OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 24 de febrero de 2016

LA CORRUPCIÓN POLÍTICA: UNA HISTORIA CON MILENIOS DE HISTORIA La cuestión de la sustracción de caudales públicos, estafa y demás modalidades de hurto llevada a cabo por los gobernantes es, actualmente, noticia de primera página. Sin embargo, la historia de la corrupción política es la historia de la política

La corrupción política es una constante en la Historia de España..., y de cualquier otro lugar (Dibujo de Eduardo Sojo, 1881).
Casi con toda seguridad, la corrupción económica va de la mano del dirigente desde que se ‘inventó’ esta actividad. Seguro que aun en el Paleolítico el jefe del clan se quedaba con más, y en el Neolítico el cabecilla aprovechaba su posición para adjudicarse más tierras y ganado. Es lógico pensar que en la Sumeria del año 3.000 a.C. los encargados de los templos y los jerarcas se llevaban a su bolsillo parte de los impuestos y ofrendas. Egipto, Grecia, Roma…, tuvieron que ver infinitos casos (muchos están documentados, como el del triunviro Craso) en los que quienes vivían en posiciones de privilegio multiplicaban sus bienes gracias a todo tipo de intrigas, componendas y chanchullos.

En España hay abundantísima literatura que detalla cómo, durante siglos, desde los altos y los bajos puestos de la administración se sisaba, engañaba, defraudaba y estafaba. Pero aunque muchos españoles piensen que este es el paraíso del gobernante desvergonzado y trincón, basta echar un vistazo a la prensa internacional para comprobar que no es así, o sea, no sólo la vieja Hispania ha sido escenario de casos de corrupción político-económica. En Sudamérica la cosa tiene caracteres de epidemia incurable: basta leer sus periódicos; y la ilustrada Europa tampoco se queda atrás. Por ejemplo, la vecina de arriba, Francia, tiene un amplio catálogo de políticos corruptos: el que fuera ministro de Hacienda Cahuzac, Villepin, Chirac, el caso de los empleos falsos, Giscard y el feo asunto de los diamantes de sangre de Bokassa…; y si se echa un vistazo a su Historia, sólo su siglo XX evidencia que hay para dar y tomar: en 1924 hubo un robo de 4.000 millones del Ministerio de Finanzas, en 1928 el escándalo del ministro que enviaba cheques sin fondos; en 1930 la quiebra fraudulenta del banquero Oustric, el de Aeropostale, el de la banquera Hanau…, y en 1934 el gigantesco escándalo Stavisky, que desenmascaró a la muy corrupta Tercera República e incluso provocó grandes disturbios callejeros. Y podría repasarse la historia reciente de Inglaterra, Italia (con los Berlusconi, los Craxi o los convenios entre partidos y la mafia), Grecia, Portugal, Alemania o incluso Suecia, para comprobar que en todas partes cuecen habas.

Volviendo a España, los escándalos que combinan política y dinero están documentados desde hace siglos. Paradigmático es el caso del Duque de Lerma (1552-1623), que como valido de Felipe III se hizo muchimillonario vendiendo cargos, colocando a quien más pagara por el puesto, subiendo impuestos y embolsándose pingües porcentajes, malversando, estafando… También es típico el enriquecimiento a costa de lo público de Manuel Godoy (1767-1851), el niño bonito de Carlos IV y María Luisa de Parma; los pusilánimes reyes le concedieron alrededor de una treintena de títulos, cargos, honores, dignidades y nombramientos (dotados económicamente casi todos), con lo que podía llevarse prácticamente lo que quisiera, cosa que hizo. Por su parte, María Cristina de Borbón (esposa de Fernando VII y luego regente de España hasta la coronación de Isabel II) padecía asimismo incontenibles impulsos de meter mano en todo aquello que pudiera reportarle beneficio económico; de hecho, en su tiempo ya se decía que “no hay negocio industrial en el que la Reina Madre no tuviera intereses”; su segundo marido, Fernando Muñoz, no tenía interés político, pero sí gran codicia y avidez por los dineros, con lo que, en comandita con su regia esposa, tuvo las manos libres para meterlas en el incipiente negocio del ferrocarril y otros, incluyendo el tráfico de esclavos (prohibido desde 1814); de todos modos, durante el siglo XIX no fueron muchos los políticos españoles que no estuvieran enfangados en la corrupción.

Durante la II República Española abundaron los casos y escándalos, siendo tal vez los más conocidos el del estraperlo (la ruleta trucada) y el caso Nombela (en el que estaba implicado el propio Alejandro Lerroux); también llama la atención que antes de la proclamación de la República hubiera en Madrid 58 coches oficiales, mientras que en diciembre del 32 (según reconoció el ministro Jaume Carner) la cifra ascendía a 741, con 760 chóferes y un consumo de más de 3.000 litros de gasolina al día. Cuando hubo que comprar armas, la corrupción tocó a Indalecio Prieto y Juan Negrín y a los hijos de ambos (de éste dijo el anarquista Abad de Santillán: “si Negrín hubiera tenido que dar cuenta de su gestión, habría terminado ante el pelotón de fusilamiento”); precisamente Negrín estuvo implicado en el saqueo de bancos y cajas, cuyo botín acabó en el barco Vita: 120 maletas llenas de oro y otros metales preciosos, joyas, valores, obras de arte, monedas de incalculable valor…, de todo lo cual se apropió Prieto al atracar el Vita en México, donde él era embajador, en marzo del 39; todo eso se sabe por el testimonio del socialista Amaro del Rosal.

Ni que decir tiene que las intrigas y tejemanejes político-económicos fueron cosa común durante las cuatro décadas del franquismo, con numerosos altos cargos pringados; recordados son los conocidos como Matesa, Sofico, Barcelona Traction, Manufacturas Metálicas Madrileñas…, y claro, un sinfín de componendas y corruptelas urbanísticas por toda España. Los cuarenta años fueron aprovechados por los muy abundantes aprovechados y desvergonzados.

En fin, la tradicional picaresca española se refleja a la perfección en su clase política, que representa, de ese modo, a toda la población. Y por más años que pasen, ese rasgo no termina de desaparecer… De todos modos, y aunque no sirva de consuelo, se puede señalar que en todas partes, en todo el mundo, quien tiene la oportunidad de obtener ventaja gracias a su posición de privilegio, la aprovechará tarde o temprano. Por ello tienen más valor los que se mantienen honestos y no afanan aunque tengan ocasión, que son pocos, pero los hay, y en todas partes.

Sea como sea, parafraseando al senador Graco en la película ‘Espartaco’: “es preferible una democracia corrupta que garantice la libertad antes que cualquier tiranía honrosa”.   

CARLOS DEL RIEGO


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