El Tempranillo fue retratado por el pintor inglés J F Lewis hacia 1832. |
En España (como seguro que en todas partes) siempre
ha habido bandidos, ladrones, mangantes y todo tipo de amigos de lo ajeno; y
ayer como hoy abundan tanto los de guante blanco, corbata, despacho y sillón
oficial como los rateros callejeros, carteristas, atracadores, descuideros y
bandoleros. Esta última denominación se refiere, preferentemente, a aquellos
asaltadores de caminos que proliferaron en la España posterior a la Guerra de
la Independencia, en la que muchos de los guerrilleros que combatieron al
gabacho se convirtieron, casi por evolución natural, en forajidos que
aprovechaban su conocimiento del terreno para aligerar de riqueza todo el que
se atrevía a viajar por aquellos polvorientos caminos. Muchos de aquellos se
convirtieron en leyenda, en personajes populares, entre otras cosas porque muchas
de sus ‘hazañas’ fueron cantadas por los ciegos en los cantares de idem y
repetidas por las gentes de la época en hablillas y tonadas, y no son pocos los
que todavía mantienen su nombre en el imaginario popular.
Carta de puño y letra de Candelas pidiendo el indulto a la reina regente |
A pesar de todo, hay que tener cierta edad para saber quiénes fueron El Tempranillo, Tragabuches, Luis Candelas, El Barquero de Cantillana (Andrés López o Francisco Jiménez, que daría origen al personaje de ficción Curro Jiménez) o la banda de los Siete Niños de Écija. Aunque ninguno de ellos era lo que se dice un Robin Hood, la mayoría desvalijaba tratando de que no hubiera sangre, algunos lo hacían incluso con humor y galantería, siendo muy pocos los despiadados asesinos sanguinarios (como el tristemente conocido como El Pernales).
Luis Candelas, el bandido de Madrid. |
A pesar de todo, hay que tener cierta edad para
saber quiénes fueron El Tempranillo, Tragabuches, Luis Candelas, El Barquero de
Cantillana (Andrés López o Francisco Jiménez, que daría origen al personaje de
ficción Curro Jiménez) o la banda de los Siete Niños de Écija. Aunque ninguno
de ellos era lo que se dice un Robin Hood, la mayoría desvalijaba tratando de
que no hubiera sangre, algunos lo hacían incluso con humor y galantería, siendo
muy pocos los despiadados asesinos sanguinarios (como el tristemente conocido
como El Pernales).
Uno de los más famosos en su tiempo fue José María
Hinojosa, conocido como el Tempranillo (1805-1833) porque al parecer había
comenzado sus andanzas bandoleriles a muy temprana edad, llegando a integrar
algunas de las pandillas más temidas, como la mencionada de los Siete Niños de
Écija (que eran muchos más de siete y ninguno era de esta localidad sevillana).
Como casi todos, actuaba sobre todo en caminos y lugares apartados de las
ciudades, y se decía que era listo, valiente e incluso desprendido. De él se
cuentan múltiples hazañas. Se asegura que llegó un día en que el Servicio de
Correos le pagaba una pieza de oro por cada diligencia que dejaba pasar sin
atracar. Afirman los dichos que en cierta ocasión vio a un arriero que tiraba
de un borrico viejo y derrengado, le preguntó que a dónde iba con aquel jumento
molido y el pobre comerciante le contestó que era lo único que tenía para
ganarse la vida; entonces el Tempranillo le entregó 1.500 reales indicándole
que comprara con ellos una buena mula en el pueblo siguiente; así lo hizo el
arriero; esa misma noche el Tempranillo atracó al vendedor de mulas y le quitó
los 1.500 reales… Pero por lo que este bandolero entró en la leyenda fue por su
exquisita educación a la hora de sustraer; así, cuando detenía una diligencia
ofrecía su brazo a las señoras y las acompañaba hasta un lugar cómodo y
sombreado, y una vez allí tomaba su mano para besarla, pero lo que hacía era quitarles
con sumo cuidado sus anillos a la vez que decía “qué manos tan bonitas y
delicadas…, no necesitan estos adornos”, repitiendo la operación en muñecas,
cuellos, orejas… Incluso se entregó a sí mismo para cobrar la recompensa que
daban por su captura. Un año antes de su muerte aprovechó un indulto real,
cambió de bando y pasó a perseguir bandoleros.
Fue abatido de un tiro por otro asaltador de caminos.
Atípico fue Luis Candelas (1804-1837), pues el
bandido madrileño trabajó sobre todo en los alrededores y calles de la capital.
Hijo de un carpintero acomodado, siempre sintió querencia por la juerga, las
tabernas, las mujeres, el juego… Se le pinta atractivo y astuto, elegante y
seductor, con sangre fría y dotes de mando; hábil falsificador de firmas, notable
carpintero y buen dibujante, sabía tocar la guitarra y manejaba la navaja como
nadie, hurtaba relojes y carteras sin que el incauto se enterase y era un
auténtico as con la baraja…, y también experto en fugas. Atracó diligencias y
asaltó domicilios, pero nunca fue cruel, violento o sanguinario, es más,
algunas de las que fueron despojadas por él aseguraban haber sido tratadas con
gran delicadeza. Sus últimos tres golpes los dio en las calles de Madrid en
unos pocos días (uno de ellos tuvo a la modista de la reina como víctima),
consiguiendo convertirse en la comidilla del pueblo, que se hacía bocas con sus
andanzas. Finalmente fue capturado y condenado a muerte; unos días antes de su
cita con el garrote vil escribió una carta a la reina pidiendo el indulto
(denegado), en la que muestra un lenguaje exquisito y una caligrafía primorosa.
Subió al patíbulo con una extraordinaria tranquilidad y presencia de ánimo, y
segundos antes de que el verdugo apretara la tuerca se dirigió al expectante
gentío recordando que jamás había derramado sangre de sus semejantes; sus
últimas palabras: “Adiós Patria mía, sé feliz”.
El caso de José Ulloa, Tragabuches (1781-?), es puro
romanticismo español. Gitano y torero, un día que iba a torear a Málaga se cayó
del caballo y regresó a su casa, donde encontró la puerta cerrada y a su mujer
un tanto nerviosa, así que, como buen gitano, sospechó y se puso a buscar por
todos los rincones, pero no encontró a nadie; luego sintió sed y al ir a tomar
agua de la tina halló dentro al amante de su esposa. Los mató a los dos y se
echó al monte, ingresando en la ya célebre banda de los Siete Niños de Écija.
Cuando llegó el indulto, todos sus compinches se acogieron a él, sin embargo,
desde ese momento Tragabuches desaparece de escena y nunca volvió a saberse de
él.
El Barquero de Cantillana se echó al monte al serle
robada la barca con que se ganaba la vida y al recibir una gran panadera por
parte de los esbirros del poderoso padre de una joven a la que pretendía; se
llamaba Andrés López pero usaba el seudónimo de Francisco Jiménez, de donde se
tomó la base de la serie de TV ‘Curro Jiménez’.
Si hubieran sido de Estados Unidos se habrían hecho
docenas de películas sobre ellos y serían famosos en todo el mundo, sin embargo
aquí apenas son recordados, algo que concuerda con la mentalidad de una buena
parte de los españoles, siempre dispuestos a menospreciar, condenar y maldecir
lo propio (aun cuando se trate de personajes tan dudosos como los mencionados).
De todos modos entre todos aquellos no robaron ni la millonésima parte que
cualquier chorizo trajeado de hoy.
CARLOS DEL RIEGO
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