OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 13 de diciembre de 2020

KEITH RICHARDS, 77 AÑAZOS. LAS VECES QUE ESTUVO AL BORDE DE LA MUERTE

 


Pocos habrían sobrevivido a tanto

Es sin duda un caso bastante inusual. Y es que pocas personas seguirían vivas de haber pasado por alguno de los abundantes episodios en los que Keith Richards estuvo al borde de la muerte. El tío cumple 77 tacos, y aunque su físico muestra el paso del tiempo, muchos otros no han llegado tan lejos (sólo hay que repasar la lista) a pesar de no haber pasado por tantos trances mortales como el enjuto guitarrista

El 18 de los corrientes alcanza los 77 añazos, contra todo pronóstico, uno de los grandes calaveras de la historia del rock, Keith Richards. Siempre fue lo que se dice un crápula, un tipo que siempre actuó sin calcular las consecuencias. A veces por los excesos con que castigó su cuerpo, otras por no pensar antes de hacer y otras por puro azar, el caso es que su ángel de la guarda ha tenido mucho trabajo para mantenerlo vivo, puesto que el viejo rollingstone ha estado muchas veces a un paso del otro barrio.

Casi siempre fue por su propia voluntad, aunque la primera vez que la Parca lo rondó apenas había nacido. Vino al mundo en Dartford, zona varias veces bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial (había fábricas), el 18 de diciembre de 1943, mientras la Luftwaffe soltaba unas toneladas de bombas. Un tercio de la calle desapareció en un enorme cráter y murieron vecinos de un lado y otro de donde estaban él y su aterrada madre. Pero no les pasó nada. A ese episodio debe referirse el primer verso de ‘Jumpin´ Jack Flash’ que dice: “Yo nací en un huracán de fuego cruzado”.

A comienzos de los años setenta, el músico, siempre dispuesto a meterse lo que hubiera, aceptó fumarse ‘algo’ con unos tipos…, hasta que empezó a sentirse extraño. Al parecer aquello que fumaban (polvo, seguro) estaba cortado con estricnina. Él mismo recordaba el suceso: “Alguien había puesto estricnina en ‘mi’ droga. Entonces me sentí totalmente inmovilizado aunque estaba despierto y podía escuchar a los que estaban allí, que decían: ‘¡está muerto, está muerto!’; yo lo escuchaba todo, estaba perfectamente despierto, pero incapaz de moverme. Entonces traté de levantar un dedo para convencerme a mí mismo de que no, que no estaba muerto”. Finalmente fue reanimado, pero sin duda debió ser un mal trago, un mal viaje.   

Varias veces en su vida estuvo a punto de palmar en incendios varios. Hacia 1972 Keith y su novia de entonces, Anita Pallenberg, se quedaron dormidos en la cama mientras él fumaba (pocas fotos de Keith sin pitillo); el cigarrillo cayó en la sábana y empezó a echar humo; no hubieran sido los primeros intoxicados y muertos por los humos de una combustión sin llamas. Aquel mismo año, los Stones hicieron un descaso de una gira y fueron a visitar la Mansión Playboy, que entonces estaba en Chicago; el irredento tarambana y otro compinche se encerraron en un baño a meterse unas ‘golosinas’ (¿no había nada mejor que hacer en aquella casa?); de repente, una gran humareda dentro del baño, pero los dos ‘colocaos’ apenas se movieron; afortunadamente los de seguridad se dieron cuenta y echaron la puerta abajo mientras ellos seguían sentados en el suelo, inmóviles y con los ojos muy abiertos… En 1973 su casa de Redlands Estate se quemó totalmente; él dijo que había sido por culpa de un ratón que masticó los cables eléctricos, aunque todo el mundo tenía la certeza de que el culpable no era ningún roedor…

En 1976 se quedó dormido al volante con su hijo de siete años, Marlon, en el asiento trasero. Tras un concierto en Knebworth, Inglaterra, estrelló su precioso Bentley contra un árbol. Durante años el asiento trasero exhibía la huella de la mano ensangrentada del niño y la abolladura de la cabeza de Keith en el volante. Fue arrestado y la policía encontró ácido en la guantera. Su inconsciencia pudo costar caro a otros.

Tal vez el suceso más ‘espectacular’ que sufrió fue cuando, el 3 de diciembre de 1965, mientras tocaba en el Memorial Auditorium en Sacramento, California, su guitarra entró en contacto con su pie de micro, se produjo un tremendo chispazo y Richards cayó al suelo fulminado. El promotor, Jeff Hughson, estaba convencido de que el guitarrista había recibido un disparo, y el asistente Mick Martin declaró: “Vi a Keith salir volando hacia atrás, literalmente; estaba seguro de que estaba muerto, me quedé horrorizado, todos lo estábamos”. Sucedió que hubo una sobrecarga en su micro y, al tocar la guitarra, los voltios pasaron por el cuerpo del sufrido Richards. Lo entubaron y llevaron al hospital, donde le dijeron que había estado muy cerca, y que seguramente le salvaron las gruesas suelas de goma de sus zapatos. Al día siguiente volvió a saltar a escena como si nada. Hay que recordar que otros que sufrieron lo mismo no tuvieron tanta suerte.

No tan aparatosa fue la vez que se le cayó una estantería encima. Fue en 1998, cuando se subió a una silla para coger un libro, la silla cedió, él se agarró a la estantería y se le vino encima toda ella, cargada con cientos de libros. ‘Sólo’ se rompió tres costillas. Sin perder el humor, dijo: “Fue uno de esos momentos en que hay que decidir si asumir lo sucedido o pegar cuatro tiros a aquella condenada librería”.

Una de las últimas no deja de tener gracia. Hacia 2006 el grupo estaba de descanso en medio de una gira, así que se fueron a una isla privada en las Fiji, en el Pacífico Sur. Tras un chapuzón marino, vio un árbol no muy alto, “era bajo y con muchos nudos, casi una rama horizontal, a dos o tres metros del suelo”, describió él. Alguien dijo “¡a comer!” y él quiso saltar ágilmente del árbol, pero se resbaló y se dio un señor trompazo en la cabeza. En principio no le dio importancia, le dolía un poco el coco, pero nada preocupante. Días después el dolor iba en aumento, “era un dolor cegador”, explicó, y una noche sufrió convulsiones mientras dormía. Lo llevaron inmediatamente a Auckland, Nueva Zelanda, donde fue operado de urgencia y se recuperó sin problemas. 

Sí, la Parca lo ha rondado varias veces, pero el tío que esnifó las cenizas de su padre (“A él no le hubiera importado”, comentó) es un tipo duro de pelar.

CARLOS DEL RIEGO

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