OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 30 de diciembre de 2015

LAS BOMBAS ATÓMICAS SOBRE JAPÓN Y EL FIN DE LA GUERRA Se cumplen este 2015 los setenta años del final de la II Guerra Mundial que, como es sabido, concluyó con las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La cuestión es si fueron ‘legales’, proporcionados o necesarios esos bombardeos.

Así quedó Hiroshima (e igualmente Nagasaki) tras el bombardeo atómico, y así hubiera quedado todo Japón en caso de no haberse lanzado esas bombas.
Mucho se ha tratado el asunto de la legitimidad e incluso la moralidad de dichos ataques, de manera que no son pocos los especialistas o los simples aficionados a la Historia que piensan en Japón como víctima. Sin embargo, como casi siempre, las cosas no son tan sencillas.

En primer lugar hay que recordar (aunque parezca innecesario) que fue la aviación japonesa la que atacó Pearl Harbour, ataque con el que Japón declaró la guerra a Usa (la declaración formal y escrita llegó después de esa batalla). Sin embargo, en contra de lo que se piensa y en contra de la devastación sufrida por el ejército americano (2.500 muertos, 190 aviones destruidos, 5 barcos hundidos), ese famoso bombardeo fue un completo fracaso: los aviones atacantes no pudieron hundir ningún portaviones porque no estaban allí; tampoco destruyeron los depósitos de combustible (millones y millones de litros), según ordenaron los generales nipones, porque se produciría tal cantidad de humo que los aviadores no tendrían visibilidad; y finalmente se dejaron intactos los diques de reparación, con lo que los barcos americanos que no se hundieron estaba en servicio unos pocos meses después.   

Una vez metidos en la guerra, los marines Usa (con más exactitud, los aliados) pudieron comprobar por sí mismos la combatividad suicida de sus enemigos. Y aunque se supieron después, han quedado documentadas, demostradas y reconocidas las incontables barbaridades cometidas por el ejército japonés: matanzas en masa, crudelísimas atrocidades, salvajadas equiparables a las de los nazis en Nankín, en China, en Corea, en Filipinas, en Manchuria… Tales hechos permiten hacerse una idea de lo que hubiera ocurrido en gran parte de Asia de no habérseles parado los pies, es decir, en caso de no haberlos derrotado militarmente. El alto mando estadounidense sabía que para lograr la rendición japonesa había que hacerse a la idea de miles y miles de bajas, y convertir cada una de las infinitas islas ocupadas por los nipones en un campo de batalla: las Filipinas, Marianas, Carolinas, Marshall…, además de durísimas batallas aeronavales.   

También se pudo comprobar el fanatismo con que se conducían los soldados imperiales durante los incontables combates, puesto que peleaban hasta la última bala aunque se supieran derrotados, llegando en muchos casos a obligar al suicidio a la población civil (se les entregaba una granada y se les ordenaba hacerla estallar entre las manos). Así se llega al año 1945. Tras el tremendo desgaste del ejército de Usa al ir conquistando isla tras isla, se toma la decisión de atacar sólo las que tuvieran interés estratégico o poseyeran aeropuerto o estaciones de radar. Iwo Jima tiene apenas 20 kilómetros cuadrados, pero era importante para ambos bandos por su situación y sus instalaciones; en febrero-marzo, la emblemática toma de esta islita (con el famoso izado de la bandera de las barras y estrellas) costó casi 6.000 muertos y 20.000 heridos a la infantería de marina (más de 20.000 muertos entre los defensores). A continuación (abril-junio) tocó el turno a Okinawa, de 1.200 kilómetros cuadrados; tomarla supuso la muerte de unos 13.000 soldados estadounidenses, así como más de 36.000 heridos, mientras las bajas del ejército japonés ascendieron a ¡110.000!; en total, entre muertos y desaparecidos, civiles y militares, japoneses y estadounidenses, la cifra alcanzó los 240.000.

Así las cosas, Harry Truman, el presidente de Estados Unidos, sopesó lo que significaría la invasión terrestre de Japón: se calculó que el desembarco y posterior avance hasta tomar Tokio significaría el sacrificio de alrededor de medio millón de soldados estadounidenses y no menos de millón y medio de japoneses (incluyendo civiles). En ese punto, Truman, en contra de la opinión de algunos de sus más destacados generales que aseguraban que sería más eficaz el bombardeo convencional de las principales ciudades japonesas, toma la decisión: la bomba atómica. Sin embargo, la horrorosa devastación sufrida por Hiroshima no terminó de convencer al alto mando japonés: jamás habían perdido una guerra ni había sido invadido su territorio, y por supuesto, la rendición era mucho peor que la muerte. Además, los generales convencieron al emperador de que los norteamericanos sólo tenían una bomba, la que habían detonado sobre Hiroshima, por lo que, afirmaban, era preciso seguir resistiendo. Truman les advirtió de que, en caso de no rendirse, el horror atómico volvería a caer sobre otra ciudad. Pero Hiro Hito y sus ministros seguían sin pensar en la rendición. Por eso, tres días después de ‘Little boy’, la segunda bomba atómica, ‘Fat man’, asoló Nagasaki (iba a ser Kokura, pero las nubes impedían una buena visibilidad y se salvó).          

Piénsese e imagínese en la decisión a tomar: teniendo en cuenta que si no se le derrota totalmente, el enemigo se reorganizará, se rearmará y volverá al combate; teniendo en cuenta que en su territorio luchará cuerpo a cuerpo, casa por casa, de modo fanático y suicida (los antecedentes así lo demuestran); teniendo en cuenta, en fin, el coste en vidas (propias y del adversario) y recursos, así como en la prolongación indefinida de la guerra, ¿cuál es la mejor opción?, ¿usar el horror atómico con un coste instantáneo de 120.000 vidas (más otras tantas en los meses posteriores) y dos ciudades arrasadas, o usar armamento convencional para invadir por tierra con no menos de dos millones de muertos y el país totalmente destruido? Hay que tomar esa decisión, fríamente, ¿qué hacer?, ¿qué es lo menos malo?  
   
Se hagan las consideraciones que se hagan y sin atribuir a Usa el papel de bueno, es un error pensar en Japón como víctima.    


CARLOS DEL RIEGO

lunes, 28 de diciembre de 2015

GRANDES INSTRUMENTALES: MARAVILLAS SIN LETRA La pieza instrumental existe desde que existe el rock, no en vano ya en los balbuceos del género se produjeron fantásticos instrumentales. Las épocas posteriores produjeron fabulosas partituras que trascendieron a su época sin pronunciar una sola palabra.

Allman Brothers Band dejó, entre otros muchos titulos, un instrumental legendario, 'Jessica'.
En la primera infancia del rock el instrumental iba casi siempre dibujado por una guitarra eléctrica limpia, cristalina, natural. Desde entonces, formaciones del más diverso pelaje, estilo, tendencia, sonido o subgénero han deseado, de vez en cuando, callar la voz y dejar que los instrumentos pasaran al primer plano del escenario. Otra cosa es que la pieza sin letra trascienda, es decir, es mucho más fácil conseguir un éxito con una cantada que con una sin voz, e igualmente resulta más que difícil que un instrumental atraviese barreras temporales; en fin, un estribillo sencillo y bien rimado siempre se recuerda más. Por ello, cuando una canción afónica gana al público y sigue tarareándose o haciendo vibrar al personal durante décadas, se tiene la señal inequívoca de que se está ante una obra dotada de talento.  

A la hora de recordar instrumentales se presentan abundantísimos títulos y artistas, pues siempre han existido verdaderos especialistas en la partitura muda, auténticos virtuosos cuya creatividad ha dado lugar a obras inolvidables. Así, que puedan colocarse en el universo del rock, es imposible olvidarse de que el surf nació como estilo instrumental (The Ventures, The Surfaris), ni que grandísimos clásicos fueron concebidos sin pensar en el texto, como el ‘Tubular Bells’ de Mike Oldfield, como las largas suites tecno-líricas de Tangerine Dream o tecno-mecánicas de Kraftwerk, o como las etéreas creaciones de Jean Michel Jarre. Tampoco se pueden ignorar a grandísimos instrumentistas, ya sean guitarristas como Georges Benson o Roy Buchanan, baterías como Cozy Powel o Topper Headon (muy interesantes los trabajos en solitario de los percusionistas de Rainbowy y The Clash respectivamente) o saxofonistas como Kenny G; todos ellos mostraron todo lo que un instrumento puede dar de sí sin ser vasallo de la voz. Y si se habla de partituras sin componente oral, también se pueden incluir las alegres piezas de lo que se llamó ‘sonido de Filadelfia’ e incluso las creaciones con destino fílmico de Vangelis (la de Blade Runner es apoteósica), puesto que este teclista posee un abultado currículo dentro del mundo del rock.


           

Sí, el capítulo de la canción sin voz cuenta con muchas páginas en el libro del rock; de hecho, raro es el grupo o solista con guitarra, teclado o flauta que no se ha dejado llevar por el enigmático encanto de la música sin componente fonético. Incluso hay casos en que es la misma realidad la que impide al cantante participar en el hecho musical junto a su banda; el ejemplo más cruel lo preside la gran Janis Joplin: la cantante tenía que ir a grabar la voz del tema ‘Buried alive in the blues’ el día 4 de octubre de 1970, pero murió el día 3, así que dicha canción se publicó como estaba, instrumental.     

En los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado se publicaron auténticas maravillas sin texto, y se pueden escoger muchas que representan a la perfección la forma de pensar y concebir la música en cada momento. Así, en la década de los sesenta la canción instrumental proponía una melodía fácil de retener y con mucho apoyo  de metal; además del surf original (y de aportaciones de bandas como The Shadows), fue la música soul la que más apostó por el single sin palabras. Inolvidables son aquellas maravillas negras que ponían a todo el mundo a bailar, irremediablemente e independientemente de la edad o gustos musicales. Abundan los títulos memorables, como el ‘Green onions’ de Booker T & the Mg´s, o la irresistible ‘Soul finger’ que The Bar-Kays convirtieron en éxito imperecedero en 1967; de hecho, la melodía de ésta se sigue recordando sin dificultad, y sus arreglos de trompeta son tan evocadores, tan brillantes que no hay quien la escuche sin revivirla mentalmente una y otra vez.

En el siguiente decenio, los setenta, el instrumental estaba mucho más orientado hacia las guitarras, aunque el órgano (o incluso la flauta) también disfrutaba de vistosos primeros planos. El sonido era mucho más rock, netamente coloreado por subgéneros como el progresivo, el sinfónico, el hard e incluso el glam; de todos modos ese decenio fue el de los grupos de jazz-rock (y otros híbridos) que se movían perfectamente por las composiciones sin habla. Es difícil entresacar, pero bien puede recordarse el poderoso ‘Frankenstein’ de Edgar Winter Group; el turbador ambiente del ‘Careful with that axe, Eugene’ (incluyendo el escalofriante alarido) de Pink Floyd; y ¡cómo no! los holandeses Focus!, que dejaron instrumentales cargados de encanto y gracia como ‘Silvia’ o su característico ‘Hocus Pocus’. Sin embargo, muchos se quedarán con esa maravilla titulada ‘Jessica’ de los Allman Brothers Band; su ritmo, su protagonista (la guitarra), sus secundarios, su línea melódica…, todo en ella destila clase, estilo, fascinación, irresistible belleza.

Y llegaron los ochenta, deslumbrados por los nuevos sonidos surgidos de las nuevas tecnologías. No es que las canciones sin texto tuvieran en esa época menos alma, menos pasión, pero sí es cierto que atendieron más a las formas que al fondo (en realidad, tal cosa se ha hecho, en mayor o menor medida, en cada período); por eso abundan las que se impregnan de tecno o utilizan sus tics, recursos y técnicas. Así, es fácil rememorar piezas de los alemanes Propaganda (‘Abuse’), los belgas Front 242, los divertidísimos suizos Yello (‘Oh yeah’) y a los New Order más melancólicos (‘Elegia’). Pero tal vez sean The Art of Noise quienes mejor materializan ese modo de entender el instrumental; su álbum ‘Wo´s afraid the art of noise’ está lleno de piezas rebosantes de personalidad e intención, de sorpresas y golpes de efecto; el ‘Beat box (Divertimento 1)’ o el más conocido ‘Moments in love’ se siguen escuchando con agrado a pesar de ser tan deudoras de su tiempo. De todos modos, en esos alocados y contradictorios años ochenta del siglo XX también hubo composiciones que no precisaron parte vocal para resultar cálidas e incluso cercanas, como el ‘Lily was here’ de Dave ‘Eurythmics’ Stewart, con ese bonito diálogo entre la acústica y el saxo.Y en España también hubo Pekenikes y Relámpagos, que merecen capítulo aparte.  

Si es música, puede ser instrumental, y si no puede ser instrumental, no es música.


CARLOS DEL RIEGO

jueves, 24 de diciembre de 2015

LA REINA MAGA, LA NIÑA JESUSA Y EL ALCOHOL SIN ALCOHOL Mostrando un sectarismo soberbio y agresivo, algo así como una especie de demencial religión antirreligiosa, algunos se han enviciado en el empeño de modificar el sentido de su propia cultura, esa que les permite su misma existencia.

Aunque se carezca de creencia religiosa, no se puede negar, borrar o retorcer la tradición y la cultura (Pintura de Alberto Durero, 1504)
Ned Flanders, el de los Simpsons, cuando tiene que desinfectar una herida pide a sus hijos: “Niños, traedme el alcohol sin alcohol”… Las navidades son lo que son porque la cultura y la tradición así las han construido, de manera que intentar seguir celebrándolas sin su sentido es tan tonto como celebrar las fallas sin ninots ni pirotecnia, pretender un concierto musical en el que esté prohibida la música, un partido de fútbol sin balón, una competición de natación sin agua…, o el alcohol sin alcohol. Así, se habla de navidades laicas, capillas laicas, comuniones laicas…, estulticia extrema. Y laica, pues la sandez no atiende a ideologías.

La más reciente memez de los que tratan de cambiar las tradiciones y que reniegan de su propia cultura es la de convertir a los Tres Reyes Magos en Reyes y Reinas Magos y Magas. Pero esto es sólo el principio, porque más tarde llegarán a inventar una ‘Niña Jesusa’, y ¿por qué los padres de la criatura tienen que ser hombre y mujer? (progenitor A y progenitor B, como dijo aquel campeón de los zoquetes); nada, el próximo año algunos belenes mostrarán dos mujeres, y en otros serán dos hombres (por difícil que fuera el nacimiento en ambos casos), atendiendo a la susodicha Jesusita; y en un futuro próximo podrían ser transexuales, y algo más adelante, en aras del espíritu multicultural y multirracial, será obligatoria la presencia de todas las razas y culturas del planeta para protagonizar la escena, pastores y ángeles incluidos. Por supuesto, nada de animales, ya que obligar a borricos, vacas u ovejas a rodear el pesebre equivale a maltrato animal y debería ser denunciado. Y así, paso a paso, se llegaría al culmen del absurdo cuando, por ejemplo, los padres fueran dos mujeres negras homosexuales, los animalitos hombres (y mujeres) disfrazados, los ángeles travestis, y Los Magos, Magas; ah!, y nada de Nacimiento sino solsticio de invierno, y ni los Reyes-Reinas ni los pastores han de postrarse, sino que la cosa sería un botellón para celebrar el… ¿nacimiento laico? Sí, un tonto hace ciento si le dan lugar y tiempo.    

 En el fondo, lo que subyace es un intento de borrar, como si nunca hubieran existido, las tradiciones culturales que han permitido a estos sátrapas pensar como piensan (¿). Así, festejar fechas y símbolos netamente religiosos pretendiendo despojarlos de cualquier connotación religiosa es como el alcohol sin alcohol de Ned Flanders…, un esperpento, un imposible.

A pesar de esta evidencia, hay estantiguas y heliogábalos que pretenden borrar todo lo que tenga que ver con el cristianismo y negar cualquier referencia a la cultura judeo-cristiana, tratando de que, por ejemplo, nadie sepa nunca qué representan infinitas pinturas, esculturas y arquitecturas, piezas musicales y obras literarias, fiestas, indumentarias, vocabulario y terminología, especialidades culinarias… En fin, por absurdo que parezca, existen individuos que desean acabar con todo lo que configura y da personalidad a una Cultura. Que es, además, la suya.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 20 de diciembre de 2015

LA ACTITUD ANTIPROFESIONAL Y DESPECTIVA DE MADONNA Lo corriente es que el músico de rock se haga desear y demore la hora del concierto. Pero lo de Madonna en Inglaterra, que salió con casi una hora de retraso e insultando al público que protestaba, sobrepasa todo lo tolerable y la define como profesional

La ya veterana cantante Madonna, siempre provocadora, se presentó en el escenario con casi una hora de retraso en un reciente concierto en Manchester. Tratándose de una descortesía incalificable que evidencia una falta de respeto impropia de un profesional, la cosa tiene el agravante del desprecio hacia los pacientes espectadores al no aparecer nadie para informar y explicar qué pasaba; pero lo de salir lanzando palabrotas contra los que pagaron y esperaron es ya puro ensañamiento. Esta señora, tras más de cincuenta minutos de ausencia y silencio, salió diciendo que habían tenido una avería en la iluminación, y como quiera que los asistentes expresaron su justa protesta, la soberbia, envanecida y vulgar cantante obsequió a los presentes llamando machos cabríos a ellos y prostitutas a ellas (usando los tacos correspondientes).  

Al negarse a actuar sin toda su parafernalia, Madonna demuestra que su música es poca cosa sin fuegos artificiales que tapen su escasez artística.
Siempre han existido artistas preocupados tanto por la parte artística como por los detalles que hacen que el que acude no tenga motivo de queja; pero también ha habido, hay y habrá quienes se piensan por encima de la audiencia y, por tanto, les importa un pito las condiciones de quienes están al otro lado del micrófono. Entre estos últimos está Madonna, que entre otras cosas ha evidenciado no sólo su falta de profesionalidad y su mala educación, sino un complejo de superioridad y un carácter iracundo, malhumorado, un carácter de cascarrabias enfadado con el mundo. Peor concepto de la tal se tendrá si se echa un vistazo a su historial; resulta que hace tres años en Miami tuvo al público esperando ¡tres horas y media!, y cuando se dignó aparecer ni siquiera se disculpó, ni una sola palabrita para una parte del público que hubo de irse sin concierto y sin dinero; en aquella misma gira obsequió con generosos retrasos a la concurrencia en otras ciudades como Filadelfia o Detroit; y anteriormente, en Londres, tardó tanto en iniciar la sesión que al terminar ya no había transporte público, con lo que muchos miles de personas (más de 80.000) se encontraron con que no tenían medio de volver a casa…, seguro que mientras caminaban se acordaron de ella y su familia. En todos los casos, la interfecta jamás mostró un atisbo de humildad, al contrario, en varias ocasiones (como en la reciente de Manchester) adoptó la pose de figurón engreído, de perdonavidas, de cacique que está por encima de esos pobres mortales.  

Lo de hacer esperar a los sufridos asistentes a un concierto no es, evidentemente, algo nuevo, aunque sí que lo es lanzar improperios a quien se queja. Así, todo el que haya pasado por taquilla recordará las actuaciones que dieron comienzo mucho más tarde de lo anunciado. En una de Gabinete Caligari el público gritaba, silbaba y pataleaba a causa de que el trío no aparecía por escena… mientras ellos estaban, impávidos, mano sobre mano y los pies encima de la mesa. ¿Y aquel de Lou Reed en Madrid en el que el neoyorquino tardó tanto que el personal se mosqueó y de los insultos pasó a los hechos? También se puede recordar cuando en lugar de Dr. Feelgood ocupó el escenario un grupo de zíngaros que hicieron varias veces el número de la cabra…, hasta que la cosa perdió la gracia y el respetable reaccionó violentamente; fue en Gijón y el problema era que el guitarrista estaba tan borracho que no podía mantenerse en pie. Inolvidable (pero por todo lo contrario) fue la salida a la palestra de Rolling Stones en 1982 en el estadio Vicente Calderón de Madrid: en medio de la gran tormenta y con apenas una cuarto de hora de retraso. El dúo El Último de la Fila pedía perdón por apenas cinco minutos, y los justificaba porque aun había gente entrando…  

Si la señora Luisa (nombre real de esta madona) fuera una auténtica profesional, competente y agradecida al público, se habría conducido de otro modo. Muchos grupos han padecido problemas técnicos a pocos minutos de la hora, pero algunos, en lugar de pasar de todo y sentarse a esperar sin más, han improvisado algo; por ejemplo, uno a quien se estropeó parte del equipo se puso a tocar en plan acústico hasta que se resolvió la cosa; otro se quedó sin ampli para el bajo, así que el resto se marcó unas versioncitas mientras el atribulado bajista iba de un lado a otro tratando de arreglar el equipo. ¡Y cómo olvidar aquella película en la que, con avería eléctrica, los músicos entretienen al personal con cualquier cosa, incluso ¡quemando ventosidades con un mechero! De este modo, si el gran artista ha de demorar su actuación por causa mayor, podría aprovechar la ocasión para demostrar que lo es, es decir, podría dar algo a los presentes que convirtiera ese evento en algo inolvidable. Así, si la susodicha fuera una profesional íntegra y honesta, hubiera hecho acto de presencia a los 20 minutos (tiempo de cortesía), habría pedido perdón y explicado la causa de la tardanza; e incluso para demostrar su dimensión artística, podría haber cantado dos o tres temas con un par de simples acústicas detrás, de manera que el público lo recordara para siempre y contara a todos esos minutos no previstos como uno de los grandes momentos de la artista…, en los que él  estuvo presente. En fin, el grande, el inteligente, el verdadero artista es capaz de hacer de la necesidad, virtud.    
Pero la madona Luisa ha dado muestra muchas veces de lo que siente por sus seguidores: desprecio. Y al ausentarse del escenario durante una hora deja claro además que, fuera del guión, sin toda la parafernalia y los oropeles, es incapaz de cantar; en fin, que sin los fuegos fatuos se le verían mucho sus limitaciones. Lo de insultar y menospreciar a quien se queja de su indolencia ya es intolerable grosería, vulgaridad reñida con la música.

A quien ha pasado por taquilla le importan muy poco los problemas técnicos, no son sus problemas, no tiene la culpa y, por tanto, no los debe pagar con su tiempo. ¿Puede el pagano ir a sacar la entrada y decir al taquillero entre insultos y tacos: “oye dame el tique y espera, que se me estropearon los billetes pero dentro de media hora me traen unos nuevos y entonces vendré a pagar”? Impensable.      
     

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 16 de diciembre de 2015

PACTOS POSELECTORALES: EL MERCADEO DE LOS PARTIDOS En fechas previas a las elecciones las palabras clave son negociación, acuerdo, pacto; los partidos empiezan a pensar en los posteriores arreglos, pues todos desean alguna parcela de poder. Maquinaciones y chanchullos típicos del político experto.

Las componendas de los partidos políticos son un auténtico comercio.
De este modo, una vez que se precisa el apoyo de otra para formar gobierno, las fuerzas políticas empiezan el tira y afloja con los más cercanos y, si no salen las cuentas, se tienta a las que no son tanto. Este chalaneo no deja de ser una forma de traición al electorado (más grande o más pequeña, según opiniones), es decir, cada votante opta por uno, y si ‘uno’ tiene que contar con ‘otro’ (a quien tal vez el votante rechaza) y gobernar con y a expensas de que ‘otro’ siga a su lado o le retire el soporte, bien puede decirse que ha engañado, ya que la posibilidad de trato debería haber quedado clara previamente; con ello, el elector sabría con quién van a jugarse los cuartos esos a los que ha elegido. En pocas palabras, esas componendas no dejan de ser un mercadeo, un comercio cuyas divisas son los votos. En realidad, para eso es para lo que sirve la experiencia en política: para comprar y vender favores y cargos, para medrar por los pasillos, para entenderse con quien tiene lo que se busca…, todo en beneficio del partido, o lo que es lo mismo, en beneficio del interesado.

Con los apaños poselectorales se llega a situaciones absolutamente esperpénticas y alejadas de la esencia de la democracia, que es el respeto por la decisión de la mayoría (cierto que no es un sistema perfecto, ni mucho menos, pero sin duda es el menos malo): en no pocas ocasiones se alían tres, cuatro y hasta cinco cofradías políticas con el fin de que la opción más elegida por los ciudadanos sea relegada del poder. Esta especie de conjura de todos contra el ganador viene a ser algo así como si un boxeador derrota a sus rivales uno por uno, pero entonces, los fracasados regresan todos juntos al ring para volver a pelear contra el campeón, quien lógicamente no puede con todos a la vez; al terminar el desigual combate, los que habían caído en el enfrentamiento singular se felicitan y se dicen a sí mismos vencedores… Un disparate que invariablemente, desconcertantemente, se produce después de cada referéndum en el que nadie alcanza la mayoría absoluta; y nadie protesta, salvo los perjudicados.

Otra circunstancia verdaderamente indeseable y totalmente antidemocrática se produce cuando un partido que ha tenido poco apoyo electoral, por ejemplo un diez por cien, condiciona las decisiones de gobierno de quien, habiendo conseguido un cuarenta, tiene que mendigar su favor. Así, la formación política que se convierte en clave, en bisagra, en veleta, exigirá un ministerio, un par de secretarías, unas cuantas consejerías…, y algunas leyes acordes a sus ideas (que generalmente no concuerdan con las del partido obligado al pacto). Todo ello significa que ese diez por cien se impone al cuarenta por cien. Y aun puede ser peor: el que ha quedado fuera del podio, o sea, en cuarto o quinto puesto, puede ser encaramado al sillón de mando por el conciliábulo de todos los derrotados, los cuales, despechados y al no soportar su descalabro, harán lo que sea con tal de que no mande el primero; o sea, el representante del diez o doce por ciento impone sus métodos e ideología al resto, cosa que es contraria a la democracia.      

En muchos países existen otras leyes electorales, otras modalidades tan aceptables como las españolas, modelos que cortan por lo sano y evitan chanchullos, componendas y tejemanejes. Así, hay lugares con añeja tradición democrática en los que se impone desde antaño la segunda vuelta, con lo que se impide que el pensamiento de diez prevalezca sobre el de cuarenta; en una primera vuelta participan todos, y en caso de que nadie alcance mayoría absoluta, se lleva a cabo un segundo plebiscito entre los dos partidos que mayor número de votos consiguieron en la primera. Este es un sistema más justo (aunque cada uno tendrá su opinión), pues las opciones minoritarias tienen menos argumentos para obligar a las mayoritarias.

La legitimidad del gobierno democrático procede de la decisión mayoritaria del pueblo, de manera que, en puridad, cuando los menos prevalecen sobre los más, se está traicionando la esencia del sistema. E igualmente, cuando se alían varios derrotados para vencer al vencedor se distorsiona el sentido de la decisión popular; en todo caso, los que tienen intención de aliarse deberían presentarse juntos, dejarlo claro desde el primer momento; esto sería mucho más honesto que esperar al cómputo de votos para ver con quién aliarse para conseguir sillones.

No, el sistema democrático no es la perfección (otro defecto es el valor de cada voto en función de la circunscripción: una papeleta vale más en una ciudad de diez mil habitantes que la misma en una de un millón), pero hasta el momento no se ha ‘inventado’ otro que sea más justo y que asegure el respeto por las libertades y los derechos (al menos en teoría) como el basado en el pluralismo ideológico.

CARLOS DEL RIEGO

PD. La agresión de hoy a Rajoy (16-12-15) es, ante todo, una muestra evidente de fascismo: el joven matón está convencido de poseer la totalidad de la verdad y, por tanto, cree que tiene derecho a apalear a quien se atreva a pensar lo contrario. Puro nazismo: es lícito agredir al que no tenga su misma ideología. Con esas mismas bases se puede afirmar que a él no le molestaría que otro con ideas diferentes se acercara por detrás y le rompiera la cara. Es la misma moneda. Es la esencia del fascismo.   


domingo, 13 de diciembre de 2015

TRES VISIONES DEL ‘MY WAY’ HECHAS, CADA UNA, A SU MANERA Un siglo tendría Frank Sinatra, cuyo argumento más recordado es (a su pesar) ‘My way’, una canción que ha sido como un imán para un sinfín de grupos y cantantes de todo tiempo y estilo. Elvis, Nina Simone y Sid Vicious la hicieron suya.


La desbordante personalidad de Nina Simone se materializa cuando canta el emblemático tema.
Elvis en aquel concierto en Hawaii en el que hizo su 'My way'.
El primer centenario del nacimiento de Frank Sinatra, La Voz, ha vuelto a traer a la actualidad a aquel crápula colérico, mafioso y hedonista, a aquel cantante de la voz inquebrantable e inconfundible que jamás dejó de hacer todo a su manera, o sea, ‘My way’. Sí, esa declaración se convirtió en uno de sus títulos emblemáticos, una canción que siempre evoca a un Frankie exultante. Esa pieza, escrita por franceses y reescrita en inglés por Paul Anka, ha resultado irresistible para una auténtica legión de cantantes en las últimas cuatro décadas, algo que no resulta extraño pues, como todo interesado sabe, la letra de la canción viene a ser como una reafirmación de todo lo hecho a lo largo de una vida, una presentación orgullosa de todas las emociones experimentadas y todas las acciones (buenas y malas) realizadas en tiempos mejores…, pero todo ello, siempre, “lo hice a mi manera”. Lo curioso es que Sinatra odiaba esta pieza porque decía que era como exhalar sus últimas palabras, como si estuviera dictando su testamento; en realidad los versos van por ahí: “ahora que el fin está cerca” o ese que habla de “el último telón”.


Cientos de versiones de la icónica partitura, con arreglos y envoltorios del más diverso pelaje, han sonado por los más pintorescos escenarios; y es que su texto encaja a la perfección en la atmósfera rock, pero también queda que ni pintado en la voz del cantautor contestatario o en la del pop más intrascendente. Entre las abundantísimas miradas que se han echado sobre esa composición pueden extraerse la que hizo Elvis a comienzo de los setenta, la de Nina Simone por la misma época y, ¡cómo no!, la que perpetró Sid Vicous a finales de la misma década.


Elvis la canta con gran fidelidad a la melodía y ciñéndose escrupulosamente a la letra. Como cabe esperar, el rey usa de su voz profunda y cálida para darle un matiz más pop, como si fuera una canción pensada para que él la convirtiera en número uno. En aquel momento (hacia 1973) ya estaba en sus últimos años, su salud empeoraba día a día e incluso mucha gente en todo el mundo lo consideraba como un cantante ‘horterilla’…; sin embargo, con él esta partitura brilla de modo deslumbrante: los graves suenan pletóricos, solemnes, y alcanza las notas más altas con una naturalidad pasmosa, y además, la hace tan fácil que llega a emocionar. Si se tiene química con Elvis, cuando él entona este texto que tan bien se ajusta a su circunstancia, se puede sentir una sensación indescriptible…, sí, no hay palabras, mejor escuchar.   


Nina Simone era luchadora incansable, contestataria, apasionada hasta el exceso, altiva y a veces insolente, comprometida con las causas de los débiles y humillados, con un temperamento poderoso e imprevisible y, casi siempre, con un poso de amargura imposible de esconder en escena, donde, en fin, era un auténtico talento. Al acercarse a esta canción no se resiste a introducir en la letra ciertas variaciones que le dan al sentido final una mayor profundidad sicológica, como si pretendiera ratificar con orgullo su postura; así, quita ‘diversión’ y pone ‘música’, cambia ‘vergüenza’ por ‘cielo’ o incluye un firme “tú no eres yo” en lugar de “a mí no”. En cuanto a la música, lo normal es que combine susurros con encendidos y pasionales gritos que casi parecen pedir explicaciones…, aunque depende de la versión, del momento y el lugar. Sea como sea, su ‘My way’ tiene una personalidad apabullante, abrumadora…, parece contar su vida con detalles. No es pop, no es jazz, no es soul…, es sólo Nina, un carácter endiablado y a la vez tierno. Si hubiera sido hombre hubiera encarnado una combinación de Martin Luther King y Muhamad Ali-Cassius Clay…, pero incluso así, hubiera sido a su manera.

Sid Vicious la envolvió en sonido punk con guitarras simples y distorsionadas y ritmo muy vivo. El ‘sex pistols’ se arranca burlón, sarcástico, paródico al comienzo, donde echa gallos y desafina, y luego se torna desafiante, agresivo, malhablado, amenazante.  El texto que canta resulta a veces irreconocible, pues mete morcillas y modifica unos cuantos versos, incluye palabras malsonantes y, según dice la leyenda, improvisó varias frases, ya que se olvidaba de la letra. Un punk de primera promoción no lo podría hacer de otro modo. No, Franki nunca se hubiera presentado tan malencarado ni habría soltado tacos en escena; y de ningún modo hubiera acabado así una actuación.

Frank cumpliría 100, Nina 82, Elvis 80 y Sid 58: además de esa canción, tienen en común que están todos muertos. El primero y el tercero entendieron ‘My way’ de un modo más complaciente, si no como disculpa sí como justificación, como explicación, como diciendo ‘a mi manera, ¡qué le vamos a hacer!’; pero la segunda y el cuarto la hicieron como desplante, como increpando y retando: ‘a mi manera, ¿pasa algo?’. 


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 9 de diciembre de 2015

LOS ESPAÑOLES MASACRADOS POR EL EJÉRCITO JAPONÉS EN MANILA Setenta años se cumplen del final de la Alemania nazi y del Imperio Japonés. En aquellos últimos días de la guerra en el Pacífico muchos españoles fueron asesinados por los japoneses, pero para ellos no hay memoria histórica.

El consulado español en Manila fue arrasado y asesinados todos sus ocupantes a manos de los japoneses; esta niña fue la única superviviente.
Memoria histórica es un concepto equívoco e impreciso que sólo se refiere a una pequeña parte de la Historia de España, país que, por el contrario, tiene una historia larguísima, riquísima y con un sinfín de episodios de todo tipo. Uno de los menos conocidos es el que tuvo lugar en Manila en 1945, en los instantes finales de la II Guerra Mundial, cuando el ejército japonés sabía que su derrota era inminente; rabiosos, soldados y oficiales se volvieron contra la población civil, entre la que había españoles que se habían integrado en la sociedad filipina y llevaban allí varias generaciones.

No, esa desmemoriada memoria histórica no tiene recuerdos de aquellos españoles que fueron masacrados por los japoneses en Filipinas en 1945. Ocurrió en Manila en apenas un mes. El avance estadounidense era evidentemente imparable, de modo que los japoneses (tras tres años de ocupación) ya estaban convencidos de su próxima derrota. Así, con la seguridad de que el futuro era la muerte, la rendición o la huida, y afectados por la arrogancia convertida en insoportable frustración, los nipones comenzaron una política de exterminio que se saldó con el asesinato de alrededor de 60-70.000 civiles (el total de muertos en la batalla ascendió a 100.000). En su violenta retirada quemaron y destruyeron, asesinaron, torturaron, violaron, mutilaron… a filipinos, alemanes, chinos, suizos…, y españoles.

Cuenta el periodista Richard Harris (existen también testimonios escritos de varios supervivientes y diversos estudios historiográficos) que a principios del año final de la guerra, alrededor de 300 españoles fueron asesinados con una ferocidad inaudita; hombres mujeres y niños, curas y monjas cayeron bajo las espadas y pistolas de los enloquecidos soldados de Japón; unos decapitados, como el cura que protestaba por la matanza de civiles filipinos y allí mismo, sin mediar más explicación, un coronel le rebanó el cuello con su sable; otros acribillados por las bayonetas cuando atendían a heridos y moribundos. Igualmente es conocido el caso de algunos de aquellos ‘últimos de Filipinas’ que se habían escondido en un refugio antiaéreo; los militares japoneses los encerraron, vertieron bidones de gasolina y lanzaron bombas de mano… Tampoco se privaron de irrumpir en consulados y embajadas llevándose todo y a todos por delante.   

Ciertamente ese comportamiento de las tropas del Ejército Imperial no fue una excepción, al revés, fue una confirmación de los modos que había empleado en toda Asia durante su expansión y retirada. Así es, las atrocidades japonesas no tuvieron freno, quedando para los anales de la infamia abundantes y vergonzantes sucesos que incluyen el asesinato sistemático y la destrucción de edificios e incluso ciudades; baste recordar la toma de Shangai en 1937, el asqueroso Escuadrón 731 de Manchuria, las indescriptibles salvajadas perpetradas en Corea o, a finales de ese año, la monstruosa actuación del Ejército Japonés en Nankín (que ha pasado a la historia con el nombre de la Masacre o la Violación de Nankín)…

Todo eso se supo tanto por los testimonios de los supervivientes como por los periodistas que estaban allí, pero incluso los propios japoneses elaboraron un informe en 1948 después de asimilar la derrota y comprender que tarde o temprano todo iba a saberse; ese informe detallaba todas las barbaridades cometidas por sus soldados desde Mongolia hasta Nueva Guinea.

Aquel sangriento episodio conocido como la Batalla de Manila es Historia Universal, y en el mismo dejaron su vida varios cientos de españoles que también forman parte de la Historia de España. Todo lo que España había construido en varios siglos en Manila (fábricas, sedes sociales, centros de beneficencia, colegios…) fue borrado del mapa por unos militares encolerizados, rabiosos por encontrar algo o alguien sobre quien descargar su ira, alguien a quien culpar de su derrota. El suceso y los compatriotas que dejaron allí sus huesos también merecen el recuerdo.

CARLOS DEL RIEGO


domingo, 6 de diciembre de 2015

LA INQUIETUD DEL ROCK POR LA TIERRA Y EL MEDIO AMBIENTE Parece que los que detentan el poder se empiezan a tomar en serio eso del cambio climático y el calentamiento global, o sea, los políticos siempre llegan los últimos. El rock, por el contrario, lleva mucho tiempo aireando su preocupación por el tema.

Michael Jackson escribió muchas y muy buenas canciones con la Tierra como telón de fondo.
Cierto. Desde hace décadas hay abundancia de grupos y canciones que, de un modo u otro, han prestado atención a la conservación, han mostrado su preocupación por el deterioro medioambiental y, en fin, han puesto música a su inquietud por la contaminación y el desgaste que la actividad humana impone al paisaje (recuérdese que todo eso es preocupante para el hombre, su organización, su sociedad, pero para el planeta apenas es un rasguño y, además, tiene miles de millones de años para repararlo).

Este asunto del ecologismo, del amor por la naturaleza, de la belleza de lo silvestre, se viene tratando con aires de rock desde hace mucho, aunque es evidente que es en los últimos años cuando el tema se ha vuelto casi una obligación para las bandas de música joven, sea cual sea el subgénero. Unos como tema recurrente y otros de modo más ocasional, raro es el autor que no ha escrito una pieza pensando en el mantenimiento de esta casa esférica o denunciando los excesos de los inquilinos. Aquí va un pequeño extracto de algunas de las ideas más brillantes surgidas del ingenio del rock.


Ya en los sesenta del siglo pasado (en realidad, todo lo que tiene que ver con el pop, el rock y derivados procede de ahí) quienes estaban en primera línea tuvieron la clarividencia de hacer canciones en torno a esos argumentos. The Beatles (no pueden faltar) en su extraordinario ‘Álbum blanco’ (1968) incluyeron la preciosa ‘Mother nature´s son’; pieza ligera, con matices de la India, acústica y cristalina en la que McCartney señala la belleza natural que le rodea, el campo, las flores, el sol…, así como su deseo de unirse a la naturaleza como hijo suyo que es; una canción encantadora. Más o menos de la misma época es el elocuente ‘Earth anthem’, o sea, el ‘Himno a la Tierra’ de The Turtles, una pieza muy espiritual con texto evidente: “No somos más que una isla en un océano, esta es nuestra casa (…) Para mantenerla siempre verde me gustaría dar mi vida”.

El converso Cat Stevens siempre tendió a los ambientes filosóficos, tiernos y bienintencionados; en su Lp ‘Tea for the tillerman’ incluyó el ‘¿Dónde van a jugar los niños?’, en la que su voz rasgada es exigida como nunca, con su inseparable guitarra y su sempiterno contexto de ‘paz y amor, hermano’; en esa canción de 1970 viene a decir que hemos construido ingenios que viajan por el espacio y construido más y más alto, pero ya no quedan sitios donde jueguen los niños... Poco más tarde Ian Anderson concibió para Jethro Tull otra partitura que parece mecer al oyente, el ‘Wond´ring again’ (1971); se trata de una obra de gran lirismo, lenta, corta y suave, con entorno lírico, bucólico; sin embargo, el texto es una ironía acerca del modo de vida consumista alentado por los políticos, a lo que se une la superpoblación; entre sus versos destaca “Los recursos naturales son cada vez menores y nadie envejece”.

Los australianos Midnight Oil publicaron un buen número de canciones con el medio ambiente como fondo. La banda del intimidador Peter Garret (que además de músico es o ha sido político del Parlamento Australiano e integrante de Greenpeace) han tenido la causa conservacionista y ecologista como prioridad en sus letras; su gran éxito ‘Beds are burning’ (1988) va más a la denuncia del desprecio que se tiene con las tribus y sociedades que hasta hace poco vivían aisladas de la civilización occidental, y concretamente delata el pésimo trato que la sociedad y el gobierno australianos ha dado a los aborígenes. Ya en los noventa, el gran Steve Forbert escribió una pieza cargada de fuerza expresiva (aunque apenas tenga acústica, armónica y voz), el ‘Good planets are hard to fin’, o sea, los planetas buenos son difíciles de encontrar; en ella, el cantante, compositor y guitarrista de Mississippi viene a señalar lo extraordinario de la Tierra, lo casi imposible que es encontrar un sitio en el que, como éste, se den todas las circunstancias para que exista vida.

A finales del XX Manu Chao iniciaba su carrera en solitario con el celebrado álbum ‘Clandestino’, en el que el hispano-francés hablaba a ritmo de ska-rock (entre otros) sobre sus temas favoritos: la solidaridad, el mestizaje, las desigualdades, la maldad del sistema…, y también el cuidado de la Naturaleza; ‘Por el suelo’ presenta una Tierra decaída, abatida, triste, una madrecita a la que nadie hace caso y que se muere porque no se la respeta; “mamacita te vamos a matar (…) Pachamama me muero de pena” son algunas de sus reflexiones (Pachamama viene a ser ‘Madre Tierra’ en algunas culturas americanas precolombinas).

También el malogrado Michael Jackson puso su talento al servicio del conservacionismo, de modo que son unas cuantas las composiciones que ideó pensando en el medio ambiente. Una de ellas es la genial ‘Heal the World’ (1991), que con matices y coloración negra (va del góspel al soul) desliza por una melodía brillantísima proclamas de hermandad; de hecho, la idea del título, ‘Cuida el mundo’, se refiere más a un mundo presidido por el amor fraternal, aunque no deja de preguntarse “¿Por qué seguimos estrangulando la vida y herimos esta Tierra?”. El propio genio de Indiana, autor y productor de este magnífico tema, declaró que era la canción de la que más orgulloso se sentía.   

En realidad, las causas solidarias y benefactoras (para la Tierra y sus habitantes, humanos o no) han encontrado en la música pop y rock un potente altavoz que difunde mensajes y gana adeptos, y que revisa todos los aspectos y puntos de vista del asunto.


CARLOS DEL RIEGO 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

CUESTIONES SOBRE LA TIERRA Y EL CAMBIO CLIMÁTICO Nada menos que 150 países están representados en la cumbre del Clima que se celebra en París en este final de 2015. El problema es real, evidente, y con muchas cuestiones a tener en cuenta.

No es el planeta el que corre peligro, sino los modos de vida
y organización de su población.
Aunque los acuerdos y la obligación de cumplirlos terminen por ser decepcionantes (los antecedentes no pueden ser peores), tanta presencia política muestra, al menos, que existe la preocupación. Y es que a día de hoy no hay científico que se atreva a cuestionar la influencia humana no sólo en la alteración del clima, sino en cuestiones tan importantes como la deforestación brutal y la desaparición de especies por la presión del hombre (en mar y en tierra), los infinitos vertidos a los océanos, las montañas de basura (incluyendo la de origen tecnológico), gases, humos…, y así sucesivamente. 

Sí, el planeta nota la actividad cotidiana de las personas. Sin embargo, la cosa tiene varias (o muchas) caras. Así, en esta reunión de gerifaltes, tan bienintencionada como poco prometedora, se han aireado ruidosamente proclamas del tipo de “estamos matando el planeta”, o “nos estamos jugando el destino de la tierra”, conceptos ciertamente equivocados, puesto que todo eso tan perjudicial para los mamíferos bípedos es pecata minuta para esta esfera achatada por los polos. Conviene recordar que el globo terráqueo ha pasado por episodios infinitamente más catastróficos que el presente, y ha sabido siempre repararse y volver al esplendor, puesto que tiene el factor tiempo de su parte. Por ejemplo, reciente está el episodio conocido como ‘el año sin verano’; en 1815 el monstruoso volcán indonesio Tambora entró en violenta erupción (que duró meses), echando a la atmósfera miles de millones de toneladas de cenizas, gases y otros elementos, en una columna que ascendió casi cincuenta kilómetros y que se expandió sobre todo por el hemisferio norte; causó un descenso notable de las temperaturas, toda la atmósfera se saturó de gases y el sol quedó oscurecido durante meses; se arruinaron cosechas en todo el mundo en 1816, en Usa el ‘año sin verano’ hubo nevadas y heladas, así como fríos y precipitaciones extremas en muchos lugares de Europa, Asia y América, las islas cercanas al volcán quedaron sepultadas por varios metros de azufre …; se produjeron epidemias, hambres y mortandades, alteraciones y anomalías climáticas, ausencia del Monzón, inundaciones catastróficas…; todo el planeta se vio afectado, pero en pocos años se recuperó. Esto ocurrió hace un rato en términos geológicos, pero en épocas muy remotas de la larga historia de la Tierra (4.500 millones de años) han ocurrido otras muchas catástrofes a escala global, como la denominada ‘gran extinción del Pérmico’ (también llamada ‘La gran mortandad’), que acabó con el 95% de las especies; o la más célebre del final del Jurásico, la que llevó a los dinosaurios a la extinción.  

Sí, este pequeño planeta acuoso ha sufrido un sinfín de cataclismos inimaginables que han afectado de modo determinante sobre todo ser viviente, pero a la larga, con la ayuda del tiempo, siempre se regenera, siempre vuelve a progresar y desarrollarse. Eso de que “o cambiamos o terminaremos por destruir el planeta” es no sólo una exageración, sino una muestra de la arrogancia del hombre, que ve todo lo que le rodea en función de su propia escala. Sea como sea, serán los individuos los afectados, no el globo, y por tanto, las proclamas apocalípticas deberían limitarse a señalar los peligros que amenazan al personal; es decir, el planeta no está en peligro, sino que son las personas y su tecnología, sus modos de vida y organización los que se verán seriamente perjudicados por las alternaciones artificiales del clima. La Tierra tiene mucho, muchísimo tiempo para repara todos los rasguños y contusiones que le ocasione el hombre.          

Otra cara del asunto es el hecho de que la gran mayoría de los que protestan en la calles, en las manifestaciones o en las recogidas de firmas, apenas hacen por la causa nada más que eso. Hay mucha hipocresía entre la gente, ya sean personajes famosos que proclaman su preocupación o ciudadanos de a pie que exigen soluciones a los políticos: ninguno renuncia a utilizar combustibles contaminantes y nadie quiere bajar la calefacción, todos desean un teléfono nuevo cada seis meses, ordenador, tableta, tele de alta definición… No se puede olvidar que mantener la actividad actual y fabricar bienes de consumo exige muchos recursos, y que desechar lo viejo produce toneladas y toneladas diarias de deshechos, y que llegará un día en que no habrá donde esconder tanta basura… Es curioso que sin renunciar a toda comodidad por contaminante que sea, el ciudadano reclame soluciones a dirigentes y empresarios y se manifieste vociferante ante congresos y conferencias como esta de París.    

Por otro lado, los mayores contaminantes, China y Estados Unidos, apenas van a modificar sus leyes por un asunto como el del clima; aquellos (a pesar de la asfixiante polución atmosférica de sus grandes ciudades) porque necesitan combustible y materia prima para mantener su crecimiento, y los otros porque su congreso ni siquiera admite como cierto eso del cambio climático. De este modo, si los que más manchan no aceptan manchar menos…, mal asunto. Asimismo no parece que los países emergentes (India, sudeste asiático, los emiratos) vayan a poner en peligro su actual progreso, ni que los más pobres vayan perder un segundo en cosas como el reciclado o el tratamiento de basuras cuando apenas tienen comida y agua. En cualquier caso, el problema es el difícil equilibrio entre la contención del consumo y la economía.

También en esta congregación de jefes se ha hablado del coste que supondría el cambio de hábitos: nada menos que cien mil millones de dólares al año, dato ante el que se impone la pregunta, ¿y quién va a pagar todo eso? En fin, este asunto del clima y la contaminación afecta a cada individuo, de manera que hasta que se legisle a escala planetaria, hasta que los presidentes y mandatarios se comprometan y cumplan lo estipulado, hasta que todo el personal lo vea como un problema propio y cercano, agua, tierra y aire seguirán deteriorándose, con los consiguientes trastornos para la población…, aunque para el planeta toda esa degradación sea poco más que un sarpullido leve y pasajero.


CARLOS DEL RIEGO