OPINIÓN

HISTORIA

lunes, 8 de agosto de 2016

EL ROCK Y LOS JUEGOS OLÍMPICOS. Los Juegos de la XXXI Olimpiada Brasil 2016 acaparan portadas y titulares en todo el mundo. Sin embargo, la música rock (más joven) no ha mirado demasiado a la reunión mundial de los cinco aros. Aún así, hay muestras interesantes en esta mezcla.

La más olímpica de las portadas.
Es cierto que en las últimas ediciones ha habido bandas y solistas que, encuadrables en el cajón del rock, han tomado protagonismo en las ceremonias de apertura de los JJ OO, pero en realidad apenas hay composiciones (en clave rock y que merezcan la pena) concebidas específicamente para el más importante congreso multinacional que tiene lugar en el mundo; por otra parte, algunas de las piezas que se han cantado en las galas de inicio resultaron… prescindibles, como la de Bjork en Atenas 2004, un tema amorfo e imposible de recordar o tararear. Igualmente, tampoco hay demasiadas partituras escritas teniendo en cuenta el escenario olímpico; de hecho, dentro del catálogo del rock el deporte en general ocupa muy poco espacio. Y en cierto modo no deja de ser hasta lógica esta distancia entre uno y otro universo, puesto que el uno basa su ser en lo físico y el otro en lo espiritual.   

Aún así, se pueden encontrar especies más que interesantes en este terreno tan poco fecundo. Por ejemplo, nadie habrá olvidado a Freddy Mercury y Montserrat Caballé en su ‘Barcelona’. La canción (grabada unos cinco años antes de los juegos del 92) en sí no era muy allá (tampoco estaba mal) y, además, es una oda a la ciudad y no contiene ninguna referencia olímpica, pero la potente presencia y personalidad artística de ambos personajes y ese engarce de voces convirtió aquel dueto en algo emblemático. Haciendo memoria, de aquella cita barcelonesa también se puede recordar otro estribillo, ‘Amigos para siempre’, pieza compuesta por Andrew Lloyd Weber (el autor de ‘Jesucristo Superstar’ o ‘Evita’) en la que se alternan el inglés, el castellano y el catalán, pero alude a la camaradería y la fraternidad universal que, eso sí, indefectiblemente surge entre quienes tienen la suerte de tomar parte en unos Juegos Olímpicos; también merece la pena rememorar a uno de sus más dicharacheros y pintorescos intérpretes, Los Manolos.  

Una canción escrita específicamente para la cita olímpica es el ‘One moment in time’, que la malograda Whitney Houston cantó para los Juegos de Seúl 88. Escrita por Albert Hammond (¿alguien recuerda aquella de ‘Nunca llueve en el sur de California’?), el texto parece surgir de la propia pista, pues son continuas las referencias al espíritu y esencia de cualquier disciplina realizada bajo la bandera blanca con los cinco aros. Así, el tema habla de valores propios del olimpismo como la superación, el esfuerzo y el dolor, la importancia de dar el máximo en el instante oportuno, la satisfacción de la medalla…, y lo expresa en unos versos con tanto y tan inequívoco contenido como estos: “He luchado cada enfrentamiento para saborear la dulzura (del triunfo), he afrontado el dolor, me levanto y caigo (…)  Serás un ganador toda la vida si aprovechas ese momento en el tiempo”. La cristalina voz de Whitney transmite esa idea del momento cumbre, ese corto espacio de tiempo en el que se está a un suspiro tanto del éxito como de la decepción; una experiencia (por otra parte) que más del 99,99% de los mortales jamás sentirá.

Otra melodía estrechamente relacionada con los juegos es el ‘Games witht frontiers’ de Peter Gabriel, que identifica el escenario deportivo con el campo de batalla, y la propia competición con la lucha armada, sin embargo, estos ‘juegos sin fronteras’ carecen de la maldad de la violencia, puesto que equivalen a una ‘guerra sin lágrimas’. El vídeo oficial incorpora imágenes de gimnastas de los juegos en blanco y negro, pero también unas inquietantes escenas bélicas y de miedo a la guerra atómica; la pieza posee una atmósfera dotada de una rara intensidad y un atractivo ritmo premioso.   

Pero tal vez sea la música de la película ‘Carros de fuego’ (1981), de Vangelis, la que mejor ha captado la esencia, la épica, la naturaleza mitológica del espíritu olímpico. La novelesca historia de los velocistas británicos Eric Liddell y Harold Abrahams, que alcanzaron la gloria en la cita de París 24, así como sus vidas y sus circunstancias, sus entrenamientos, sus rivales, la competición… todo adquiere una irresistible carga dramática con la imponente, majestuosa partitura que Vangelis Papathanassiou escribió para este filme. Verdaderamente no podía ser de otro modo: la obra del griego miró a los juegos a través del deporte olímpico por definición, el atletismo, y al mirar a su interior vio la soledad de corredor, su lucha interna, la muda relación con los rivales…, consiguiendo así la creación musical que mejor encaja con la emoción de vivir (mirando o participando) la heroica que contienen las carreras celebradas a la luz del fuego sagrado.

Por último, parece oportuno recordar la portada del álbum ‘Flesh & blood’ (de 1980, año de los Juegos de Moscú) de los británicos Roxy Music, que muestra a tres chicas ataviadas a la usanza de la Grecia antigua y a punto de lanzar la jabalina. Como en todo lo relacionado con la banda de Bryan Ferry, esa cubierta tiene un halo de elegancia clásica, tan clásica como los Juegos Olímpicos.   

CARLOS DEL RIEGO


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