En el mito de la caverna de Platón, los personajes atados creen que las sombras que ven (manipuladas por sus dirigentes) son la realidad. |
Una de las más socorridas triquiñuelas de los
líderes que se ven acorralados por disputas y disensiones internas es buscar un
enemigo al que culpar. De este modo, piensan, van a conseguir convencer a buena
parte de sus partidarios, tan aleccionados que se creerán todo lo que se les
cuente si ello supone ataque y denuncia contra los otros, contra los que “no
son de los nuestros”.
Esto ha sucedido a los directivos del Fútbol Club
Barcelona que, señalados como fulleros a la hora de justificar una importante
transacción económica, no han encontrado mejor defensa que acusar al rival de
siempre, el Real Madrid CF, de estar detrás de todo el asunto y haber urdido una
trama para perjudicarlos a ellos y a la entidad. De este modo, alguien ha ideado
el amaño y luego se ha convencido a sí mismo para, finalmente, arrastrar a toda
la cofradía al convencimiento de que la culpa es de otros, de los malos de
siempre. ¿Es posible creerse que la denuncia interpuesta por un socio del Barça
contra su presidente haya sido organizada por Florentino Pérez (presi del
Madrí), quien llamó a Aznar, el cual exigió al ministro Gallardón que forzara
al juez a tomar una decisión? Solamente quien esté dispuesto a creerse
cualquier cosa si apunta al enemigo secular puede tragarse bola de tal tamaño;
no habrá autocrítica y se tomará la denuncia contra los otros como una
liberación, como un “menos mal que son los otros”, como un “ahora me lo explico
todo”. Es, evidentemente, mucho más fácil y asumible la idea de que la culpa no
está entre nosotros, sino entre ellos.
En primer lugar, denota cierto egocentrismo afirmar que
oscuros y poderosos personajes han maquinado contra uno algo así como una conspiración
intergaláctica, una auténtica confabulación en la que influyentes empresarios,
políticos y jueces conspiran contra uno. Y en segundo lugar hay que ser crédulo
y estar adoctrinado para admitir a pies juntillas cualquier fantasía fabulada
por los cabecillas, que saben que la cosa funciona con “los suyos” y así pueden
distraer su atención de problemas verdaderos. Que una persona empiece a ver
fantasmas por todas partes y entienda que todos están contra él es más habitual
de lo que parece, pero que un conjunto de población de cientos de miles de
personas caiga en un argumento disparatado ya es otra cosa…, aunque tampoco se
trata de una rareza, como se demuestra echando un vistazo a la historia del
siglo pasado.
Se pueden encontrar en este asunto ecos del ‘Mito de
la Caverna’ de Platón (la gente atada frente a la pared del fondo de una cueva
y de espaldas a la entrada está convencida de que las sombras que ve
proyectadas en la pared son la realidad, y se niega a volverse y ver), pero
también del chiflado paranoico que se monta su propia historia y luego se
convence a sí mismo de su veracidad, hasta convertir cualquier detalle o
actitud de quienes lo rodean en prueba de su creencia, o sea, de su chaladura.
Un pobre hombre llegó a la redacción de un periódico
preguntando por un antiguo amigo; tras los saludos el periodista le pregunta
eso de ¿cómo por aquí?, a lo que el otro responde que viene a comprobar qué se
dice de él en la prensa. Sorprendido, el redactor le contesta que no sabe a qué
se refiere, de manera que el hombre le explica primero que su jefe lo despidió
porque su mujer (la del jefe) se había enamorado de él, y segundo que ya sabe
que es muy guapo, por lo que no es de extrañar dicho enamoramiento… Al día
siguiente el cronista se puso en contacto con el jefe, quien le dijo que el tal
no iba por el trabajo desde hacía meses y que, lógicamente, por eso lo había
despedido; y añadió que el interfecto sólo vio a su mujer (la del jefe) una vez
y sin que ella bajara del coche; y concluyó que un año atrás había empezado a
decir a las empleadas (primero casi en broma y luego con enojo y a voces) que
dejaran de llamarlo por teléfono, de dejarle notas por todas partes y, en fin,
de proponerle relaciones…, hasta que no hubo más remedio que avisar a la policía,
pues las pobres chicas están asustadísimas. Pues bien, con otro origen pero al
igual que este pobre desequilibrado, la afición más fanatizoide del FC
Barcelona ha sido convencida de que es tan guapa y tan importante, que todo el
mundo está pendiente de sus cosas, que todos envidian sus infinitas virtudes…
En fin, que incluso cuando el origen del conflicto es
evidentemente interno, basta un discurso acusatorio para que las miradas se
vuelvan contra los otros, contra los que “no son de los nuestros”, que siempre
están “celosos y envidiosos de nosotros”. Este mensaje resulta halagador para
los parroquianos, pues les transmite la idea de que son poco menos que el
centro del universo, y por eso, el resto, los que “no son de los nuestros”, les
desea todo mal.
Tarde o temprano se suele llegar al fondo del
asunto, lo cual no es impedimento para que los más adoctrinados sigan creyendo
más allá de la evidencia. Sólo hace falta querer creer para creer.
CARLOS DEL RIEGO