OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 17 de abril de 2019

CAUSAS DE LA DERROTA REPUBLICANA EN LA GUERRA CIVIL

Milicianos y guardias de asalto conformando una curiosa unidad motorizada.


Dejando a un lado las cuestiones ideológicas o morales y atendiendo exclusivamente a los aspectos estrictamente bélicos, se pueden encontrar con relativa facilidad las causas principales de la derrota de la República en la Guerra Civil Española. Del final de ésta se cumplen ochenta años, por lo que parece momento oportuno para recordar lo que inclinó la balanza hacia el bando sublevado.

Motivo siempre de encendidas controversias, el mejor modo de comprender por qué la Guerra Civil Española acabó como acabó es despojándose de prejuicios, de ideologías, de odios, para que nada distorsione la realidad (esto es imprescindible para estudiar y entender cualquier episodio de la Historia). En caso contrario, o sea, si se estudia la Guerra con la ideología por delante, se verá todo a través de las gafas ideológicas que cada uno tenga, con lo que todo aparecerá distorsionado por el color de dichas gafas. Centrándose exclusivamente en cuestiones bélicas y todo lo que conlleva una situación de guerra, pueden señalarse las principales causas de la derrota republicana.

Puede empezarse recordando cómo fueron disueltas las unidades del ejército cuyos mandos se unieron a la sublevación y se licenciaron esas tropas, cuyos soldados no tenían por qué concordar con sus mandos. Asimismo, el Gobierno republicano se quedó anonadado tras el intento de golpe estado, desconcertado, sin saber qué hacer y sin tener idea de quiénes permanecían leales, quiénes no y quiénes esperaban cómo iba la cosa para tomar partido. Esa indecisión tuvo importancia en el comienzo.

Mal que aquejó a la República desde su instauración fue la falta de autoridad y orden, sobre todo en la calle. Unos días después del 18 de julio del 36, en muchísimos pueblos y ciudades de España se incrementaron los actos violentos; y hay que recordar que en los primeros meses de ese año hubo no menos de 300 muertos por violencia callejera (además innumerables actos vandálicos) sin que hubiera respuesta del Gobierno, sin que las fuerzas policiales recibieran orden de poner fin a todo ello. El caso es que una vez declarada la guerra aumentaron los casos de saqueos, robos y requisas por la fuerza, incendios, violencias y asesinatos, con un Gobierno incapacitado, paralizado, con terror a dar las órdenes de acabar con los infinitos disturbios.

Una de las causas determinantes de la derrota fue la negación de ayuda por parte de las potencias democráticas. Pero hay que tener en cuenta que los gobiernos de esos países (Francia e Inglaterra sobre todo) vieron con horror esos estragos y atentados en la zona republicana, las ejecuciones masivas, la persecución hasta la muerte de los ‘desafectos’ y, sobre todo, la inacción del Gobierno; es decir, Londres y París tomaron la decisión de negar la ayuda no tanto por el estado de anarquía y violencia como por el hecho de que el poder ejecutivo no moviera un dedo para detener los excesos. Evidentemente no iban a ayudar al bando rebelde, pero tampoco echarían una mano a un gobierno que permitía todo tipo de barbaridades. No será necesario remarcar que a las potencias que ayudaron al bando nacional la violencia contra el enemigo les traía sin cuidado.

El desorden y la indisciplina reinantes en el bando republicano desde los primeros momentos también afectaba a la eficacia de su ejército. Al no haber una intendencia ordenada se producía un tremendo despilfarro de recursos (armas y municiones, transporte, combustible, alimentos, material médico…), que se distribuían según preferencias y simpatías, no según necesidades. Además, las tropas (regulares o milicianos) sólo obedecían a sus propios mandos: los cuerpos sindicalistas a sus comisarios, los comunistas a los suyos, los socialistas a los suyos…, con lo que existía una falta de autoridad y coordinación que mermó su eficiencia en combate. Hubo muchos jefes que hicieron tremendos y desesperados esfuerzos por poner orden, pero…

Esa indisciplina provocaba que (en no pocas ocasiones) las tropas acordaran en asamblea por dónde avanzar sin tener en cuenta las exigencias que toda acción militar requiere; otras veces cambiaban de rumbo sobre la marcha o porque se quería ‘escarmentar’ a este o aquel. Los jefes y oficiales de cada compañía, división o cuerpo de ejército también desconfiaban el uno del otro, por lo que no existía coordinación, ni objetivos comunes, ni colaboración, sino que cada uno decidía por sí sin informar (hubo casos en que uno avanzaba o retrocedía sin dar cuenta a nadie, con lo que se contaba con ellos y no estaban o se topaban con tropas que no se esperaban); además aquellas rivalidades y rencillas de partido llevaba a unos a no apoyar un ataque, a otros a no proteger un flanco, y a los otros a una retirada injustificada… En resumen, cada uno de las unidades estaba integrada por militantes de los diversos grupos políticos que conformaban el Frente Popular y cada cual trataba de hacer la guerra por su cuenta según su interés o parecer.

No hay que olvidar que ese desgobierno, ese desbarajuste provocó innumerables ‘incidentes’. Por ejemplo, cuenta el anarquista Cipriano Mera en sus memorias que tanto las Brigadas Internacionales como las unidades de Líster o los batallones de la CNT “retrocedían en desorden sin que hubiera forma de pararlos y reorganizarlos”, y señala que la causa era la falta de disciplina de la tropa y la negativa a obedecer órdenes. De hecho, el cuerpo que mandaba Mera recogió miles de fusiles y muchas piezas de artillería abandonadas por las tropas de El Campesino que huían en desbandada.

Una muestra evidente del desgobierno y descoordinación que imperaba en las filas leales a la República es lo que se conoce como el ‘Incidente de Tarancón”, sucedido en noviembre del 36. El mencionado Cipriano Mera estuvo a punto de fusilar a los miembros del Gobierno de la República que escapaban de Madrid pensando que la ciudad estaba perdida y que había que ponerse a salvo. Es decir, sin comunicar nada a los altos mandos militares, varios ministros y altos cargos eran los primeros en huir. Mera, el albañil que llegó a general de división, lo calificó como “verdadera vergüenza”, y añadió “si no monto ahora una gorda por mi cuenta es porque tengo conciencia de que no deben imponerse los puntos de vista particulares”. Otra muestra del desbarajuste se produjo al final de la guerra, cuando el coronel Casado se rebeló contra lo que quedaba del gobierno republicano: una guerra dentro de la guerra.

El otro bando se recompuso rápidamente del desorden inicial, se reorganizó, estableció una cadena de mando, impuso la disciplina, todo el mundo obedecía a sus superiores, las operaciones militares estaban coordinadas, pensadas, organizadas… Todo lo cual es imprescindible para ganar una guerra, y sin ello la derrota es segura. Habrá otras causas, pero estas fueron determinantes.

CARLOS DEL RIEGO

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