, aunque sí sabían que les esperaban grandes “hambres, trabajos y heridas”. En abril de 1518, a bordo de cuatro barcos, 240 hombres iniciaron otra aventura histórica. Hoy, más de medio milenio después, aun no se ha valorado tal prodigiosa hazaña. En todo caso, para recordar aquel episodio, conviene ponerse el casco, la coraza y las circunstancias, y luego escuchar a un testigo ocular, Bernal Díaz del Castillo, que lo contó y describió todo en su imprescindible obra ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’. 

Tras unos días de navegación y con la excitación de la novedad absoluta y el miedo a lo desconocido, llegaron a la isla de Cozumel. Echan pie a tierra cautelosos, avanzan y llegan a un poblado en el que sólo hay dos ancianos, pues el resto ha huido al verlos. Unos indígenas capturados el año anterior por Hernández de Córdoba sirven de intérpretes; piden  a los viejos que vayan tranquilamente a decir a los demás que no hay que temer. Se van y no vuelven. Aparece una india que habla en la lengua de Jamaica que, por ser parecida a la de Cuba, algunos la entienden; les cuenta que iba en un barco hacia Jamaica, pero naufragó y algunos consiguieron llegar a la isla, donde sacrificaron a todos excepto a ella. Los españoles la enviaron en busca de los del poblado, pues no tienen nada que temer. Al poco llegó ella sola diciendo que tienen miedo y no vendrán. Así, vuelven a embarcar, incluyendo la mujer jamaicana, que voluntariamente dejó la isla.  

Al divisar las costas de la península de Yucatán también observan que en la costa se han reunido muchos “indios de guerra” de los que el año anterior atacaron, causaron muchas bajas e  hicieron huir a la expedición de Hernández de Córdoba. Así describe la situación Bernal Díaz del Castillo: “a esta causa estaban muy ufanos y argullosos, y bien armados a su usanza, que son arcos, flechas, lanzas tan largas como las nuestras y otras menores, y rodelas y macanas y espadas como de a dos manos, y piedras y hondas y armas de algodón, y trompetillas y atambores. Y los más dellos, pintadas las caras de negro y otros colorados y de blanco, y puestos en concierto”, y para que nada faltara, el griterío amenazante. Aquella visión debió acongojarlos… Con todo, desembarcan la mitad (seguro que no fueron voluntarios), armados con cañones pequeños, arcabuces, ballestas y espadas…, y el sudor frío del miedo recorriéndoles la espalda. Apenas puesto pie a tierra, son recibidos con una cerrada lluvia de flechas y lanzas, de modo que antes de que todos hubiesen desembarcado ya había muchos heridos. Los españoles se defienden y “les causan mucho mal”, pero la rociada de proyectiles no amaina, a pesar de lo cual se termina el desembarco. Entonces la cosa cambia y, a base de estocadas y ballestas, los hacen retroceder. También rememora Bernal que por allí había un enjambre de langostas, que con el ruido se levantaron y cayeron sobre ellos, de modo que no había modo de ver ni de asomarse, y que no se sabía muy bien si lo que venía era proyectil o langosta. Tras reorganizarse, se adentran en tierra pero al no encontrar más que  pueblos abandonados vuelven a los barcos. Balance del encuentro: siete muertos y sesenta heridos, entre ellos Grijalva, el capitán, que recibió tres flechazos y perdió varios dientes.   

Tres días después, ya en el continente, remontan un río (río de Grijalva) hasta que se encuentran con muchos indios en canoas y en tierra. Llevan visibles sus armas y penachos de guerra y se ven también “mamparos, fuerzas y palizadas”. Con los tiros (cañones), escopetas y ballestas apuntando, Grijalva, por medio de los dos indios que iban con ellos, les dice que no tengan miedo, que sólo quieren hablar e intercambiar cosas. Se acercan caciques y papas (sacerdotes), los españoles les dicen que vienen de lejos y les hablan de su señor (Carlos I), a lo que los indios principales contestan que ya tienen señor, que hagan los trueques y se larguen, y que tienen más de veinte mil guerreros listos para el combate. Finalmente se impone la diplomacia y se acuerda hacer las paces; los españoles respiran, comen y beben. Durante los intercambios los indios hablan de un lugar rico y con mucho oro al oeste: “México, México”, repiten sin que los españoles tuvieran idea de qué era eso. Sin lucha, volvieron a embarcar. En el siguiente encuentro, también pacífico, escucharon por vez primera el nombre de Moctezuma, gran señor que ya sabe de su llegada, que quiere conocer sus intenciones y si son los ‘teules’ (dioses) con barba de los que habla la profecía. Con buenas sensaciones remontan otro río (río de Banderas), donde vieron otra gran multitud de indios en actitud amistosa. Con precaución y las armas listas, bajaron a tierra, donde volvieron a rescatar oro, o sea, cambiarlo por piedras brillantes que los nativos apreciaban mucho (las verdes y azules tenían gran valor ritual). Al terminar volvieron a embarcar. 

Desde las naves vieron varias islas. De una salía mucho humo, así que allí desembarcaron. De inmediato se toparon con templos con gradas, y en ellos los restos de cinco indios recién sacrificados: “Estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos en gran manera”, cuenta Bernal. Volvieron a los barcos, donde hablarían de lo que habían visto y, seguro, alguno no durmió esa noche. Al poco volvieron a tierra firme, donde les esperaban muchos indios con abundantes piezas de oro para cambiar por esas cuentas brillantes que tanto les gustaban y llamaban ‘chalchivites’. Encontraron otro adoratorio donde vieron los torsos abiertos de dos indios, y restos y sangre por todas partes. Entendieron que el sacrificio era algo cotidiano en aquellas tierras, lo que, sin duda, debió provocarles escalofríos.  

También explica Díaz del Castillo  que “con los muchos mosquitos que había no nos podíamos valer”. E igualmente remarca el día que hacía buen tiempo, ya que llovía diario, por lo que se mojaba la pólvora y no podían usar cañones y arcabuces; y a todo esto, siempre con todo el hierro, armas y protecciones encima, con calor asfixiante y altísima humedad… Los expedicionarios ya habían comprobado entonces que estaban en tierra firme, no en una isla. Enviaron entonces un barco a Cuba para pedir socorro (17 muertos y muchos heridos) y entregar el oro conseguido. Los tres barcos restantes volvieron a costear por el Golfo de Méjico. Se acercan a la desembocadura de un río, donde “vinieron de repente por el río abajo obra de veinte canoas muy grandes, llenas de indios de guerra, con arcos y flechas y lanzas”, los cuales atacaron al navío más pequeño; sin embargo, los rechazaron y, acto seguido, volvieron al mar. Más adelante decidieron regresar a Cuba, pero antes tuvieron que fondear para reparar un barco que hacía mucha agua; mientras, llegaron muchos indios de diversos pueblos con piezas de oro bajo para cambiar por cuentas verdes. 

Así terminó la segunda expedición europea a Tierra Firme de América del Norte. El viaje tiene de todo, misterio e incertidumbre, batallas sangrientas y encuentros pacíficos. ¡Qué aventura! 

CARLOS DEL RIEGO

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