OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 1 de junio de 2016

¿ESTÁN EN DECADENCIA LOS JUEGOS OLÍMPICOS? No poco revuelo han provocado las declaraciones de Pau Gasol en torno a los Juegos de Río. Pero, en realidad, ese problema esconde algunos de los muchos que acechan a la gran cita deportiva, que va perdiendo su esencia y, tal vez, camina hacia su decadencia.

La preocupación sanitaria de Pau Gasol respecto a los Juegos de Río
no es la única a tener en cuenta 
El gran Gasol pone sobre la mesa dudas muy razonables acerca de los problemas sanitarios que puede ocasionar el ya famoso ‘virus del zika’; y no es una opinión desinformada, ya que más de un centenar y medio de científicos han firmado un escrito mediante el que aconsejan el aplazamiento o el traslado de los Juegos. Otros especialistas apoyan a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cual quita importancia y peligrosidad a la picadura del mosquito y da la razón al COI, que ni siquiera ha sopesado la posibilidad de modificar fechas o sedes. Asimismo hay que tener en cuenta que el riesgo de contagio no sólo afecta a los participantes, sino también a los miles de espectadores que llegarán a Río procedentes de todo el planeta y que, en el peor de los casos, pueden llevar la enfermedad a cualquier rincón del mismo.

Pero la realidad señala muchos otros problemas que van a acompañar a deportistas y visitantes durante los Juegos de la trigésimo primera Olimpiada. Así, es noticia la actual situación del país anfitrión, acechado por imponentes dificultades políticas, sociales y económicas. Y por si fuera poco, siempre está la cuestión de la elevada inseguridad, con unos índices de delincuencia intimidatorios y una preocupante violencia extrema en cualquier calle de la que será la primera ciudad olímpica de Sudamérica; hace unos días unos regatistas españoles que volvían del entrenamiento fueron asaltados en plena calle y a la luz del día por unos pistoleros que los dejaron (literalmente) con lo puesto; meses atrás se supo de asaltos sexuales a la vista del público en los autobuses, siendo notorio el de una turista estadounidense que, asimismo, acusó de machismo y dejación a la policía cuando denunció; ¡y qué decir del repugnante caso de la adolescente atacada por nada menos que treinta hombres y grabado todo en vídeo! No puede extrañar que algunos brasileños famosos desaconsejen la visita a su país en las fechas olímpicas.

En el fondo lo que subyace es la postura dudosa, equívoca, del Comité Olímpico, que otorga la organización de los juegos de un modo no sólo arbitrario, sino totalmente oscuro y evidentemente sospechoso. No parece lógico que los votos sean secretos, puesto que de ese modo la cosa se presta a todo tipo de chanchullos; es más, no sólo deberían ser públicas las votaciones, sino que cada integrante del COI con derecho a voto debería explicar abiertamente el por qué de su decisión, ya que el secretismo da pie a monstruosos casos de corrupción, venta evidente de voluntades, circulación de dinero negro… En este sentido claman al cielo despropósitos inimaginables, como que se otorgue la organización del colosal evento a ciudades con todo por hacer en detrimento de otras que tenían mucho trabajo ya hecho; esto viene a demostrar de modo concluyente que miembros del comité comercian con su decisión: si una ciudad aspirante a olímpica tiene que construir las enormes infraestructuras e instalaciones, se pondrá en movimiento una cantidad ingente de dinero, parte del cual irá a parar a los bolsillos de los que secretamente deciden la sede, mientras que si apenas hay que construir nuevos estadios y recintos habrá menos pasta en circulación, con lo que el beneficio para los directivos del COI disminuirá; por ello se adjudican juegos (y otros eventos deportivos como el Mundial de Fútbol) en función de lo que cada miembro con derecho a voto puede recibir (los casos de corrupción en estos entornos son de sobra conocidos).

Desgraciadamente, los Juegos Olímpicos hace mucho que perdieron su inocencia, su espíritu; no es que anteriormente no hubiera tramposos, sinvergüenzas y aprovechados a su alrededor, pero la dimensión que todo ha adquirido últimamente es más que preocupante. Bien podría señalarse Múnich 72 como el inicio de la perversión de las citas olímpicas (con el secuestro y muerte de atletas a manos de terroristas), aunque también puede decirse que la cosa empezó a torcerse con la masacre sucedida en días previos a México 68. Luego, como es sabido, llegaron los boicots y la comprobación de infinitos casos de dopaje.

Tampoco es baladí la cuestión del programa olímpico. Así, en las últimas ediciones se han visto incluidos auténticos sucedáneos de deporte y disciplinas verdaderamente vergonzantes; por ejemplo el vóley playa, que está muy bien para jugar ahí, pero no para equipararse a las competiciones tradicionales (¿qué será lo siguiente, el torneo de pelotón de nivea?); e igualmente algo que se ha dado en llamar gimnasia acrobática, que es, objetivamente, una sandez con tanto de deporte como los catalanes castellets; y también está eso de las bicis BMX; en fin, que nadie se extrañe si en venideros juegos se incluyen las carreras de sacos, el soga-tira o el tute. Es evidente una vulgarización del programa, que pierde así su naturaleza, su alma, esa sustancia que de algún modo conecta al atleta de hoy con los de la Antigüedad.

Además, siguen en el calendario modalidades como la gimnasia artística o la natación sincronizada, que tienen mucho de arte y nada de deporte; en éste da igual que el ejercicio se haga de modo tosco o elegante, lo único que importa es llegar más lejos o más alto, llegar antes, anotar más…, sin que cuente lo bonita o fea que sea la ejecución, mientras que en esas gimnasias y nataciones lo que cuenta, lo que da el triunfo es la coordinación, la coreografía, la belleza, la originalidad…, incluso lo llamativo de la indumentaria o la sonrisa del protagonista, valores cien por cien artísticos pero en ningún caso deportivos. Por otro lado, modalidades con rancia tradición olímpica ya no tienen el menor sentido en la actualidad, así la doma clásica (equitación) o el pentatlón moderno.

Todo ello: el secretismo y el mercantilismo (que conducen al gigantismo), la vulgarización (que le quita el encanto de lo extraordinario), la intromisión de la política (que todo lo ensucia)… están quitando a los Juegos Olímpicos su encanto, su solemnidad, su esencia… Y sin contar con el eterno problema del dopaje.

Si Coubertin levantara la cabeza y viera qué han hecho con su ilusionante idea…

CARLOS DEL RIEGO

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