OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 8 de mayo de 2019

53 AÑOS DE LA CATASTRÓFICA Y SANGRIENTA REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA

Humillaciones y linchamientos públicos fueron cotidianos durante la Revolución Cultural China.


Era mayo de 1966 cuando comenzaba a ponerse en práctica el segundo de los proyectos personales de Mao Zedong, la Revolución Cultural, cuyos resultados fueron tan desastrosos, catastróficos, mortales para la población china como su anterior plan, el Gran Santo Adelante. La cifra de muertos entre los dos proyectos maoístas supera los 50 millones

En el mes de mayo de hace 53 años daba inicio una iniciativa de Mao Zedong para China, la Gran Revolución Cultural Proletaria, que resultó un completo fracaso y un baño de sangre. No era la primera vez que Mao imponía a sangre y fuego sus disparatadas y criminales ideas…

La Revolución Cultural (de 1966 a 1976, cuando muere Mao) vino a ser una purga de intelectuales, profesionales, cargos del partido, militares, civiles de ciudades y del campo y, en fin, de todo el que fuera sospechoso de no ser lo suficientemente entusiasta con el amado líder y su pensamiento; en realidad, lo que verdaderamente pretendió Mao fue liquidar a todo aquel le pudiera hacer algo de sombra, a todo el que sospechara que pudiera disputarle el poder, a todos los que le criticaron por el desastre del Santo Adelante… Además, la intención era borrar todo lo que pudiera ser calificado como burguesía reaccionaria o capitalismo (como si para entonces quedara huella de capitalismo en aquella China), y también había que eliminar toda huella de la cultura tradicional china y, por supuesto, de cualquier cosa que oliera a religión. Para poner en práctica esta campaña, el dueño de China se apoyó en la Guardia Roja, ejército de jóvenes extremadamente fanáticos encargados de ir buscando y eliminando a todo el que les pareciera reaccionario o contrarrevolucionario, ya que los guardias rojos tenían competencia para elegir a quién ejecutar. Lógicamente, la herramienta utilizada fue la violencia más brutal. Torturas, palizas, saqueos, desplazamientos forzosos (millones de jóvenes urbanos fueron ‘destinados’ a trabajo en el campo), encarcelamientos sin mediar palabra, trabajo hasta la muerte, humillaciones públicas, fusilamientos…, la lista de las barbaridades llevadas a cabo en la cacería abarca todo lo que uno pueda imaginarse.

 Además, entre otros actos de parecido estilo perpetrados por la Guardia Roja, fueron exhumados, juzgados, condenados y quemados los huesos de algunos emperadores chinos de muchos siglos atrás; se destruyó patrimonio histórico, artístico y cultural de valor incalculable, se prohibieron las bodas al estilo tradicional chino y muchas otras costumbres arraigadas en el pueblo; se saquearon y arrasaron templos (Buda y Confucio se convirtieron en demonios antirrevolucionarios), bibliotecas y otros edificios, se quemaron libros por miles, cementerios, objetos de arte… y, especialmente, todo lo que oliera ligeramente a la tradición, a creencias, a cultura, a extranjero.

En fin, durante la Revolución Cultural se ordenó a la policía que jamás interviniese en las acciones de la Guardia Roja, que fue algo así como las SS. Los especialistas no se ponen de acuerdo para la cifra de muertos que causó la Revolución Cultural. Sí se tienen algunos datos: en Pekín, en sólo dos meses de aquel año fueron ejecutadas casi dos mil personas… y se produjeron cerca de mil suicidios entre los que iban a ser detenidos… Las estimaciones más bajas hablan de unos tres millones de muertos, otros elevan la cifra hasta los diez millones, a los que hay que añadir cantidades parecidas de heridos, mutilados y desaparecidos (muchas veces llegaba la Guardia Roja, se llevaba a uno o a la familia entera, y de ellos nunca jamás se volvía a saber). Evidentemente, los sucesivos gobiernos chinos siempre se han opuesto a llevar a cabo una investigación sobre el asunto. Asimismo, también es relevante el hecho de que la educación se convirtió en el medio ideal de adoctrinamiento, sustituyéndose materias típicas de la enseñanza por dogmas ideológicos. Puede afirmarse que la cultura y la educación en aquella China fueron enjauladas en el férreo corsé maoísta.

De todos modos, por muy terrible que parezca, las brutalidades cometidas durante la Revolución Cultural (que se concentró en intelectuales, militares, políticos, clases medias urbanas) se quedan en poco si se comparan con las ocurridas años antes en el Gran Salto Adelante (1958-61, también idea de Mao y que se cebó en los más pobres, en los campesinos y poblaciones rurales); baste señalar que la cifra de muertos que causó ese ‘salto’ varía, según investigadores, entre los 25 y 50 millones, siendo imposible precisar, ya que la mitad de las víctimas ‘desaparecieron’, simplemente se las llevaron de casa y nunca más se volvió a tener noticia de ellos. Y es que, además, de la más salvaje violencia, el Gran Salto Adelante exigía entregar toda la cosecha al estado, de modo millones de personas morían de hambre por las calles, a veces a las puertas de los almacenes repletos de grano para exportar (sobre todo a la Urss, a cambio de maquinaria pesada y para pagar deuda).

A pesar de aquellas atrocidades, en China (y en otras partes del mundo) se sigue rindiendo culto a Mao (que fue definido por una de sus colaboradoras como “un sicópata ebrio de violencia”), y a nadie se le ocurre preguntar por aquellos ‘desaparecidos’, ni en China ni fuera. Aunque sean millones.  

CARLOS DEL RIEGO

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