OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 10 de diciembre de 2020

500 AÑOS DEL PASO DEL ATLÁNTICO AL PACÍFICO. LAS HORRIBLES CONDICIONES EN AQUELLOS BARCOS

 


Réplica de la Victoria con unas 45 ó 50 personas, igual que las que iban a bordo 

(foto Juanmatassi)

Hace quinientos años un barco pasó por primera vez del océano Atlántico al Pacífico, una de las mayores hazañas humanas y navales de toda la Historia. Fue en el transcurso de la asombrosa expedición Magallanes-Elcano, que a lo largo de tres años, de 1519 a 1522, tocó cinco continentes. Partieron 239 personas en cinco naves, volvieron 18 en una

Se conoce con bastante precisión casi todo lo que ocurrió con aquellos aventureros, pues iba el italiano Antonio Pigaffeta (que quería “ver cosas admirables”) como cronista, tomando nota de todo, de los enfrentamientos armados con nativos y entre españoles, de los temporales y, sobre todo, de las insalubres condiciones de los viajeros, las enfermedades, el hambre y la sed. Es increíble que hubiera supervivientes. Puede considerarse tan asombroso aquel viaje de unos 78.000 kilómetros (según Fundación Nao Victoria) como que hubiera quien conservara la vida.

Si aquellos cinco barcos hubieran sido ingleses, franceses, portugueses, holandeses o de cualquier lugar, semejante odisea sería la gran gesta del país, fiesta nacional, una exaltación del ‘espíritu indomable de la nación’, puesto que había que ser verdaderamente resistente y decidido para asimilar todo lo que soportaron aquellos auténticos tipos duros.

Además de todos los episodios violentos, motines, deserciones, ejecuciones, apresamientos, batallas y peleas, las causas principales de las bajas fueron las terribles condiciones de vida en los barcos (en realidad hubo 12 supervivientes más, que habían sido hechos prisioneros por los portugueses y, liberados, llegaron semanas después). Hay que tener en cuenta que los expedicionarios navegaron por mares por los que jamás había pasado un barco y, por tanto, estuvieron absolutamente solos; que tocaron y cartografiaron tierras hasta entonces totalmente desconocidas para el resto del mundo; que vieron personas, animales, plantas y geografías nunca descritas… Y todo ello en veleros de, poco más o menos, 25 metros de largo y 7 de ancho, donde trabajaba, comía, dormía, vivía una tripulación de unos 45 a 60 hombres. Lógicamente se dormía donde se podía (sólo el capitán tenía algo parecido a un camarote), en cubierta, entre toneles y sacos, aparejos y herramientas, unos pegados a otros, hacinados, con frío gélido o calor sofocante, entre toses, ronquidos y muchos otros ruidos tan humanos…

La travesía del Atlántico la hicieron más o menos como tenían previsto, por lo que no padecieron grandes necesidades. Pero al ir descendiendo por la costa de lo que hoy es Brasil las cosas empezaron a ponerse ciertamente duras. Para hacerse idea de la situación hay que tener en cuenta que en diciembre de 1519 estaban donde se ubica Rio de Janeiro y que no cruzaron al Pacífico hasta noviembre de 1520, todo un año tanteando la costa, navegando y descubriendo, incluso yendo río arriba por el río de la Plata creyendo que era mar (su estuario es gigantesco)…, todo para encontrar un paso hacia el otro océano, algo que culminaron el 27 de dicho mes y año tras infinitas calamidades, levantamientos, deserciones, ejecuciones o el abandono de algunos sublevados en lo más inhóspito de la Patagonia. Por allí vieron animales jamás descritos, como guanacos, elefantes marinos o pingüinos.

Para entonces ya escaseaba la comida y, dada la cercanía a la Antártida, la marinería estaba casi todo el día aterida de frío. Pero encontraron por dónde pasar. Y pasaron a pesar de que esa zona era y sigue siendo uno de los lugares más peligrosos y hostiles del planeta: Estrecho de Magallanes, Cabo de Hornos, confluencia del Atlántico y el Pacífico con las gélidas aguas del Glacial Antártico, vientos y temporales aterradores… Todo lo superaron.

Y entonces empezó lo más duro, la travesía del Pacífico hacia el oeste, miles de kilómetros sin ver otra cosa que agua, más de tres meses sin tocar tierra. La comida se acabó, el bizcocho marino que llevaban (algo parecido al pan) era “polvo con gusanos (…) y con olor fétido, pues estaba impregnado de orina de rata”, según cuenta Pigaffeta, el escribano. Al no haber nada que llevarse a la boca, cogieron las pieles que protegían los mástiles, así como todos los correajes de cuero, y los pusieron en remojo durante varios días, para luego ‘guisarlos’ y comerlos. El agua que se veían obligados a beber no sólo era escasísima, sino que estaba putrefacta y olía a eso, a podrido (en realidad todo se estropeaba a las pocas semanas). Los pobres marineros también incluyeron en su menú el serrín y, como plato fuerte, la rata, que pasó a ser el producto más caro que había en el barco. A todo ello hay que añadir el escorbuto, enfermedad producida por la carencia de vitamina C (o sea, de fruta y verdura frescas), que deforma horriblemente la boca y que incluso impide comer (hay que especificar que a finales de ese siglo el español Agustín Farfán señaló la causa y remedio de esa enfermedad en un libro fechado en 1579, aunque los anglosajones dicen que quien antes la describió fue un escocés llamado Lind, dos siglos más tarde); sin olvidar las infecciones producidas por heridas, desnutrición o falta de higiene, las tormentas o la calma chicha.   

Además, ya en las islas de Asia y Oceanía, hubieron de vérselas con los nativos y también con los portugueses, que no querían perder el monopolio del comercio de especias. Pero pudieron con todo. Y esa docena y media de hombres (además de españoles había italianos, griegos y un alemán), que al desembarcar en Sanlúcar de Barrameda parecían esqueletos andrajosos, completaron el primer paso de uno a otro océano y la primera vuelta al mundo, entre otros descubrimientos. Y a bordo de un barco de vela, la Victoria, que resultó ser poco menos que indestructible.  

Hoy ya no es posible vivir una aventura tan asombrosa. Ni siquiera imaginarla.

CARLOS DEL RIEGO

 

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