OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 23 de junio de 2016

REFUGIADOS. Según el informe de la ONU, el número total de refugiados, desplazados o exiliados que viajan sin saber a dónde ha superado los 65 millones, siendo la mitad menores. Ante tal calamidad, los gobiernos e instituciones, en el mejor de los casos, sólo ponen parches.

Para evitar la tragedia de los refugiados no basta con poner parches, sino que hay que atacar la raíz del problema.
La población occidental bienintencionada exige acogerlos, a todos, bienvenidos sean cuantos vengan… Sin embargo, la cosa es muchísimo más complicada, de modo que si se pretende hacer una análisis serio y riguroso, así como buscar una solución, hay que tener en cuenta diversos factores. En primer lugar es preciso asumir que nadie se va de su casa por gusto (o casi nadie), lo que quiere decir que quien se pone en camino lo hace obligado básicamente por dos causas: desastres naturales (hambre, sequía, carencias de todo tipo y, en menor medida, catástrofes como terremotos o inundaciones), o empujado por otras personas (guerra, opresión, fanatismo, persecución…). Así, acoger sin más no deja de ser un parche, un arreglo de emergencia, es decir, no es solución; hay que buscar y atacar la raíz del problema, sólo así se logrará solventar (en lo posible) este mal. Además, la emigración excesiva es terrible para el país emisor, pues pierde uno de sus principales activos, sus jóvenes, que son quienes emprenden el camino; asimismo, la huida de ciertos territorios significa el abandono de la tierra natal, con lo que no sólo se produce sensación de desarraigo, sino que el territorio abandonado terminará por desertizarse.  

Si la causa es la naturaleza, ya sea en forma de un entorno de pobreza generalizada y necesidades básicas, la solución no es llamar y acoger o enviar dinero y recursos. Gobiernos y poblaciones del llamado primer mundo suelen responden a los desastres  rascándose el bolsillo (con mayor o menor generosidad). Sin embargo, todos esos cuartos no son más que un pequeño remiendo, de modo que podría decirse que es tonto esperar a que se produzca la tragedia para poner en marcha un apaño momentáneo. Lo que debería hacerse (y esto es sólo una opinión) es invertir de una vez en los países que lo necesiten, es decir, reunir todo lo que surja de la solidaridad de unos y otros, ya sean gobiernos e instituciones, empresas y multinacionales o población en general, y destinarlo a paliar las carencias estructurales de los países menos desarrollados; o sea, a construir infraestructuras, poner en marcha fábricas y centros de producción (siempre prestando atención especial al medio ambiente), potenciar y colocar en el mercado internacional lo poco o mucho que cada país beneficiario pudiera ofrecer: turismo, naturaleza, patrimonio… y, en fin, aquello que cada lugar de este planeta tiene de único y especial. Si todo se hace con orden, el país receptor terminaría por ordenarse, arrancará y tendrá un futuro. Claro que hay que tener presente que toda iniciativa siempre estará a expensas de la voluntad (buena o mala) de las personas…

Cuando el origen del éxodo es tan humano como la guerra, la violencia fanática y la persecución del semejante que piensa distinto, la solución será mucho más enrevesada y requerirá mucha colaboración internacional, lo cual complicará todo, a veces hasta el absurdo. Por ejemplo, actualmente (VI-16) la mayoría de los refugiados proceden de lugares donde se han hecho fuertes los extremistas religiosos que han regresado a la Alta Edad Media, volviendo la espalda así a siglos de avance social y de derechos. Combatir esta especie de absolutismo mental y moral es extremadamente difícil, y ello a pesar de que las pautas a seguir están claras y son de sobra conocidas: primero ahogar financieramente a las organizaciones violentas, las cuales no son difíciles de identificar, pues de eso se encargan ellas mismas; para ello es preciso el aislamiento internacional de los paraísos fiscales (los que se asumen como tales y los que parecen tener bula) que permiten los movimientos de compra-venta de esas organizaciones criminales; asimismo es imprescindible la vigilancia escrupulosa de terceros e intermediarios, ya sean gobiernos u organizaciones, que buscan hacer negocio sin importarles con quién lo hacen y cuya colaboración es fundamental para la existencia de las corporaciones terroristas. En segundo lugar, la comunidad democrática internacional tiene que imponer un mayor control a las fábricas y mercados de armas y suministros indispensables para la guerra; en este sentido conviene recordar que el Daes mostró hace unos meses una infinita hilera de camionetas nuevecitas que lucían en su trasera el nombre de una marca japonesa, eran cientos y cientos, cantidades que no están al alcance de un concesionario, es decir, sólo puede suministrarlas la fábrica (ya sea directamente o a través de intermediarios). Y por último, cuando las gentes con mentalidades ancladas en el Medievo sólo dispongan de armamento y tecnología militar acorde con su pensamiento, es preciso ayudar a las poblaciones autóctonas a perseguirlos hasta que la plaga haya sido extinguida.  

Es evidente que todo esto es teoría y que sobre el terreno surgirían infinidad de imprevistos. Sin embargo, si es la naturaleza la que obliga a marchar de casa y occidente pretende ayudar al refugiado, siempre será mejor (en todos los sentidos) que la ayuda se utilice para construir antes que para curar; en pocas palabras, es preferible proporcionar cañas y enseñar a pescar que quedarse sólo en dar peces. Y si es el hombre el que es lobo para el hombre, hay que enfrentarse a ello con voluntad y decisión, que siempre será mejor que limitarse a recoger exiliados, la mayoría de los cuales, sin duda, preferirían quedarse en su tierra.


CARLOS DEL RIEGO

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