OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 12 de agosto de 2015

HISTERIAS COLECTIVAS En el pasado no eran extrañas las muchedumbres enfurecidas que, antorchas y sogas en ristre, marchaban vociferantes en busca de una víctima o grupo de víctimas. Hoy se forman parecidos gentíos, igual de histéricos pero con ordenador en lugar de antorcha

La masa enfurecida, la histeria colectiva, ha cambiado la antorcha y la soga por el ordenador y las redes sociales
Las redes sociales propician la histeria colectiva. Las emociones y opiniones se retroalimentan de modo parecido a lo que ocurre cuando en un funeral hay personas que lloran desconsoladas a pesar de no haberse cruzado jamás con el difunto: se produce esa transmisión de emociones. Los ejemplos son abundantes.

El caso del león Cecil es muy descriptivo. El animal es cazado como muchos otros, pero la noticia se presenta con grandes dosis de dramatización (“no concebirá más cachorros y los que tiene ahora serán muertos por su sustituto”), de modo que la gente, desde el sentimiento más visceral, descarga su ira en la red (es curioso, pero a menudo el personal se deja llevar y expresa sus sentimientos más auténticos cuando escribe en foros). Entonces el señalado (en este caso el cazador, que se ha demostrado un necio con fusil) se convierte en blanco de miles y miles de personas, las cuales van alimentando su propia frustración por no poder echar mano al matón, hasta convertirse en una turbamulta histérica. Y como la masa no piensa, nadie tiene en cuenta que en Zimbabue (donde el animal fue abatido) manda desde hace décadas un sátrapa sanguinario (Robert Mugabe) que secuestra, tortura y asesina no a indefensos animales, sino a indefensos ciudadanos; pero esto no produce la reacción de cientos de miles de personas en todo el mundo, que saben de lo que ocurre allí pero lo ven más bien con indiferencia. En resumen, la muerte de un animal provoca enajenación colectiva, mientras que el asesinato de muchas personas en el mismo lugar pasa desapercibida, no interesa.

Estos caso se observan cuando median pobres bestezuelas; aun se recuerda el del perro Excalibur, sacrificado por posible contagio de ébola, o el de los indignantes abandonos de mascotas. La ira más furiosa incendia la red y, sin embargo, no se produce una reacción parecida cuando se da cuenta de la muerte de cincuenta personas en Siria.

Pero no sólo se llega a la histeria general cuando de bichos se trata, sino que la diana del tropel de rabiosos se coloca sobre los que son señalados como ‘malos’ por gran parte de la comunidad forera, que suele tener una visión simplista y poco informada de la realidad. Sucede además que hay muchos habitantes de este planeta que necesitan enemigos a los que odiar, sobre todo en Occidente; parecen no poder vivir sin unos malvados claramente identificables a los que señalar para así sentirse parte del bando de los buenos. Sea como sea, por regla general equivocan el objetivo. Por ejemplo, un mantero murió huyendo de la policía, y casi inmediatamente las redes empezaron a hervir, iracundas, contra los uniformados (que, dicho sea de paso, no le pusieron una mano encima), incluyendo músicos de los que claman por que se haga algo contra la piratería; y es que ¡qué mejor colectivo de malos que la policía! Otro ejemplo, hay griterío contra ese ricachón que tenía un Picasso fuera de España…, y a pesar de que el cuadro en cuestión no había estado jamás en este país (por lo que es imposible ‘devolverlo’), el personal ha enloquecido aunque la mayoría no haya pisado un museo ni haya mostrado jamás el menor interés por el arte. Merkel, Cameron, Berlusconi o Wert, toreros, banqueros, militares… forman parte de los malos tradicionales que serían linchados si cayeran en manos de la masa enloquecida. La prueba de la histeria colectiva que afecta a tantas personas se hace patente al observar el lenguaje utilizado: “había que cazarlo a él y a toda su familia” (con muchos ‘me gusta’) se ha leído por ahí. Como cabía esperar, los gobiernos occidentales también son acusados y culpabilizados de las tragedias que diariamente tienen a los inmigrantes como tristes protagonistas, sucesos desgraciados que conmueven (lógicamente) y provocan reacciones que crecen y alcanzan enormes grados de virulencia; lo curioso es que la mayoría de los que insultan y amenazan a través de estos tribunales populares formados desde dispositivos electrónicos, se sublevan al tener que esperar en el hospital cuya sala de espera está llena de ‘moros’, y ni se plantean acoger refugiados en sus casas.        

Claro que estas masas vociferantes deseosas de ajustar cuentas se disuelven rápido, justo cuando se divulga por la red otra noticia ‘viral’ que haga olvidar (instantáneamente) la anterior. Entonces el delirio generalizado cambia su objetivo. 


CARLOS DEL RIEGO

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