OPINIÓN

HISTORIA

lunes, 4 de febrero de 2013

EL IRRESTIBLE ATRACTIVO DE LA TRAMPA Tal vez por sentirse superior, quizá como vestigio del pasado humano en la naturaleza, es posible que por un equivocado sentido de la justicia o por simple avaricia y maldad, pero el caso es que el engaño y la trampa están profundamente arraigados en la naturaleza del hombre

El genial Ibáñez muestra en sus desternillantes historietas diversas variantes del espíritu tramposo del hombre

Los papeles de Bárcenas (sean auténticos o falsos, pues en este caso también habría tramposos), el nepotista gallego que contrató a cientos de amigos y familiares, el escándalo de los Ere de Andalucía, lo del Urdangarín, el asunto del vástago del ex honorable, el amaño internacional de partidos de fútbol, los Eufemianos Fuentes y Armstrongs (todos presuntos, que en portugués quiere decir jamones, que tienen que ver con los chorizos)…, y eso sólo en la prensa del día (4-II-13) y en asuntos de alcance, puesto que si se indaga o se tira de hemeroteca se podrían llenar cien Quijotes con la sola enumeración de los casos. Todos aquellos son lances de personajes de relevancia y con acceso a grandes cantidades de dinero, pero con total seguridad eso se produce en igual proporción en escalones más bajos de la sociedad, la única diferencia es que la repercusión es nula si el chorizo es un tipo de a pie, mientras que es de portada si lleva traje y es titular de algún cargo de relieve; claro que también hay otra diferencia importante: lo que este último se suele llevar multiplica por cien, por mil, por cien mil lo que consiga distraer el humilde chanchullero.

Sea como sea, da la impresión de que la trampa tiene un atractivo especial e irresistible para el ser humano (¿quién no se quedó con las vueltas del recado cuando era niño?). El tramposo, tahúr, timador, descuidero, carterista o trincón de corbata de seda se siente intelectualmente superior, se cree el listo, el triunfador sobre el engañado, el pringao, el panoli, el perdedor; y suele justificarse pensando que la víctima también ha colaborado (pues hay quien cree que no puede haber mentira sin que alguien se la crea, lo que convierte al engañado en cómplice el embustero, piensa el embaucador), o convenciéndose de que el primo se merece que aligeren su cartera porque tiene mucho (si es un gran almacén no exige medalla de milagro), o con la excusa de que el primavera seguro que también había robado lo suyo… Encontrar pretextos para justificarse a sí mismo por haber engañado es otro deporte que se practica masivamente en todo el planeta desde hace milenios. 

Si se paga con un billete de 20 y al recoger la vuelta se comprueba que ésta es de 50, ¿cuántos sacarían de su error al vendedor?, ¿cómo se siente el que ha conseguido guindar un caro perfume en unos grandes almacenes?, ¿y el industrial que defrauda?, ¿y el futbolista que simula o el deportista que se droga? ¿y el conductor que se salta la señal?, ¿y los que encuentran el modo de escaquearse del trabajo?, ¿y los que pagan y cobran sin que medie justificante de la transacción?, ¿y el que simplemente se cuela en la cola del pan? …, claro que también hay trampas legales, como por ejemplo las que llevan a cabo todo tipo de administraciones cuando cobran y exigen al ciudadano varias tasas e impuestos por el mismo servicio, pero este es otro tema.

El clásico timo español de la estampita o cualquier otra variedad se basa tanto en la codicia del timado como en su disposición inequívoca para hacer trampas y aprovecharse del que, al final, saldrá trasquilado, lo que indica que a pie de calle el fullero y el engañabobos son especies tan abundantes como en cualquier otro entorno.

¿Y por qué estará tan adherida a la idiosincrasia de la persona la trampa, la mentira, la traición, el chanchullo, el tongo? Quizá porque la naturaleza tiende siempre al ahorro de energía, por ejemplo, el carnívoro robará la pieza al que la ha cazado como tenga oportunidad, y así economizará esfuerzos de cara al incierto futuro, e igualmente el chimpancé le arrebatará el plátano al colega de inferior rango al mínimo descuido; ese ahorro, ese aprovechamiento de la oportunidad es básico en el funcionamiento del ser vivo en el entorno silvestre… Por su parte, el hombre tratará de llevarse lo más que pueda trabajando lo menos que pueda, sudando lo menos posible, actitud que bien podría ser un vestigio de cuando el homo sapiens estaba incorporado a la naturaleza… Como puede verse, pretextos, excusas, coartadas para hacer trampas se pueden encontrar allá donde se busquen; sea como sea, la persona ha demostrado una gran destreza a la hora de perfeccionar los modos de la jugarreta y el enredo, ha elevado a la categoría de arte la artimaña, la estratagema, el fraude, el engaño. Bien puede afirmarse que sólo se es humano si se miente y maquina en beneficio propio y luego se desprecia, se insulta y se acusa a quien hace lo que uno hizo. Y aunque hay otras especies animales que también utilizan trucos, la hipocresía no ha sido detectada en la naturaleza.

Todavía se recuerda aquella genial viñeta de ‘13 Rue del Percebe’ del gran Ibáñez en la que el tendero tramposo intentaba colar un yunque en la bolsa de las lentejas diciendo a la sorprendida señora: “Bueno, todo el mundo sabe que las lentejas tienen mucho hierro…”

CARLOS DEL RIEGO


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