Más de trescientas veces detenidas, pero el juez no vio causa para prohibirles el acceso al metro, escenario de sus robos |
Un hecho real: Dos gitanas rumanas entran en una
pequeña tienda de alimentación, donde tras pedir gran cantidad de mercancía
pagan con un billete grande; cuando el tendero les da la vuelta ellas le dicen
que les ha devuelto de menos; se enzarzan en una discusión que va subiendo de
tono hasta que las mujeres dicen que ya no quieren la mercancía y exigen que se les devuelva el dinero; el
desconcertado comerciante así lo hace y recoge los paquetes pero, de repente,
se da cuenta de que lo han liado, que sin saber muy bien cómo, se le han
quedado con uno o dos billetes. Ellas salen de la tienda hablando con tono
indignado y con el minorista sin saber qué hacer ante la situación. Así,
aconsejado por una testigo del suceso, llama a la policía, que llega de
inmediato. Las dos presuntas se meten en un coche donde les esperaba un hombre
al volante, pero los agentes le bloquean el paso con el suyo. Registradas las
señoras se les encuentran varios billetes en su ropa interior. Pero lo
verdaderamente preocupante es lo que comentó uno de los uniformados al tendero
engañado: “qué más da que las denuncies…, dentro de unas horas estarán en la
calle buscando a otro primo”.
Como es sabido (y como se demuestra leyendo y
escuchando noticas), hay delincuentes que llevan cientos de denuncias y
detenciones que, incomprensiblemente, están en la calle con el beneplácito de
juez y del legislador; se les pilla, detiene, denuncia y presenta ante el
magistrado, el cual, a pesar de la reiteración y del evidente peligro en que
pone a los ciudadanos de a pie, los deja tranquilamente en la calle, con lo que
los delincuentes reciben el mensaje: “puedo hacer prácticamente lo que quiera,
pues siempre habrá un juez que se preocupe de que no esté fuera de circulación
ni un minuto, o sea, me están animando a que continúe con mi actividad”. Y eso
por hablar sólo de pequeños rateros cuyos delitos son considerados menores,
pero se podría mencionar al experto en alunizajes, agresiones, robos y
enfrentamientos con los agentes con más de un centenar de detenciones que,
vergonzosamente, no pasa más de unas horas en comisaría, pues el juez,
apoyándose en leyes confeccionadas para privilegiar al delincuente y castigar a
la víctima, hará todo lo posible para que vuelva a su actividad cuanto antes; y
el pretexto de que los magistrados están atados por las leyes no sirve, pues
una y mil veces han demostrado que siempre están dispuestos a rebajar la pena
una semana, un mes, un año, burlándose y castigando a los agredidos. ¿Y las
carteristas del metro de Madrid detenidas trescientas veces y sobre las que el
juez dijo que no había lugar a prohibirles el acceso al escenario de sus
fechorías? Y que no se le ocurra al asaltado defenderse, como aquel que en su
casa logró reducir al ladrón casándole heridas y al que el juez castigó
acusándole de “conducta violenta”.
Otro hecho real. Dos adolescentes de 15 años hacen
una pintada jocosa en una pared ya
adornada por anteriores artistas del espray. Acierta a pasar un coche de
policía que inmediatamente los identifica y detiene; denuncia, paso por el
juzgado de menores, entrevista con el fiscal de menores y con varios
funcionarios: educadores, asesores, expertos; finalmente, para no llegar al
juicio, los padres de los chavales aceptan pagar la limpieza de la pintada, una
multa y unas cuantas horas de servicios sociales para los encausados. O sea,
por una nimiedad se pone en marcha una costosa maquinaria y un montón de
funcionarios…, no es de extrañar el colapso de los juzgados.
¿Es justo y proporcionado el trato dado a unos y
otros? ¿Es admisible que el que trabaja pague por cualquier nadería y el
delincuente habitual sin oficio ni beneficio quede impune? Desgraciadamente la
raíz del problema es que estos personajes, jueces y políticos, pertenecientes a
la casta de privilegiados, viven en otro planeta, en un universo paralelo
situado a años luz de la realidad.
CARLOS DEL RIEGO
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