OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 14 de marzo de 2018

EL NIÑO GABRIEL, LA PRISIÓN PERMANENTE Y LA EFICACIA POLICIAL La atrocidad cometida contra el niño Gabriel Cruz vuelve a poner sobre la mesa el asunto de la prisión permanente revisable, una medida que rechazan más políticos que ciudadanos, y cuyos argumentos en contra son fácilmente rebatibles

Los asesinos de niños y los convictos de crímenes de máxima gravedad no deberían salir nunca de la cárcel


Un nuevo y espantoso asesinato ha tenido como víctima al niño de ocho años Gabriel Cruz. Al igual que ha sucedido con anteriores y similares monstruosidades, la polémica sobre la prisión permanente revisable vuelve a encender las discusiones, aunque todo parece indicar que una abrumadora mayoría de la población española está a favor de dicha medida, en contra de la postura adoptada por representantes y partidos políticos con razonamientos muy débiles y fáciles de contestar.

Quienes están en contra de retirar permanentemente de las calles a asesinos, violadores, pederastas o terroristas suelen argumentar que tal medida no disuade al criminal,… es posible, pero menos le disuadirá una pena de diez, quince o veinte años, es más, como quiera que la posibilidad (o certeza) de ir a la cárcel no disuade a los criminales, ¿hay que abolir la pena de prisión y sustituirla por una pensión vitalicia? Por otro lado, la condena de privación de libertad tiene también el componente de castigo, de pago de una deuda contraída con otras personas y con la sociedad; así, si a un ciudadano le roban dinero y capturan al ladrón con el botín, dicho ciudadano exigirá que se le devuelva todo lo robado, no se conformará con una parte; basándose en esta evidencia, podría afirmarse que si matan a un niño de ocho años le habrán robado alrededor de 70 años, por lo que lo justo sería que el asesino devuelva todos esos años…; cierto que eso no resucita a la víctima, pero el hecho de saber que el brutal asesino está permanentemente a buen recaudo sí que permitirá vivir a sus padres, hermanos, familiares. Por otra parte, retirar de la circulación a desalmados como los que retiraron de la vida a Diana, a Sandra, a Marta, a Paz, a Gabriel…, es una manera (la única) de evitar la comisión de otros crímenes tan brutales, puesto que quienes borran de la existencia a seres indefensos sin sentir la mínima culpa, sin tener un segundo para pensar en el sufrimiento que causan, sin reconocer el dolor de los demás, indudablemente volverán a perpetrar atrocidades similares a la mínima oportunidad; los cálculos que hace el asesino de Diana (“en 7 años estoy en la calle”) son más que elocuentes.

Asimismo, los que siempre están pendientes del bienestar del delincuente y nunca tienen una palabra para los que han quedado destrozados por sus actos, también esgrimen como argumento que la prisión permanente revisable es ‘venganza, no justicia’. Pero se puede rebatir fácilmente tal afirmación señalando que venganza sería pagar con la misma moneda (algo que jamás quieren los delincuentes), o sea, estrangular al estrangulador, tirotear al que mató a tiros, secuestrar, violar y apalear a quien secuestró, violó y mató a palos… ¡Esto sería venganza!, pero nadie exige guillotina, sino que quien la hizo la pague en su justa proporción, y de ningún modo es proporcional pagar con cinco, diez o quince años el robo intencionado (y con todas las agravantes) de una vida. En fin, los que están en contra de la prisión permanente revisable deben tener en cuenta que cualquiera de esos asesinos liquidaría sin vacilar a sus hijos para lograr sus propósitos.

Ya se ha repetido muchas veces pero parece oportuno recordarlo: ser benevolente con el asesino es ser despiadado con sus víctimas, o lo que es lo mismo, una sentencia indulgente y comprensiva equivale a estar más cerca del criminal que de quienes lo han sufrido. Por ello, si una persona comete un asesinato, violación o acto de pederastia será culpa exclusivamente suya, pero si repite tales conductas, entonces también tendrán parte de culpa los que redactan y los que administran la ley. Y es que hay ciertos tipos de criminales, los más abyectos, que jamás se reinsertarán, puesto que carecen de cualquier sentimiento de culpa ni pierden un segundo en ponerse en lugar de sus víctimas.

El tristísimo caso del niño Gabriel también corrobora dos hechos: Uno, las diversas policías españolas son tremendamente fiables y eficaces; el esclarecimiento de éste y otros recientes (como el caso Diana Quer) son pruebas irrefutables de profesionalidad y competencia; su actuación ha sido impecable, tanto que han resuelto esas desapariciones con rapidez pero con la paciencia necesaria para no cometer errores que beneficiarían a los asesinos; evidentemente, no será preciso recordar que no son infalibles. Y dos, la estupidez de los criminales (el criminal es, lo primero, un imbécil, por definición), los cuales se convencen de que pueden burlar a cientos de expertos que, pertenecientes a los diversos cuerpos armados, trabajan sistemáticamente, rigurosamente, científicamente, a la búsqueda de indicios, huellas, pruebas y evidencias; el malhechor no piensa en que cada paso que da, cada palabra que dice, cada movimiento que hace es una señal con la que, más pronto que tarde, se topará alguno de los especialistas que observan todo con cien ojos.     

También es oportuno recordar que la mayoría de los países europeos y las democracias más avanzadas tienen en su legislación la prisión permanente revisable: Suiza, Inglaterra (donde el juez puede determinar que la condena sea una ‘orden para toda la vida’), Alemania, Francia (existe la ‘perpetuidad irreductible’), Holanda (revisión no antes de 27 años y sólo si existe sospecha de juicio injusto), Italia, Austria, Polonia, Hungría, Croacia…, y en Canadá (obligatoria en caso de asesinato), Estados Unidos, México, Australia, Japón o Rusia, donde la cadena perpetua sólo se aplica a hombres.

CARLOS DEL RIEGO

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