OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 18 de enero de 2017

LOS AMANTES DE LOS ANIMALES QUE ODIAN A LAS PERSONAS. Hace unos días los medios daban cuenta de un ataque perpetrado por unos animalistas fanáticos contra unos trabajadores de un circo en plena función. ¿Defensa de los animales?, nada de eso, sólo mentes totalitarias e incapaces de controlar instintos e impulsos.

Algunos que se dicen animalistas son fanáticos violentos_ además, esclavista se escribe con S, no con X_ evidentemente su ignoracia abarca todos los campos..

Fue en un pueblo de Madrid pero ha sucedido en otros lugares; además, pintadas con insultos, amenazas y maldiciones. No ha sido el primer ataque ni será el último, pero los descerebrados asaltantes han subido un peldaño más en la escalera de la violencia; asimismo, como es lógico, en algunos casos los agredidos se han defendido, lo que quiere decir que los ataques pueden derivar en sangrientas riñas callejeras.

Se mire por donde se mire, parece claro que sólo una mentalidad totalitaria puede amenazar de muerte y dar de garrotazos a un desconocido que no le ha hecho nada y que está dentro de la ley, y da igual cuál sea el motivo de ese comportamiento. Por eso, lo de la protección de los animales es sólo un pretexto, una manera de justificar sus ansias de imponer su idea por la fuerza; es decir, podría servir cualquier otra cosa para dar rienda suelta a su ira. A nadie le parece mal que haya quien se preocupe por el trato correcto a los irracionales, de modo que si en un circo, en una vivienda o en una granja se vulnera la ley que los protege contra el maltrato (que no es éste el caso), lo suyo es denunciar, no agarrar una estaca para aporrear de un modo salvaje e irracional al prójimo.

Si el amigo de los animales actúa con arreglo a la razón y las normas, puede hacer mucho por ellos y a nadie le parecerá execrable su postura, pero si lo que mueve a la persona es la rabia y la frustración más que otra cosa, el resultado de sus actos le será muy contrario. A diferencia de los integrantes del resto del reino animal, que se rigen según sus instintos y su bioquímica, los homo sapiens cuentan con armas para contener sus impulsos, sus deseos, sus furias. Sin embargo, como queda comprobado, hay especímenes del único mamífero bípedo que no son capaces de sujetar sentimientos como la frustración, la insatisfacción, los arrebatos de cólera…, con lo que se dejan llevar por sus instintos más salvajes. El ser que no cuenta con la posibilidad de razonar no puede hacer otra cosa que la que hace, pero el racional posee recursos como la inteligencia, la conciencia o la posibilidad de elegir. No obstante hay casos en que parece que el humano arrincona la inteligencia, no hace caso a la conciencia y elige comportarse como una bestezuela parda; entonces, cuando este individuo se encuentra con personas e ideas contrarias, con situaciones que no le gustan y no entiende, reacciona según lo que dicten sus instintos primarios, que se materializan en forma de frustración, insatisfacción, enfado supino. Al recurrir a estos métodos y comportamientos, este sujeto, este tipo de criatura demuestra que con quien está frustrado, insatisfecho y enfadado es consigo mismo, y por eso su reacción es furibunda y violenta independientemente de la ‘causa’ que lo mueva. Si a ello se añade la sensación de superioridad moral, de poseer la verdad sin la menor duda o matiz, es fácil convertir la frustración, la insatisfacción y la ira en violencia. La mentalidad totalitaria y fascistoide siempre encuentra culpables, siempre se cree legitimada para señalar a los reos de paliza y ejecutarla. Eso sí, si alguien se atreve a pagarles con la misma moneda, si otros utilizan contra ellos los mismos métodos, enrojecerán de indignación y se les llenara la boca de ‘fascistas’, ‘violentos’, ‘ultras’.
En fin, lo del amor a los animales es la excusa elegida, puesto que no sólo pueden verse por ahí animalistas matones, sino que esta actitud es idéntica a la de los que protestan contra el sistema y destrozan cajeros, coches o escaparates, idéntica a la de quienes irrumpen en una tienda amenazando para llevarse mercancía o imponer la huelga, idéntica a la de quienes impiden que se dé una charla en la universidad, idéntica a la de quienes golpean a las mujeres, idéntica a la de los que desean la muerte de un niño enfermo… ¿Cómo puede alguien decirse amante de los animales y, a la vez, proclamar su odio hacia personas?  

Más que preocupación por los animales, estos falsos animalistas que recurren a la agresión alevosa evidencian preocupación por sus congéneres, pues al igual que aquellos, carecen de capacidad mental para controlar sus impulsos más primarios y, por tanto, para imponer su humanidad sobre su instinto animal.     


CARLOS DEL RIEGO

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