The Jazz Butcher, la elegancia hecha pop |
Dentro del universo de la música pop, sólo los
grandes éxitos consiguen traspasar las barreras del tiempo; son títulos que
reaparecen periódicamente gracias a recopilatorios, versiones que hacen bandas
del momento, películas, spots televisivos… Sin embargo, lo cierto es que hay
más piezas, muchas más, que merecerían volver a sonar, volver a ser escuchadas
y recordadas; entre otras cosas porque son más abundantes las canciones que van
olvidándose que las que se siguen tarareando.
Cada época tiene melodías que se asomaron al éxito
durante un instante pero fueron rápidamente sustituidas. A pesar de ello, algunas
pueden ser reivindicadas y reconocidas como grandes canciones pasados los años.
Aquí van unos pocos temas que disfrutaron de unos segundos de gloria pero muy
pronto fueron arrinconados a pesar de sus innegables virtudes; se trata de
canciones tocadas por la elegancia y el buen gusto que ‘vivieron’ en el
tránsito de los setenta a los ochenta del siglo pasado.
Sólo unos pocos de los que estaban allí darán valor
a un excelente cantante y compositor cuyo nombre no dirá nada a neófitos y
recién llegados: Graham Parker. Pero en el explosivo momento de la ‘new wave’
británica era (junto a Costello y Joe Jackson) una de las principales referencias
entre los nuevos autores. Desde 1976 Parker ha publicado dos docenas de discos
de estudio y otros tantos recopilatorios y ‘directos’, a pesar de los cual, hay
que ser un auténtico iniciado para saber de él. Entre sus numerosísimas
partituras memorables se puede destacar la contagiosa ‘Stupefaction’, de su
álbum de 1980 ‘The up scalator’ (en el que colaboró el mismísimo Bruce
Springsteen). Vibrante y cargada de ritmo, corta y con estribillo ideal para
cantar a voz en grito, es un perfecto representante de los modos y gustos de
aquel instante fronterizo que tenía aun algo de punk pero que pretendía algo
menos simplón. Décadas después sigue causando… ‘stupefaction, oh yeah’.
Otro grupo con mucho mérito que ha quedado sólo para
especialistas es The Jazz Butcher. Típica formación de los años ochenta, ni
hacían jazz ni comían carne (‘butcher’ significa carnicero), como ellos mismos
acostumbraban a decir. Lo suyo era pop con infinidad de matices, siempre
concebido y ejecutado con mucha clase, con una elegancia natural, sin
pretensión ni engolamiento; su líder, Pat Fish (o sea, pescado), era (es) uno
de esos tipos que con una guitarra en la mano es capaz de crear una melodía en
unos minutos; a pesar de ello, nunca disfrutaron de un verdadero éxito ni de un
moderado reconocimiento. A mediados de la década lanzaron su excelente y
finísimo álbum ‘Distressed gentlefolk’, el cual presentaba una delicia pop con
atmósfera ligera y un cierto toque ‘jazzístico’ titulada ‘Who loves you now?’
Es una canción que se antoja lógica, fácil de entender y asimilar, cadenciosa y
a la vez vivaracha, dulce y acariciadora. De esas que gustan desde el primer
compás. Tiene méritos y virtudes válidos para todo tiempo.
Paul Roberts es (además de un prestigioso pintor,
autor de las portadas de sus discos) el jefe de Sniff ‘n’ the Tears, grupo con
el que en el 79 logró un relativo éxito con su ‘Driver´s seat’ (‘El asiento del
conductor’), pieza distinguida y refinada en todos sus componentes, ya sean
creativos o de ejecución. El problema es que sus lanzamientos posteriores no
dieron gran cosa, por lo que la banda se disuelve en el 82, para volver diez
años después sin que sucediera nada digno de mención. Por eso, podría hablarse
perfectamente del típico grupo de un único (y limitado) éxito, o sea, ‘one hit
wonder’, logrado además en sus inicios; es de destacar lo engorroso y
frustrante que puede resultar alcanzar el techo nada más empezar, pues lo
habitual es no volver a estar nunca tan arriba. Sea como sea, ese ‘Driver´s
seat’ no ha perdido encanto: la voz un tanto arrastrada y casi desganada, animados
coros en falsete o en grave, los teclados agudos, la guitarra dura y a la vez
limpísima, los solos, su ritmo invariable…, pop-rock de etiqueta, artístico,
exquisito.
Esos llegaron de Inglaterra, pero América también regaló
en aquellos momentos bandas que merecerían mejor suerte y alguna línea más en
la historia del pop y el rock, como los bostonianos The Cars (a recordar su ‘Let´s
go’) o los canadienses Martha & the Muffins (‘Black stations, white
stations’). Por recordar sólo un par de pinceladas de talento de la nueva ola
americana.
CARLOS DEL RIEGO