Cuando se les critica, los medios de
comunicación suelen defenderse con la típica frase de ‘se está matando al
mensajero’, queriendo decir que el mensajero, o sea, el medio, el periodista,
no tiene la culpa de las malas noticias. Y así suele ser. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que el mensajero no es necesariamente inocente, sino que puede
tener intenciones perversas o utilizar métodos inadmisibles. El tristísimo caso
del niño que cayó al pozo ha mostrado cómo ciertos editores, directores y
redactores no tienen ningún escrúpulo a la hora de aprovecharse de las noticias
más dolorosas para ganar cuotas de audiencia. La corta historia de la prensa moderna
(desde la invención de la linotipia, en 1885) presenta abundantes muestras de
la perversión del mensajero, el cual tergiversa, exagera y manipula la
información o, directamente, miente.
Uno de los momentos más vergonzosos para
la profesión periodística fue cuando el magnate estadounidense Randolf Hearst y
su competidor Joseph Pulitzer pugnaban por vender más periódicos sin importar
cómo. Hearst, como es sabido, convirtió un accidente de un barco estadounidense
atracado en Cuba (1998) en una agresión de España, le dio todo el bombo,
exageró y publicó gruesas mentiras que encendieron los ánimos del público y así
preparó el terrero para la guerra; cuando envió a un ilustrador a Cuba para que
dibujase escenas de guerra, éste le dijo que allí todo estaba tranquilo, a lo
que Hearst respondió que no se preocupara, que dejara la guerra de su cuenta.
Está más que aceptada la inmoralidad de este personaje, que usó la prensa como
instrumento político sin ningún rubor y no dudó en mentir para vender más.
Otro caso de desvergüenza periodística
lo protagonizaron varios corresponsales de Usa destacados en China. Resulta que,
en 1900, cuatro enviados de otros tantos diarios de Detroit se pusieron de
acuerdo para remitir a sus redacciones una monstruosa mentira: desde Nueva York
se había mandado una comisión de expertos para que estudiaran el mejor método
de derruir la Gran Muralla China; en realidad, esos cuatro embusteros (Lewis,
Stevens, Tournay y Wilshire) sólo tenían que hacer un reportaje de viajes
(trenes, hoteles…), pero les pareció que escribir una gran trola vendería más,
y así lo hicieron. De este modo, los cuatro periódicos de Detroit publicaron
tan sensacional noticia, incluyendo detalles como la partida de los expertos o
el propósito de la demolición, que era la apertura de China al resto del mundo;
lógicamente, agencias de todo el mundo distribuyeron la patraña; más aún, un
diario de Nueva York recogió y amplió la ‘noticia’ con nuevas ‘informaciones’
(inventadas, claro). Incluso hay quien ha querido ver relación entre este
embuste y el desencadenante de la Guerra de los Bóxers.
Las guerras son el campo abonado para
verter todo tipo de manipulaciones y mentiras en los medios de comunicación.
Durante la Guerra Civil Española fueron muchos los corresponsales de todo el
mundo que la cubrieron sobre el terreno. Sin embargo, como algunos eran espías
o agentes infiltrados por potencias extranjeras, la información casi siempre
era falsa. El escritor Georges Orwell, uno de ellos, contó después que había
leído crónicas sin la menor relación con los hechos, reportajes no sólo
tergiversados o mentirosos, sino que eran pura invención. Un tal H. Mathews,
del ‘New York Times’, proclamaba abiertamente que era una estupidez exigir
objetividad. C. Cockburn enviaba a ‘The Week’ enormes ficciones, y cuando un
colega le dijo que el público tenía derecho a conocer la verdad, el tal
Cockburn le respondió que ¿quién le había dado ese derecho? El espía del
Komintern Arthur Koestler (del ‘London News’) tuvo un gran éxito con su libro
‘Spanish testament’ (1937), sin embargo, años después confesó que lo había escrito
al dictado de un comisario soviético; idearon capítulos, tergiversaron hechos,
dieron la vuelta a otros… Incluso la famosa foto de Robert Cappa que muestra al
miliciano recibiendo un tiro, presenta tantas dudas que muchos la dan por
‘preparada’, falsa. Además, como la mayoría de corresponsales simpatizaban con
un bando, minimizaban sus derrotas y exageraban
sus victorias, con lo que parte de la prensa mostraba un escenario siempre
favorable a la República, de modo que cuando ganó quien ganó, muchos no podían
creer que se puedan ganar todas las batallas y perder la guerra..
Muy recordado es el episodio en el que
Orson Welles radió una adaptación de la novela ‘La Guerra de los Mundos’ (de H.
G. Wells); fue en 1938 y se ha contado que se produjo un gran pánico en Estados
Unidos, que hubo quien acaparó comida y quien huyó a las montañas, y que fueron
miles de personas las que se habían creído que lo que escuchaban era un relato
cierto… Mentira. No se produjo la histeria que dicen que hubo y casi nadie se
lo creyó, sino que fueron los periódicos los que hincharon la cosa inventándose
sucesos y episodios dramáticos. Lo curioso es que la trola se sigue creyendo hoy.
Más actualmente se han dado casos de
reporteros mentirosos, como Jayson Blair, que estuvo publicando fantásticos y
sensacionales reportajes en el ‘New York Times’…, hasta que en 2003 se
descubrió que todo era invento (salvo cuando era plagio), y que el tipo nunca
había estado en los sitios donde se situaban sus artículos. O los fotógrafos
que retocan para añadir patetismo, o cuando el ‘Post’ renunció a un ‘Pulitzer’
al descubrir que el reportaje premiado era pura fabulación.
¿Eran estos ‘mensajeros’ dignos de
respeto?
CARLOS DEL RIEGO