OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 18 de febrero de 2018

RAREZAS Y EXTRAVAGANCIAS DEL DISCO DE VINILO ¿Un disco que empieza por el final, cerca del agujerito, y termina en el borde externo?, ¿y otro que tiene dos surcos paralelos, con una canción en cada uno, en la misma cara? Sí, los vinilos admiten esas y muchas más curiosidades. (Publicado originalmente en agosto de 2015)

Los vinilos y sus portadas permitían todo tipo de extravagancias
y desvaríos artísticos

Los incondicionales de los discos de vinilo no dejan de encontrar y degustar los atractivos de los añejos singles y elepés. Y es que, además de lo que se entiende como pieza de coleccionista, más allá de las ediciones limitadas e incluso de los valiosos discos históricos, esas finas rodajas que almacenan sonido ofrecen inusitadas posibilidades para materializar las ideas más locas y, aparentemente, disparatadas. Así, aunque la inmensa mayoría funcionen de modo idéntico, hay ejemplares que no se pliegan a la norma y encuentran el modo de convertirse en auténticas singularidades.

Como todo aficionado sabe, ese emblemático soporte no tiene por qué ser exclusivamente negro, sino que existen infinidad de ediciones en todos los colores; es más, no son tan inhabituales los denominados fotodiscos, que reproducen las canciones igual que los demás pero exhiben vistosas ilustraciones (fotos, logos, diseños de todo tipo) que deslumbran mientras giran sobre el plato giradiscos; de hecho, casi todos los grupos importantes (y muchos que no son tanto) han lanzado al mercado ediciones especiales de algunos de sus discos en llamativos colores o con una colorida ilustración sobre esa rotonda fabricada con derivados del petróleo.
El color y la foto impresa sobre el sonoro círculo dejaron de ser rarezas hace mucho. Tampoco son tan extraños los discos flexibles (muchos se publicaron como regalo o con fin publicitario) ni los que abandonan la redondez y adoptan formas diversas…, aunque siempre conservando una parte central circular en donde imprimir el surco sonoro. Asimismo se recuerda el primer disco de una nueva compañía, el cual no tenía surco, ni por un lado ni por otro, totalmente liso, y que anunciaba que “esta es nuestra primera edición, la siguiente ya tendrá surcos”.

Las ideas extravagantes, más o menos originales, no tienen otro fin más que la propia excepción. Así, entre lo más llamativo se puede citar una curiosa edición del maxi-single ‘Pop Muzik’ que el grupo británico M lanzó en 1979; la particularidad reside en que una de sus caras no tiene un único surco que lleva la aguja desde la primera hasta la última nota de la canción, sino que ofrece dos surcos paralelos en la misma cara que contienen un tema distinto cada uno, de manera que si se coloca la aguja en un punto suena una melodía (‘Pop Muzik’), pero si se coloca medio milímetro antes o después se escucha otra totalmente distinta (‘M Factor’); como quiera que una es más larga, al terminar la corta sólo hay silencio a pesar de que la aguja apenas está a la mitad... Sorprendentemente, podía decirse que este ejemplar tenía caras A, B y C. No era algo necesario, ni siquiera algo que aportara utilidad o eficacia, nada de eso, fue un simple capricho sin más objetivo que provocar la curiosidad y la sorpresa del personal. Nada más.

El espectador desprevenido se llevaría un buen susto al colocar en el plato el maxi ‘Destination Zululand’ de King Kurt (uno de los grupos más divertidos, enloquecidos y disparatados), ya que comprobaría que la aguja no sólo no emprende el camino desde la parte externa a la interna del plástico, sino que parece obstinarse en abandonarlo. La clave del asunto es que la edición en cuestión fue impresa con el principio del tema al final, cerca del agujerito central, de modo que ahí es donde hay que poner la aguja lectora para escuchar la canción; sí, la aguja se dirige al borde externo. Es una muestra del gusto por la locura, la querencia por el absurdo. Sin más explicación.

Las portadas de los elepés han dado mucho de sí, y no sólo desde un punto de vista artístico (no pocas son auténticas obras de arte, como la monumental del ‘Yessongs’ de Yes). Puede recordarse, por ejemplo, la del ‘Double album’ de los alemanes Ledernacken, cuya primera edición (en 1985) constaba de sólo 3.000 copias, cada una de las cuales había sido pintada a mano por un artista, con lo que cada ejemplar es absolutamente único en el mundo. Otra pieza sorprendente es el ‘Blue Monday’ de los británicos New Order; resulta que la primera edición (1983) presentaba una portada troquelada que imitaba un disquet de ordenador (formato totalmente en desuso hoy) y, además, la funda interior plateada era también muy costosa; es decir, una edición carísima, tanto que, según afirmaban los dueños de la discográfica (Factory Records), con cada venta se perdían entre 5 y 15 peniques; al comprobarlo, esos empresarios pensaron que la pérdida no sería tan importante, pues era una producción independiente y, por tanto, las ventas no serían millonarias, sin embargo, el disco se convirtió en un superventas; lógicamente, las ediciones posteriores abandonaron aquellos excesos artísticos.   

Nada de esto, ninguna de estas extravagancias y desvaríos (tan propios de la música rock y derivados) es posible con los actuales dispositivos de reproducción de música, ya que al carecer de soporte queda eliminada toda posibilidad de intervención imaginativa.


CARLOS DEL RIEGO

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