OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 31 de mayo de 2015

EXCELENTES, ELEGANTES… Y OLVIDADAS MELODÍAS ¡Cuántas grandes creaciones musicales permanecen apartadas y sin que casi nadie las vuelva a disfrutar! Oscurecidas y relegadas por el tiempo y el sonido de la moda, mantienen sin embargo su poder evocador y su añejo talento

The Jazz Butcher, la elegancia hecha pop
Dentro del universo de la música pop, sólo los grandes éxitos consiguen traspasar las barreras del tiempo; son títulos que reaparecen periódicamente gracias a recopilatorios, versiones que hacen bandas del momento, películas, spots televisivos… Sin embargo, lo cierto es que hay más piezas, muchas más, que merecerían volver a sonar, volver a ser escuchadas y recordadas; entre otras cosas porque son más abundantes las canciones que van olvidándose que las que se siguen tarareando.

Cada época tiene melodías que se asomaron al éxito durante un instante pero fueron rápidamente sustituidas. A pesar de ello, algunas pueden ser reivindicadas y reconocidas como grandes canciones pasados los años. Aquí van unos pocos temas que disfrutaron de unos segundos de gloria pero muy pronto fueron arrinconados a pesar de sus innegables virtudes; se trata de canciones tocadas por la elegancia y el buen gusto que ‘vivieron’ en el tránsito de los setenta a los ochenta del siglo pasado.


Sólo unos pocos de los que estaban allí darán valor a un excelente cantante y compositor cuyo nombre no dirá nada a neófitos y recién llegados: Graham Parker. Pero en el explosivo momento de la ‘new wave’ británica era (junto a Costello y Joe Jackson) una de las principales referencias entre los nuevos autores. Desde 1976 Parker ha publicado dos docenas de discos de estudio y otros tantos recopilatorios y ‘directos’, a pesar de los cual, hay que ser un auténtico iniciado para saber de él. Entre sus numerosísimas partituras memorables se puede destacar la contagiosa ‘Stupefaction’, de su álbum de 1980 ‘The up scalator’ (en el que colaboró el mismísimo Bruce Springsteen). Vibrante y cargada de ritmo, corta y con estribillo ideal para cantar a voz en grito, es un perfecto representante de los modos y gustos de aquel instante fronterizo que tenía aun algo de punk pero que pretendía algo menos simplón. Décadas después sigue causando… ‘stupefaction, oh yeah’.

Otro grupo con mucho mérito que ha quedado sólo para especialistas es The Jazz Butcher. Típica formación de los años ochenta, ni hacían jazz ni comían carne (‘butcher’ significa carnicero), como ellos mismos acostumbraban a decir. Lo suyo era pop con infinidad de matices, siempre concebido y ejecutado con mucha clase, con una elegancia natural, sin pretensión ni engolamiento; su líder, Pat Fish (o sea, pescado), era (es) uno de esos tipos que con una guitarra en la mano es capaz de crear una melodía en unos minutos; a pesar de ello, nunca disfrutaron de un verdadero éxito ni de un moderado reconocimiento. A mediados de la década lanzaron su excelente y finísimo álbum ‘Distressed gentlefolk’, el cual presentaba una delicia pop con atmósfera ligera y un cierto toque ‘jazzístico’ titulada ‘Who loves you now?’ Es una canción que se antoja lógica, fácil de entender y asimilar, cadenciosa y a la vez vivaracha, dulce y acariciadora. De esas que gustan desde el primer compás. Tiene méritos y virtudes válidos para todo tiempo.

Paul Roberts es (además de un prestigioso pintor, autor de las portadas de sus discos) el jefe de Sniff ‘n’ the Tears, grupo con el que en el 79 logró un relativo éxito con su ‘Driver´s seat’ (‘El asiento del conductor’), pieza distinguida y refinada en todos sus componentes, ya sean creativos o de ejecución. El problema es que sus lanzamientos posteriores no dieron gran cosa, por lo que la banda se disuelve en el 82, para volver diez años después sin que sucediera nada digno de mención. Por eso, podría hablarse perfectamente del típico grupo de un único (y limitado) éxito, o sea, ‘one hit wonder’, logrado además en sus inicios; es de destacar lo engorroso y frustrante que puede resultar alcanzar el techo nada más empezar, pues lo habitual es no volver a estar nunca tan arriba. Sea como sea, ese ‘Driver´s seat’ no ha perdido encanto: la voz un tanto arrastrada y casi desganada, animados coros en falsete o en grave, los teclados agudos, la guitarra dura y a la vez limpísima, los solos, su ritmo invariable…, pop-rock de etiqueta, artístico, exquisito.
Esos llegaron de Inglaterra, pero América también regaló en aquellos momentos bandas que merecerían mejor suerte y alguna línea más en la historia del pop y el rock, como los bostonianos The Cars (a recordar su ‘Let´s go’) o los canadienses Martha & the Muffins (‘Black stations, white stations’). Por recordar sólo un par de pinceladas de talento de la nueva ola americana.


CARLOS DEL RIEGO

jueves, 28 de mayo de 2015

EL TIMO DE LA O.R.A. Entre las abundantes triquiñuelas y raterías que utilizan las diferentes administraciones públicas para exprimir al ciudadano hay una particularmente miserable y roñosa: la o.r.a., o sea, el cobro por aparcar en la vía pública.

Ciudadanos-primos pasando por el aro que imponen los ayuntamientos por la fuerza
Y no sólo por es así por tratarse de algo injustificado e incluso cercano a la extorsión, sino por la propia naturaleza de la empresa concesionaria y de los que en ella ‘trabajan’. Aquí va un hecho ilustrativo y significativo sucedido en una pequeña capital de provincia del noroeste de España: un hombre va a al centro a visitar a sus padres, aparca su coche y saca unos 50 minutos de o.r.a.; pero los susodichos no están en casa, así que se vuelve al coche pensando qué hacer con el tique; entonces ve a unos ‘controladores’ que, aparato en mano, se disponen a dejar su tarjeta de visita sobre un vehículo; el hombre se acerca y les pregunta si puede regalar su tique al reo de multa, a lo que ellos contestan que sí, de modo que acto seguido sujeta dicho papelito con el ‘limpia’ contra el parabrisas; sin embargo, hay algo en la actitud de los dos tipos con ropa reflectante que le causa cierto recelo, así que el hombre que regala su tique monta en su auto y da la vuelta a la manzana hasta volver al lugar de los hechos; una vez allí comprueba que los dos dudosos personajes no se han movido del sitio…, pero el salvoconducto que él había dejado sobre el acusado ha desaparecido; al preguntar a los sorprendidísimos figurones qué había pasado con el papelito en cuestión, balbucean que no saben, que tal vez alguien se lo haya llevado…, “¿delante de sus propias narices?”, pregunta el ciudadano, sin embargo, ya no hay ninguna respuesta por parte de los cada vez más pasmados personajillos, que optan por el silencio total incluso cuando el indignado pagano se marcha señalando en voz alta que hay que ser rastrero y miserable para mentir y, en definitiva, para robar esos cincuenta céntimos…

Este leve incidente urbano es una muestra perfecta de la catadura moral de todos los que intervienen en el sospechoso procedimiento: los vigilantes de la acera, que habrán sido aleccionados (tal vez incluso obligados) para perseguir inmisericordemente; sus jefes, que ven a los conductores como enemigos a los que arrebatar botín; y los mandos municipales, que habrán exigido a la empresa concesionaria unos resultados mínimos para que el contrato se prolongue.

Pero el fondo del asunto es aun peor. Antes de que los manirrotos munícipes adoptaran este sistema de ordeño, los conductores podían aparcar sin coste en las vías públicas, pues ellos eran quienes habían pagado la construcción de calzadas, bordillos y aceras; pero un día los expertos en meter mano en bolsillo de cotizante decidieron que el impuesto de circulación y demás tasas que se pagan por la tenencia y uso de vehículos de motor no era suficiente, así que idearon esta forma de sacar unos céntimos más a cada usuario de la calzada. Por ello, que a nadie sorprenda si un día el automovilista recibe en casa una facturita procedente del ayuntamiento en la que se le explica que tiene que abonar un tanto por el uso de las no pocas rayas que decoran la carretera, y otro poco por los semáforos, señales e indicadores, y también por pasar sobre esos badenes llamados ‘reductores de velocidad’, y por pisar los pasos de peatones…, e incluso por el oxígeno que gasta la combustión del hidrocarburo refinado dentro del motor. Lo de dejar el coche a la sombra ya sería un lujo con tasa especial.

Parece necesario recordar a los alcaldes y concejales que el asfalto y el cemento, la pintura, las señales y demás elementos instalados para posibilitar y regular el tráfico, fueron sufragados por los impuestos de los contribuyentes, especialmente con los que se carga a todo posesor de coche; así, no parece lógico ni aceptable exigir que el estrujado automovilista pague por el uso de algo que se ha construido con su dinero. Hay veces que se tiene la impresión de que los gerifaltes del consistorio piensan que todo se ha construido con dinero de su propio bolsillo y que, por tanto, hacen un favor a la plebe permitiéndole el tránsito y uso.      

Por su parte, también es preciso reconocer que las empresas dedicadas a lo que eufemísticamente se llama ‘regulación del aparcamiento’ lo que hacen es cobrar, sólo, sin dar nada a cambio. De este modo, ¿qué da el controlador de la o.r.a. al que aparca?, nada, y sin embargo le cobra a cambio de esa nada. ¿Y cómo se llaman esos organismos vive a expensas de otro sin entregar nada a cambio?... Y es que por mucho uniforme que se pongan, esos vigilantes que rondan buscando ausencia de salvoconducto no son policías y no tienen derecho a denunciar; los cuerpos de seguridad vigilan la propiedad privada, defienden al vecino, persiguen al ladrón y, llegado el caso, denuncian al infractor, o sea, se ganan su sueldo legítima y lógicamente, pues dan mucho a cambio; en una palabra, son imprescindibles. Por el contrario, aquellos cuyo único cometido es mirar y denunciar, representan la inutilidad. Sobran.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 24 de mayo de 2015

¿LA MÚSICA ES CULTURA O ESPECTÁCULO? Los impuestos sobre la música, el teatro o el cine generan posturas enfrentadas, pues los que pertenecen a esos gremios quieren pagar como si lo suyo fuera cultura mientras que, por otro lado, la legislación los considera espectáculo.

El componente espectacular se ha impuesto al cultural
Hace unos días (concretamente el 20 de mayo) no se celebró ningún concierto de pop, rock, folk… en España, o sea, no hubo música en vivo como medida de protesta adoptada por artistas, promotores y demás profesionales del sector en contra del impuesto de 21% que grava tanto actuaciones como ventas de discos o descargas. La razón esgrimida por los protagonistas de esa muestra de descontento es que lo suyo es cultura y, por tanto, no debería cotizar como si de un espectáculo o producto de lujo se tratara.

¿Es muy elevado el impuesto?, ¡claro!, pero como prácticamente todo lo que aumente su precio para que la hacienda pública se lleve su parte, que es todo lo que se vende. Centrándose en el asunto, el primer impulso es ponerse de parte de los protestantes, sin embargo, la cosa no es tan simple. Para empezar, hay que tener en cuenta que los conciertos tienen tanto de espectáculo como de cultura, a veces más; así, siempre se buscan puestas en escena e iluminaciones espectaculares, los grupos se gastan lo que sea preciso para mejorar su espectáculo y, en fin, casi nadie se limita a salir y cantar, sino que procura enriquecer la función. De este modo, si se considera el concierto como espectáculo, no habrá problema en que cotice como un parque de atracciones o como un partido de fútbol, es decir, como algo que no puede considerarse primera necesidad y sí puro entretenimiento.

El cine y el teatro están en las mismas, tienen su parte cultural, pero ya no se conciben producciones o montajes sin fines de entretenimiento y sin el componente espectacular; así es, al menos, en la mayoría del producto para la gran pantalla, pues poca cultura y mucho ‘show’ hay en las pelis con mayor tirón comercial, donde lo más abundante son los efectos especiales, cada año más y más ‘espectaculares’; e igualmente se podría decir del teatro, donde se busca atraer con representaciones que propongan algo más que texto y decorado. Por otro lado, se puede forzar la cosa e incluirse en el cajón de sastre cultural desde la artesanía al circo, la alta costura o la alta cocina, ¿y por qué no programas de televisión, como los del tipo ‘gran hermano’? Y es que, al igual que sucede con el arte, apenas basta con que haya quien lo diga para que una cosa pueda ser una magna manifestación cultural o artística.

Lo del disco que reproduce música (igual que el DVD de cine) también presenta sus dudas. Se exige que sea considerado como el libro (el de papel, pues el electrónico cotiza como servicio de internet, o sea, el 21), que paga sólo un 4%; sin embargo, al ser considerado como obra de arte, paga como un cuadro adquirido en una galería, o sea, el 21. Como puede verse, el asunto no es tan sencillo ni tiene una única visión. En Europa hay impuestos dispares: en Inglaterra los espectáculos (todos) pagan el 20, mientras que en Francia sólo un 7 (al que en el cine hay que añadir un 11,5 para financiar cine francés); en Dinamarca no se hacen distinciones, de modo que todo aquello que pueda venderse pagará el 25%, sin mirar si es cultura, espectáculo o pescado.
Cada uno tendrá su opinión y argumentos para defenderla. Por ejemplo: la música es arte y cultura, pero su venta es comercio e industria, búsqueda de beneficio, de modo que el concierto se convierte espectáculo y el disco en obra de arte, y tanto ésta como aquel no son considerados artículos de primera necesidad, por lo que han de cotizar como entretenimiento. Pero, visto desde el otro lado, el autor que crea cultura (y con él el promotor y el distribuidor) ha de rentabilizar su obra y quiere que ésta siga siendo considerada fiscalmente como cultura incluso al ser vendida, y tiene sus razones para apoyar esa postura; el problema es que en el momento que entra en el mercado, la creación intelectual pasa a ser producto, es decir, se convierte en bien (disco) o servicio (concierto), de modo que se vuelve otra vez al dilema.   
   
De todos modos, no parece que la iniciativa de cerrar los escenarios durante un día haya dado resultado; ha llamado la atención, sí, pero los destinatarios de la protesta no han hecho mucho caso. Claro que la cosa cambiaría si estos atisbaran rendimiento político.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 20 de mayo de 2015

LA IRRITANTE INUTILIDAD DE LAS CAMPAÑAS POLÍTICAS Cuando se acercan elecciones, todos los partidos y formaciones ponen en marcha sus pesadas y costosas maquinarias propagandísticas, que irremediablemente resultan monótonas, idénticas unas a otras y, sin duda, ineficaces, inútiles

Pocos se dejan hoy engatusar por los oropeles del márketing, a pesar de lo cual los partidos siguen apostando por inútiles campañas
Durante una campaña política el ciudadano se ve asediado, acosado por la propaganda: carteles por todas partes (colgados de las farolas, ocupando enormes vallas, viajando en los laterales de los autobuses…), cuñas publicitarias en radio y televisión que se repiten machaconamente (a veces termina e inmediatamente empieza la misma melopea), páginas en los periódicos, automóviles dotados con altavoces que predican etéreas excelencias y promesas o citan al sufrido oyente a irresistibles mítines, gruesos envíos postales que incluyen abundante papeleo y abarrotan los buzones…, por no hablar de las cansinas, vanas y mentirosas encuestas. Se trata, en fin, de todo el despliegue de tretas, trucos, recursos, estrategias y artificios pergeñados por los expertos en márketing (y manipulación de masas), todo ello puesto al servicio de las diversas formaciones políticas en campaña de captación. Sin embargo, ¿este auténtico despilfarro de recursos obtiene una respuesta por parte del ciudadano?, o lo que es lo mismo, ¿existe una correspondencia proporcionada entre el gasto propagandístico y el resultado del referéndum?   
 
Sin duda, pase lo que pase tras el recuento de votos, quienes ya han ganado son las empresas dedicadas a exprimir ese ansia, ese deseo irrefrenable de los partidos de creer que a más propaganda más votos; en realidad, la campaña política es la principal fuente de ingresos de no pocas firmas dedicadas a vender algo tan etéreo y poco fiable como la encuesta o el diseño de dicha campaña; lo curioso es que los procedimientos se repiten una y otra vez a pesar de que se tiene constancia de su escasísima utilidad. También se da mucho trabajo a las imprentas, tan necesitadas de encargos desde que el papel está en decadencia; así, cada votante recibe un sobre (a veces por duplicado) grande y abultado que incluye las dos papeletas de la votación con sus correspondientes sobrecitos, un díptico o tríptico a color con las maravillas que disfrutará el ciudadano si se decanta por ellos, hojas y panfletos de todos los tamaños que insisten en las consignas específicas y muestran las caras sonrientes de los aspirantes a sillón público…; y no faltan por las calles las cuartillas, octavillas, pasquines y banderitas, ni tampoco otros elementos como pegatinas, pins, llaveros… En resumen, cada partido político tira la casa por la ventana y gasta todo lo que tiene (y lo que no tiene) a hora de hacerse presente a los ojos del votante.

Sin embargo, ¿realmente sirve para algo tal derroche de dinero, recursos y esfuerzos? Cierto que casi siempre son los votantes indecisos los que inclinan la balanza y que, por tanto, todo ese desenfreno está encaminado a atraerlos, pero resulta muy discutible que esa explosión propagandística sea verdaderamente eficaz. ¿Será posible que los asesores y expertos de los partidos, así como sus líderes, crean que pregonar por las calles lo buenos que son convencerá al que duda? E igualmente es difícil de tragarse (fuera del universo partidista) la idea de que uno resolverá su duda gracias a la cartelería que empapela paredes y aceras; o que el elector se deje convencer por las prédicas que monótona y obstinadamente repiten hasta la náusea los medios audiovisuales; ¿es posible que haya vecinos que se lean, una tras otra, las ofertas que hacen las diversas organizaciones políticas en sus envíos postales y que, según lo leído y tras sopesar y comparar, se decidan por una?

Lo del mitin es caso aparte; en serio, ¿existirá algún pretendiente que piense de verdad que un encendido discurso en esa especie de ceremonia sectaria le acarreará un incremento de votos? ¡Pero si al mitin sólo acuden los convencidos más allá de toda duda!, ¡pero si los oradores no hacen sino tirar de la demagogia más burda!, ¡pero si sólo dicen, con palabrería altisonante y zafia, lo que la audiencia quiere escuchar!, ¡pero si una de esas asambleas no es más que una sucesión de voces que proclaman las bondades propias y las maldades de los demás! Pues al parecer sí, los expertos asesores de cada formación, los ‘cerebros’, deben estar convencidos de que esas sermoneantes reuniones son imprescindibles para la buena marcha del proyecto (también suelen apuntar que los mítines unen y hacen equipo, cosa que, aunque así sea, difícilmente se traducirá en votos).

Es preciso tener en cuenta que la mayoría del electorado sabe qué hará el día D, mientras que los titubeantes (que seguro que no son tantos como las encuestas indican, pues no todo el mundo está dispuesto a revelar sus intimidades a un extraño) tienen claro, al menos, qué papeletas no meterán en las urnas; incluso no es disparate afirmar que muchos de los que supuestamente dudan tienen una mínima preferencia que, fácilmente, materializarán llegado el momento.

La gran pregunta es ¿sirven para algo las campañas políticas, es decir, tienen una incidencia mínimamente significativa en los resultados? Lo curioso y sorprendente es que todo censado conoce e identifica perfectamente los anzuelos que lanzan los pretendientes, a pesar de lo cual, éstos siguen recurriendo a lo de siempre, por más ineficaz que se haya revelado. Es posible que en países como Estados Unidos, donde la población es más proclive a responder a los estímulos de los medios y hace más caso a mensajes y reclamos, tenga la propaganda alguna eficiencia, pero por estos pagos, donde el personal tiene muy interiorizada su posición en el espectro político, las estrategias partidistas convencen a muy pocos.    

Los únicos que se benefician realmente de las campañas de propaganda política son las empresas y los profesionales de la venta de humo, que hacen su agosto aprovechándose de la enfermiza y consciente credulidad de los gestores de los partidos y de la vanidad de los candidatos.      


CARLOS DEL RIEGO

lunes, 18 de mayo de 2015

LOS PRIMEROS DE LA LISTA (DE ÉXITOS) Según las listas de éxitos, lo más apreciado por el comprador sigue siendo la canción más facilona y corriente, la letra más manoseada y recurrente y la melodía más prescindible y olvidadiza.

Los cantantes 'melódicos' de partitura simple y letra enamoradiza siempre tienen respuesta entre el gran público
Prensa y portales especializados afirman que Alejandro Sanz ha vendido de su nuevo disco, ‘Sirope’, 150.000 copias entre cedés y virtuales; esto puede ser cierto o puede que no, puesto que ya se sabe cómo se las gastan la industria y las empresas que se dedican a contar, que cuentan como vendidos los discos que están en las estanterías de la tienda, es decir, disponibles pero aún sin vender. Sea como sea, si se echa un vistazo a la lista de ventas de álbumes se encuentra uno con que tras Sanz están Gemeliers (dúo de hermanos adolescentes surgido de un concurso de telerrealidad), y los mexicanos Maná completando el podio; luego están Ana Torroja, Pablo Alborán..., y no faltan Melendi ni Laura Pausini entre los diez primeros de la lista de ventas.

Curioseando por los textos de las canciones ‘medallistas’ el lector puede pasar del sonrojo a la risa, de la incredulidad a la incomprensión de lo que lee. Unos ejemplos ciertamente ilustrativos. De Alejandro Sanz y su ‘Un zombie a la intemperie’ (número uno en la ‘cuarentalista’): “Por ti volví por ti pero no te vi / si no estás sólo soy un zombie a la intemperie (…) Me alegra tanto verte / verte es todo lo que me hace feliz (…) Volví al volver perdí / pero no por ti / no eres tú es que soy un zombie aunque me peine / sin ti me fui a buscarte a ti”… La temática es prácticamente la única que maneja este artista, o sea, amor-desamor, la versificación es ciertamente plana, amorfa, ripiosa…, juegos de palabras corrientes. Por lo que a la parte musical se refiere, baste decir que es difícil de encontrar y aun más de recordar.

Los repeinados hermanos sevillanos Gemeliers están cosechando enorme éxito (dicen) y suculentas cifras de ventas (dicen) con su segundo disco, que contiene canciones como ‘Mil y una noches’, algunos de cuyos versos prometen: “La frescura de tu risa / se ha colado en mi camisa / y me ha robado el corazón (…) Te llenaré los bolsillos de amor del bueno pa ti / pa que no quieras marcharte / debes de buscar un vestido / a cambio solo te pido / que te enamores de mi”. Original, lo que se dice original no es (estrofas y estribillos con idénticos significado, construcción e intención se han escrito hasta la náusea), y tampoco puede decirse que sea creativo, ingenioso o profundo. La partitura es más que previsible, simple, sosa, torpe.

Lo de los mexicanos Maná es curioso: por un lado presentan un sonido rock (potente sección de ritmo, guitarras en primer plano, sonido general contundente…), pero a la vez las letras podrían ser de cualquier cantante empalagoso y pisaverde; en otros casos resultan lacrimógenas y casi siempre sentimentaloides…; incluso algunos de sus textos recuerdan a los de los cantantes románticos españoles de los últimos setenta y primeros ochenta del siglo pasado, cuando la ‘apertura y el destape’ permitieron escenas de cama en la música destinada al gran público y todo el mundo se puso a ello. Lo que Maná declama en piezas como ‘Adicto a tu amor’ o ‘La cama incendiada’ es muy revelador.

No se puede esperar que en esto de la música popular todos digan tanto y tan variado como Dylan o Young (por ejemplo), pero tampoco que un compositor repita una y otra vez el mismo tema: el amor y el desengaño en todas sus variantes, pero visto siempre a través de un filtro inevitablemente melindroso, afectado, quejumbroso, lisonjero, y sin olvidar las consabidas cucamonas, carantoñas y arrumacos más o menos subidos de tono. Cierto que todos los grandes del pop y del rock han hablado del asunto, pero no sólo de eso, y en todo caso, echándole mucha más imaginación , ingenio, gracia; además, por regla general, ellos lo hicieron antes que nadie, cuando este negocio estaba en pañales y tenía que abrir camino casi a diario.  

Si es cierto que esto es lo que más vende quiere decir que sólo compran cantidades significativas de discos aquellos que no exigen demasiado, los que se conforman con piezas simples, fáciles, cotidianas, tonadas de consumo rápido y fabricadas en serie. De todos modos, a uno le gusta que haya gente a la que le gusten las cosas que a uno no le gustan.

Al menos se puede sacar una conclusión  positiva: el pop y el rock con carácter tiene aún esa cumbre que escalar, ese desafío que supone conquistar listas y compradores. Los que queden.    
  

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 13 de mayo de 2015

LO IMPOSIBLE: PONERSE EN EL LUGAR DEL OTRO El pensamiento humano es curiosísimo, contradictorio, incoherente, ilógico, opuesto a sí en muchas ocasiones. Por eso, lo que se achaca a otro se disculpa en uno mismo, y siempre se está convencido de que uno actuaría correctamente llegada la ocasión.

Todo el mundo está convencido de que si tuviera poder y dinero, mostraría una conducta justa e intachable.
Especialmente en fechas preelectorales es cuando más se desatan las lenguas, aunque en realidad, en cuanto se tiene oportunidad, no hay quien se resista a señalar a los demás. Así, ya sea en los múltiples foros de internet, reportajes callejeros y entrevistas de los medios, en la barra del bar o sentados a la mesa, es habitual hablar con desdén acerca de este o aquel colectivo, subrayando que son todos unos tal y unos cual. Algunas muestras: en una emisora de radio de alcance nacional un experto en banca afirmaba coincidir con el sentir de la población al asegurar que el 90% de los banqueros eran unos ladrones sinvergüenzas; igual porcentaje e idénticos calificativos aplicaban los peatones a los políticos cuando se les colocaba un micrófono delante; en internet son abundantísimos los que escriben que lo de los reyes y las casas reales es puro parasitismo; y qué no se ha dicho sobre los empresarios y ‘los ricos’…

Lo curioso es que quien se expresa de ese modo se está acusando a sí mismo, puesto que el que proclama que ‘el 90% de esos son unos tal’ quiere decir que, en caso de estar él en su lugar, tiene un 90% de posibilidades de hacer lo mismo, o sea, es prácticamente seguro que sería igual que aquellos a los que tanto condena. Por ejemplo, si un trabajador  de los que tienen que fichar se convirtiera en empresario, político, banquero o rico (o todo a la vez), en nueve de cada diez casos se conduciría de idéntico modo al que critica. Eso sí, desde su posición actual está seguro de que, llegado ese hipotético caso, él sería distinto y su acción siempre sería legal, justa, moralmente irreprochable, solidaria…

Pero no hace falta apuntar tan alto, pues hay actividades cuyos trabajadores suelen ser objeto de menosprecio o vilipendio por parte del gran público, por ejemplo docentes y funcionarios, empleados de seguros, médicos, periodistas, abogados…; todos pueden ser presa de la maledicencia hasta que un hijo o un amigo o uno mismo (por un sorprendente giro del destino) entra en cualquiera de esos colectivos; entonces la visión cambia. Lo sorprendente es que nadie (o casi nadie) trata de meterse a priori en la piel de los demás.  

Igualmente, hay veces que se habla con burla y repulsa de los que disfrutan de envidiable y desahogada posición a causa de su nacimiento, sin embargo, ¿quién renunciaría a los privilegios, fama, consideración social o dinero en caso de que su padre fuera un banquero poderoso, un gran propietario o incluso un rey?

Generalmente, cada persona tiene un alto concepto de sí misma, sobre todo cuando habla y teoriza acerca de cómo sería si estuviera en lugar de privilegio. La realidad se obstina en mostrar otra cosa: de estar en el sitio del mentado, sería poco menos que imposible diferenciarse de de él. Hay un 90% de posibilidades de que así sea.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 10 de mayo de 2015

MAYO, 1970: THE BEATLES EDITAN ‘LET IT BE’, SU ÚLTIMO DISCO Nada menos que cuatro décadas y media han pasado desde que el inmortal cuarteto lanzó el que sería su último Lp, ‘Let it be’. Aquella conjunción de talentos regalaba sus últimos frutos.

Su último disco, su última actuación, su adios definitivo
Seguro que a muchos sorprenderá, pero en aquel lejano 1970 y con una España todavía en blanco y negro, había adolescentes que ya sabían de la existencia de la música pop y rock, y no sólo lo que se hacía en español; y eso que el ambiente musical estaba dominado por la copla, la canción española o el pasodoble, las verbenas y las tonadas aflamencadas, todo lo cual tenía mucha presencia en las emisoras de radio, casi única fuente de música: la tele estaba en pañales y casi nadie tenía ‘pick up’, o sea, tocadiscos. Por eso, porque teniendo casi todo en contra, sorprende que en mayo de 1970 hubiera chavales que, con apenas 13 años, estuvieran esperando que apareciera el nuevo disco de un grupo del que ya se hablaba en todo el mundo, aunque por aquí la mayoría se refería a ellos como cuatro ‘vocingleros con pelo largo e ideas cortas’, como lo definió un desacertado, desubicado y desfasado locutor.

El caso es que empezaba a extenderse el sentimiento de que la música pop y rock (en realidad en esos años resultaba muy difícil que alguien se atreviera a diferenciar) tenía  algo más que música; o sea, casi todo el mundo reconocía a Elvis, pero quien sabía de Beatles o Stones se sentía ya distinto a la gran mayoría, tanto que se permitía mirar un poco por encima del hombro a los que seguían todavía en el cuplé, el fandango o la zarzuela, géneros absolutamente respetables pero que chocaban con la marea que se extendía imparable entre la juventud de todo el mundo. Por ello, los pocos españolitos imberbes que sabían que The Beatles tenían nuevo disco, acudieron a las tiendas con ilusión, con emoción.

No hará falta recordar que la información, hace 45 años, no era tan accesible como en la actualidad. Por ello no había trascendido que, en realidad, el disco anteriormente publicado, el ‘Abbey road’, se había grabado con posterioridad al ‘Let it be’ aunque éste viera la luz después. Y tampoco se sabía (al menos por estos pagos) que la relación entre los cuatro era muy tensa, sobre todo entre los tres principales compositores…, como mucho se alcanzaba a conocer que una japonesa llamada Yoko había sembrado la discordia; no habría dos docenas de españoles que supieran que los gustos e intenciones de los dos ‘inseparables’ chocaban abiertamente; y se podrían contar con los dedos de una mano los ‘enteraos’ que estuvieran en el ajo de la gran noticia: el grupo estaba próximo a su disolución..., si no estaba ya deshecho. Sin embargo, mientras se contemplaban las cuatro caras en que se dividía la portada del ‘Let it be’ (‘Déjalo así’ o ‘Déjalo estar’ se tradujo) nadie tenía otra cosa en la cabeza que irse a casa, colocar con mimo el plástico sobre el plato y descubrir las nuevas maravillas que Lennon-McCartney, Harrison y Starr habían ideado para pasmo de la nueva pero creciente especie; y es que ya no eran tan raros y escasos los que habían caído en el irresistible hechizo de ‘Qué noche…’, del mencionado ‘Abbey…’ o del ‘doble álbum blanco’.

Desbandada, enfrentamientos artísticos, egos personales y elementos extraños, problemas financieros en el sello discográfico, ambientes irrespirables o, en fin, que si en realidad este ya era un disco póstumo…, nada de eso importaba a quien manipulaba la portada y extraía el álbum con todo el cuidado del mundo; ese mágico momento de ‘inaugurar’ un disco… Hubo quien habló de esas canciones con desdén y hubo críticos que encontraron poca cosa salvable en la despedida de los de Liverpool; el paso tiempo, sin embargo, ha demostrado que ‘Let it be’ contiene títulos emblemáticos, piezas imprescindibles de la historia de la música del siglo XX, canciones emitidas, versioneadas y tarareadas hasta el infinito, melodías inconfundibles para cualquiera que tenga el mínimo interés por la cultura de los últimos años del segundo milenio. 

Empezaba el disco y los ‘beatlemaníacos’ se decían “¿quién canta, John o Paul?, parece que los dos, ahora Paul, ahora John, ¡qué bonita! Y la segunda, ¿parece un blues no? ¡Oh, qué preciosidad es la tercera, qué melodía maravillosa! ¡Anda, esta es de George, vaya cambio de ritmo que tiene, y qué potente suena su guitarra! Este de ahora es John, ¿verdad?, ¿qué demonios dirá? Ah!, esta es la que da título al disco, es irresistible, elegante, pegadiza…, ¡oye, ponla otra vez! ¡En la que cierra la cara A parece que están de cachondeo…, y se acaba de repente!

Con delicadeza, el felicísimo posesor daba la vuelta al disco y arrancaba la cara B, “mira, vuelven a cantar los dos, es como blues, pero a veces endurecen el sonido. Oh, qué ritmo trepidante tiene la segunda…, rock & roll puro, ah!, y dicen que la compusieron todavía en los años cincuenta, mucho antes de ser famosos. Y con la siguiente se ponen melancólicos otra vez, ¡qué dulce suena la voz de Paul en esta dulcísima melodía! Otra de George, tiene ritmo muy marcado, y esa guitarra al estilo country. Esta es la que cierra el álbum, ¡qué fuerte, y los solos de guitarra, y el piano!..., oye, ponla otra vez…, y cuando acabe pon todo el disco otra vez”.   

¿Desde aquel momento han pasado cuarenta y cinco años?, ¡no puede ser!, ¡pero si sigue produciendo las mismas emociones, pero si las canciones suenan tan frescas, tan lúcidas y apetecibles!    


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 6 de mayo de 2015

ESCENAS DE BERLÍN EN ÚLTIMOS DÍAS DEL NAZISMO La capital alemana sufrió un asedio y un ataque durísimo en la caída final del régimen nazi, aunque no menor que el sufrido por los países que éste había invadido. Los berlineses aguantaron como pudieron, e incluso hicieron chistes.

A pesar de todo, las mujeres alemanas procuraban hacer la colada
Los ciudadanos de Berlín fueron sometidos al fanatismo de los que estaban dispuestos a sacrificar a toda la población obligándola (durante los últimos meses de la II Guerra Mundial, hace 80 años) a una resistencia tan inútil como suicida, forzando a que todo varón de entre 15 (incluso menos) y 55 años (o más) se convirtiera en soldado heroico (los militares profesionales llamaban a esto ‘potaje’, porque combinaba verduras frescas con carne rancia). La gente no tuvo otro remedio que resignarse a vivir casi siempre bajo tierra, en refugios de todo tipo, entre los que estaban los túneles del metro; sin embargo, el degenerado de Hitler ordenó que estos fueran inundados para que no pudieran ser usados por el ejército ruso, y ello sin detenerse a considerar cuántas personas morirían ahogadas. Baste decir que el führer afirmó que si Alemania iba a perder la guerra el pueblo alemán no merecía seguir viviendo, así que dio la orden de destruir toda construcción industrial, sanitaria, civil…
Los ancianos no dejaban de tomar el sol
‘La tribu de los sótanos’ es como se conocían a quienes pasaban la mayor parte del día en aquellas catacumbas. Cuentan que cada refugio tenía su propio descerebrado nazi que decía que había que confiar en el führer, sin embargo, cada vez se usaba menos este término y más un desengañado “ese” para referirse a Hitler. Asimismo, los berlineses desarrollaron en los sótanos y subterráneos numerosas manías y creencias, como pensar que colocarse de un determinado modo protegía contra los efectos de las bombas. Lógicamente, al terminar el bombardeo la gente se desahogaba, reía histéricamente e incluso algunas mujeres se atrevían a exclamar “mejor un ruski (ruso) sobre el vientre que un amis (angloamericano) sobre la cabeza”. Un soldado convaleciente asustó aun más a los desesperados: “Tenemos que ganar, porque si perdemos y el enemigo nos hace la mitad de lo que nosotros hemos hecho en los países ocupados, en tres semanas no quedará un solo alemán vivo”. 
Los niños jugaban en la calle..
Aún así, el pueblo de Berlín no perdía el sentido del humor, como demuestran algunos dichos que circulaban por sus calles y subsuelo. Por ejemplo, mostrando una jocosa resignación, decían a modo de eslogan “aprenda ruso rápidamente”; o cuando empezaron a comprender la imposibilidad de salir con bien de tan tremenda ocasión y así se susurraban unos a otros “la lucha no terminará hasta que Goering quepa en los pantalones de Goebels”, ya que aquel era gordo y éste raquítico.

También corrió por toda la capital el dicho “la única promesa que ha mantenido Hitler es la que hizo antes de subir al poder: dadme diez años y no reconoceréis Alemania”. Y ciertamente, así fue. Se sabe de muchos y muchas que esperaban a que los rusos aporrearan la puerta de su casa para suicidarse; una vez dentro y después de tomar el correspondiente botín, si había, se divertían cogiendo el teléfono y marcando cualquier número para, cuando alguien contestaba, amenazar y mofarse en un tosco alemán, cosa que dejaba asombrados a los alemanes. No puede extrañar que los vecinos del arrasado Berlín (mayoritariamente mujeres, niños y viejos) empezaran a referirse a su ciudad como “la pira funeraria del Reich”.

Sin embargo, no eran pocos los que procuraban mantener su rutina diaria aunque en la práctica no hubiera ni transportes ni centros de trabajo, y sí enormes riesgos. Brillaron entonces muestras de ese sentimiento alemán de respeto a la legalidad hasta extremos demenciales. Es conocido un hecho muy elocuente: Con la ciudad destruida, sin servicios ni autoridades civiles, sin organismos oficiales o instituciones en funcionamiento, prácticamente sin estado, un funcionario con varios soldados protegía un almacén donde aún había avituallamientos y suministros imprescindibles; las orugas de los T-34 rusos hacían retumbar el suelo a unos cientos de metros cuando un grupo de berlineses se llegó hasta ese almacén para pedir que se repartieran los víveres entre la población; sin embargo, el burócrata al mando exigió una autorización firmada o no entregaría nada; el desesperado personal le insistió y le hizo ver que los rusos llegarían en una hora y todo caería en sus manos. Nada, el chupatintas se negó y amenazó con disparar. Los berlineses se fueron. Un rato después, con los tanques soviéticos a unos metros, el cuadriculado oficinista optó por pegar fuego al almacén para evitar que los suministros fueran aprovechados por el enemigo… En resumen, aquel auténtico covachuelista prefirió quemarlo todo antes que repartirlo entre sus compatriotas, pues los necesitados ciudadanos no presentaron el correspondiente papel firmado por la autoridad competente (cosa que, por otro lado, ya no existía). 

Otro mostró su ‘legalismo por encima de todo’ cuando escribió una carta al ayuntamiento exigiendo que le devolvieran la bicicleta que le habían requisado para la ‘Volkssturm’ (aquella milicia formada por adolescentes-verdura fresca y sexagenarios-carne rancia). El caso es que el cabeza cuadrada envió su exigencia por escrito a pesar de que no había servicio de correos y el consistorio no era más que un montón de escombros.

A pesar de todo, de las carencias y la desesperación, de la derrota inminente y de lo que les esperaba con los rusos a punto de hacerse dueños de la ciudad, el deseo de normalidad y rutina de la gente era tal que sobre los restos calcinados de un tanque alguien pegó un cartel anunciador en el que se ofertaban clases de baile.

¿Ellos se lo buscaron?, probablemente, sin embargo, había que ver quién se hubiera atrevido a elevar la voz contra las bestias nazis.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 3 de mayo de 2015

HIPOCRESÍAS DE IDA Y VUELTA EN EL UNIVERSO ROCK El gran Bruce Springsteen ha estado en Madrid acompañando a su hija, que tomaba parte en un concurso hípico internacional. No han sido pocos los que le han reprochado que un tipo tan 'auténtico' haga alardes económicos como ese.

Se achaca a Springsteen que apoye la afición de su hija por un deporte tan elitista como la hípica, aunque todo el mundo en su lugar haría lo mismo
Al parecer, la hija de El Jefe siente verdadera pasión por los caballos desde los cuatro o cinco años y ha estado en contacto con estos nobles brutos desde entonces. Para la gran mayoría tal cosa no pasa de noticia curiosa, sin embargo, pululan por los foros abundantes fundamentalistas que descalifican al músico por aquello de dar a la niña los caprichos más caros. La cosa tiene relación con casos similares que, a menor escala, han tenido como protagonistas a rockeros españoles; así, se recuerda cómo se increpó y descalificó a Fito Cabrales (el de los Fitipaldis y antes de Platero y Tú) porque lo 'sorprendieron' comprando en El Corte Inglés; e igualmente hubo otro al que se le llamó de todo porque bebía Cocacola…

El motivo de las palabras gruesas que recibe el autor de 'Born to run' es que siempre se le ha tenido por lo que se conoce como 'working class hero', héroe de la clase trabajadora, de modo que muchos de sus fans le exigen que viva y se conduzca como un currante más. Por otro lado, el propio cantante, compositor y guitarrista ha cultivado una cierta imagen de artista comprometido con los desfavorecidos y con las injusticias, de intelectual que señala con el dedo a políticos conservadores, con lo que ha dado a entender que él es y está con la clase obrera. De este modo, cuando exhibe símbolos capitalistas y de burgués acaudalado, los más puristas se rasgan las vestiduras y lo tachan de traidor, de vendido y, como en este caso, de conceder a su hija todos sus antojos de niña pija. Igualmente, a un autor como Fito que escribía textos cargados de denuncia y reproches a la sociedad de consumo (centrando sus dardos en banqueros, políticos, militares…), se le echa en cara acudir a un 'templo del consumismo', a una 'catedral del capitalismo 'como El Corte Inglés, pues tal cosa es algo así como una traición a quienes lo tenían como un trabajador alérgico al sistema…
El caso es que, aunque esos músicos dieran pie a que parte del público los tuviera en tal consideración a causa de sus textos, declaraciones y postura política, es evidente que esas culpas e insultos que reciben sólo tienen un calificativo: pura hipocresía. ¿Acaso los que cargan contra ellos no disfrutarían del dinero en caso de tenerlo?, la respuesta es obvia, pues no se tiene conocimiento de millonario que, en lugar de gastar y comprar para él y su familia, repartiera sus capitales entre los más necesitados; es más, cuando alguien procedente del proletariado tiene un golpe de suerte y alcanza el estatus de potentado, o incluso el éxito económico gracias a su mérito y trabajo, no se dedica a reparar injusticias sociales, no se queda con mil al mes y emplea el resto en ayudar a los menesterosos… Sí, es muy fácil ser desprendido cuando no hay de qué desprenderse.

Desde el otro punto de vista. Springsteen, al igual que muchos otros grandes nombres del rock de hoy y de siempre, suelen aprovechar cualquier situación para dejar clara su posición política, la cual, piensan ellos, está en las izquierdas. Aun se recuerda el pequeño alboroto que se armó cuando Rolling Stones publicaron, dentro de su álbum 'A bigger bang' (2005), el tema 'Sweet neo con', en el que al 'dulce nuevo conservador' le llaman hipócrita, mierda, necio…

También hay aquí un cierto grado de hipocresía, puesto que tanto Springsteen como Jagger son ellos mismos conservadores aunque se crean otra cosa; e igual que ellos muchos otros personajes del mundo de la farándula que 'procuran evitar estrechar la mano de políticos de derechas' (como dijo un famoso director de cine), pero a la vez viven como burgueses capitalistas muy bien acomodados. De este modo, si se reside en una verdadera mansión (incluso palacio), si se poseen abultadas cuentas corrientes, si se exhiben todos los símbolos de la burguesía capitalista, ¿cómo puede uno tenerse por otra cosa? ¿Qué es Mick Jagger si no un poderoso empresario, liberal y alérgico a los impuestos? Claro que hay muchos que están convencidos de que son esto o lo otro sólo por decirlo, sin necesidad de actuar acorde a lo que se dice; oportuna es aquí la referencia a El Quijote: "operibus credite et non verbis", que viene a significar "cree en las obras y no en las palabras".

¿Cuántos músicos de rock largan y largan contra los poderosos desde sus posiciones de privilegio?, ¿cuántos cantan con rabia contra los banqueros a la vez que mantienen gruesas cuentas corrientes, o contra los políticos a la vez que aceptan jugosas subvenciones y contratos?, ¿y cuántos comienzan escribiendo contra las élites económicas deseando a la vez formar parte de las mismas? Y en el otro lado, ¿cuántos amantes del rock combativo y protestón exigen a 'sus' músicos que vivan como proletarios?, y ¿cuántos de ellos se olvidan de lo que exigían antaño si hoy nadan en la abundancia?

Sí, la hipocresía no requiere ser rico y famoso, cualquiera puede ejercerla, ya desde el escenario, ya desde la concurrencia. Las personas son personas independientemente de su posición social o económica y, por tanto, sujetas a idénticas debilidades. Y el que esté libre de culpa…  


CARLOS DEL RIEGO