Estos gestos dejan bien patente la forma de gobernar del caudillo, basada en el culto a la persona, al líder convertido en ídolo de masas. |
Las desmesuradas muestras de desesperado dolor manifestadas
por los seguidores de Hugo Chávez son repetición de las que expresaron en su
día los fanáticos de algunos de los máximos dictadores de la historia. A la
muerte de Stalin hubo también llantos exaltados, se le dedicaron hiperbólicas
composiciones poéticas e intelectuales de todo el mundo elogiaron al ‘padrecito
Stalin’; igual que cuando palmó Lenin; tras el fallecimiento de Franco las
colas para venerar su cadáver eran kilométricas, y no fueron pocos los que
lloraron a lágrima viva ante los restos del dictador; ¡y cómo se puede
calificar la llantina desconsolada de los coreanos del norte cuando murieron
Kim Jong Il y Kim Il Sun, dos aterradores déspotas, feroces y sanguinarios
sádicos que mataban de hambre (literalmente) a su pueblo!; algo parecido a lo
sucedido cuando la diñó Mao Tse Tung, responsable de no menos de 50 millones de
muertes… Todos ellos fueron crueles represores de la libertad y provocaron
muchas víctimas (en grados y dimensiones muy dispares), y sin embargo fueron
llorados por el mismo pueblo que sufrió su dictadura.
Hay paralelismo con lo que sucedía (tal vez aun suceda) en
algunas culturas primitivas, cuando a la muerte del jefe sus más allegados se
golpeaban y autolesionaban gravemente para expresar su dolor.
La cuestión que se impone es ¿a qué se debe ese nexo de
dependencia, ese seguidismo fanatizoide e incondicional que crea el gobernado
hacia su caudillo?, ¿qué es lo que sucede para que un dirigente y su pueblo se
conviertan en amo y rebaño?, ¿por qué si el muerto es un político democrático
las expresiones son infinitamente más contenidas aunque haya hecho mucho por el
país? Son preguntas de difícil respuesta, sobre todo si se tiene en cuenta que
muchos de los que hoy lloran al líder muerto mañana lo acusarán de dictador.
Pocos años después de la muerte del tirano soviético cambió radicalmente el
sentir de la gente, que negaba haber apoyado al esquizofrénico de Georgia;
pasados unos meses de la desaparición de Franco nadie se atrevía a decir que
había estado un par de horas en la cola para darle el último adiós o que lo
había aclamado en las manifestaciones de la plaza de Oriente; lógicamente este
cambio de opinión no puede darse si a la muerte del sátrapa de turno le sucede
su hijo, y a éste el suyo. ¿Será esa dependencia emocional algo parecido al
síndrome de Estocolmo o a la que desarrollan algunas mujeres maltratadas hacia
su tirano particular? Y por otro lado, ¿gemirán y rechinarán los dientes los
cubanos cuando a Fidel le llegue su hora?, ¿y cuánto tardarán los que lo hagan
en negar que apoyaran al Barbas, al Che y a la revolución?
Cierto que Chávez no llegó por la fuerza al poder; lo
intentó, pero fracasó su golpe de estado, así que tomó otro camino. Se presentó
y ganó las elecciones, y acto seguido persiguió a los medios de comunicación,
partidos políticos, empresarios (sobre todo españoles) y en general a
cualquiera que él viera como opositor; es decir, Chávez gobernó de modo más
blando que un dictador en toda regla pero con métodos mucho más perversos y
dudosos que cualquier político verdaderamente demócrata. Por el contrario,
favoreció a quienes estaban a su lado que, lógicamente, apoyaban todas sus
iniciativas.
Estos días se suceden las muestras de dolor infinito, las
proclamas inflamadas, las declaraciones grandilocuentes, las colas
lacrimógenas, las loas arrebatadas, desmayos, gestos teatrales, juramentos y
promesas ante el cadáver del caudillo bolivariano; por cierto, Simón Bolívar,
al igual que Chávez, deseaba el poder, todo el poder, el libertador para él y
para las poderosas aristocracias criollas con el fin de tener manos libres y
así hacer y deshacer sin dar cuentas a España, y el desaparecido presidente
para mejorar la vida de los más desfavorecidos (al menos en teoría), cosa que
no interesaba lo más mínimo al idealizado ‘monócrata’ (término acuñado por el
propio Bolívar).
Esas encendidas expresiones de dolor infinito ante el
cadáver del líder (de cualquier líder político) muestran más fanatismo que cualquier
otro sentimiento.
CARLOS DEl RIEGO
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