El gran Phil Lynnot, líder de Thin Lizzy. |
El
éxito, como es sabido, es caprichoso. Piezas musicales que evidencian talento y
virtuosismo no tienen garantizada la recompensa, la mayor parte de las veces
por aparecer en un momento inoportuno y otras simplemente por no terminar de
conectar, por no conseguir ‘química’ con el oyente; con el paso del tiempo
muchas de estas terminan por ser reconocidas, recuperadas, con lo que al final
el autor se lleva un premio, tardío y disminuido, pero premio.
Todo
buen aficionado podría recitar una docena de grandes títulos de la historia del
rock que apenas consiguieron algo de relevancia en su momento; claro que
también se da el caso del que prefiere que ‘su’ grupo se haya quedado en el
estatus de ‘grupos de culto’, es decir, que no se haya masificado
(comercializado, dirían los más radicales).
Blue
Oyster Cult es uno de los grandes del rock duro norteamericano. Imprescindible
de los setenta del siglo pasado, la banda neoyorquina apenas ha dejado la
actividad desde que diera sus primeros pasos al inicio de la década, aunque en
realidad su producción empieza a perder brillo a mediados de los ochenta. Sus
dos emblemáticos guitarristas, ‘Buck Dharma’ (Donald Roeser) y Eric Bloom, son
lo que se dice dos héroes legendarios del rock. Y aunque para muchos sea un
grupo alejado de los puestos altos de las listas y de los rankings, algunas de
sus obras sí que están en la élite del género, como la inigualable ‘Don´t fear
the ripper’, ‘Burning for you’, ‘Godzilla’ o ‘Carer of evil’, pero resulta
sorprendente que una cumbre del hard-rock como ‘Cities on flame with rock &
roll’ pase desapercibida para la mayoría. Al igual que la gran parte de su
producción el texto coquetea con lo esotérico, con lo tortuoso, con lo
críptico, pero su fuerte son esas guitarras cargadas de pesada elegancia, de
metal ligero…, son heavy en su más puro significado, y enciende la llama hoy
igual que cuarenta años atrás. Desde el riff inicial se palpa la tensión, con
el diálogo de guitarras, con los momentos de batería, el solo (y los alardes) de
Dharma, escalofriante, modélico, cien por cien hard, . ¡Cómo es posible que
esta pieza no esté en los altares del género!
Todavía
en la década de los setenta pero en un momento totalmente nuevo, los británicos
The Only Ones fueron uno de los grupos de punk-new wave (las fronteras estaban
realmente difusas y, en realidad, tenían más del rock sicodélico de los
sesenta, como el de los primeros Pink Floyd, que de otra cosa) que pasaron
pronto a formar parte de ese apartado llamado ‘bandas de culto’, tal vez porque
apenas duraron cinco o seis años y sólo sacaron tres álbumes o por los
problemas con las drogas, pero curiosamente su gran canción, ‘Another girl
another planet’, no deja de aparecer en todos los recopilatorios tanto de punk
como de new wave; sea como sea, en aquellos momentos bastaba mencionar a los
Only Ones para pasar por un experto. La canción comienza enigmática y se
desarrolla en un tono inquietante, con guitarras muy altas, voces aparentemente
lastimadas, cansadas, y textos que parecen hablar de una chica pero que todo
indica que se refieren a la droga, pues hay “viajes espaciales en mi sangre”, y
“siempre te pones bajo mi piel”, “contigo estoy en otro planeta” o “siempre
coqueteo con la muerte” (y su autor, Peter Perret, tuvo muchos problemas con la
heroína). El ambiente general es intensísimo, potente y muy vehemente…, ¡y qué
extraordinario sólo de guitarra a cargo de John Perry con su aspecto alucinado!
La
lista de grandes canciones que apenas escapan de la oscuridad del rincón podría
ser interminable y, evidentemente, cada uno guarda en su corazoncito algunas
piezas con las que siempre ha mantenido conexión a pesar del paso del tiempo.
Por ejemplo ahí está la apasionada ‘Whisky in the jar’ del malogrado (¡malditas
drogas!) Phil Lynott al frente de los inolvidables Thin Lizzi. O el demoledor
heavy a la americana de ‘Stranglehold’ del ‘pistolero’ Tedd Nuggent. Y qué tal
el divertido ‘Jack the Ripper’ del disparatado Screamin´ Lord Sutch, el
elegante ‘Alone again or’ de Love, el sorprendente ‘Oh well’ de los
primerísimos Fleetwood Mac, el ’25 or 6 to 4’ de Chicago…, y tantísimas otras
grandes canciones de la historia del rock que rara vez obtienen los focos que
merecen. Y cada uno tiene su lista.
CARLOS
DEL RIEGO
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