Ningún grupo de la movida tenía intención de hacer historia, sólo querían tocar y divertirse en un momento muy especial. |
Un recurso que algunos (periodistas, artistas,
políticos) tienen para llamar la atención es hablar mal de algo o de alguien
que tiene buena prensa, y también denostar conceptos o momentos que la mayoría recuerda
como valiosos o meritorios. De ese modo provocarán la respuesta inmediata en
uno u otro sentido, encontrarán la ansiada repercusión y, en definitiva,
lograrán la atención que tanto desean. En el terreno de la música española es
ya un clásico eso de despreciar hasta el extremo aquello que se llamó ‘la
movida madrileña’: dado que gran cantidad de los que estuvieron allí guardan de
ello un excelente recuerdo, nada mejor que subestimar, burlarse e incluso
humillar aquellos momentos para asegurarse una gran oleada de interés, aunque
sea para contestar incluso con terminología gruesa (en la misma línea, también
se da con abundancia el desdén y hasta la repulsa hacia el período conocido
como la Transición a pesar de que, evidentemente, fue sinónimo de beneficio
para todos y en todos los sentidos).
Por regla general, los elementos que se suelen
esgrimir para quitar el brillo a ‘la movida’ son de varios tipos. El primero es
artístico y afirma que casi todas las canciones eran malas, sin embargo, son
docenas las que se escuchan hoy con agrado, resultan estimulantes y suenan
vivarachas, alegres y despreocupadas, como un sonoro testigo del aire que
entonces se respiraba; también se señala que los músicos y cantantes eran
nefastos (cosa que no preocupaba mucho), sin embargo, todos los grupos que en
el mundo han sido empezaron sin ser grandes virtuosos; y en ese sentido se
argumenta que había una preocupante ausencia de originalidad y todo era copia
de lo que hacían ingleses y estadounidenses…, cuando en realidad, en el terreno
del pop y el rock todo tiene, invariablemente, esos orígenes, esos modelos.
Igualmente se achaca a ‘la movida’ que sus
integrantes fueron niños enchufados, protegidos y apoyados por los poderes
políticos. En cierta medida es verdad, pero eso no es culpa de los grupos, y
además, ¿acaso no se clama e incluso se exige que se apoye económicamente a la
cultura? También se echa en cara al ya manoseado movimiento que fuera
excluyente con otras corrientes musicales como el rock urbano, el rock radical
vasco o los cantautores; pero ¿alguien recuerda a algún prota de la ‘movida’
menospreciando otros géneros, estilos o grupos?; además, nombres insignes del
rock urbano como Rosendo llenaban grandes recintos y gozaban de gran
repercusión, y otros como Burnign eran citados con gran admiración; en cuanto
al rock radical vasco…, eso sí que resulta de lo más dudoso, y en más de un
sentido; ¿y los cantautores?, simplemente estuvieron temporalmente pasados de
moda, nada más, no fue una conspiración. Sea como sea, decir que los chavales
que se lanzaban a un escenario con más ilusión que técnica orillaron otras
tendencias musicales es ridículo, algo así como si un chaval lleva a su círculo
de amigos discos de rock y sólo rock, y pasado el tiempo sus compañeros le
echan en cara que no llevara también jazz, jotas aragonesas o música clásica…,
como si alguien les hubiera impedido a ellos aportar lo que quisieran, como si
el que compraba rock hubiera contraído una obligación docente.
Por último, los resentidos y envidiosos (seguro que
a muchos les negaron la entrada en la sala Rock-Ola y no lo han olvidado) citan
también motivos ideológicos, y por ello culpan a los grupos y artistas de la
‘nueva ola madrileña’ (también se le llamó así) de no ser progresistas ni de
izquierdas, dando por sentado que eso es un valor añadido y que es necesario
medir la música con la vara de la doctrina política. ¡Acabáramos! Aquí reside
el motivo esencial del rencor: la hiel que segrega y se traga quien no soporta
el triunfo del que piensa de modo opuesto; es la misma razón que impide a
muchos entender y asimilar que haya pensamientos diferentes, que alguien pueda
tener gustos, motivaciones, objetivos, intenciones o ideas diferentes.
Artísticamente hablando, es innegable que aquella
especie de leve y colorida revolución dejó una pequeña colección de grandes
canciones (algunas mantienen su frescura, su encanto) y algunos músicos
verdaderamente notables, lo que no quiere decir que todo fuera excelente. Sin
embargo, tampoco puede afirmarse que todo, ya fueran cantantes, autores, grupos
o melodías, fuera horroroso. La movida no fue, nadie dice lo contrario, la
octava maravilla, el paraíso del pop y el rock o un influyente e inspirado
movimiento cultural. Nada de eso fue, de hecho, ninguno de sus protagonistas
sopesó jamás esa posibilidad ni acarició tal sentimiento. Además, parece
necesario recordar (porque se suelen olvidar las circunstancias) de dónde se
venía y lo que supuso el encuentro súbito con la libertad más permisiva y
benevolente. En los años finales de los setenta y primeros ochenta del pasado
siglo los chavales sólo querían divertirse con la música, formar grupos (no muy
buenos en su mayoría, vale), tocar y grabar, hacer canciones y salir en la
tele, trasnochar y, en fin, hacerse ilusiones. Todo valía, casi todo era
artesano y sin la mínima pretensión.
¿Sobrevalorada?, posiblemente, es más, seguramente, pero
eso no es culpa de los que facilitaron y pusieron ritmo a aquellos días tan
vitales y divertidos, tan ilusionantes y esperanzadores. Quienes lo vivieron en
primera persona, aunque no fuera más que a través de unos cuantos conciertos en
las discos emblemáticas, no pueden conservar más que buenos recuerdos, inolvidables
imágenes, añorados momentos de baile frenético y juvenil desinhibición. No fue
tanto, pero tampoco tan poco. Y como en toda situación de efervescencia
cultural surgida a partir de un cambio drástico, la mayoría fue paja, pero
también hubo bastante grano. ¿No te gustaba aquella música?, perfecto, opinión
respetable (aunque si se compara con épocas más actuales…). Pero de ahí a
ningunear todo aquello hay un trecho.
Sea como sea, resulta difícil entender que haya
quien no se acuerde del buen rollo que se respiraba en aquellos días.
CARLOS DEL RIEGO