OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 7 de marzo de 2018

LA EFICACIA DE LA HUELGA DE MUJERES El Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, viene en este 2018 con una huelga de mujeres, cuyas reclamaciones son más que razonables; sin embargo, va a ser difícil que esta movilización vaya a tener alguna eficacia

Viena, 1911, 'Derecho de voto para las mujeres', dice la pancarta, o sea, igualdad de derechos, algo que hoy ya exige la ley

Toda persona tiene el derecho constitucional a declararse en huelga, por tanto, los convocantes, simpatizantes y asistentes están perfectamente legitimados para acudir a la huelga de mujeres que coincide con el Día Internacional de la Mujer. Por otro lado, también existe el derecho a discrepar, a criticar, y ello a pesar de que abundan las criaturas a las que no les gusta que se les presenten argumentos en contra de su creencia, y que en lugar de rebatir con razones recurren a la ideología y la esgrimen como verdad máxima; lógicamente, al sentir que su ideología es superior entienden que ya no necesitan más razonamiento, con lo que pasan con gran facilidad a la descalificación, al desprecio, al insulto o la amenaza contra todo el que plantee pegas a sus posiciones.

Esta huelga del 8 de marzo pretende denunciar situaciones reales e inaceptables, como la diferencia de salario entre ellos y ellas por el mismo empleo o los abusos físicos y sicológicos de todo tipo que sufren muchas. Sin embargo, la realidad es que la ley especifica claramente que nadie puede ser discriminado en función del sexo ni, evidentemente, puede ser objeto de agresiones. El problema es que redactar e imponer leyes no es sinónimo de cumplimiento, es decir, siempre habrá quien se las pase por ahí, y a éste, a quien así actúa, la huelga no le va a hacer cambiar. Del mismo modo, desgraciadamente, será muy difícil que la movilización consiga que los maltratadores, violadores y machistas de toda calaña reflexionen, comprendan la barbaridad que cometen y empiecen a respetarlas.  
  
¿Una jornada de reivindicación para destacar lo imprescindible que es la mitad de la población?, perfecto, merece todo apoyo, ¿quién no está de acuerdo en que esa mitad es tan necesaria como la otra?; pero hay que asumir que no va a obtener resultados palpables y, en fin, su eficacia será más que limitada. La intención del paro es dejar constancia de que sin ellas el mundo se detiene, cosa indudable, pero es lo mismo que si quien se para es el resto de la población.

Pero también se puede contemplar la huelga como una separación, una confrontación, un frente, una guerra de sexos, nosotras y ellos…, lo malo es que de los enfrentamientos poco bueno suele salir. La manifestación de señoras y señoritas (“los hombres pueden acudir pero que se queden detrás, sin hacerse notar, sin que se les vea demasiado”, ordenan las convocantes), con declaraciones y lectura de textos reivindicativos no deja de tener relación con la que protagonizaron recientemente (III-18) los jubilados, que también reclaman su espacio en la trinchera con exigencias más que razonables. Así, pensando en este tipo de rivalidad competitiva (hombres-mujeres, mayores-jóvenes, público-privado), puede llegarse a la conclusión de que pronto habrá otros y otras que busquen enemigo o adversario contra el que elevar la voz, ir a la huelga o marchar por las calles pancarta en mano; por ejemplo, los de mediana edad exigiendo las mismas oportunidades, subvenciones y beneficios laborales reservados a los jóvenes, y también las mismas ventajas (farmacéuticas, de transporte o de turismo) que los mayores.

Este tipo de asuntos parecen indicar que hay muchas personas que han sustituido la lucha de clases por la lucha de sexos y/o la lucha de generaciones. Y de las luchas siempre quedan heridas.  

Todo el mundo tiene derecho a hacer huelga, pero también a discrepar de la misma con argumentos y razones, y en todo caso, nadie debería recurrir a una supuesta especie de complejo de superioridad ideológica para imponerse. En todo caso cabe pensar que este paro no va a modificar el pensamiento y las conductas machistas en todas sus tristes variantes.


CARLOS DEL RIEGO

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