OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 2 de noviembre de 2016

IGLESIAS COMO TRUMP. Por más que parezca imposible, esta especie de jefe del soviet supremo que es Paulus Ecclesiae ha conseguido lo que nadie: sacar un córner y rematarlo. Exactamente igual que Trump, que despotrica contra el sistema en el que vive y progresa.

Aunque no lo parezca, se parecen mucho, tanto en el fondo como en las formas.
Este prodigio (estar a la vez repicando y en la procesión) lo demostró Ecclesiae recientemente cuando estaba fuera y, al mismo tiempo, dentro del Congreso de los Diputados; sí, él protestaba contra los diputados haciendo causa común con los manifestantes que rodeaban la cámara, pero lo hacía sin salir de la misma, o sea, manifestaba su animadversión a la institución y sus integrantes pero sin renunciar a su cargo dentro… Cosa de locos. Y es que al sumarse a los que se creen legitimados para pasar por encima de la ley y de la democracia, al mismo tiempo que se aprovecha de este sistema, en realidad está calcando el pensamiento y la actuación de ese petimetre con chuleta rubia sobre la frente que quiere ser el presi de Usa, Donald Trump. Aunque suene a disparate no hay más que comparar actitudes y declaraciones para entender que los dos tienen el mismo concepto de la democracia: sólo si ganan aceptan el resultado, en caso contrario cuestionarán y procurarán ensuciar las normas, los procesos, las estructuras del estado… También se puede recordar cómo coinciden las formas y pensamientos de estos dos sujetos hacia las mujeres: uno “las agarras por el…, y ya les puedes hacer lo que quieras”, y el otro “la azotaría hasta que sangrase”… Los extremos terminan por tocarse.

El tronco de la coleta es el ideólogo, impulsor y máxima voz de los que despotrican contra el sistema mientras disfrutan de sus ventajas y beneficios. De este modo, los que cercaron el congreso aullaban iracundos y desaforados contra “el estado opresor” y contra los que estaban “dando un golpe de estado”. Para empezar, ambas consignas son contradictorias, ya que contra un estado opresor (o sea, no elegido libremente por la ciudadanía) es legítimo rebelarse y orquestar un golpe de estado con el fin de restaurar la legitimidad democrática. El caso es que por muy alto que gritaran los asediantes, estaban a años luz de la razón y de los hechos. Así, un auténtico estado opresor jamás hubiera permitido tal aglomeración en torno a un centro de poder nacional; estados opresores por antonomasia fueron la Alemania nazi y la Unión Soviética, ¿alguien se imagina a Hitler permitiendo que los opositores rodearan el Reichstag, o a Stalin tolerando que unos miles de disidentes se concentraran alrededor del Kremlin? La respuesta es fácil: imposible, nadie se hubiera atrevido a llevar a cabo tal acción y, en caso de que algunos locos lo hubieran intentado, ninguno de ellos se hubiera salvado de la ira del jefe del estado opresor y, por supuesto, jamás hubieran vuelto a ver la luz del sol.

También es falsa la acusación de ‘golpe de estado’, puesto que todo el procedimiento que tenía lugar estaba perfectamente contemplado en la ley, y ninguno de los pasos y movimientos de políticos y partidos contradecía los reglamentos, los cuales ya prevén situaciones como la que se produjo y cómo proceder. Además, tanto Ecclesiae como sus feligreses denominarían ‘revolución’ si quienes la hacen son correligionarios, y ‘golpe de estado contra la legalidad’ si son otros. De todo ello se deduce que los sitiadores que tales lemas coreaban no tienen la menor idea de lo que es un estado opresor ni un golpe de estado.

Igualmente, cuando algún integrante de partidos rivales aparece pringado por la corrupción, ni el señor Templos ni el señor Triunfo (en el sentido del palo que pinta, como en el tute) necesitan pruebas para descalificar al fulano en cuestión, mientras que si el implicado es de los suyos (o él mismo) siempre se trata de un montaje… Son los mismos recursos, las mismas herramientas que utilizan todos los iglesias-trump del mundo. Uno y otro están tan convencidos de sí mismos que se auto-adoran y escuchan sus propias palabras con delectación; por tanto, se adjudican la propiedad exclusiva de la razón, con lo que se sienten legitimados para hacer y decir lo que les venga en gana, para demonizar a todo el que se atreva a llevarles la contraria.

Estos dos mendas, que son fáciles de caricaturizar por sus respectivas pilosidades craneales y porque siempre están viendo pajas en ojos ajenos, comparten también ese sentimiento mesiánico que, tristemente, tanto abundó en el siglo pasado. Por ello están absolutamente seguros de que ellos, sólo ellos, tienen la solución para acabar con todos los males de este mundo.


CARLOS DEL RIEGO

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