OPINIÓN

HISTORIA

martes, 15 de enero de 2013

ARTISTAS SIN UNA PIZCA DE ARTE Las ínfulas artísticas de personajes sin otro talento que el de la ocurrencia chusca, como Santiago Sierra, lo que esconden es una búsqueda casi obsesiva de atención

Esto es algo así como una protesta, una manifestación, pero en ningún caso una obra de arte

Se llama Santiago Sierra y tiene estatus de artista, aunque si alguien es capaz de encontrar en sus obras talento, genio, primor o cualquier condición plenamente artística es que también la encontrará en un canto rodado. Sus obras, trabajos o labores tienen gran repercusión mediática porque sólo tienen un objetivo, ese precisamente, la resonancia en prensa, radio, televisión e internet, y a ello llega con faenas cuyo único mérito es que consiguen llamar la atención debido a la extrañeza o escándalo momentáneo que causan. Nada más. Nunca logran atención por su valor artístico y, por tanto, es exactamente por carecer de ese talento por lo que el tal recurre a la ocurrencia espectacular y pretendidamente escandalosa para confeccionar sus ¿piezas? Es truco de quien carece de auténtica capacidad artística, del artesano mediocre que se siente gran artista y que cree que su aparición en las portadas lo demuestra.

Eso sí, este tipo de artistas sin el menor indicio de arte en sus obras siempre contarán con legión de snobs que encuentren explicaciones a sus cosas, acciones, instalaciones y performances; así, siempre tratan de hinchar la cosa dando bombo y grandilocuencia a sus explicaciones: que se trata de una reflexión sobre esto o lo otro, que busca la denuncia y la conmoción del espectador (como el Guernika, vamos), que logra unas sinergias muy positivas, que persigue provocar fuertes reacciones… Estos críticos hipermodernísimos son como los cortesanos que rodeaban al emperador de ‘El traje nuevo del emperador’ y, aunque ven perfectamente la desnudez artística, son incapaces de aceptar y declarar que el emperador está desnudo.
Entre las más recientes mamarrachadas firmadas por Santiago Sierra (que rechazó un premio nacional, con lo que logró más publicidad que aceptándolo, y luego vendió la carta de renuncia por el importe exacto del premio…, o eso dicen) está una acción que consistió en pasear varios coches fúnebres con grandes efigies de los presidentes de gobierno de España sobre sus techos y colocadas boca abajo; el cortejo, que Sierra realizó junto a otro fenómeno llamado Luis Galindo, fue titulado ‘Los encargados’ y su pretensión era señalar a dichos máximos mandatarios como responsables de los males de este mundo. Dejando a un lado la discusión de si esos son o no culpables, y también la de acusar de forma simplista y generalizada (síntoma de ignorancia o mala intención), ¿quién ve arte en un desfile de coches con carteles encima? Si lo que intenta es provocar puede ir insultando y dando collejas al personal por la calle y así seguro que provocaría al espectador, quien además entraría a formar parte de la performance; si lo que quiere es crear conmoción que vaya repartiendo billetes; y si desea reflexionar que se retire a un monasterio. Pero no, los artistas en cuestión sólo pretenden una cosa: llamar la atención, igual que el niño pequeño que grita ‘caca, culo, pis’ para que le hagan caso. La obra de arte es otra cosa; y además, es el tiempo quien coloca en su sitio a los artistas y sus creaciones, y lo que no es arte nunca perdura. 
   
Otra reciente genial idea de Santiago Sierra fue contratar a varios parados para que escribieran el lema ‘El trabajo es la dictadura’ una y otra y otra vez hasta que rellenaran mil libros, los cuales serán luego publicados y vendidos. Otra vez aparece la obsesión por ser ‘prota’, por escuchar su nombre y solazarse al ver cómo los medios le dedican tiempo y espacio gracias a la sucesión de llamativas memeces que componen este disparate. Se podría polemizar sobre el mensaje del lema, sobre la idiotez de editar libros con una única frase (Jack Torrance-Nicholson, el malo majareta de ‘El resplandor’, ya escribió un amplio volumen con esa misma estructura argumental), o sobre que la cosa suena a castigo escolar, como el de Bart Simpson al comienzo de cada episodio, pero lo que se impone es, nuevamente, la pregunta ¿hay alguien que vea un atisbo de arte en semejante iniciativa?

En fin, las ocurrencias de este buen señor, cuyas fórmulas artísticas son seguidas a rajatabla por los ayudantes y sastres del emperador, son al Arte lo que los ronquidos a Mozart.

CARLOS DEL RIEGO

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