OPINIÓN

HISTORIA

martes, 8 de julio de 2014

LA RADIO MUSICAL Y EL EGM Se publicaban recientemente los resultados del Estudio General de Medios referido a las emisoras de radio musicales (en realidad a las temáticas). Se plantean dos cuestiones: la primera es la credibilidad del estudio, basado en encuestas; la segunda sólo tiene sentido teniendo fe en el mismo y se refiere a sus resultados.


El EGM y las radiofórmulas están hechos el uno para el otro
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Para empezar, rara vez se hacen públicos los datos técnicos: total entrevistas, edades, clases sociales, pueblos o ciudades, si son por teléfono, e-mail o similar o personales, las preguntas exactas… con lo que hay fácil posibilidad de manipulación; y luego se hará la correspondiente interpretación y proyección para el total de habitantes, cosa que ya requiere realizar un acto de fe. Sea como sea, hay que ser bastante crédulo para dar por correctas y precisas las cifras publicadas por el EGM, en primer lugar porque no hay modo de probar empíricamente la veracidad de las mismas; en segundo lugar porque las personas no son ovejas, de manera que el hecho de que cien entrevistados digan una cosa (que vaya usted a saber si son sinceros o dicen lo que creen correcto) no significa que exista una proyección matemática aplicable al total de la población; y en tercer lugar porque los sondeos preelectorales suelen quedar a años luz de los resultados reales surgidos del escrutinio final, lo que pone en entredicho el valor de toda estadística realizada de modo similar.

Asimismo, los defensores acérrimos de este tipo de trabajos, basados en preguntar y calcular, suelen argumentar que no hay otro sistema, que es la única manera de tener una idea de por dónde van los tiros (en este caso los radiofónicos); se trata de un razonamiento más que discutible, e incluso puede equipararse al de los horóscopos, videntes, adivinos, quirománticos y demás augures: como no existe otra posibilidad de predecir el futuro, como no hay otro modo de adelantar próximos acontecimientos, habrá que hacer caso a esos oráculos que, evidentemente, son más falsos que un billete de seis euros.

En fin, olvidándose de la desconfianza en el sistema y sus cifras, el último estudio afirma que la principal radiofórmula pierde cientos de miles de oyentes en beneficio de su competidora. Resulta francamente curioso, y a la vez esclarecedor, que los medios afines a la que pierde destaquen exclusivamente el hecho de que mantiene su liderazgo, sin referirse a la pérdida de oyentes, mientras que los medios de la que gana radioescuchas sólo hablan de esa ganancia, sin aludir a la desventaja que mantiene con aquella. Es una prueba más de la espiral de manipulación de datos en que está metido todo este sistema, pues no hay que olvidar que decir sólo la mitad de la verdad equivale a mentir.

Sea como sea, las radiofórmulas siguen inmóviles en sus modos, vicios y costumbres. Siguen apostando por las canciones de usar y tirar, por productos fabricados en serie, por mercancías de baja calidad, por música ramplona destinada al olvido casi inmediato; su producción equivale a la de las hamburguesas y comida basura en general: es muy barata, invierte más en la presentación que en el contenido, y está destinada a no dejar la mínima huella en el consumidor. Y es que esto es precisamente lo que ofrecen dichas emisoras de radio, productos de consumo. De este modo, como todo artículo que sale de fábrica, esas canciones precisan de enorme inversión en propaganda, marketing, imagen, que es precisamente el fuerte de ‘artistas’ y cantantes que suelen copar los puestos de privilegio en aquellas modalidades radiofónicas basadas en las listas (ya sean cuarenta o cien); por eso, en éstas abundan personajes lanzados a base de operaciones y trucos empresariales, figurones colocados ante los focos gracias a estudiadas maniobras destinadas a provocar escándalo, arquetipos que se quedan en nada sin toda esa parafernalia, pompa y fuegos artificiales con que se presentan ante las cámaras y los focos.

Casi resulta hasta lógico que en esta época en la que se ha impuesto la costumbre de usar y tirar triunfen las ofertas musicales más vulgares, chabacanas y mediocres, cuya trayectoria es esa precisamente: usar para ocupar el silencio y, una vez gastado el producto, desechar y sustituir por otra manufactura recién salida de la cadena de montaje.


CARLOS DEL RIEGO

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