Solo un fanático o un ignorante puede afirmar que todos los cuerpos del universo giran en torno a la Tierra |
Hay veces que la soberbia de los científicos resulta
absolutamente impropia de quien tiene que basarse exclusivamente en aquello que
pueda probar, ya sea en la pizarra, en el laboratorio o con los hechos. Que el
concepto del universo es algo que de momento se escapa al conocimiento humano
es más que evidente; no hay quien pueda demostrar nada de nada respecto al
origen, tamaño, tendencia, límites, edad, funcionamiento… Y sin embargo, hay
algunos físicos, matemáticos o astrónomos que se atreven a realizar
afirmaciones que de ningún modo pueden probar, a proclamar grandes
descubrimientos apoyándose sólo en teorías más o menos plausibles pero que no
pasan del plano teórico. La última sandez propalada por malos científicos (al
menos en este caso) la protagonizan un físico y un matemático que trabajan en
centros docentes españoles; estos dos señores han editado un libro titulado
‘Sin embargo no se mueve’ (parodia de las palabras de Galileo ‘Sin embargo se
mueve’) en el que sostienen la teoría del geocentrismo, o sea, afirman sin
rubor que la Tierra es el centro del universo, y que es el sol y todo el resto
de objetos cósmicos los que dan vueltas alrededor del tercer planeta del
sistema solar, enclavado en un extremo de la galaxia Vía Láctea, perteneciente
al grupo local de galaxias… Parece increíble que un físico y matemático (como
los autores) ignore la ley de la gravitación: dos cuerpos se atraen más cuanto
más masa tengan y cuanto más cerca estén, por lo que pensar que un cuerpo tan
pequeño como la Tierra atrae a una estrella gigantesca situada a mil millones
de años luz es un dislate que no se encuentra ni en la ficción más
calenturienta. Sin embargo, viendo la trayectoria y publicaciones de
Gorostizaga, el principal responsable de del libro, la cosa no puede extrañar,
ya que es un firme defensor del creacionismo (todo fue creado, no hay
evolución), de que la Tierra sólo tiene 6.000 a ños (en realidad en torno a 4.000
millones) y otras incongruencias de auténtico fanático de la religión. Es
decir, este profesor universitario cae en el peor de los errores del
científico, que es el prejuicio, la creencia previa, el contrasentido de
permitir que su fe guíe sus investigaciones. Y de este modo incurre en otro
fallo: intentar compaginar fe y ciencia, un auténtico imposible en sí mismo (si
se puede demostrar científicamente no hay lugar para la fe, y si no se puede
probar, la ciencia ha de abstenerse de manifestar opinión del mismo modo que se
abstiene de pretende demostrar la existencia de extraterrestres).
Al menos en gran parte de las parroquias españolas de hace
30 ó 40 años los curas explicaban que el Génesis y otros textos bíblicos no han
de tomarse como obras históricas o científicas, enseñaban que esos libros están
construidos a base de metáforas y alegorías que pudieran entender aquellas
personas de hace más de dos milenios (lógico, si se les hubiera hablado de Big
Bang, de la expansión del universo o las reacciones nucleares dentro de las
estrellas no hubieran entendido), e insistían en que no hay que tomarse al pie
de la letra lo de “El primer día creó Dios…”; es decir, incluso los clérigos de
hace décadas separaban la religión de la ciencia. Es más, hasta el Vaticano ha
admitido la Teoría de la Evolución.
Lo peor es que desde el otro extremo se usan parecidos
modos. El célebre Stephen Hawkins lanzó el año pasado un libro en el que
pretendía demostrar la inexistencia de Dios basándose en la teoría del Big
Bang; es decir, el en otros momentos brillante científico también se dejó
llevar por su ateísmo para alcanzar la conclusión que previamente buscaba, o
sea, resbaló en el mismo lugar del mismo terreno que aquel Gorostizaga, pues
permitió que su creencia (la ausencia de tal en este caso) guiara sus pasos. La
esencia del razonamiento de Hawkins es que no existían ni el tiempo ni el
espacio antes del Big Bang, por lo que al no existir tiempo no puede existir
ningún ser; asimismo afirma el sabio británico que de la nada surgió una
partícula de infinita densidad que al explotar dio origen al universo. Las
objeciones son evidentes: ¡qué es eso de que no había nada y de repente había
algo!..., eso se llama milagro, y si hay milagro…; ¿y cómo saber si ese Big
Bang fue el primero y el último?, ¿cómo saber si no se han producido (o se
están produciendo) otros big Bang lejos del alcance de los más modernos
radiotelescopios?… No hay forma de contestar a estas preguntas.
En uno y otro caso hay evidencias de soberbia al pretender
explicar conceptos absolutamente inexplicables a día de hoy; queda clara la
vanidad del hombre y del científico al intentar dar sentido a enunciados tan
contradictorios como ‘el principio del tiempo’ o ‘los confines del universo’
con las herramientas y conocimientos disponibles; rebosa fatuidad y
endiosamiento pensar que el actual cerebro humano puede abarcar tamaños y
distancias siderales. En fin, que sólo alguien con el ego del tamaño de la
misma galaxia trataría de enunciar las leyes que rigen en planetas, estrellas, agujeros
negros, cuásars y muchos otros cuerpos, entes o elementos que sin duda existen
más allá de lo que los radiotelescopios pueden ver. Y se puede llegar a ese
disparate por caminos totalmente opuestos.
CARLOS DEL RIEGO
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