OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 11 de agosto de 2016

ELVOLEY-BURKA Y OTRAS ESCENAS GROTESCAS DE LA HISTORIA OLÍMPICA. Gran sorpresa causó la pareja de egipcias de vóley playa, embutida en trajes integrales mientras sus rivales iban en bikini. Es una de las abundantes escenas vergonzantes que se han visto en la historia de los Juegos Olímpicos.

El esperpento de Río 16, a unos se les obliga a usar el atuendo reglamentario
y a otros no 
Entre las imágenes de los Juegos de Brasil 2016 que serán recordadas dentro del apartado de curiosidades estará, sin duda, la de las jugadoras de vóley playa egipcias empaquetadas en una especie de funda unipersonal, mientras sus contrincantes juegan en bikini. Esta especie de delirio ‘buenista’ puede mirarse desde varios puntos de vista. En primer lugar resulta sorprendente que se permita a ciertos deportistas competir sin el atuendo reglamentario, que en el caso de las chicas en este deporte es el traje de baño. ¿Por qué a un competidor se le exige una vestimenta y a otro se le consiente que se presente en la cancha vestido como le parece? Es una evidente violación de las normas perpetrada por quienes tienen el encargo de velar por su estricto cumplimiento. Algo grotesco. Por otro lado, tampoco es muy edificante que se obligue a un deportista a jugar en tanga y top; la única explicación es que los rijosos directivos crean que así atraen a más público (algo así se pretendió en el baloncesto femenino, pero las jugadoras se negaron). Y ello sin entrar demasiado en el hecho de que el vóley playa, como su propio nombre indica, es para divertirse en la playa, y además, no deja de ser un sucedáneo del vóleibol; por ambas razones puede colegirse que no es una actividad digna de figurar en el programa olímpico, al igual que otros sucedáneos...

Esta de Río 16 es sólo una de las abundantísimas situaciones risibles, vergonzantes e indignas que se han visto en algunas de las anteriores 27 ediciones de los Juegos. “Los peores juegos de la historia” fueron, sin duda, los de París 1900. Aquí no hubo ni pista de atletismo, por lo que se alquiló una en estado calamitoso: el piso era irregular y estaba llenos de hoyos; el campeón de martillo tenía que subir a un árbol plantado en medio de la zona de lanzamiento para recuperar su artefacto; los discóbolos se pasaron horas buscando los discos entre la arboleda, ya que se había talado un estrecho pasillo en un bosque; además, la natación se hizo en el río Sena, pero nadie pidió que se cortara el tráfico de barcos; en el partido Francia-Inglaterra de waterpolo (las porterías eran unas barcas) se jugó con los galos jugando con sus reglas y los ingleses con las suyas, y arbitrados por un alemán que sólo conocía las reglas alemanas; a la vez que atletismo o gimnasia se celebraban ‘deportes’ como el soga-tira, croquet, cricket, vuelo de cometas, carreras de sacos ¡y de burros!; en maratón se cambió tanto el recorrido que los atletas no sabían por dónde ir, de modo que se confundían y se perdían al seguir las indicaciones del público (así se despistó el que iba segundo) o eran arrollados por las bicis…, el ganador trabaja en la zona y conocía todo tipo de atajos, pero lo bueno del caso es que él no sabía que estaba corriendo una carrera olímpica, de modo que al terminar se fue tranquilamente a casa. Nadie pensó en el asunto de los premios, así que los ganadores se llevaron trofeos como peines, paraguas, carteras, zapatillas, bastones, guantes e incluso pipas de fumar. El pobre Barón de Coubertin no podía estar más avergonzado.

En el maratón de San Luis 1904 el primero en meta se había hecho 25 kilómetros en coche (primero dijo que era una broma, y luego que el coche se averió, él se puso a correr y…); cuando estaba recibiendo los honores en el estadio llegó el auténtico campeón y, tras unos cuantos minutos de confusión y vergüenza, se aclaró el asunto; claro que el ganador había sido ‘estimulado’ con estricnina, sulfato de zinc y coñac, pero como no había prohibiciones…

En la final de los 400 lisos de Londres 1908, el primero también fue el último en meta, puesto que corrió en solitario. A la final llegaron tres estadounidenses y el británico Wyndham Halswelle; como no se corría por calles los americanos se dedicaron a empujar, cargar e interrumpir la carrera del inglés (en Estados Unidos sí se permitía incordiar al rival), así que el árbitro descalificó a uno de ellos y se ordenó repetir la carrera; los otros dos se negaron a correr, por lo que Halswelle fue el único finalista y, por tanto, el campeón más solitario de la historia. Esta chocante escena obligó a que en la siguiente cita olímpica (Estocolmo 1912) se diseñaran las calles y las compensaciones para la carrera de una vuelta. El campeón solitario murió combatiendo en la I Guerra Mundial.

Para vencer en los 3.000 metros obstáculos de Los Ángeles 1932 hubo que correr 3.460 metros, ya que el encargado de contar las vueltas se confundió. Para arreglar tamaño desaguisado se propuso volver a celebrar la carrera, pero dada la superioridad del campeón todos los participantes rehusaron y dieron por bueno el resultado.

En la final del torneo de waterpolo de Melbourne 1956, los húngaros vencían fácilmente a los soviéticos, así que quisieron sacudirse en el agua el yugo con el que la URSS atenazaba a su país; con 4-0 a su favor hicieron algunas jugadas que resultaron humillantes para sus rivales, que empezaron a sacudir puñetazos; la batalla naval terminó con el agua teñida de sangre. El público quiso tomar parte y trató de agredir a los rusos. Con la llegada de la policía terminó el bochornoso espectáculo.   

Lo que ocurrió en los 3.000 obstáculos de Atlanta 1996 parece de película de los Hermanos Marx. Resulta que un espontáneo se lanzó a la pista unos segundos antes de darse la salida y se puso a saltar las vallas sintiéndose héroe del estadio, en esas un policía también se echa a la pista y, con todo su atuendo y equipo, se puso a perseguirlo…; esta ‘carrera’ es, tal vez, la más cómica de la historia olímpica.

En Atenas 2004 el público abucheaba sin parar y con gran estruendo a los jueces de gimnasia al entender que la nota otorgada a un gimnasta ruso era demasiado baja, de modo que el siguiente participante ni siquiera podía iniciar su ejercicio; acongojados por el griterío y la parálisis de la competición, influenciados y superados por la situación, los susodichos árbitros ¡cambiaron de opinión y elevaron la nota del atleta!, aunque no los suficiente para mejorar su puesto. Las voces y pitos se recrudecen y hasta el propio deportista pide calma. La cosa no fue a más, pero quedó como una muestra de inseguridad y falta de personalidad de quienes deberían ceñirse a su decisión y no modificar su criterio en función de la dirección del viento, como las veletas.

Esperpéntico fue, en fin, el hecho de que, en el 400 lisos de Londres 2012, el atleta paralímpico sudafricano Oscar Pistorius corriera junto a los olímpicos con sus piernas ortopédicas…, y después repitiera carrera en los paralímpicos; no parece sensato que se le permitiera jugar con dos barajas, la de los capacitados y la de los discapacitados: o eres una cosa o la otra. Sentar este precedente puede resultar peligroso, pues otros atletas con prótesis pueden exigir el mismo trato en el futuro.  

CARLOS DEL RIEGO


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