OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 16 de diciembre de 2015

PACTOS POSELECTORALES: EL MERCADEO DE LOS PARTIDOS En fechas previas a las elecciones las palabras clave son negociación, acuerdo, pacto; los partidos empiezan a pensar en los posteriores arreglos, pues todos desean alguna parcela de poder. Maquinaciones y chanchullos típicos del político experto.

Las componendas de los partidos políticos son un auténtico comercio.
De este modo, una vez que se precisa el apoyo de otra para formar gobierno, las fuerzas políticas empiezan el tira y afloja con los más cercanos y, si no salen las cuentas, se tienta a las que no son tanto. Este chalaneo no deja de ser una forma de traición al electorado (más grande o más pequeña, según opiniones), es decir, cada votante opta por uno, y si ‘uno’ tiene que contar con ‘otro’ (a quien tal vez el votante rechaza) y gobernar con y a expensas de que ‘otro’ siga a su lado o le retire el soporte, bien puede decirse que ha engañado, ya que la posibilidad de trato debería haber quedado clara previamente; con ello, el elector sabría con quién van a jugarse los cuartos esos a los que ha elegido. En pocas palabras, esas componendas no dejan de ser un mercadeo, un comercio cuyas divisas son los votos. En realidad, para eso es para lo que sirve la experiencia en política: para comprar y vender favores y cargos, para medrar por los pasillos, para entenderse con quien tiene lo que se busca…, todo en beneficio del partido, o lo que es lo mismo, en beneficio del interesado.

Con los apaños poselectorales se llega a situaciones absolutamente esperpénticas y alejadas de la esencia de la democracia, que es el respeto por la decisión de la mayoría (cierto que no es un sistema perfecto, ni mucho menos, pero sin duda es el menos malo): en no pocas ocasiones se alían tres, cuatro y hasta cinco cofradías políticas con el fin de que la opción más elegida por los ciudadanos sea relegada del poder. Esta especie de conjura de todos contra el ganador viene a ser algo así como si un boxeador derrota a sus rivales uno por uno, pero entonces, los fracasados regresan todos juntos al ring para volver a pelear contra el campeón, quien lógicamente no puede con todos a la vez; al terminar el desigual combate, los que habían caído en el enfrentamiento singular se felicitan y se dicen a sí mismos vencedores… Un disparate que invariablemente, desconcertantemente, se produce después de cada referéndum en el que nadie alcanza la mayoría absoluta; y nadie protesta, salvo los perjudicados.

Otra circunstancia verdaderamente indeseable y totalmente antidemocrática se produce cuando un partido que ha tenido poco apoyo electoral, por ejemplo un diez por cien, condiciona las decisiones de gobierno de quien, habiendo conseguido un cuarenta, tiene que mendigar su favor. Así, la formación política que se convierte en clave, en bisagra, en veleta, exigirá un ministerio, un par de secretarías, unas cuantas consejerías…, y algunas leyes acordes a sus ideas (que generalmente no concuerdan con las del partido obligado al pacto). Todo ello significa que ese diez por cien se impone al cuarenta por cien. Y aun puede ser peor: el que ha quedado fuera del podio, o sea, en cuarto o quinto puesto, puede ser encaramado al sillón de mando por el conciliábulo de todos los derrotados, los cuales, despechados y al no soportar su descalabro, harán lo que sea con tal de que no mande el primero; o sea, el representante del diez o doce por ciento impone sus métodos e ideología al resto, cosa que es contraria a la democracia.      

En muchos países existen otras leyes electorales, otras modalidades tan aceptables como las españolas, modelos que cortan por lo sano y evitan chanchullos, componendas y tejemanejes. Así, hay lugares con añeja tradición democrática en los que se impone desde antaño la segunda vuelta, con lo que se impide que el pensamiento de diez prevalezca sobre el de cuarenta; en una primera vuelta participan todos, y en caso de que nadie alcance mayoría absoluta, se lleva a cabo un segundo plebiscito entre los dos partidos que mayor número de votos consiguieron en la primera. Este es un sistema más justo (aunque cada uno tendrá su opinión), pues las opciones minoritarias tienen menos argumentos para obligar a las mayoritarias.

La legitimidad del gobierno democrático procede de la decisión mayoritaria del pueblo, de manera que, en puridad, cuando los menos prevalecen sobre los más, se está traicionando la esencia del sistema. E igualmente, cuando se alían varios derrotados para vencer al vencedor se distorsiona el sentido de la decisión popular; en todo caso, los que tienen intención de aliarse deberían presentarse juntos, dejarlo claro desde el primer momento; esto sería mucho más honesto que esperar al cómputo de votos para ver con quién aliarse para conseguir sillones.

No, el sistema democrático no es la perfección (otro defecto es el valor de cada voto en función de la circunscripción: una papeleta vale más en una ciudad de diez mil habitantes que la misma en una de un millón), pero hasta el momento no se ha ‘inventado’ otro que sea más justo y que asegure el respeto por las libertades y los derechos (al menos en teoría) como el basado en el pluralismo ideológico.

CARLOS DEL RIEGO

PD. La agresión de hoy a Rajoy (16-12-15) es, ante todo, una muestra evidente de fascismo: el joven matón está convencido de poseer la totalidad de la verdad y, por tanto, cree que tiene derecho a apalear a quien se atreva a pensar lo contrario. Puro nazismo: es lícito agredir al que no tenga su misma ideología. Con esas mismas bases se puede afirmar que a él no le molestaría que otro con ideas diferentes se acercara por detrás y le rompiera la cara. Es la misma moneda. Es la esencia del fascismo.   


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