OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 28 de mayo de 2015

EL TIMO DE LA O.R.A. Entre las abundantes triquiñuelas y raterías que utilizan las diferentes administraciones públicas para exprimir al ciudadano hay una particularmente miserable y roñosa: la o.r.a., o sea, el cobro por aparcar en la vía pública.

Ciudadanos-primos pasando por el aro que imponen los ayuntamientos por la fuerza
Y no sólo por es así por tratarse de algo injustificado e incluso cercano a la extorsión, sino por la propia naturaleza de la empresa concesionaria y de los que en ella ‘trabajan’. Aquí va un hecho ilustrativo y significativo sucedido en una pequeña capital de provincia del noroeste de España: un hombre va a al centro a visitar a sus padres, aparca su coche y saca unos 50 minutos de o.r.a.; pero los susodichos no están en casa, así que se vuelve al coche pensando qué hacer con el tique; entonces ve a unos ‘controladores’ que, aparato en mano, se disponen a dejar su tarjeta de visita sobre un vehículo; el hombre se acerca y les pregunta si puede regalar su tique al reo de multa, a lo que ellos contestan que sí, de modo que acto seguido sujeta dicho papelito con el ‘limpia’ contra el parabrisas; sin embargo, hay algo en la actitud de los dos tipos con ropa reflectante que le causa cierto recelo, así que el hombre que regala su tique monta en su auto y da la vuelta a la manzana hasta volver al lugar de los hechos; una vez allí comprueba que los dos dudosos personajes no se han movido del sitio…, pero el salvoconducto que él había dejado sobre el acusado ha desaparecido; al preguntar a los sorprendidísimos figurones qué había pasado con el papelito en cuestión, balbucean que no saben, que tal vez alguien se lo haya llevado…, “¿delante de sus propias narices?”, pregunta el ciudadano, sin embargo, ya no hay ninguna respuesta por parte de los cada vez más pasmados personajillos, que optan por el silencio total incluso cuando el indignado pagano se marcha señalando en voz alta que hay que ser rastrero y miserable para mentir y, en definitiva, para robar esos cincuenta céntimos…

Este leve incidente urbano es una muestra perfecta de la catadura moral de todos los que intervienen en el sospechoso procedimiento: los vigilantes de la acera, que habrán sido aleccionados (tal vez incluso obligados) para perseguir inmisericordemente; sus jefes, que ven a los conductores como enemigos a los que arrebatar botín; y los mandos municipales, que habrán exigido a la empresa concesionaria unos resultados mínimos para que el contrato se prolongue.

Pero el fondo del asunto es aun peor. Antes de que los manirrotos munícipes adoptaran este sistema de ordeño, los conductores podían aparcar sin coste en las vías públicas, pues ellos eran quienes habían pagado la construcción de calzadas, bordillos y aceras; pero un día los expertos en meter mano en bolsillo de cotizante decidieron que el impuesto de circulación y demás tasas que se pagan por la tenencia y uso de vehículos de motor no era suficiente, así que idearon esta forma de sacar unos céntimos más a cada usuario de la calzada. Por ello, que a nadie sorprenda si un día el automovilista recibe en casa una facturita procedente del ayuntamiento en la que se le explica que tiene que abonar un tanto por el uso de las no pocas rayas que decoran la carretera, y otro poco por los semáforos, señales e indicadores, y también por pasar sobre esos badenes llamados ‘reductores de velocidad’, y por pisar los pasos de peatones…, e incluso por el oxígeno que gasta la combustión del hidrocarburo refinado dentro del motor. Lo de dejar el coche a la sombra ya sería un lujo con tasa especial.

Parece necesario recordar a los alcaldes y concejales que el asfalto y el cemento, la pintura, las señales y demás elementos instalados para posibilitar y regular el tráfico, fueron sufragados por los impuestos de los contribuyentes, especialmente con los que se carga a todo posesor de coche; así, no parece lógico ni aceptable exigir que el estrujado automovilista pague por el uso de algo que se ha construido con su dinero. Hay veces que se tiene la impresión de que los gerifaltes del consistorio piensan que todo se ha construido con dinero de su propio bolsillo y que, por tanto, hacen un favor a la plebe permitiéndole el tránsito y uso.      

Por su parte, también es preciso reconocer que las empresas dedicadas a lo que eufemísticamente se llama ‘regulación del aparcamiento’ lo que hacen es cobrar, sólo, sin dar nada a cambio. De este modo, ¿qué da el controlador de la o.r.a. al que aparca?, nada, y sin embargo le cobra a cambio de esa nada. ¿Y cómo se llaman esos organismos vive a expensas de otro sin entregar nada a cambio?... Y es que por mucho uniforme que se pongan, esos vigilantes que rondan buscando ausencia de salvoconducto no son policías y no tienen derecho a denunciar; los cuerpos de seguridad vigilan la propiedad privada, defienden al vecino, persiguen al ladrón y, llegado el caso, denuncian al infractor, o sea, se ganan su sueldo legítima y lógicamente, pues dan mucho a cambio; en una palabra, son imprescindibles. Por el contrario, aquellos cuyo único cometido es mirar y denunciar, representan la inutilidad. Sobran.


CARLOS DEL RIEGO

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